Hemos dormido poco. La pequeña dice que está preocupada. Tiene miedo, dice, de que la Juez no la deje ir a España. La mayor tampoco podía dormir. Salimos para el Juzgado. N no viene porque el Juicio es a puerta cerrada. Llegamos al Juzgado y esperamos abajo hasta que llega la Directora del Internado porque las niñas tienen que entrar con ella. En el pasillo color ala de mosca nos encontramos todos: los dos miembros del Jurado popular, la Directora, Mila y su ayudante, la Inspectora, las niñas y yo. Faltan los representantes de los dos registros civiles y del Departamento de adopción, que han excusado su asistencia y el Procurador, equivalente al Fiscal, que va a tardar un poco. Apretados en el estrecho pasillo vamos cruzando miradas y sonrisas. La Inspectora, Sofía Loren, -ya la llama así hasta Mila- se levanta y nos hace sitio en el banco. Lleva un modelo sofisticado, un vestido negro con una guirnalda de flores que termina en un cuello discreto, aunque algo escotado, de un azul clarito. No le falta detalle: el pelo cardado, el rostro maquilladísimo, las uñas afiladas…Tiene una mirada cálida y afectuosa, a pesar de los ojos felinos. A su lado las representantes del Jurado popular se ven aún más rancias: vestidas de rojo y negro, gorditas, una de ellas lleva un pañuelo blanco finito ribeteado de unas flores, como de velo de beata, a modo de chal, sobre los hombros. La directora está en el término medio; correcta, de negro y blanco. Me coge la mano mientras esperamos dándome ánimos. Se ríe con ganas cuando le cuenta la pequeña que ayer, cuando fuimos a la catedral de San Miguel repleta de gente, por error, cogí la mano de una anciana en lugar de la suya y la abuela me miraba con cara extrañada mientras ella se partía de risa detrás. Ha llegado el Procurador, que resulta ser también una mujer – todo somos mujeres- y pasa rápido hacia adentro y ya entramos todas en fila. Entra también Tania, la ayudante de Mila porque Mila va a traducir y Tania va a hacer de representante mía.
La sala es pequeñísima: una mesa enfrente de madera barata, sin adorno ninguno, otra algo más pequeña a cada lado y un atril frente a la mesa principal. Tras las mesas bancos de madera como los de los pasillos. Junto a la ventana que hay detrás de la mesa de la Juez una Bandera de Ucrania y un escudo colgado de la pared. Un ordenador anticuado en la mesa de la Juez y un micrófono en cada mesa. Nada más. Como hay algo de luz natural y el día no es gris del todo, el conjunto no es triste. Entramos todas menos la juez y todas nos levantamos cuando entra. Sólo ella lleva toga negra, más ancha que la que utilizamos en España, parece un blusón de los antiguos ganaderos españoles, sólo que más larga. Me siento junto a Mila en el lugar en que se sienta el Abogado. Como en casa, vamos. La Juez tiene un rostro apacible. El conjunto es amable. Tengo enfrente a Sofía Loren que me mira y sonríe constantemente. Me interroga la Juez al principio y me levanto. Siempre que se dirige la Juez a alguien debe levantarse para contestar. Me pide los datos y Mila va traduciendo. Hablo lo justo, muy tranquila, como hay que hacer en estos trances y como yo aconsejo siempre a mis clientes. Luego lee parte del expediente explicando las circunstancias del caso y tengo que levantarme otra vez por si creo que se ha dejado algo o hay algo que quiera concretar. Hablo brevemente y parece que se me quiere quebrar la voz, ya al final, cuando explico que, además de todo y sobre todo, las queremos mucho. Mila me había prevenido de todo lo que me podían preguntar e insistía en que preguntan mucho, pero ni el Jurado popular ni la Inspectora quieren hacer más preguntas y sí me pide la Procuradora que diga cuánto tiempo han estado ya las niñas con nosotros. Lo aclaro y ya se da por satisfecha. Luego habla la Inspectora, la Directora y la Procuradora y finalmente les pregunta la Juez a las niñas. La mayor contesta, habla bastante, muy formal y segura. Cuando le toca a la pequeña, se agarra a mi brazo y esconde la carita un poco. Sólo contesta que quiere venir a España y, para ayudarle, le digo que le enseñe las fotos que he dejado encima de la mesa y la Juez la permite acercarse hasta su mesa y allí le va explicando cada foto: ésta en la biblioteca de casa, con papá y mamá en casa, en el despacho de mamá...Esto ha cortado el hielo y la Juez le va preguntando cariñosa y sonriente. Vuelve a su sitio y vuelve a agarrarse de mi brazo y, por si caso, ya no me suelta. A las niñas les ha hecho alguna pregunta la Procuradora y las del Jurado, pero nada dos cositas. La Juez sigue ahora con la Lectura de todo el resto del expediente. Aquí se leen, resumidos, todos los documentos que hemos aportado, uno a uno, con lo que se hace todo un poco largo. La pequeña bosteza.
He de levantarme otra vez: aquí la petición, el SUPLICO, lo hace directamente el interesado y tiene que concretar, punto por punto, todo lo que pide. Así lo hago. Mila va traduciendo. Nos volvemos a sentar. Luego vuelven a intervenir todas las partes para mostrar su conformidad con la solicitud y decir que no hay nada que oponer. La que más habla es Sofía Loren que pone énfasis en su argumentación y ve muy positiva esta petición. Después de ella la Procurador ya habla poco, ratifica lo que dijo antes y el resto lo mismo. Cuando terminan todos la Jueza se levanta y sale con el Jurado Popular para deliberar. Nos hemos puesto en pie: la Procuradora recoge ya sus cosas y se despide, en general, pero la Inspectora se acerca a mi mesa y me da la mano y me desea mucha suerte, se pone el abrigo y un pañuelo brillante al cuello y sale haciendo sonar sus tacones con fuerza. Entra de nuevo la Juez y nos lee la resolución: está de acuerdo con lo solicitado y el viernes de la Próxima semana nos notificará formalmente la Sentencia. Sale con el Jurado y la Secretaria.
Hemos terminado. La Directora me da un fuerte abrazo y me llama ‘mamma’ . Mila aún tiene que entrar en el despacho de la Juez y vamos bajando. Mientras esperamos las niñas llaman a papá, que ya tenían ganas. Todo normal, estaba intranquilo porque no esperaba, yo tampoco, que fuera tan largo. Ha durado dos largas horas. Cuando salimos el guardia de la puerta, que tampoco nos había pedido hoy la documentación, nos despide amablemente. Hacemos un par de fotos a la entrada y nos vamos camino del internado. Otra vez nos tenemos que despedir, pero estamos todas ya más tranquilas. Tienen unos días, les explico, para hacer las maletas y despedirse de sus amigas. Ni se van a enterar. La Directora les dice que estos días que quedan también tienen que obedecer, claro dicen y, en efecto, se ponen los abrigos sin rechistar, me dan bastantes besos y se van diciendo adiós con las manos. Salimos de allí y el viaje de vuelta ya no se me hace tan largo ni los pinares me parecen tan oscuros. Parece que esto empieza a enderezarse, pero aún queda un trecho. Mi padre, el viernes se cumplieron veinte años de su muerte, me decía siempre que no aflojara. Todos estos días lo he tenido muy presente.