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lunes, 17 de marzo de 2025

Sin título

En una entrevista concedida al diario La Vanguardia y reproducida en el número del pasado domingo, el ministro Oscar López dedica dos páginas a trasladar a los lectores las excelencias de su política al frente del departamento de Transformación Digital y Función Pública. Durante la entrevista, que contiene algunas novedades, el ministro evita meterse en jardines de los que pueda resultarle difícil salir. O, mejor dicho, lo intenta.

El tema escogido por el periódico, aprovechando que se desarrolla en Barcelona el Mobile World Congress, es la inteligencia artificial. Lo que no es óbice para que las entrevistadoras formulen todo tipo de preguntas sobre la política ministerial, el futuro, la ciberseguridad, la incursión gubernamental en telefónica, los bulos, la comunidad de Madrid y su presidenta o el problema, aparentemente ya resuelto, de MUFACE. Dos páginas dan para mucho y el multifacético y locuaz ministro entrevistado no rehúye casi ninguna pregunta.

La entrevista no consigue, ni creo que lo intente, ponerle en aprietos. Una de las primeras preguntas es: ‘Estos días ha habido quien defiende que España tiene la sociedad más avanzada en digitalización ¿Está de acuerdo?’ El ministro reconoce, modestamente, que queda mucho por hacer, pero asegura que España, en ese campo, es mucho más que el cuarto país de la Unión Europea. Y que es el único país de la Unión con un modelo propio de IA, un observatorio y una carta de derechos digitales. Cuestiones estas últimas que, junto con el control de los medios de comunicación para la erradicación de la ‘desinformación’, parecen estar entre las de mayor interés para él.

Sigue diciendo el ministro que el gobierno, ‘a través de la Sociedad Española para la Transformación Tecnológica, va a invertir, o ha invertido ya, 67 millones de euros, de los fondos europeos, en la empresa Multiverse Computing, de Gipuzkoa’ que ‘hace cuatro o cinco años empezó con la computación cuántica y que ha desarrollado un modelo de comprensión de la IA que reduce la comprensión de los modelos de lenguaje en más del 90%, lo cual supone un ahorro energético del 50%’. La primera aparición de la palabra comprensión habrá que sustituirla, supongo, por compresión y la segunda por tamaño. Estos datos, ciertamente muy ambiciosos, de confirmarse, constituirían efectivamente un hito muy importante, por cuanto el costo energético de la IA es uno de sus principales puntos débiles. 

He buscado Multiverse Computing en la Web y he encontrado una página, en inglés, en la que aparecen referencias, acompañadas de alguna métrica ilustrativa del ahorro ofrecido, al algoritmo de compresión de modelos de IA y también, muy breves, a la utilización de la computación cuántica para el desarrollo de sofisticados algoritmos. En realidad, no se refieren exactamente a computación cuántica, una tecnología que aún está en mantillas, sino a combinarla con la ‘inspirada’ en ella. Todo puede ser, pero se echa de menos algo más de detalle en el tratamiento de esos temas, quizá porque el objetivo de la página es más comercial y publicitario, que técnico o informativo. 

El ministro dice también, remontándose a ‘otras revoluciones tecnológicas’ en las que Europa ha llevado la delantera, que se puede ganar la segunda carrera de la IA. Supongo que se refiere a las dos primeras revoluciones industriales, claramente europeas y más concretamente británicas. Pero ganar, aquí, supone pasar por delante de Estados Unidos y de China, que entonces no estaban en la competición ni, desde luego, llevaban la delantera que ahora llevan. Después Europa perdió por incomparecencia la revolución informática y ha perdido claramente la de la IA, así que ese hipotético primer puesto, aunque sea en una segunda carrera, no está, ni mucho menos, garantizado. 

Enviado a ECA 14032025

 

lunes, 3 de febrero de 2025

Pesadillas


Imagen generada por Dalle E

No suelo tener demasiadas pesadillas, o no las recuerdo, con una pintoresca excepción que viene repitiéndose con cierta frecuencia en los últimos meses. Estoy metido en algún problema o situación complicada. Me he perdido o he perdido a alguien en alguna ciudad desconocida, el coche me ha dejado tirado en una carretera, tengo que llegar a una cita indeclinable y tengo problemas con el tráfico y cosas por el estilo. Todos esos problemas tienen algo en común: se solucionarían o se atenuarían con una llamada telefónica o consultando el mapa que ahora llevan todos los móviles, o consultando el correo o algún sistema de mensajería. Pero siempre me encuentro con dificultades insalvables para manejar el aparato. O bien no consigo marcar el número, o no encuentro la aplicación que muestra el mapa, o estoy sin batería, o… dificultades que solo se resuelven porque, al final, me despierto con una notable sensación de alivio.

Aún recuerdo cuando compré el primer aparato, en Barreu de Huesca en los primeros años 90. Me costó cinco mil pesetas (30€), y era un teléfono analógico operado por la, entonces única, compañía telefónica bajo la marca MoviLine. Un aparato que servía para efectuar y recibir llamadas y que te informaba, con una lucecita verde, si tenías alguna llamada perdida. Nada más. Era difícil hacerse adicto a semejante trasto que, además, tenía una utilidad relativa porque su cobertura era más bien limitada, probablemente por falta de repetidores suficientes. Tenían además la peculiaridad de que casi cualquiera con el receptor adecuado podía escuchar las conversaciones mantenidas a través de ellos.

A partir de la Expo y del Mundial del 92 se desplegaron los repetidores de telefonía digital, con terminales más compactos, que permitían saber quién te llamaba y mantener una agenda telefónica. Nada espectacular pero que empezó ya a crear usuarios compulsivos a los que se veía por las calles, medios de transporte, bares y casi cualquier sitio público con un terminal en la oreja y manteniendo lo que parecían ser importantísimas conversaciones que, a veces, ni siquiera existían. 

Internet se estaba desarrollando al mismo tiempo y era cuestión de tiempo que ambos desarrollos convergieran, cosa que ocurrió más o menos hacia el año 1994 con los primeros teléfonos inteligentes, también entonces se atribuía inteligencia a cualquier cosa, tendencia que se consolidó con la llegada de los sistemas IOS y Android a partir de 2007. 

Hoy prácticamente todo el mundo tiene uno. Un aparato que ha sustituido, habrá quien diga que con ventaja, al teléfono, al despertador, a la cámara fotográfica, a la guía de carreteras, a la agenda, al mando a distancia, al correo postal, al periódico en papel, al libro en papel, al banco, al comercio local, al mostrador de la seguridad social, al cine, a la televisión, a las reuniones con amigos, a la charla en el bar, al profesor y a muchas otras cosas. Cosas que hace apenas 20 años formaban parte de nuestra vida y a las que ahora accedemos, casi en exclusiva, a través de nuestros teléfonos móviles. Unos aparatos cuyo diseño y funcionalidades, gestionadas por los famosos algoritmos, dependen enteramente de la voluntad de unas pocas grandes compañías que han demostrado, sobradamente, su capacidad para llevarnos a donde quieren y por donde quieren. 




sábado, 19 de octubre de 2024

Momentos históricos

 

Hace 16 años, en la sala de la Corona de la sede del gobierno de Aragón, presentaron lo que iba a ser ‘el proyecto más grande en Aragón desde los Reyes Católicos’. Sus impulsores, se dijo, ‘habían sabido reconocer la idoneidad del territorio Aragonés’ para desarrollar un proyecto que iba a atraer 40 millones de visitantes cada año, y que consistía en ubicar un enorme conglomerado de hoteles y casinos en el desierto de los Monegros. La proclamada idoneidad de Aragón se debía a la ‘disponibilidad de agua, energía y suelo abundantes’, además de ‘estabilidad política’. El proyecto no salió adelante, pero se había declarado de interés público o se había modificado la legislación para facilitar su puesta en marcha. Nadie, por supuesto, asumió, tras el fracaso, responsabilidad alguna ni dio la menor explicación.
El Heraldo de Aragón del pasado día 15 daba la noticia de la presentación, en el mismo lugar, del proyecto de creación, por un fondo de inversión norteamericano, de un nuevo centro de datos en Calatorao. En principio nada especialmente llamativo; entre Huesca y Zaragoza ya hay tres centros de ese tipo en explotación y, contando este y según el mismo artículo, otros 16 en proyecto, impulsados por Microsoft y otras empresas relacionadas con el sector informático o los fondos de inversión. La presentación tuvo, sin embargo, algunos momentos de 'déjà vu' como, por ejemplo, cuando el presidente dijo que el promotor había ‘sabido reconocer el inmenso potencial que tiene Aragón’, constatando, añadió, que en ‘Aragón contábamos con talento, energías renovables, agua suelo y paz social’. Llevado por el entusiasmo, aunque en esta ocasión sin involucrar a los Reyes Católicos, dijo también que Aragón estaba viviendo un ‘momento histórico’ y anunció la declaración de interés autonómico del proyecto. Las similitudes, por el momento, terminan aquí. Espero.
El presidente aseguró que Aragón iba a superar a Virginia, en Estados Unidos, como sede de estos centros, cosa que, a decir verdad, no parece muy difícil. Virginia no dispone de demasiado suelo libre, algunos enclaves históricos de la Guerra Civil americana han tenido que ser utilizados para instalar los últimos centros, y en algunos sectores del estado empieza a preocupar el agua y la energía comprometidos en esas instalaciones. Ese, el de preocuparnos por el futuro, es un problema que aquí no tenemos.  Aun así, no acabo de compartir el entusiasmo por estas granjas de máquinas, ordenadores, routers, etc., que serán chatarra en pocos años y que, mientras tanto, consumirán recursos, ya veremos si por encima de nuestras posibilidades. Sería mejor intentar, como proponía mi buen amigo Ildefonso García Serena la semana pasada, impulsar la fabricación de chips. O retener y atraer talento para desarrollar los algoritmos que gestionarán los datos base de la IA, ya que tanto, y sin duda tan justificado, interés tenemos ahora por esta tecnología. 
Porque la presencia de los centros de datos en territorio aragonés aporta más bien poco a la digitalización de la comunidad. Los doscientos empleos que se anuncian para después de la terminación de las obras, si finalmente se llevan a cabo, serán empleos de mantenimiento. Electricistas cualificados, probablemente con titulación superior, pero nada más. Los puestos de trabajo relevantes en esta industria seguirán estando en California y otros lugares de Estados Unidos o en Alemania, Reino Unido o Dinamarca. Aquí podemos seguir viéndolas venir, pero hay otras posibilidades. De todo lo que alardeamos, agua, energía…, el talento es lo más seguro. No conviene desaprovecharlo.


Enviado a ECA 25 de Octubre de 2024


lunes, 14 de octubre de 2019

Fundido en gris


La generación que está saliendo ahora del escenario, la mía, estaba en la universidad o empezando a trabajar cuando murió Franco y había crecido sin Internet, teléfonos móviles o cualquier cosa remotamente parecida a un computador. En 1975 ya había computadores grandes y prácticamente inútiles, en la escala de la tecnología actual, pero aún faltaba algún tiempo para que IBM presentara su computador personal (PC) en 1981 y mucho más para el primer teléfono inteligente (IPhone 2007). Ahora parece que nunca llegaremos a las estrellas, al menos con el actual formato de la especie humana, pero entonces, siete años después del estreno de la película de Stanley Kubrick, con guion del propio Kubrick y de Arthur Clarke, 2001, una odisea en el espacio, aún creíamos que el progreso iba a consistir en desafiar la ley de la gravedad y la teoría de la relatividad y no en llevar un computador en el bolsillo con mil y una posibilidades de aprovechar y de perder el tiempo o en convertir el dinero en mercancía. Entonces, en 1975, el progreso parecía una función lineal del tiempo, en abril de 1976 ya se podía ver El Gran Dictador (Chaplin, 1940) en las pantallas españolas y las posibilidades de la humanidad y de la tan esperada democracia española parecían ilimitadas. Así, en 1978 se estrenó en España el Último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972), película que mucha gente, incluso algunos que no entendían una palabra de francés, ya habían visto en Francia pero que, aun así, provocó enormes colas en los cines y algunas reacciones violentas por parte de los forofos del régimen saliente. El progreso, en su sentido físico más amplio, estaba ligado, sin embargo, a un factor, el crecimiento, cuyos límites, cada vez más evidentes, se presentaron en público por primera vez en un informe elaborado por encargo del Club de Roma en 1972 y aunque pisamos (los americanos, no nosotros) la Luna en 1969 y en alguna otra ocasión, la cosa quedó ahí y parece que la tecnología disponible nos lleva más hacia 1984 (Michael Radford, 1984), basada en la novela homónima de Orwell, que al 2001 de Kubrick. Y la política española, enredada en bucles sin salida, tampoco parece dar mucho más de sí. La película que ponen ahora ya la hemos visto.

Enviado a ECA.