viernes, 18 de marzo de 2022
¿Primavera?
domingo, 1 de octubre de 2017
Mala suerte
La deuda per cápita en Cataluña en 2016, superior a los 10.000 euros, no solo triplicaba la andaluza sino que superaba en más de mil euros a la siguiente más elevada, la de la Comunidad Valenciana, a la que casi doblaba en términos absolutos. No parece razonable, ni puede atribuirse únicamente a decisiones de gasto autonómico. Cabe sospechar —sin necesidad de teorías conspirativas— que algo tiene que ver en ello el sistema de financiación, que penaliza a las comunidades que aportan más de lo que reciben y premia a las que, en términos netos, reciben sin aportar en igual medida.
Cataluña, como otras tres comunidades, es contribuyente neta. El resto, receptoras netas. El principio de solidaridad —que nadie discute como idea— se convierte en disfunción cuando se prolonga indefinidamente sin evaluar su eficacia ni sus consecuencias sociales o políticas. En este contexto, se habla a menudo de que Adolfo Suárez habría ofrecido a Tarradellas un sistema similar al cupo vasco. No hay pruebas concluyentes, pero si fue así, y si fue rechazado, no deja de ser una ironía histórica. Aunque, a decir verdad, poco importa ya: entonces no se sabía lo que vendría, y ahora ya sabemos en qué se ha traducido aquel encaje mal resuelto.
En una economía globalizada y en plena resaca de la crisis de 2008, mantener una solidaridad interterritorial desproporcionada es difícil de justificar, sobre todo para los que financian el sistema. Esa asimetría, sostenida durante décadas, ha generado frustración, y esta, con la ayuda inestimable de la torpeza política del gobierno central, ha alimentado la deriva independentista. No es el único factor, pero sí uno fundamental. La economía no explica todo, pero sin la economía no se entiende nada.
El independentismo no ha sido, necesariamente, una opción mayoritaria en origen. Lo ha sido por acumulación: de agravios, de negligencias, de desprecio institucional. Y también, seamos claros, por la astucia de una clase política catalana que, desprovista de ideas, ha encontrado en la causa nacional el último refugio para su continuidad. La coalición que impulsó el referéndum de 2017, ideológicamente incoherente y frágil, fue menos el producto de un consenso social que de un oportunismo político. Pero ese oportunismo encontró eco. Porque cuando fallan los números, cuando no hay relato inclusivo ni proyecto compartido, la secesión ya no parece tan utópica.
Aquí, como tantas veces en nuestra historia, lo que podría haberse resuelto con técnica y política ha acabado degenerando en crisis. Y no porque sea imposible resolverlo, sino porque las manos que dirigen el proceso —a un lado y otro del Ebro— rara vez están a la altura. Lo llamarán destino. Yo lo llamo incompetencia. (Reescrito en 2025 a partir de un texto original demasiado desactualizado)
martes, 4 de marzo de 2014
El gobierno anuncia, otra vez, la inminente recuperación de la economía.
martes, 18 de junio de 2013
Verano
lunes, 4 de marzo de 2013
Todo va a ir... ¿mejor?
Enviado a ECA. 7/3/2013
domingo, 17 de junio de 2012
Palabras
* Me refiero a petróleo líquido convencional. Las arenas bituminosas, los esquistos y otros intentos de sacar energía de donde no la hay no son más que una muestra de lo desesperada que es la situación.
** El final era distinto pero lo he suavizado un poco atendiendo a la sugerencia de DGM
sábado, 28 de abril de 2012
Nublado, con riesgo de tormentas...
lunes, 19 de marzo de 2012
Pico de Petróleo VI
Los stocks de crudo y sus derivados en Europa, prácticamente en caída libre, mientras los precios del barril de Brent continúan oscilando, y no mucho, en torno a los 125$. La situación es potencialmente alarmante aunque aquellos cuya alarma explícita podría desatar la alarma general, hacen, por el momento, como que no se alarman mientras esperan... ¿qué? ¿el final de la crisis? ¿nuevos descubrimientos en el Mar del Norte? ¿un milagro?. No, claro. Lo que los políticos esperan es que la situación no se deteriore tanto como para hacerles perder las próximas elecciones, como le pasó a Zapatero o a Berlusconi y está a punto de pasarle a Sarkozy que tampoco parece andar muy sobrado de sentido común. Eso es lo único que les interesa, así que seguirán anunciando, una y otra vez, la vuelta al crecimiento para el próximo semestre y así un semestre tras otro y como la gente se entera poco, aunque más de lo que parece, de lo que realmente está pasando y además está deseando creer que todo esto es un mal sueño, seguirá esperando, contra toda esperanza, que los pronósticos más optimistas se cumplan algún día. Y mientras tanto, las cosas se van deteriorando cada vez más a la espera, y esta parece más fundada, del detonante que acabe de una vez por todas con las especulaciones y las dudas sobre el Peak Oil, el papel de las renovables y otros tópicos al uso. Naturalmente entonces será tarde para hacer nada, pero eso no es un problema. Ya es tarde.
martes, 14 de febrero de 2012
Un futuro muy imperfecto
La ingeniería financiera, los derivados y toda la estúpida parafernalia construida por los economistas de Harvard, en su beneficio y en el de los tenedores de capital, también llamados inversores, permite que mantengamos la ilusión de que todavía existe una actividad económica propiamente dicha, aunque un elevado porcentaje de la misma, en los países occidentales, consista simplemente en mover dinero de un lado a otro y permite, también, contabilizar como energía disponible la obtenida con tasas de retorno que, en un mundo real en el que el dinero representara algo tangible, serían inasumibles. Todo ello, evidentemente, al precio de agravar más y más la crisis y de hacer imposible una salida no traumática a la misma. Llegará un momento, inevitablemente, en el que todo este castillo de naipes se desmoronará de golpe y para entonces el tamaño del problema hará inviable cualquier intento de solución.
Antes de eso, todavía hay quien cree posible, e incluso necesario, pensar en una salida ordenada a la crisis actual, aceptando, desde luego, que nuestro modo de vida actual, el American Way of Life, iniciado en la posguerra mundial y que ya estaba agotado en los años 70, es cosa del pasado. Una salida que, al menos en teoría, debería pasar por aceptar una muy importante disminución de la energía disponible y en consecuencia, de nuestros niveles de consumo. El problema es que la civilización industrial es un sistema extraordinariamente complejo, autosostenido, de comportamiento impredecible e incontrolable incluso con la ayuda de los más sofisticados computadores, de tal manera que una actuación mal medida en cualquiera de sus puntos puede producir efectos indeseables e incluso catastróficos en otros. Una reducción drástica del consumo, por ejemplo, se sustanciará, casi inevitablemente, con un cierre masivo de fábricas y un incremento del paro. Por otra parte, esta economía globalizada funciona razonablemente bien en crecimiento pero, ni un sistema monetario basado en la deuda, ni una población cuyo tamaño se ha doblado en los últimos 50 años permiten aventurar otra salida que colapso para el caso de que el crecimiento se detenga o se haga negativo. Es posible, claro, que ese colapso no sea el fin del mundo e incluso, como sostienen los optimistas moderados, que sea el principio de un nuevo modelo, más sencillo y menos competitivo donde, los que queden, sean más felices. Lo que ya no parece muy probable es que ese nuevo modelo permita sostener a una población de 7000 millones en las condiciones actuales, ni que la reducción de complejidad a la que estamos abocados, se lleve a cabo sin un proceso de adaptación violento y revolucionario.
Dicho esto, cabe preguntarse y desde luego, hay gente que se lo pregunta, por la utilidad que tiene hablar, o escribir, sobre estas cosas, si es que realmente todo va a ir tan mal. De hecho, la mayor parte de la gente no aprecia en absoluto este tipo de disquisiciones y prefiere creer en que el ingenio humano, que según el sentir popular ya nos ha sacado, en otras ocasiones, de problemas parecidos, vendrá también en esta ocasión en nuestra ayuda y nos proporcionada nuevas y fantásticas fuentes de energía, depósitos de materiales, una atmósfera limpia, terreno agrícola y todo el sentido común necesario para gestionar tanta maravilla. Incluso en medio de una crisis como ésta, con cientos de miles de puestos de trabajo destruidos y asistiendo la sistemática demolición del estado del bienestar, la gente prefiere, preferimos, seguir aferrados a la idea de que todo esto es meramente coyuntural y debido a los turbios e incompetentes manejos de unos cuantos y de que, en consecuencia, se solucionará en algún momento y las cosas volverán a donde estaban. Incluso los que, como yo, creen saber que las consecuencias de vivir en un entorno finito y la inexorabilidad de las leyes de la termodinámica acaban siempre por imponerse al optimismo más recalcitrante, tienen, tenemos, la esperanza de que las cosas empezarán a ir definitivamente mal justo después de que eso ya no tenga ninguna importancia para nosotros, aunque esa esperanza se va diluyendo a medida que los acontecimientos van confirmando las hipótesis más... realistas.
Y, ¿Cuáles son esas hipótesis? La primera es que la era del petróleo barato y abundante, principal fundamento energético de la revolución industrial que nos ha llevado hasta aquí, ha terminado, aunque ese final esté todavía enmascarado con distintos subterfugios y la segunda que no hay, a la vista, alternativas capaces de sustituirlo. Como esta economía depende absolutamente del petróleo para su funcionamiento, cabe esperar que, si se produce una disminución real del suministro, los países que dispongan de la fuerza militar necesaria para ello intentarán hacerse con el control de los pozos y los oleoductos lo que, inevitablemente, conducirá a una guerra que, si no se ventila con armas nucleares suficientes para solucionar definitivamente y para siempre, todos los problemas, dejará el suministro de petróleo en unas pocas manos. Cabe esperar que eso sea, también, el final de una economía globalizada en la que resultaba indiferente el lugar donde se produjeran los bienes de consumo y también los alimentos y el comienzo de una etapa de transición en la que la resiliencia local tenga una importancia decisiva. Quizá durante algún tiempo sea posible sobrevivir en pequeñas comunidades que dispongan de agua y terrenos agrícolas fértiles pero, con el inconveniente de que eso tampoco será tan abundante como para que no haya que luchar por ello. Y por ahora, nada más que desear que los muchos que aún creen que todo esto son tonterías, tengan toda la razón. Amén.