El verano amaga con un par de días de calor sofocante y vuelve después sobre sus pasos dejando un par de días de lluvia y ocho grados menos de temperatura. Dentro de una semana el Sol alcanzará la parte más alta de su recorrido por el hemisferio norte, mientras las lluvias adelantan el deshielo y desbordan los ríos. El calor irá, sin embargo, aumentando hasta que, a mediados de agosto y sobre todo en septiembre, bajen otra vez las temperaturas y llegue el otoño y también el invierno astronómico que tampoco será, seguramente, un invierno como los de antes, pero puede ser un poco más difícil que el anterior. Las cosas no están bien pero no acaban de estropearse del todo y por eso el gobierno sigue anunciando, aunque nadie lo tome en serio, brotes verdes y un crecimiento imposible y su presidente pone al AVE Madrid-Alicante como ejemplo de lo bien que está este país. Por sus obras los conoceréis, dijo el Señor. Y por las nuestras nos conocen, dice el gobierno, pero lo que Mateo (Mt 7 15-20) quería decir es que nos guardáramos de los falsos profetas que son los que se regocijan inaugurando AVES mientras suprimen trenes convencionales y omiten mencionar sus aeropuertos sin aviones, ciudades de la cultura sin libros ni cultura, submarinos que no flotan y otras maravillas no menos notables. Pero todo se va deteriorando lentamente, aunque no tan lentamente como para que el deterioro resulte reversible. Hay cosas que teníamos y que dábamos por supuestas y que ya no tenemos y que dentro de poco tampoco extrañaremos y así iremos, lentamente, de una a otra forma de vida hasta que nuestra especie, que durante poco más de un millón de años ha dominado un planeta que tiene cuatro mil millones de años de edad, se extinga para dejar paso a otra u otras que quizá no sean tan inteligentes o que quizá lo sean más y aguanten aún menos tiempo. El planeta y el Sol que lo calienta tienen aún, en teoría, para unos cuantos millones de años, quizá miles de millones, si un meteorito del tamaño adecuado no pone fin a todo esto antes de que el Sol se transforme en una supernova así que hay tiempo para todo. Claro que, los ochenta años de esperanza de vida que todos tenemos al nacer, que no son gran cosa y que parecen aún menos cuando se está a punto de cumplir sesenta, hacen que sea innecesario preocuparse por acontecimientos tan remotos o impredecibles.
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martes, 18 de junio de 2013
martes, 24 de noviembre de 2009
De conspiraciones y otras paranoias
El País se ha empeñado en desacreditar a Teresa Forcades, una monja benedictina, doctora en medicina, que, a su vez, se ha empeñado en poner en cuestión la necesidad de vacunarse contra la gripe A. Sor Teresa se explica bastante bien y acostumbra a sostener sus afirmaciones con citas y referencias suficientes, cosa que, por cierto, el articulista de El País considera un demérito y ahora parece que ha participado en un seminario, Ciencia y Espíritu y ha compartido mesa con gentes que niegan el VIH o sostienen que el atentado del 11 de septiembre fue una operación encubierta de alguna agencia federal americana, entre otras aberraciones, lo que sirve al articulista para insinuar, por aquello del dime con quien andas, que la Dra. Forcades es también, algo paranoica. No puedo opinar sobre el VIH pero, de entrada, creo que cualquier cosa que afecte a los intereses económicos de grandes empresas multinacionales o forme parte del repertorio de determinados políticos puede y debe ser puesta en cuestión, aunque no sea más que por higiene mental. En concreto y por lo que respecta al atentado del 11 de septiembre y aprovechando que se está juzgando a algunas personas, supuestamente relacionadas con lo que ocurrió, escribí ayer un post que ahora me parece necesario actualizar. Es verdad que la hipótesis de un simulacro de ataque, organizado o tolerado por las autoridades norteamericanas para manipular al Congreso y a la opinión pública, parece demasiado horrible para ser cierta, pero no tengo la menor duda de que para el entonces presidente Bush y otros, la operación, de haberla considerado necesaria, no hubiera planteado más problema que la posibilidad de ser descubierta. Una radio baliza en las Torres dirigiendo a los aviones hacia ellas, un misil emitiendo el, teóricamente imprescindible, código amigo atacando al Pentágono en vuelo rasante, la voladura controlada de las Torres, una vez evacuados en la medida de lo posible los pisos inferiores, para multiplicar el efecto psicológico son cosas ciertamente muy difíciles de creer, pero no mucho más que, por ejemplo, pilotos con experiencia, escasa, en avionetas manejaran con tanta precisión los grandes 747, o que los sistemas de seguridad del Pentágono permitieran la aproximación hostil de un avión sin interceptarlo y que los daños en el edificio y a su personal fueran, afortunada o casualmente, tan limitados, o que ningún avión de combate estuviera en el aire durante las dos horas largas que duró la emergencia. Cada uno puede creer lo que le parezca, pero lo cierto es que, gracias al atentado, la democracia, en los Estados Unidos, sufrió un daño tan devastador como el sufrido por las Torres, mediante la imposición de una legislación de excepción que, en otras circunstancias, ni los congresistas ni la opinión pública hubieran tolerado. Y gracias, también, al atentado, quedó legitimado el ataque contra Irak y el estacionamiento de una fuerza militar, mientras sea necesario, cerca de los yacimientos de petróleo más importantes del mundo, con el evidente objetivo de asegurar el suministro de crudo a los Estados Unidos e Inglaterra, si la crisis energética se agrava. Puede que la eventualidad de un Pico de Petróleo sea objeto de discusión en medios académicos o periodísticos, pero seguro que en la Casa Blanca o en el Pentágono no tienen ninguna duda. Y, en cuanto a la posibilidad de que una operación así sea descubierta, prácticamente cero pero mayor que la que existe de que la gente admita la posibilidad de algo semejante. Incluso a mí me cuesta tomarme esto en serio y desde luego, no recomiendo a nadie que lo haga.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Peak fish
Los somalíes, como otros pueblos de África, son gentes sin recursos o con sus recursos en otras manos, con un presente problemático y un futuro nada claro y sin gobierno, aunque esto último no es necesariamente malo. Viven cerca de lugares donde la pesca es abundante pero a ellos les da igual. No tienen barcos, ni dinero para comprarlos y aunque los tuvieran y supieran pescar, se encontrarían sin mercados y con sus caladeros ocupados por pesqueros de otras naciones, grandes y protegidos por gente armada y barcos de guerra, que vienen de países en cuyas costas también se puede pescar, pero donde hay que cumplir ciertas normas, establecidas con objeto de preservar un recurso limitado, valioso y en trance de agotamiento, que no permiten capturas por encima de ciertos límites, obligan a utilizar redes con la malla de un tamaño determinado que impida el apresamiento de peces pequeños, establecen períodos de veda para facilitar la reproducción, etc. Estas limitaciones hacen que la pesca allí no sea, ni de lejos, tan productiva y rentable como lo es en las costas de Somalia. Y, de vez en cuando y a pesar de la fuerza militar que protege los pesqueros, algún despistado, o listillo, se sale de la zona protegida para arramblar con todo lo que pueda y los somalíes, que no son completamente inofensivos y de algo tienen que vivir, aprovechan, si pueden, para cobrarle un peaje. Industria para la cual ya cuentan, claro, con contactos e intermediarios en Londres y donde haga falta. Mientras no haya muertos, gajes del oficio. Y cuando los haya también.
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