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jueves, 24 de abril de 2025

¿No era para tanto?

Hace tiempo que escribo, de forma ocasional, sobre energía. Una cuestión en la que, en pocos años, los observadores desapasionados y medianamente informados pasamos de una relativa seguridad a una profunda desorientación. Aquella “seguridad” consistía en la, por entonces, aparente inevitabilidad del desastre: un colapso económico y social tras la llegada —que parecía inminente— del pico en la producción mundial de petróleo.

Al abrigo de esa convicción se organizaron congresos —dos de ellos en Barbastro—, se crearon y mantuvieron páginas web de referencia, como The Oil Drum, y se celebraron debates universitarios sobre extracción de petróleo, límites físicos, ecología o economía. Se construyeron gráficos y se elaboraron estudios, algunos muy elaborados y convincentes. Yo mismo escribí artículos que pretendían dejar claro que el crecimiento económico, impulsado por una política monetaria asentada en la expansión del crédito, sólo era posible gracias a un aporte creciente de energía; aporte que, a su vez, sólo un suministro también creciente de petróleo podía garantizar.

Hoy, aquella certeza se ha difuminado. Muchos dirán que, afortunadamente; otros, que en realidad nunca existió más allá de las teorías alarmistas de unos pocos. Lo cierto es que el pico del petróleo convencional, predicho por M. King Hubbert en 1956, se alcanzó efectivamente en Estados Unidos en 1970 y, a escala global, hacia 2008. Sin embargo, el impacto fue amortiguado por varias vías: el desarrollo de fuentes no convencionales como el fracking, la expansión de las energías renovables, mejoras de eficiencia y una reducción del consumo asociada, en parte, a contracciones económicas. En volumen total de “todos los líquidos” —incluyendo no convencionales y biocombustibles— la producción mundial incluso continuó creciendo, aunque con un rendimiento energético decreciente (menor EROEI), lo que implica costes y vulnerabilidades adicionales.

La economía global sigue dependiendo de un crecimiento que hoy resulta problemático, debido a su anclaje en un sistema monetario basado en deuda e interés compuesto. Sin embargo, está perdiendo parte del carácter global que tuvo no hace tanto, en favor de un enfoque más localista y proteccionista. Esto se refleja en políticas industriales estratégicas, en controles de exportación de tecnología crítica y en la configuración de cadenas de suministro “seguras” o friend-shoring.

No hace tanto creíamos, sobre la base de los datos y proyecciones de entonces, enfrentarnos a una catástrofe inminente y de alcance planetario. Incluso pensamos que todos éramos parte del problema y también de la solución. Pero, una vez constatado el aplazamiento del colapso, aquel incipiente orden global ha dado paso a un escenario de bloques autárquicos, más preocupados por la resiliencia —asegurar el suministro propio— que por la eficiencia global. El resultado es un retorno a la competencia, especialmente entre grandes potencias, por unos recursos que siguen siendo finitos: los últimos yacimientos rentables de combustibles fósiles, las cadenas de producción de alta tecnología y, no menos importante, la inteligencia —humana y artificial— necesaria para controlarlos.

Cronología resumida del “pico” y su contexto

AñoHitoRelevancia
1956M. King Hubbert publica su modelo de producción de petróleo.Predice el pico de producción en EE. UU. hacia 1970 y, más adelante, un pico global.
1970Pico del petróleo convencional en EE. UU.Inicio de dependencia creciente de importaciones y exploración fuera del país.
1973–1979Crisis del petróleo (OPEP, Irán).Primera señal de vulnerabilidad energética global.
2005–2008Estancamiento y posterior pico del petróleo convencional a escala global.Coincide con precios récord (Brent >140 $/barril en 2008) y debate sobre “peak oil” en foros académicos y especializados (The Oil Drum).
2008Crisis financiera global.Contracción económica reduce demanda; precios caen abruptamente.
2010–2014Auge del fracking en EE. UU.Expansión de producción no convencional; nuevo récord en “todos los líquidos”.
2014–2016Caída de precios del crudo.Afecta inversión upstream; evidencia la volatilidad del nuevo paradigma.
2018–2020Expansión de renovables y tensiones comerciales EE. UU.–China.Energía y geopolítica empiezan a entrelazarse de forma visible.
2022–2024Crisis energética en Europa (guerra en Ucrania, cortes de gas ruso).Retorno de estrategias de seguridad energética nacional y reconfiguración de mercados.

Continuará.

martes, 17 de diciembre de 2024

Entrevista.

Publicada hace unos años (2009) en un blog sobre energía, hoy desaparecido. La traigo a colación porque poco ha cambiado desde entonces aunque, inexplicablemente, el sistema siga aguantando e incluso presente, a ojos de un observador poco atento, síntomas de recuperación.

Ha escrito usted mucho sobre la crisis energética, la degeneración política y el autoengaño social. ¿Es usted un pesimista?

CG:

No especialmente. Pero menos aún un optimista. Un pesimista cree que todo va a ir mal. Yo me limito a observar que ya ha ido mal. No estoy haciendo predicciones apocalípticas. Solo constato que la política se ha vaciado, que la economía se sostiene sobre humo, y que la energía barata que sostenía todo esto se ha acabado. No es una opinión: son datos.


Pero el estilo de sus textos transmite una forma de escepticismo radical. ¿No hay lugar para la esperanza?

CG:

Claro que hay lugar para la esperanza. Pero no en la política institucional, ni en el mercado, ni en las soluciones milagrosas que se anuncian cada seis meses con nombres distintos. La esperanza, si sirve para algo, debería ayudarnos a mirar con claridad, no a taparnos los ojos. Prefiero la lucidez amarga a la ilusión anestésica.


Usted critica con dureza tanto a la clase política como a los ciudadanos. ¿No teme caer en el cinismo?

CG:

No es cinismo. Es una defensa de la inteligencia. El cinismo es el escepticismo del que no quiere saber. Yo, en cambio, escribo porque creo que todavía hay quien puede —y quiere— entender. No espero una revolución. Me conformo con provocar una sospecha, una grieta en el relato. Un lector que se detenga y diga: “espera, esto no cuadra”. Con eso basta.


¿Qué lugar ocupa el humor en su escritura? A menudo hay sarcasmo, ironía, a veces burla.

CG:

El humor es la única herramienta que le queda al que no tiene poder. Si no puedo impedir que me cuenten cuentos, al menos puedo reírme de los que mienten. Y hacerlos quedar en ridículo. O intentarlo. La política actual es un esperpento. Yo me limito a ponerle un espejo delante.


Usted escribió sobre el “chiste de la senda del crecimiento”. ¿Cree que el crecimiento es un mito?

CG:

No es un mito. Es una necesidad estructural del capitalismo. Si no creces, quiebras. Pero el planeta no crece. Las reservas energéticas no crecen. Los suelos, el agua, el clima... todo eso tiene límites. El crecimiento como principio absoluto es un suicidio lento, y lo peor es que ya ni siquiera funciona. Ahora crecemos en deuda, en desigualdad, en miseria disfrazada de normalidad.


Usted ha hablado del Peak Oil como un hecho consumado. ¿Cree que la sociedad va hacia el colapso?

CG:

No hace falta dramatizar. El colapso no es una explosión. Es un proceso. Ya estamos en él. ¿O no es colapso una sociedad donde millones de personas viven peor que sus padres, trabajan más por menos, y aceptan todo eso como algo inevitable? ¿No es colapso que se debata si el planeta puede sobrevivir a nuestro modo de vida… y se resuelva que no se puede hacer nada, pero que volvamos al consumo con una sonrisa?


¿Qué opina del papel de las energías renovables en este contexto? ¿Cree que son una estafa?

CG:

Las renovables no son una estafa. Pero no son una alternativa completa al sistema fósil. Requieren materiales, infraestructuras, energía previa para obtenerlas. Y sobre todo, no resuelven el problema cultural de fondo: nuestra obsesión por mantener todo tal y como está. No se trata de sustituir una fuente por otra. Se trata de cambiar de vida. Y eso no quiere hacerlo nadie.


¿Y la izquierda? ¿Dónde está en todo esto?

CG:

La izquierda institucional ha asumido los mismos dogmas que la derecha: crecimiento, competitividad, consumo, retórica de la innovación. En lugar de cuestionar el sistema, se ha dedicado a gestionar sus ruinas con lenguaje inclusivo y sonrisas. La izquierda debería incomodar, no gestionar el espectáculo.


¿Por qué sigue escribiendo?

CG:

Por aburrimiento, supongo. Pero también porque alguien tiene que decir que el emperador está desnudo, aunque ya no haya nadie dispuesto a escuchar. Porque si renuncias a la palabra, solo te queda el silencio. Y porque aún no me he rendido. 


 

sábado, 1 de enero de 2022

El invierno de la energía

La crisis energética, discretamente omnipresente desde hace años, era, sobre todo, la crisis del petróleo. Es verdad que había y hay otras fuentes de energía primaria, incluso algunas parcialmente renovables, pero el petróleo tiene unas ventajas que lo hacen, en la práctica insustituible. En cualquier caso, la gente, en general, no habla demasiado de crisis energética por la sencilla razón de que aún no la percibe como amenaza. Es verdad que el precio de la energía eléctrica lleva un tiempo descontrolado, pero eso ya ha pasado otras veces y no sólo con la energía eléctrica sino también con el petróleo, que en el 2008 llegó a alcanzar los 180$ por barril para caer hasta los 30 y permanecer en ese entorno por largas temporadas. Ahora el precio del Brent está cerca de los 80 dólares por barril, pero la gente, harta ya de que le anuncien la inminente llegada del lobo y con el gobierno prometiendo un día sí y otro también reducir la factura de la luz a niveles aceptables, no parece preocuparse demasiado. O al menos, no lo suficiente como para expresar ruidosamente y en la calle su preocupación y descontento. Sin embargo, hay sobrados motivos para preocuparse. Entre 1950 y 2020 la población mundial ha pasado de 2,54 a 7,79 miles de millones de personas, es decir, prácticamente se ha triplicado, y, en la parte del mundo que nos ha tocado vivir, se han alcanzado cotas de bienestar que ninguna generación había conseguido hasta la fecha y que pueden atribuirse, sin ningún problema al descubrimiento y explotación, en poco más de 200 años, de enormes cantidades de energía solar almacenada en el interior de la Tierra en tiempos geológicos remotos y durante cientos de años. Una energía que no se puede reponer ni sustituir en la mayor parte de los usos que ahora tiene y sobre todo en el transporte. Es verdad que ya hay coches eléctricos e incluso están proliferando los puntos de recarga rápida, pero no son muchos y no está claro que los materiales necesarios para la fabricación de estos vehículos vayan a estar disponibles para toda la flota en un futuro previsible. Y, en todo caso, la energía eléctrica que ha de mover la nueva y ¿sostenible? flota habrá de salir de algún sitio y no parece que la obtenida de fuentes renovables vaya a ser suficiente, si el tamaño de la flota ha de acercarse al de la que actualmente se mueve con combustibles fósiles. Ni mucho menos. La Civilización industrial, ésta, es un sistema complejo que funciona mediante la transformación de un flujo constante y esto es muy importante, creciente, de energía de baja entropía en otra de alta entropía, es decir, en calor disipado en la atmósfera. Hasta los años 70 del pasado siglo el ritmo de descubrimientos de nuevos yacimientos y el petróleo obtenido permitían alimentar ese ritmo creciente, pero a partir de ese momento el petróleo alcanzó su pico de producción en los Estados Unidos, ante el general desconcierto y tal como Hubbert había predicho. La primera consecuencia fue que los Estados Unidos pasaron en poco tiempo de exportador a importador neto, salvando así una situación que resultará imposible de manejar cuando el pico sea global. La forma, casi desesperada, de resolver el problema, en este último caso, ha sido recurrir a la extracción de petróleo en formación mediante la utilización de técnicas de fracturación de rocas, obteniendo un resultado insuficiente, escasamente rentable y muy costoso en términos ambientales, por lo que muchas de las empresas que lo iniciaron están en estos momentos próximas a la quiebra o han abandonado directamente el mercado. El comportamiento de sistemas complejos suele presentar un período largo de estabilidad, pero la mayoría alcanza en algún momento puntos de inflexión o umbrales críticos en los que el sistema pasa de un estado a otro de una manera abrupta, con la consiguiente pérdida de complejidad. La mayor parte de la población, al menos la del, hasta hace poco, conocido como primer mundo, no ha experimentado el tipo de sociedad que resultaría de un colapso del sistema, pero la búsqueda de espacio y recursos ya han provocado enfrentamientos más o menos extendidos e incluso guerras globales. Digamos que la disponibilidad de energía abundante y barata y una relativamente homogénea distribución de la riqueza resultante, al menos entre los que hubieran estado, en su caso, en condiciones de manifestar violentamente su disgusto, ha mantenido el sistema, durante un período asombrosamente largo de tiempo, en la situación que los europeos de la primera mitad del Siglo XX denominaban Paz Armada o Belle Époque y que terminó, dicho sea en términos coloquiales, como el rosario de la aurora. Ahora parece haber otras formas y otras herramientas más sofisticadas para hacerse con el poder real y gestionarlo, formas que se están experimentando constantemente y a plena luz, y que implícita o explícitamente, están terminando con otro de los experimentos de los Siglos 19 y 20, la democracia representativa que los griegos también experimentaron y que quedó después relegada al olvido durante mucho tiempo. ECA, 30 de diciembre de 2021

sábado, 5 de enero de 2019

17 años y casi dos meses después del 11 de septiembre...

el fiscal de Estados Unidos para el distrito Sur de Nueva York envió la carta que se reproduce más abajo, en respuesta a una petición de The Lawyers' Committee for 9/11 Inquiry, que ha reunido evidencias de la comisión de delitos federales, no perseguidos hasta la fecha, en el WTC (las torres gemelas) el 11 de septiembre de 2001. Entre estos delitos podría estar la voladura con explosivos de parte de la estructura de ambas torres, lo que explicaría la total ausencia de deceleración una vez iniciado el colapso y la caída libre de la parte de las torres situada por encima del impacto de los aviones. La respuesta supone la convocatoria de un gran jurado federal para evaluar la evidencia presentada y formular, en su caso, las acusaciones pertinentes.

Enlaces

1 Entrada relacionada con este asunto publicada en 2009
Architects & Engineers for 9/11 Truth

La carta

BY MAIL
Mick G. Harrison, Esq.
Executive Director
The Lawyers' Committee for 9/11
 Inquiry, Inc.
426 River Mill Road
Jersey Shore,
Pennsylvania 17740

Dear Mr. Harrison:


We have received and reviewed The Lawyers' Committee for 9/11 Inquiry, Inc.'s submissions of April 10 and July 30, 2018. We will comply with the provisions of 18 U.S.C. § 3332 as they relate to your submissions.




viernes, 5 de enero de 2018

¿Energía? No pasa nada. Y si pasa, no importa.



¿De dónde venimos? ¿a dónde vamos?... son preguntas recurrentes a las que no se les suele encontrar una respuesta convincente, por más que una trivial, obvia y parcialmente concordante con la experiencia aparezca ya en el Génesis 3:19: del polvo y al polvo. No parece posible llegar mucho más lejos, sin recurrir a la fe que es una virtud que, como es sabido, no tiene todo el mundo.
Hay otra pregunta que parece más prometedora: ¿qué hacemos aquí?, y sobre esto hay opiniones para todos los gustos, desde los que se empeñan en buscarle un sentido trascendental a la existencia, hasta los que creen que esto no tiene ni pies de cabeza y también hay una respuesta que sirve para todos los casos, aunque quizá no en la misma medida. Lo que hacemos aquí es gastar, derrochar, malmeter como decía mi abuela. De todo, pero, en última instancia, energía. Habrá quien crea que esto es por vicio o por ignorancia y es posible que haya algo de eso, pero no mucho porque, en realidad, no podemos hacer otra cosa. O gastamos energía –en este contexto gastar significa transformar energía útil y concentrada en calor inútil y disperso- o desaparecemos.
Así, nosotros mismos, aunque ya somos concebidos con un alto grado de complejidad, dedicamos ingentes cantidades de energía a mantener y acrecentar esa complejidad a lo largo de toda nuestra vida. Al final volveremos al polvo del que, según el Génesis, salimos, pero la energía que hemos utilizado habrá devenido inútil para cualquier finalidad práctica distinta de elevar un poco más la temperatura media de la Tierra y el mundo estará un poco más cerca de un estado ideal, de entropía infinita y caos absoluto en el que ya no seremos necesarios ni posibles. Bueno, necesarios tampoco lo somos ahora. La energía tiene otras formas de disiparse sin nuestra intervención.
El caso es que, si queremos mantener la complejidad, la nuestra y la de nuestra civilización, sostener el escandaloso tren de vida que llevamos en occidente y permitir una aproximación al mismo a los pueblos que ahora mismo están aporreando la puerta, antes de que consigan echarla abajo, necesitamos un aporte continuo y preferiblemente creciente de energía concentrada. Energía que, como es el caso del petróleo y en menor medida también del gas natural y del carbón, ha necesitado cientos de miles e incluso millones de años para formarse y que vamos a consumir en poco más de un par de cientos de años.
El reto, el problema de siempre, aunque durante unos pocos años ha podido dar la impresión de estar superado es, precisamente, de dónde vamos a sacar esa energía concentrada el año que viene, pero a este respecto podemos estar tranquilos. O no, que nos va a dar igual. De acuerdo con los informes anuales de la Agencia Internacional de la Energía, de la OPEC o de la Administración Federal de la Energía de Estados Unidos parece que, al menos un año más, podremos decir que los negocios seguirán como de costumbre.
En resumen, que si en el año 2015, el mix energético -casi 14.000 Mtoe[1]-  estaba formado aún por un 80% largo de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo), un 2,5% de energía hidráulica, un 9,7% de biofuel, que tiene la doble virtud de producir energía y matar de hambre a los hipotéticos consumidores y un 2% escaso de las energías supuestamente renovables, para el 2018 no se prevén grandes variaciones salvo la consolidación del gas natural como combustible de transición -aún hay quién confía en una transición tranquila a las energías renovables- y del fracking como técnica de extracción de los últimos restos, sobre todo en Estados Unidos, un incremento de la eficiencia en los motores de combustión interna, que no se traducirá necesariamente en una reducción del consumo (paradoja de Jevons), una disminución del consumo de carbón, sobre todo en China y un recurso más decidido a la inversión en renovables. Nada nuevo bajo el Sol, suponiendo que nos cuenten toda la verdad y que las Nuevas Políticas auspiciadas por la agencia internacional de la energía se lleven a cabo. Que tampoco es muy probable.



[1] Millones de toneladas equivalentes de petróleo

 (Publicado en ECA el 5 de enero de 2018)

viernes, 10 de octubre de 2014

Introducción al Congreso 'Más allá del pico de petróleo. El futuro de la energía'.

Celebrado en la UNED de Barbastro, los días 9 y 10 de octubre de 2014.
Esta es la breve presentación que hice para fijar la postura, objetivos y motivaciones de la organización.


Este congreso se organiza en el marco del Proyecto OLEUS, que es el acrónimo de Observatorio Local de la Energía de la UNED en el Somontano. El proyecto se inició en 2008 es un proyecto local, sin financiación exterior y cuya actividad más destacada, hasta ahora, ha sido la organización de un congreso en mayo de 2011 y de este que empieza hoy. Organización que, dicho sea de paso, ha consumido una parte importante de los recursos del proyecto.

Mantenemos el objetivo inicial de constituir un fondo de información relevante acerca de cuestiones relacionadas con la energía y de contribuir a la difusión de esa información sobre todo en niveles escolares e incluso el de una eventual colaboración con las autoridades locales, si optaran por ello en algún momento, en la definición y puesta en marcha de un modelo de transición hacia una sociedad post carbón o en la elaboración de un plan de contingencia que cubriera una escasez persistente de combustibles líquidos, en la línea de los que ya se han elaborado en otros países y de movimientos que ya funcionan en este.

Lo que se va a discutir aquí está, evidentemente, relacionado con los objetivos del proyecto y también está entre las cuestiones más relevantes para el futuro que pueden abordarse hoy en día,  aunque el debate no esté, aún, salvo esporádicamente y generalmente en el sentido de minimizar su importancia, en los grandes medios de comunicación.

En todo caso estamos en un entorno universitario lo que, en principio, nos obliga a manejar datos, analizar hechos, presentar evidencias, llegar a conclusiones cuando se pueda y sobre todo a poner en cuestión y someter a cuidadoso escrutinio las afirmaciones no sostenidas por evidencias contrastables como, por ejemplo, que la crisis ha terminado y la vuelta al crecimiento es inmediata,  que la globalización es la solución a todos los problemas, que el petróleo disponible es sólo una función del dinero que se esté dispuesto a invertir en su extracción o que se agotará en los próximos meses.

George Mobus, conocido por el blog que publicaba y publica con el sugestivo título ‘question everything’ y que, como otros antes que él, ha renunciado, parece que definitivamente, a seguir reflexionando en voz alta y bastante clara sobre las consecuencias de la lógica del crecimiento y de las formas actuales de gobierno del mundo, sostiene que, aunque somos, en cierta medida, una especie inteligente, carecemos de lo que los anglosajones llaman wisdom y que en español podríamos traducir por sabiduría. Podemos acumular conocimiento, a través del aprendizaje y de la experiencia, pero nos falta, o no tenemos suficiente, lo que podríamos llamar metaconocimiento, es decir, el conocimiento para utilizar el conocimiento.

Un ejemplo podría ser el persistente entusiasmo que, a cuenta de la sostenibilidad, despiertan lo que hemos venido en llamar energías renovables que tienen, como los combustibles fósiles, que son el paradigma de la no renovabilidad, su origen en la procedente del Sol. Pero que tengan el mismo origen no implica necesariamente que sean equivalentes ni que puedan utilizarse las unas en lugar de los otros. Los combustibles fósiles son, salvo nuevos e improbables avances en las teorías abióticas,  el resultado de cientos de millones de años de transformación de residuos orgánicos, originados por la fotosíntesis, en complejos conglomerados de cadenas de hidrocarburos que parece que estamos agotando en un tiempo insignificante a escala geológica y poco relevante a escala humana, un proceso de concentración que quizá se pueda reproducir pero para el que, evidentemente, no disponemos de tiempo y el intento, un tanto desesperado, de utilización de fases intermedias de esta transformación, es el caso de las arenas bituminosas de Canadá o de recurrir a sofisticados procedimientos como la fracturación hidráulica para acceder a los últimos y más inaccesibles depósitos de petróleo o gas natural, amén de proporcionar una rentabilidad energética decreciente y de constituir per se una burbuja de incierto futuro, plantea también graves problemas medioambientales.

Decía Bartlett, un matemático norteamericano de Colorado, que uno de los mayores hándicaps de la humanidad es su incapacidad para entender la función exponencial.

Gracias, es un decir, a esta incapacidad hemos construido una economía y sobre todo un sistema monetario basados en la deuda y en el interés compuesto, que hace que tengamos que elegir entre el crecimiento, por problemático e insostenible que parezca, y el desastre económico. Por supuesto hemos elegido el crecimiento, pero esta elección recuerda un poco a aquella apócrifa interpelación al primer ministro inglés, Chamberlain, cuando volvía, muy satisfecho, de su negociación del Pacto de Munich con Hitler: Entre la guerra y el deshonor, has escogido el deshonor, pero también tendrás la guerra.

Pero no hemos venido aquí a especular ni a hablar de historia. O no sólo a eso.  Hemos venido sobre todo a hablar y a escuchar y hemos venido a discutir, con la esperanza de aprender y de que algo de lo que aquí se diga salga de estas paredes y en la medida en que aún pueda resultar útil, contribuya a construir un futuro viable para nosotros y para nuestros hijos. 

Muchas gracias y feliz congreso.

lunes, 19 de marzo de 2012

Pico de Petróleo VI


Los stocks de crudo y sus derivados en Europa, prácticamente en caída libre, mientras los precios del barril de Brent continúan oscilando, y no mucho, en torno a los 125$. La situación es potencialmente alarmante aunque aquellos cuya alarma explícita podría desatar la alarma general, hacen, por el momento, como que no se alarman mientras esperan... ¿qué? ¿el final de la crisis? ¿nuevos descubrimientos en el Mar del Norte? ¿un milagro?. No, claro. Lo que los políticos esperan es que la situación no se deteriore tanto como para hacerles perder las próximas elecciones, como le pasó a Zapatero o a Berlusconi y está a punto de pasarle a Sarkozy que tampoco parece andar muy sobrado de sentido común. Eso es lo único que les interesa, así que seguirán anunciando,  una y otra vez, la vuelta al crecimiento para el próximo semestre y así un semestre tras otro y como la gente se entera poco, aunque más de lo que parece, de lo que realmente está pasando y además está deseando creer que todo esto es un mal sueño, seguirá esperando, contra toda esperanza, que los pronósticos más optimistas se cumplan algún día. Y mientras tanto, las cosas se van deteriorando cada vez más a la espera, y esta parece más fundada, del detonante que acabe de una vez por todas con las especulaciones y las dudas sobre el Peak Oil, el papel de  las renovables y otros tópicos al uso. Naturalmente entonces será tarde para hacer nada, pero eso no es un problema. Ya es tarde.

martes, 14 de febrero de 2012

Un futuro muy imperfecto


El futuro, que no se presenta nada halagüeño a nivel global, es aún más alarmante si nos limitamos a España, un país sin petróleo ni gas natural, con poco carbón y de difícil acceso, con un modelo económico basado en la construcción y el turismo que, sobre todo por lo que respecta a la construcción, se ha venido abajo en los últimos años, con la consecuencia de un aumento espectacular del paro y con una deuda pública y privada a la que sólo se podría hacer frente con tasas de crecimiento  utópicas e inalcanzables. Un país, además, donde todo el discurso oficial, tanto del gobierno como de la oposición, se basa en una hipotética y altamente improbable vuelta al crecimiento que se anuncia, con la esperanza de acertar alguna vez, un día sí y otro también, sin considerar ninguna otra posibilidad, ni dar la más mínima credibilidad a teorías, como la del Peak Oil, que apuntan claramente a la imposibilidad de que ese crecimiento, más allá del sostenido artificialmente con trucos financieros, llegue a materializarse nunca.

Pero fuera de España, las cosas no están mucho mejor. Al interminable vodevil griego hay que añadir la posibilidad, bastante elevada, de que lo que allí está pasando sea un anticipo de lo que puede ocurrir en España, Portugal, Italia, etc. en un plazo más o menos breve. Lo que tienen en común la mayor parte de los problemas que afectan hoy a la civilización industrial, es que su tendencia, la de todos ellos, es a agravarse. La deuda es impagable pero sigue aumentando día a día, hemos alcanzado el pico de petróleo pero seguimos consumiendo energía como si los pozos de Pennsylvania siguieran a pleno rendimiento, mientras el estado del bienestar, construido para favorecer el consumo desbocado, necesario para dar salida a la inagotable producción propiciada por la disponibilidad de energía abundante y barata que, durante casi cien años, ha proporcionado el petróleo, se va diluyendo poco a poco.
La ingeniería financiera, los derivados y toda la estúpida parafernalia construida por los economistas de Harvard, en su beneficio y en el de los tenedores de capital, también llamados inversores, permite que mantengamos la ilusión de que todavía existe una actividad económica propiamente dicha, aunque un elevado porcentaje de la misma, en los países occidentales, consista simplemente en mover dinero de un lado a otro y permite, también, contabilizar como energía disponible la obtenida con tasas de retorno que, en un mundo real en el que el dinero representara algo tangible, serían inasumibles. Todo ello, evidentemente, al precio de agravar más y más la crisis y de hacer imposible una salida no traumática a la misma. Llegará un momento, inevitablemente, en el que todo este castillo de naipes se desmoronará de golpe y para entonces el tamaño del problema hará inviable cualquier intento de solución.

Antes de eso, todavía hay quien cree posible, e incluso necesario, pensar en una salida ordenada a la crisis actual, aceptando, desde luego,  que nuestro modo de vida actual, el American Way of Life, iniciado en  la posguerra mundial y que ya estaba agotado en los años 70, es cosa del pasado. Una salida que, al menos en teoría, debería pasar por aceptar una muy importante disminución de la energía disponible y en consecuencia, de nuestros niveles de consumo. El problema es que la civilización industrial es un sistema extraordinariamente complejo, autosostenido, de comportamiento  impredecible e incontrolable incluso con la ayuda de los más sofisticados computadores, de tal manera que una actuación mal medida en cualquiera de sus puntos puede producir efectos indeseables e incluso catastróficos en otros. Una reducción drástica del consumo, por ejemplo, se sustanciará, casi inevitablemente, con  un cierre masivo de fábricas y un incremento del paro. Por otra parte, esta economía globalizada funciona razonablemente bien en crecimiento pero, ni un sistema monetario basado en la deuda, ni una población cuyo tamaño se ha doblado en los últimos 50 años permiten aventurar otra salida que  colapso para el caso de que el crecimiento se detenga o se haga negativo. Es posible, claro, que ese colapso no sea el fin del mundo e incluso, como sostienen los optimistas moderados,  que sea el principio de un nuevo modelo, más sencillo y menos competitivo donde, los que queden, sean más felices.  Lo que ya no parece muy probable es que ese nuevo modelo permita sostener a una población de 7000 millones en las condiciones actuales, ni que la reducción de complejidad a la que estamos abocados, se lleve a cabo sin un proceso de adaptación violento y revolucionario.

Dicho esto, cabe preguntarse y desde luego, hay gente que se lo pregunta, por la utilidad que tiene hablar, o escribir, sobre estas cosas, si es que realmente todo va a ir tan mal. De hecho, la mayor parte de la gente no aprecia en absoluto este tipo de disquisiciones y prefiere creer en que el ingenio humano, que según el sentir popular ya nos ha sacado, en otras ocasiones, de problemas parecidos, vendrá también en esta ocasión en nuestra ayuda y nos proporcionada nuevas y fantásticas fuentes de energía, depósitos de materiales, una atmósfera limpia, terreno agrícola y todo el sentido común necesario para gestionar tanta maravilla. Incluso en medio de una crisis como ésta, con cientos de miles de puestos de trabajo destruidos y asistiendo la sistemática demolición del estado del bienestar, la gente prefiere, preferimos, seguir aferrados a la idea de que todo esto es meramente coyuntural y debido a los turbios e incompetentes manejos de unos cuantos y de que, en consecuencia, se solucionará en algún momento y las cosas volverán a donde estaban. Incluso los que, como yo, creen saber que  las consecuencias de vivir en un entorno finito y la inexorabilidad de las leyes de la termodinámica acaban siempre por imponerse al optimismo más recalcitrante, tienen, tenemos, la esperanza de que las cosas empezarán  a ir definitivamente mal justo después de que eso ya no tenga ninguna importancia para nosotros, aunque esa esperanza se va diluyendo a medida que los acontecimientos van confirmando las hipótesis más... realistas.

Y, ¿Cuáles son esas hipótesis? La primera es que la era del petróleo barato y abundante, principal fundamento energético de la revolución industrial que nos ha llevado hasta aquí, ha terminado, aunque ese final esté todavía enmascarado con distintos subterfugios  y la segunda que no hay, a la vista, alternativas capaces de sustituirlo. Como esta economía depende absolutamente del petróleo para su funcionamiento, cabe esperar que, si se produce una disminución real del suministro, los países que dispongan de la fuerza militar necesaria para ello intentarán hacerse con el control de los pozos y los oleoductos lo que, inevitablemente, conducirá a una guerra que, si no se ventila con armas nucleares suficientes para solucionar definitivamente y para siempre, todos los problemas, dejará el suministro de petróleo en unas pocas manos. Cabe esperar que eso sea, también, el final de una economía globalizada en la que resultaba indiferente el lugar donde se produjeran los bienes de consumo y también los alimentos y el  comienzo de una etapa de transición en la que la resiliencia local tenga una importancia decisiva. Quizá durante algún tiempo sea posible sobrevivir en pequeñas comunidades que dispongan de agua y terrenos agrícolas fértiles pero, con el inconveniente de que eso tampoco será tan abundante como para que no haya que luchar por ello. Y  por ahora, nada más que desear que los muchos que aún creen que todo esto son tonterías, tengan toda la razón. Amén.

viernes, 10 de febrero de 2012

Cosas que pasan

Menuda sorpresa. Gran Scala era un timo. Bueno, sorpresa para quien quiera sorprenderse porque yo ya lo dije aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y en algún artículo de prensa que no conservo. Como el asunto siempre ha tenido el mismo aspecto, un engañabobos, lo extraordinario hubiera sido que, finalmente, hubiera devenido algo serio, si es que puede haber algo de seriedad en proyectar un engendro como el que presentaron, muy mal, por cierto, tres o cuatro tipos con aspecto de trileros, a costa del gobierno de Aragón y en su sede hace ya casi cinco años. Inexplicablemente, o quizá no tanto, los engañados han sido políticos de casi todo el espectro político aragonés. Se opusieron IU y los de la Chunta, pero habría que ver lo que hubieran hecho en caso de tener alguna responsabilidad de gobierno en el momento en que se planteó el asunto. Claro que esta no es la única historia surrealista que llega a su fin, aparente, en estos días. El procesamiento de Baltasar Garzón por supuesta vulneración del derecho de defensa en el caso de las escuchas de la trama Gurtel, ha acabado en una condena a 11 años de inhabilitación para el desempeño de la función jurisdiccional. Condena que, no por esperada, ha traumatizado menos a todo un colectivo de almas bien pensantes para las que Garzón es ahora un modelo de equidad y buen juicio. Claro que este Garzón, el Garzón que tanto le complicó la vida a Pinochet, es también el que reabrió el sumario de los Gal, nada más abandonar con manifiesta frustración el gobierno de Felipe González, sumario en el que es público y notorio que utilizó procedimientos extraordinarios, jaleados entonces por los mismos que ahora celebran su inhabilitación y con el propósito de encarcelar a algunos de los que ahora se manifiestan a su favor con el argumento, no excesivamente elaborado, de que casos similares han sido resueltos sin afectar a la carrera del juez implicado. No lo sé y la verdad es que tampoco me importa mucho. Lo siento por él, es decir, siento que lo empapelen precisamente por cuestiones relacionadas con la trama Gurtel y la represión franquista, pero este país tiene ahora otros problemas más importantes que el futuro de D. Baltasar, como, por ejemplo, la crisis que, ajena al advenimiento de un gobierno que iba a arreglarlo todo, sigue a lo suyo, destrozando empleo, cerrando empresas y justificando una vuelta de tuerca tras otra al estrangulamiento del estado del bienestar. Y mientras tanto el precio del petróleo crudo, que hace ya tiempo que no baja de los 100$/b, anda ya por los 118 por razones que puede que sean coyunturales, como quieren hacernos creer los que anuncian un día sí y otro también, desde hace cinco años, el inminente retorno al crecimiento, pero lo más probable es que algo tenga que ver el hecho de que la producción está estancada al menos desde el año 2005 y que la mayor parte del consumo sea estructural, es decir, indispensable para el mantenimiento de la estructura básica del sistema e  independiente de una hipotética recesión y no disminuya, o disminuya de manera inapreciable, por muchas industrias que se destruyan, al menos, claro, mientras haya que mantener una economía globalizada que permita alimentar a 7000M de personas y garantizar lo que aún consideramos un razonable nivel de vida para los felices habitantes del primer mundo. 

Versión suavizada por AI:

La reciente confirmación del fracaso del proyecto Gran Scala constituye una ilustración paradigmática de la fragilidad de ciertos discursos desarrollistas sostenidos por actores político-empresariales sin fundamento técnico ni viabilidad real. Desde su presentación pública, dicho proyecto evidenció características propias de una operación especulativa carente de planificación estratégica y transparencia. La implicación institucional del Gobierno de Aragón, al ceder su sede oficial para su presentación, otorgó una legitimidad inicial a una iniciativa que, en condiciones normales de análisis de riesgo, jamás habría sido considerada plausible.

Este tipo de fenómenos responde, en parte, a la lógica del populismo de crecimiento, en el que las administraciones regionales buscan activamente “proyectos-anzuelo” que prometen empleo y dinamización territorial sin garantizar sostenibilidad ni solidez inversora. Resulta significativo que gran parte del arco político aragonés diese su apoyo explícito o tácito al proyecto, con escasas excepciones. La cuestión que se plantea es si estas excepciones habrían mantenido su posición crítica de haber ostentado responsabilidades ejecutivas en ese momento. Se evidencia, así, un patrón estructural de cooptación simbólica del discurso político por parte de promotores privados carentes de solvencia demostrable.

En otro orden de cosas, la reciente inhabilitación del juez Baltasar Garzón por la causa relacionada con la vulneración del derecho de defensa en el caso Gürtel ha reabierto un intenso debate jurídico y político. La sentencia del Tribunal Supremo, que establece una sanción de once años de inhabilitación, ha generado un impacto notable, particularmente entre aquellos sectores que identifican a Garzón con una figura emblemática en la lucha contra la impunidad y la corrupción política. Sin embargo, resulta necesario recordar que el magistrado ha protagonizado, a lo largo de su carrera, actuaciones polémicas, como la reapertura del sumario sobre el caso GAL, en las que recurrió a prácticas legales no convencionales que suscitaron tanto apoyos como críticas desde diferentes posiciones ideológicas.

Este doble estándar en la valoración de su conducta judicial pone de manifiesto una profunda instrumentalización política del derecho, donde la evaluación de los procedimientos depende, más que de su adecuación normativa, de la identidad del imputado o del contexto político. En este sentido, la controversia en torno al caso Garzón refleja las tensiones no resueltas entre independencia judicial, activismo legal y legitimidad democrática.

Más allá de estos episodios concretos, el país enfrenta un desafío sistémico de mayor envergadura: la persistencia de la crisis económica, que continúa deteriorando el tejido productivo, incrementando el desempleo y justificando políticas regresivas en términos de derechos sociales y protección pública. Las expectativas generadas por el cambio de gobierno no han revertido la situación, lo cual sugiere una desconexión entre las propuestas programáticas y la realidad estructural de la economía global.

Un ejemplo ilustrativo de esta disonancia es la evolución del precio del petróleo, que, pese a los reiterados anuncios de recuperación, se mantiene por encima de los 100 dólares por barril y ha alcanzado cotas superiores a los 118. Las explicaciones que atribuyen esta tendencia a factores coyunturales resultan insatisfactorias si se considera que la producción mundial de crudo se encuentra estancada desde aproximadamente 2005. Al mismo tiempo, el consumo energético permanece esencialmente estable, dada su condición estructural: no es reducible sin afectar gravemente a las condiciones básicas de funcionamiento del sistema globalizado.

Este fenómeno plantea interrogantes fundamentales acerca de la sostenibilidad del modelo económico internacional, en la medida en que una parte considerable del consumo energético resulta imprescindible para mantener tanto el abastecimiento de bienes esenciales a una población mundial que supera los 7.000 millones de personas como los estándares de vida predominantes en las economías centrales.


lunes, 23 de enero de 2012

Decíamos ayer... (en abril 2008)

El origen último de la prosperidad y el bienestar que actualmente disfruta una parte minoritaria de la población mundial hay que buscarlo en el petróleo, o mejor dicho, en la relativa abundancia de petróleo barato que venimos disfrutando desde el último tercio del siglo 19. El petróleo es una fuente de energía primaria, creada en el interior de la Tierra mediante la compresión, a altas temperaturas y durante millones de años de biomasa enterrada como consecuencia de violentos fenómenos geológicos, tiene una forma líquida muy conveniente para facilitar su almacenamiento y su transporte,  es estable a temperatura ambiente y muy eficiente desde el punto de vista del retorno energético. El proceso de formación no se ha detenido pero, considerando que ha costado 500 millones de años de historia geológica, acumular el petróleo actualmente existente, podemos considerar totalmente despreciable la cantidad que puede llegar a formarse en doscientos o incluso mil años, es decir que tenemos que asumir que la explotación industrial del petróleo sólo puede consistir en el  agotamiento de una cantidad predeterminada, que no se verá incrementada de manera significativa en todo el período de extracción[3].
Como se habla, y mucho, de energías alternativas y de energía nuclear y también de electricidad o hidrógeno[4], podemos llegar a suponer que el petróleo no es sino una posibilidad más y que, cuando se acabe, solo  tendremos que recurrir a las otras fuentes de energía o a algún mágico elixir guardado en un cajón para cuando haga falta. No hay ninguna evidencia, sin embargo, que permita sostener una hipótesis tan optimista. A lo que nos enfrentaremos, si el suministro de petróleo se reduce, no es a una crisis de energía en sentido clásico, sino a un déficit de combustibles líquidos, utilizados masivamente por los motores de combustión interna. La energía solar, la eólica y sobre todo la nuclear producen electricidad pero no petróleo ni ninguno de sus derivados. Además y por el momento la cantidad de energía que puede obtenerse de esas fuentes es relativamente pequeña, comparada con la  que ha venido proporcionando el abundante y barato petróleo que hemos disfrutado hasta ahora y que, por el momento, seguimos disfrutando.  Dejando de lado la imposibilidad material de sustituir, a corto y medio plazo, el inmenso parque de vehículos[5] que actualmente se mueven con combustibles derivados del petróleo, lo cierto es que esa sustitución no se está abordando y por el momento seguimos fabricando, comprando y vendiendo automóviles, camiones y autobuses con motores de combustión interna. La adopción de medidas proactivas puede tropezar con tantos problemas políticos y económicos, a corto plazo, que es muy posible que no se haga nada serio hasta que sea demasiado tarde.
El petróleo es, pues, un recurso finito que se acabará en algún momento. Cuándo ocurrirá eso o cuánto más va a ser posible extraer en condiciones económica y energéticamente rentables,[6] son cuestiones cuya respuesta no es en modo alguno evidente y tampoco hay datos fiables que permitan estimar el volumen de petróleo que aún permanece en el interior de la Tierra[7]. A las teorías que aseguran que el pico del petróleo[8] se ha producido ya o está a punto de producirse, se oponen otras que sostienen que tal cosa, si es que va a ocurrir alguna vez, está muy alejada en el tiempo. Estas discrepancias pueden atribuirse, desde luego, a la aplicación de distintas metodologías de evaluación o  a intereses contrapuestos por parte de los evaluadores pero, también, a la dificultad de dar crédito a los volúmenes de reservas publicados por los países de la OPEC[9], que tienen limitado el volumen de petróleo crudo que pueden vender en función de las reservas que declaren. Por esa u otras razones, de carácter técnico, político o estratégico, países como Kuwait siguen anunciando desde hace diez años un volumen de reservas en el que no se aprecia disminución alguna, a pesar de que en este tiempo han producido y puesto en el mercado millones de barriles.  De manera que tanto podemos estar hablando de reservas subestimadas como, y esto parece desgraciadamente lo más probable[10], sobreestimadas.
La transición de la madera al carbón y de este al petróleo se realizó de forma relativamente suave, en una sociedad en la que la dependencia de energía era sensiblemente inferior a la actual. Estos precedentes y una fe ciega en la capacidad de innovación de la mente humana, que tendemos a suponer ilimitada, pueden llevarnos a creer que la transición del petróleo, una vez admitido el carácter finito de este recurso,  a… ¿qué?, será también suave y escalonada. Sin embargo la situación actual es muy distinta a la de los siglos 18 y 19. Hoy tenemos un planeta mucho más poblado, 6.500 millones de personas en lugar de los 1.000 millones de entonces, una dependencia prácticamente absoluta del petróleo para cubrir necesidades básicas, como la alimentación, la sanidad, el transporte o la calefacción y con un nivel de autosuficiencia muy inferior al del hombre de la sociedad preindustrial. Las energías alternativas que actualmente están sobre la mesa no son, a medio plazo, capaces de sustituir al petróleo y la  posibilidad de que, en el último momento, aparezca algo que cubra nuestras necesidades, en las condiciones en las que actualmente lo hace el petróleo, es sólo eso, una posibilidad. No se puede confundir el evidente progreso tecnológico, que, en muy buena medida, ha sido posible gracias a la disponibilidad de petróleo abundante y barato, con el progreso energético que, prácticamente, no ha existido: el petróleo era la fuente principal de energía hace cien años y sigue siéndolo ahora, así que es posible que la transición a… lo que sea, no sea suave y escalonada sino abrupta y revolucionaria.
La civilización industrial[11] está, en definitiva, amenazada por la coexistencia de dos construcciones intelectuales universales, sobre impuestas y antagónicas: la cultura monetaria, de origen prehistórico, basada en el interés compuesto y en la idea de que lo que hoy vale dos mañana valdrá cuatro y así sucesivamente, y el conocimiento que tenemos desde hace aproximadamente cuatro siglos de las propiedades e interrelaciones de la materia y la energía, conocimiento al que hay que atribuir los espectaculares logros alcanzados por la civilización industrial en los dos últimos siglos  y que es esencial para su continuidad. Estas dos construcciones han convivido durante algún tiempo, a pesar de su incompatibilidad, debido a una característica fundamental que han compartido: el crecimiento exponencial, pero, por las razones que ya se han expuesto, es imposible que el sistema materia energía sostenga un crecimiento que vaya más allá de doblarse unas pocas decenas de veces[12].
La producción mundial de petróleo está actualmente en torno a los 85-86 millones de barriles diarios y se ha mantenido ligeramente por debajo de la demanda[13] hasta el mes de marzo de este mismo año en que la relación se ha invertido debido a una reducción, de más de un millón de barriles diarios, del consumo. Esta disminución puede deberse al alto precio alcanzado por el crudo en origen o a  razones coyunturales o permanentes que afecten al mercado. La cuestión está en establecer si el estancamiento de la producción es atribuible a esa caída de la demanda, aunque es más bien dudosa una realimentación tan rápida y eficaz, a la falta de inversión para superar dificultades de acceso al petróleo restante, a cuestiones políticas y estratégicas o, simplemente, a que no es posible producir más.  En este último caso habríamos alcanzado ya el pico en la producción de petróleo y no cabría  esperar sino una lenta, en el mejor de los casos, e imparable disminución. Esta circunstancia que provocaría, inevitablemente, un aumento de los precios y dejaría el petróleo en manos de los que pudieran pagarlo, llevaría,  con una alta probabilidad, a conflictos bélicos, del estilo de la guerra de Irak, que no es sino la primera de las Guerras del Petróleo del S XXI. Una extensión, en modo alguno descartable, de esos conflictos agravaría sensiblemente el problema y podría precipitar el final de la era del petróleo barato.
El petróleo no puede ser, ya lo hemos dicho, considerado como una fuente más de energía, sino como algo que, hoy por hoy, no tiene alternativa viable y cuyo consumo, y por tanto producción, no puede estancarse sin poner en riesgo una economía que, como consecuencia de su absoluta incardinación en la cultura monetaria del interés compuesto, no se ha planteado ni puede plantearse otra cosa que el crecimiento que, a su vez, implica un incremento del consumo de energía y, en particular, de petróleo. Una disminución de la tasa de crecimiento, tanto más si esta tasa pasa a tener valores negativos, es lo que se conoce como crisis o recesión y entre sus consecuencias está, siempre, la destrucción de empleo y el incremento generalizado de las dificultades económicas para una parte importante de la población.
Pero una crisis económica debida a una escasez persistente de combustibles líquidos tendría características muy distintas y más graves, que las crisis financieras clásicas[14],  atribuibles a la incompetencia de las autoridades monetarias[15], la euforia financiera, la especulación, el apalancamiento o la caída de confianza de los consumidores, ahorradores o inversores, crisis que se han venido reproduciendo periódicamente y que tienden a resolverse por sí solas, o tras la aplicación de alguna de las medidas correctoras prescritas por la sabiduría convencional, después de períodos de  ajuste más o menos duro. Tampoco sería, con toda probabilidad, comparable en sus efectos a la crisis de los años 70, debida a una falta temporal de petróleo[16], pero que se saldó con un abaratamiento y un incremento posterior de la producción a causa de los nuevos descubrimientos en las exploraciones masivas que forzó el pánico energético provocado por el embargo y, sobre todo, el descubrimiento de crudo en el Mar del Norte[17]. La falta de suministro de petróleo, mantenida en el tiempo y producida antes de que se hubieran tomado las medidas preventivas necesarias, produciría una crisis mucho más extensa y persistente que las anteriores y tendría como consecuencia, desde luego, el cierre de fábricas y la subsiguiente pérdida de empleos pero también el desabastecimiento, provocado por problemas en el transporte y por la escasez de fertilizantes y combustible para maquinaria agrícola. Un escenario en el que la capacidad de los estados para mantener el control de la situación se vería seriamente limitada y en el que cada comunidad podría verse obligada a buscar sus propios medios de supervivencia, cosa tanto más difícil cuanto más imprevista sea la crisis. Buscarse la vida, literalmente, sería probablemente más sencillo en comunidades rurales de tamaño pequeño o medio que en grandes aglomeraciones, en las que sería mucho más complicado buscar una alternativa a las estanterías, vacías, en tiendas y supermercados o al transporte en automóvil.
En estas condiciones, la predicción del pico de petróleo se convierte en una cuestión de la mayor importancia. Se reproducen aquí algunas de las estimaciones realizadas por expertos, agencias gubernamentales, productores y otras organizaciones. En el documento que se cita como referencia[18] aparecen los datos de las personas y entidades a las que se atribuyen estas predicciones y alguna información complementaria acerca de la metodología utilizada
Predicciones del pico de petróleo para los próximos cinco años
Pickens, T Boone  (Investigador en Gas y Petróleo)
 2005
Deffeyes, K  (Profesor retirado de Princeton  & geólogo retirado de Shell)
 Diciembre 2005
Westervelt, ET et al  (Del cuerpo de ingenieros de Estados Unidos)
 Muy pronto
Bakhtiari, S  (Planificador de la Compañía Nacional Iraní de Petróleo)
Ahora
Herrera, R  (Geólogo Retirado de British Petroleum)
Muy pronto o ya ha pasado
Groppe, H (Experto en Gas y Petróleo y hombre de negocios)
Muy pronto
Wrobel, S  (Gestor de Fondos de Inversión)
En 2010
Bentley, R (Analista universitario de energía)
En torno a 2010
Campbell, C  (Geólogo retirado de las compañías petrolíferas Texaco & Amoco)
2010
Skrebowski, C  (Editor de Petroleum Review)
2010 +/un año
Meling, LM (Geólogo de la compañía Statoil)
En torno a  2011

Predicciones del pico de petróleo entre el 2012 y el 2020
Pang, X, et al (China University of Petroleum)
En torno a 2012
Koppelaar, RHEM (Analista holandés)
En torno a 2012
Volvo Trucks
En una década
de Margerie, C  (Ejecutivo de compañía petrolífera)
En una década
al Husseini, S  (Ejecutivo retirado VP de Saudi Aramco)
2015
Merrill Lynch  (Broker financiero)
En torno a 2015
West, JR, PFC Energy  (Consultores)
2015/2020
Maxwell, CT, Weeden & Co  (Broker financiero)
En torno a 2020 o antes
Wood Mackenzie  (Consultor energético)
En torno a 2020
Total  (Compañía petrolífera francesa)
En torno a 2020

Hay también otras estimaciones[19] que niegan el pico de petróleo como posibilidad o lo sitúan mucho más lejos en el tiempo, pero el Wall Street Journal, diario económico de referencia del neoconservadurismo norteamericano que, hasta no hace mucho, sólo se había referido a esta cuestión para menospreciarla, ha modificado recientemente sus puntos de vista en esta materia y ya reconoce abiertamente que el inminente pico del petróleo, aun atribuyéndolo a causas distintas de las esgrimidas por sus tradicionales defensores, supondrá el final del petróleo barato[20] y muy probablemente, el principio de una crisis mundial sin precedentes.
Robert Hirsch,[21]  plantea tres escenarios distintos  en función de que las medidas mitigadoras que él mismo propone se tomen con mucho tiempo, justo a tiempo o demasiado tarde. Considera necesario un período de diez a veinte años antes del pico para que esas medidas puedan implantarse con alguna garantía de éxito, por lo que, en el caso de que el pico hubiera ocurrido ya  o fuera a ocurrir en los próximos cinco años no estaríamos ya, según este autor, en condiciones de afrontar una transición escalonada y deberíamos enfrentarnos al peor escenario y asumir, sin alternativas válidas, un grave déficit de combustibles líquidos durante un tiempo indeterminado pero previsiblemente largo.  Por el contrario, si las medidas mitigadoras, fundamentalmente disminución del consumo, licuefacción del carbón, recuperación del petróleo contenido en arenas bituminosas y otras similares, se toman con tiempo suficiente, el autor describe, prácticamente, un escenario bussiness as usual durante todo el período de transición y es de suponer que también después.
Gracias a la, aparentemente inagotable, energía disponible hemos abandonado el corazón de las ciudades y destruido directamente o dejado arruinar cantidades ingentes de patrimonio inmobiliario para construir urbanizaciones, en los terrenos agrícolas de la periferia, cuya supervivencia depende directamente de que podamos seguir disfrutando del mismo superávit energético. En ausencia de petróleo abundante y barato o de una hipotética, y por el momento inexistente, alternativa, esas urbanizaciones, que dependen directamente del automóvil y del suministro exterior de alimentos y agua resultarán insostenibles y deberán ser abandonadas. El hábitat ideal, en una sociedad post petróleo y en la fase de transición[22] hacia otras formas de energía alternativas, en el supuesto, hay que insistir en ello, de que tales formas existan y sean viables, sería una pequeña comunidad habitando un conjunto compacto de casas, rodeadas de una zona agrícola y forestal que la hiciera autosuficiente. Quizá fuera posible, pero de eso habría que ocuparse con la debida antelación, seguir contando con energía eléctrica, obtenida de fuentes renovables, en la medida en que la infraestructura necesaria fuera independiente del petróleo, para cubrir algunas necesidades como iluminación, calefacción, conservación y preparación de alimentos para su consumo entre otras. De hecho, mantener las luces encendidas debería ser un objetivo primordial de cualquier administración, muy por encima de otros objetivos, probablemente ilusorios, como mantener o incrementar un crecimiento que muy probablemente será insostenible en cualquier tasa distinta de cero.
En una sociedad pos industrial, o al menos en la fase de transición, el hombre deberá recuperar algunas de las habilidades perdidas que garantizaron su supervivencia en el pasado, el cultivo de la tierra es una de ellas, pero no la única y prescindir, definitivamente, de muchas de las cosas que hoy se dan por supuestas como el automóvil, el suministro continuado, barato y abundante de bienes producidos en lugares exóticos, el agua caliente central, el teléfono móvil, el computador conectado a Internet y la información sobre lo que ocurre a más de diez kilómetros de su residencia. Esto no es necesariamente malo ni la sociedad por venir tiene por qué ser peor que la actual, que presenta también aspectos notablemente desagradables, insolidarios y sobre todo, insostenibles, pero sin duda será una sociedad diferente y requerirá un largo y posiblemente incómodo período de adaptación. Es probable, además, que un mundo sin petróleo sea incapaz de sostener una población del tamaño actual y haya que afrontar, a corto plazo, una brusca reducción hasta niveles preindustriales y también que la desaparición del transporte termine bruscamente con la globalización, al imposibilitar el movimiento a grandes y medianas distancias de personas y mercancías y traslade los problemas de supervivencia a niveles estrictamente locales, en donde se plantearán y resolverán, o no, todas las cuestiones que hasta ahora se han planteado y a veces resuelto a escala nacional, continental o mundial.







[3] Nuclear Energy and the Fossil Fuels, Publication nº 95, Shell Development Company, M. King Hubbert
[4] Ni la electricidad ni el hidrógeno son fuentes, sino portadores, de energía y en ambos casos se  necesita un aporte externo  para su fabricación. En consecuencia y de acuerdo con la termodinámica, su tasa de retorno, el cociente entre la energía que proporcionan y la que se necesita para su fabricación, es siempre menor que uno. El hidrógeno, por ejemplo, no se encuentra libre en la naturaleza y para su fabricación es preciso separarlo del carbono en el gas natural (metano) y otros hidrocarburos o descomponer el agua, por electrolisis, en hidrógeno y oxígeno, en ambos casos con un aporte energético superior al que desprenderá la combinación de estos últimos elementos para formar agua. Existen otros procedimientos pero son igualmente ineficientes y antieconómicos. Para los que tienen la esperanza de que esa tasa de retorno se modifique favorablemente en el futuro, hay que decir que las leyes de la termodinámica son, hasta donde sabemos y en este planeta, inviolables e inmutables. Eso, naturalmente, no excluye la obtención hidrógeno utilizando, por ejemplo, electricidad obtenida a partir de reacciones nucleares de fisión pero, suponiendo que el hidrógeno así obtenido, pudiera ser utilizado con resultados razonables como, por ejemplo, combustible para automóviles, estaríamos hablando de energía nuclear y de economía nuclear, no de economía del hidrógeno, que sería solamente un paso intermedio conveniente para almacenar y utilizar posteriormente, energía de origen nuclear.
[5] Ochocientos millones, aproximadamente, en 2005
[6] La tasa de retorno en el último tercio del Siglo 19 estaba en cuarenta, o, lo que es lo mismo, cuarenta barriles de petróleo extraídos requerían la energía equivalente a la proporcionada por un barril, y actualmente esa tasa está en cinco y bajando, debido a las mayores dificultades para acceder al crudo almacenado en campos de los que ya se han extraído cantidades muy importantes y a que el petróleo que queda es de poca calidad o se ha localizado en zonas, en el fondo del mar, por ejemplo, de muy difícil acceso
[7] Las cifras varían entre 1 y 4 billones de barriles (1 billón es aquí un millón de millones. En textos anglosajones mil millones)
[8] Peak Oil. Se ha traducido en algunos artículos como cénit del petróleo: el momento a partir del cual la producción global de petróleo alcanza su máximo absoluto y empieza a descender. Se supone que eso ocurrirá en el momento en que se haya extraído la mitad de todo el petróleo existente, pero hay que tener en cuenta el consumo, mucho mayor, y que la mitad extraída es la parte fácil, cerca de la superficie, en depósitos accesibles y presurizados, con menor viscosidad y de mucha mayor calidad.
[9] Organization of Petroleum Exporting Countries
[10] Crude Oil. The Supply Outlook. Dr. Werner Zittel and Jörg Schindler, Ludwig-Bölkow-Systemtechnik GmbH
[11] M. King Hubbert. 1903-1989. http://www.hubbertpeak.com/hubbert/
[12] Una magnitud que crezca a un ritmo del x%  anual se dobla, aproximadamente, cada 70/x años.
[13] Energy Information Administration. Estadísticas oficiales de energía del Gobierno de Estados Unidos. http://www.eia.doe.gov/oiaf/forecasting.html
[14] Véase, por ejemplo, The Great Crash: 1929, John K. Galbraith, Mariner Books, The World in Depression, Charles P. Kindleberger, Penguin Books y La crisis económica de los 80,  Pedro Valdés, Desajustes y Tendencias de la Economía Actual. Madrid.
[15] Galbraith, por ejemplo, habla (en la obra citada en la nota anterior) de la sobrecogedora incompetencia del Consejo de la Reserva Federal durante la crisis de 1929 y Greenspan, el anterior presidente de la Fed, escribe en el FT para negar su responsabilidad en la actual crisis financiera, provocada por las hipotecas denominadas subprime, crisis que ha podido verse agudizada, en opinión de algunos autores que el mismo Greenspan cita en su respuesta, por el mantenimiento, durante demasiado tiempo, de bajas y muy bajas tasas de interés. http://www.ft.com/cms/s/0/182ac7a4-03fb-11dd-b28b-000077b07658.html
[16] Provocada por el embargo decretado por los países árabes tras la guerra del Yom Kippur http://www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/History/73_War.html
[17] La mayor parte de aquellos descubrimientos han alcanzado ya su pico y están, significativamente los del Mar del Norte, en franca y rápida decadencia.
[18] Peaking of World Oil production: Recent Forecasts DOE/NETL 2007/1263.  
[19] The New Pessimism about Petroleum Resources: Debunking the Hubbert Model (and Hubbert Modelers). Michael C. Lynch y también EXXON MOBIL y OPEC (Organización de Países Exportadores de Petróleo) citados en el documento a que se hace referencia en la nota anterior.
[20] The emergence of a production ceiling would mark a monumental shift in the energy world. Oil production has averaged a 2.3% annual growth rate since 1965, according to statistics compiled by British oil giant BP PLC. This expanding pool of oil, most of it priced cheaply by today’s standards, fueled the post-World War II global economic expansion...    http://royaldutchshellplc.com/2007/11/19/the-wall-street-journal-oil-officials-see-limit-looming-on-production/
[21] Robert L. Hirsch en Peaking of World Oil Production: Impacts, mitigation and risk management
[22] http://transitionculture.org/. Rob Hopkins. From oil dependence to local resilience.