La ministra Ribera, con competencias sobre la
transición ecológica y el reto demográfico, propuso hace unos días, meses ya,
elaborar, contando con los autoproclamados agentes sociales, empresas eléctricas
y gasistas, etc., lo que con toda propiedad llamó un plan de contingencia
en el que, es de suponer, se discutirían las posibles acciones a emprender en
el caso, parece que probable, de que el acceso a la energía se encarezca o se
complique algo, bastante o mucho.
En la nota de prensa publicada por el MITECO, a
propósito de la primera de las reuniones que la ministra ha mantenido con este
propósito, se aseguraba que España no afronta problemas
de seguridad de suministro, pero que debe prepararse para un posible
escenario de escasez de gas en la UE durante los próximos meses y, a continuación, delimitaba los objetivos del plan: “El
Plan de Contingencia girará sobre tres ejes: uso inteligente de la energía,
sustitución de gas por electricidad y otros combustibles y medidas de
solidaridad con los socios europeos” o leyendo entre líneas, que el
problema lo van a tener otros, pero aquí estamos nosotros para ayudar a quien
lo necesite.
Dejando aparte la dificultad técnica de diseñar
algo que gire sobre tres ejes, el problema de los redactores de este tipo de
notas es que deben decir lo menos posible, o mejor aún nada, con la mayor
cantidad de palabras y eso, precisamente, es lo que no ha conseguido el autor
de ésta. El plan de contingencia parece estar centrado en el gas, para seguir
la estela de las sanciones y contra sanciones a y de Rusia, que podrá ser
sustituido, dice, por electricidad y otros combustibles (sic). Lo de los otros
combustibles no lo acabo de entender: ¿petróleo, carbón, madera …? y lo de la
electricidad tendrá que ver, supongo, con que la Comisión Europea, en un alarde
de posibilismo haya declarado verde a la energía nuclear y, de paso,
también al gas. En fin, ya veremos en qué se traduce, si es que finalmente el
plan llega a ver la luz, lo del uso inteligente de la energía y las
medidas de solidaridad con los socios europeos. El optimismo que no
falte.
En cualquier caso, los planes de contingencia
que pueda elaborar este gobierno no me tranquilizan demasiado, la verdad. La
última noticia sobre este asunto, publicada en la Web de la Moncloa en torno al
7 de septiembre, se parece mucho a la primera, publicada a mediados de julio:
la ministra se reunirá, otra vez y con el mismo objeto, con consumidores,
sindicatos y empresas del ramo. Si el otoño va a ser durísimo, como nos adelantó
otra ministra, la de defensa en este caso, que, al menos en teoría, debería
estar entre las personas mejor informadas del país, entonces el plan de
contingencia debería encontrarse en una fase algo más avanzada, habida cuenta
de que, cuando tengan este semanario en sus manos, el verano habrá terminado o
le quedarán unas pocas horas (a las 3:04 del viernes 23, la distancia al Sol
será la misma para los dos polos terrestres y empezará el otoño astronómico en
el hemisferio norte).
Me parece más interesante e incluso más realista,
un plan de contingencia local, pero aquí somos bastante reacios a elaborar
planes a largo o incluso a medio plazo. Además, son ya muchos años de anunciar
la llegada del lobo, sin que el lobo llegue y nuestras autoridades están ya
curadas de espanto, sobre todo una vez que han comprobado que festivales,
ferias y fiestas han vuelto con renovados bríos, muy a pesar de los agoreros
que las daban por desaparecidas.
Curadas de espanto, carentes de imaginación -en
España la imaginación no cotiza en política- y con las próximas elecciones como
único horizonte, bastante han hecho, los que lo hayan hecho, con elaborar un
plan estratégico por el ingenioso, sencillo, barato y hasta agradecido procedimiento
de recoger y compilar las sugerencias de la gente. El riesgo es que la gente se
pregunte que para qué sirve tener un gobierno, de cualquier nivel, si al final
las ideas tienen que ponerlas ellos. Conviene, sin embargo, tranquilizarlos en
ese aspecto. El gobierno puede parecer, a veces, innecesario, pero, desde
luego, es inevitable.
Un hipotético plan de contingencia estaría
orientado a prever y, a ser posible, minimizar, los efectos de una crisis
coyuntural grave, el durísimo otoño que anunció Margarita Robles, y que puede derivar
en una aceleración incontrolada de la pérdida de complejidad del sistema, con
la consiguiente destrucción de los enlaces y conexiones que lo mantienen en
funcionamiento y que, al menos en parte, ya ha comenzado. No hay más que mirar
a nuestro alrededor para constatar que muchas cosas que, hace sólo unos pocos
años, funcionaban razonablemente bien o al menos estaban ahí, y no me refiero
sólo a la cosa pública, han dejado de hacerlo o han desaparecido y no parece
que, a corto plazo, vayan a recuperarse.
Bajo ciertas condiciones, una población de
tamaño medio, como Barbastro, podría disponer, en una emergencia, de una importante
ventaja comparativa respecto a las grandes ciudades siempre y cuando, claro, dispusiera
de un plan auspiciado por el Ayuntamiento, con o sin la colaboración de otras administraciones
públicas o entidades privadas como la Cruz Roja, la Iglesia o colectivos
ciudadanos sin afiliación. Se puede elucubrar todo lo que se quiera sobre el
contenido ese plan, pero no hay mucho tiempo ni tampoco necesidad de inventar
nada. Hay ciudades, sobre todo en el mundo anglófono, que cuentan desde hace
tiempo con documentos muy elaborados y actualizados. No hay más que copiarlos o
utilizarlos como plantilla y adaptarlos, pero, básicamente, habría que intentar
garantizar un reparto equitativo de los alimentos y el combustible disponible,
la atención a los niños, los enfermos, los mayores y los discapacitados, el
acceso a los hospitales y centros de salud, el funcionamiento de los servicios
de policía, el mantenimiento del orden y unas pocas cosas más.
También es posible que la guerra en Ucrania
acabe pronto y bien, aunque no consigo imaginar cómo; que el gas y el petróleo vuelvan
a fluir a precios razonables como consecuencia de lo anterior; que la inflación
se estanque o remita; que no aparezcan más pandemias; que Europa no se rompa
del todo y que la economía real consiga reparar, aunque sea temporalmente y
sólo en parte, las conexiones rotas, que el gobierno deje de anunciar el
apocalipsis y la solución en el mismo día y que salgamos del otoño con la
cartera todavía en el bolsillo. Si fuera así, la sorprendente resiliencia del
sistema nos habría dado otra prórroga que podríamos aprovechar para estar
preparados cuando el cielo caiga sobre nuestras cabezas. O para organizar las
fiestas del año que viene. Pero en realidad, a estas alturas la única actividad
verdaderamente necesaria, aunque en modo alguno suficiente, para evitar el colapso
sería incrementar, hasta donde fuera posible, el nivel de sapiencia, que no es
lo mismo que de conocimiento o inteligencia, de la mayoría. Feliz comienzo del
otoño.