sábado, 12 de diciembre de 2009

Democracia (III)

Etimológicamente, democracia es el gobierno del pueblo. El diccionario de la Real Academia es algo más prudente y define la democracia como la Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno, en primera acepción o como el Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado en la segunda. Pero la intervención del pueblo en el gobierno es algo que debe manejarse con muchísimo cuidado. Como la intervención de los trabajadores en la gestión de las empresas donde trabajan, o la de los estudiantes en la elaboración de las preguntas de examen. Son cosas que sólo pueden conducir a problemas. Porque los trabajadores pueden llegar a jefes y los estudiantes a catedráticos,  pero mientras sean trabajadores o estudiantes deben dedicar su esfuerzo a y concentrar su atención en el trabajo y el estudio. El pueblo puede intentar gobernar pero, cuando lo consigue, cosa no demasiado frecuente, deja de ser pueblo y pasa a ser gobierno, que es una cosa muy diferente como no tardan en comprobar los que creen que todo se arregla con un cambio de caras entre los que mandan. El gobierno gobierna y el pueblo, que desconoce las sutilezas del arte de gobernar,  es gobernado, así han sido siempre las cosas y así seguirán siendo. Lo que pasa es que el pueblo, anarquista en el fondo,  es reacio a dejarse gobernar, por lo que es necesario, para evitar males mayores, en forma de revoluciones, o menores, en forma de algaradas callejeras, hacerle creer que, en realidad, es él mismo el que gobierna. Afortunadamente, el pueblo es crédulo por naturaleza y, también en el fondo, prefiere que le digan lo que tiene que hacer, pero y esto es importante, sin que se note demasiado. Un buen gobierno debe, por tanto, esforzarse en llevar al pueblo al convencimiento de que ni su intervención directa en cuestiones de gobierno ni su opinión son, en realidad, convenientes y mucho menos necesarias y de que el pueblo gobierna, sí, pero lo hace indirectamente, escogiendo a sus gobernantes una vez cada cierto número de años, entre unas pocas opciones cuidadosamente seleccionadas, normalmente por cooptación entre las élites políticas del país. Cualquier otro intento, por parte del pueblo, de intervenir en cuestiones políticas o de gobierno, sólo puede achacarse a su falta de educación cívica y de verdadero espíritu democrático. Todo ello, claro,  sin perjuicio de que, a modo de desahogo, se permita, al pueblo, expresar, de cuando en cuando, su opinión en las barras de los bares, tertulias, blogs y otros foros previamente autorizados y debidamente controlados.