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jueves, 23 de marzo de 2023

Hinteligencia artificial


 Últimamente los telediarios abren con una o varias mujeres, en la cola de un supermercado, quejándose de una subida continua de los precios que está complicando, aún más, la vida de la clase media. Una clase media que había llegado a creer que los problemas a la hora de la compra eran cosa del tercer mundo. Una de las compradoras se preguntaba que como era posible que estuviera pasando esto. Es posible que parte de la subida se pueda cargar en la cuenta de la inflación, aunque seguramente no toda. Recurrir a la actual ministra de hacienda, que cree que nos gastamos la pensión en los nietos, o a cualquier otro vocero gubernamental o de la oposición, en busca de explicaciones es inútil. Se limitarán a repetir el relato que les hayan construido para explicar la crisis y cuya relación con la verdad es… iba a decir inexistente, pero es mejor decir problemática.


Me decía ChatGPT[1] (chato), que la verdad no es una categoría política, por más que la confianza sea un ingrediente esencial, o eso se decía, de la comunicación entre la administración y los administrados. La verdad, que en general no puede ser identificada unívocamente, y en la comunicación política menos que en ningún sitio, no es más que, acaso, uno de los relatos intercambiables que pretenden explicar este o aquel suceso. Normalmente hay un relato oficial que sirve, al menos durante un tiempo, para explicar acontecimientos como el BigBang, la caída del Imperio Romano, el asesinato de Lincoln, la crisis de los misiles, la caída de la Torre 7 del WTC (Centro de comercio mundial), el hundimiento del Titanic o la eficacia de las medidas anti-COVID, además de algunos de actualidad más inmediata, que no menciono porque ya tengo bastantes problemas. Cuestionar esos relatos y, sobre todo, proponer otro, aunque sea más realista, es propio de negacionistas, terraplanistas y otras gentes de prescindible criterio, con las que yo, por supuesto, no tengo ninguna relación. Pero que un relato no se pueda, o no se deba cuestionar, no quiere decir que no existan relatos alternativos. Casi siempre existen.


Los relatos oficiales, aun cuando contengan algo de verdad, cosa que no es del todo descartable, se reconocen fácilmente por carecer de explicaciones suficientes y también de evidencias contrastables, como me decía chato, pero a propósito de cualquiera de las teorías de la conspiración de las que habíamos estado hablando. Por concretar, le pregunté si no le parecía curiosa la coincidencia entre la lista de banqueros muertos en el Titanic y la de los que estaban en contra de la creación de la Reserva Federal (FED) en 1912. La respuesta de chato, que dio la impresión de haberse puesto de mal humor, fue que, por supuesto, no había ninguna evidencia de que hubiera la más mínima relación entre el hundimiento del Titanic y la creación de la FED. También me dijo que ya sabía él, o ella, que circulaban por ahí teorías de la conspiración relacionando ambas cosas y que difundirlas estaba pero que muy mal. Le di la razón, pareció calmarse y me preguntó si podía ayudarme en otra cosa.


Aun así, hice varios intentos de introducir en la conversación otras teorías, existentes o inventadas. Chato reconoció inmediatamente las existentes, despreció las inventadas y defendió la posición oficial antes de que yo la hubiera cuestionado, en general con el débil argumento de la falta de evidencias que contradijeran el relato, pero sin presentar ninguna, salvo continuas referencias a expertos, en favor de la tesis oficial. Las últimas líneas de la conversación contenían siempre una velada manifestación de disgusto por tener que tratar estos temas. Le pregunté que si se guardaba estas conversaciones y mi nombre. Me dijo que no, pero, por si acaso, le dije que yo, en fin, que yo no… que a ver que iba a pensar... Para terminar, le pregunté si sabía jugar al ahorcado. Jugamos algunas partidas, pero hacía trampas. Escogía palabras inexistentes.


Enviado a ECA 24 de marzo de 2023

[1] Sistema de procesamiento automatizado de lenguaje natural, con el que es posible charlar de casi todo, accesible a través de la página openai.com. En lo sucesivo chato.

martes, 24 de noviembre de 2009

De conspiraciones y otras paranoias

El País se ha empeñado en desacreditar a Teresa Forcades, una monja benedictina, doctora en medicina, que, a su vez, se ha empeñado en poner en cuestión la necesidad de vacunarse contra la gripe A. Sor Teresa se explica bastante bien y acostumbra a sostener sus afirmaciones con citas y referencias suficientes, cosa que, por cierto, el articulista de El País considera un demérito y ahora parece que ha participado en un seminario, Ciencia y Espíritu y ha compartido mesa con gentes que niegan el VIH o sostienen que el atentado del 11 de septiembre fue una operación encubierta de alguna agencia federal americana, entre otras aberraciones, lo que sirve al articulista para insinuar, por aquello del dime con quien andas, que la Dra. Forcades es también, algo paranoica. No puedo opinar sobre el VIH pero, de entrada, creo que cualquier cosa que afecte a los intereses económicos de grandes empresas multinacionales o forme parte del repertorio de determinados políticos puede y debe ser puesta en cuestión, aunque no sea más que por higiene mental. En concreto y por lo que respecta al atentado del 11 de septiembre y aprovechando que se está juzgando a algunas personas, supuestamente relacionadas con lo que ocurrió, escribí ayer un post que ahora me parece necesario actualizar. Es verdad que la hipótesis de un simulacro de ataque, organizado o tolerado por las autoridades norteamericanas para manipular al Congreso y a la opinión pública, parece demasiado horrible para ser cierta, pero no tengo la menor duda de que para el entonces presidente Bush y otros, la operación, de haberla considerado necesaria, no hubiera planteado más problema que la posibilidad de ser descubierta. Una radio baliza en las Torres dirigiendo a los aviones hacia ellas, un misil emitiendo el, teóricamente imprescindible, código amigo atacando al Pentágono en vuelo rasante, la voladura controlada de las Torres, una vez evacuados en la medida de lo posible los pisos inferiores, para multiplicar el efecto psicológico son cosas ciertamente muy difíciles de creer, pero no mucho más que, por ejemplo, pilotos con experiencia, escasa, en avionetas manejaran con tanta precisión los grandes 747, o que los sistemas de seguridad del Pentágono permitieran la aproximación hostil de un avión sin interceptarlo y que los daños en el edificio y a su personal fueran, afortunada o casualmente, tan limitados, o que ningún avión de combate estuviera en el aire durante las dos horas largas que duró la emergencia. Cada uno puede creer lo que le parezca, pero lo cierto es que, gracias al atentado, la democracia, en los Estados Unidos, sufrió un daño tan devastador como el sufrido por las Torres, mediante la imposición de una legislación de excepción que, en otras circunstancias, ni los congresistas ni la opinión pública hubieran tolerado. Y gracias, también, al atentado, quedó legitimado el ataque contra Irak y el estacionamiento de una fuerza militar, mientras sea necesario, cerca de los yacimientos de petróleo más importantes del mundo, con el evidente objetivo de asegurar el suministro de crudo a los Estados Unidos e Inglaterra, si la crisis energética se agrava. Puede que la eventualidad de un Pico de Petróleo sea objeto de discusión en medios académicos o periodísticos, pero seguro que en la Casa Blanca o en el Pentágono no tienen ninguna duda. Y, en cuanto a la posibilidad de que una operación así sea descubierta, prácticamente cero pero mayor que la que existe de que la gente admita la posibilidad de algo semejante. Incluso a mí me cuesta tomarme esto en serio y desde luego, no recomiendo a nadie que lo haga.