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miércoles, 15 de octubre de 2025

Charlas en el Café: Capitalismo e IA en el siglo XXI

Hablábamos en el reservado del viejo Café sobre la viabilidad a medio plazo del modelo capitalista de sociedad, el único que ha sobrevivido al convulso siglo XX.  La respuesta, claro, debería estar en función de lo que se entienda por medio plazo, porque ningún modelo es viable indefinidamente. Sustituir el modelo capitalista es, desde luego, una posibilidad, pero no parece que en estos momentos haya ningún otro compitiendo con  probabilidades de éxito. Alguien dijo que el modelo chino lo está haciendo, y es verdad, pero China es un país tan capitalista como Estados Unidos, aunque esté gobernado por un régimen de partido único que mantiene, por conveniencia política, la etiqueta comunista. Y aunque mantengan un férreo control sobre determinados aspectos de la economía, en lo que, como está demostrando el gobierno de Mr. Trump, no están solos..

Un elemento clave del modelo actual es la creciente influencia de las redes sociales, una influencia que podría matizarse —o intensificarse— con la eclosión de la inteligencia artificial generativa, que, se quiera o no, ya está integrada en el debate. Las redes sociales, aunque hay quien las considera una alternativa política a los actuales sistemas de representación, son esencialmente recursos del sistema capitalista en todas sus manifestaciones. Tanto es así que su supervivencia está condicionada a su rentabilidad económica y en el caso de la IA generativa, a su penetración en el mercado mediante la creación y mantenimiento de un público cautivo.

La penetración de la IA es algo que se está produciendo a una velocidad sin precedentes, sin comparación con cualquier otra herramienta informática desplegada hasta la fecha. Se trata de una tecnología cuya principal característica no es la inteligencia, algo que ya exhiben de alguna manera otros sistemas desarrollados en el ámbito industrial, sino el hecho de que ‘habla’ y es, por tanto, capaz de comunicarse, en lenguaje natural, con cualquiera, independientemente de su nivel académico o ideología política.

Hoy compiten más de diez modelos de IA generativa por la captación de ese mercado cautivo. El procedimiento, salvo por cuestiones de escala, es similar al que utilizó Microsoft en los 80 y 90 para deshacerse de sus competidores e imponer primero DOS y luego Windows. Una suscripción gratuita, complementada con mejoras considerables para los usuarios de pago, que acaba generando una dependencia creciente en un público cada vez más amplio.  

Pero Windows y DOS eran, comparativamente, inofensivos. Su costo era muy inferior y siempre existía la posibilidad, más bien la obligación, de tener una copia local a la que recurrir. Con la IA eso no existe. La infraestructura necesaria para entrenar y ejecutar un modelo está al alcance de unas pocas grandes empresas, salvo contadas excepciones como Llama o Mistral, de resultados aún limitados, y no hay copia local a la que volver si tu proveedor corta el acceso a su sistema. Con Windows uno tenía la herramienta más o menos actualizada. Ahora sólo tiene el acceso. Windows era, en alguna medida, prescindible. En los años 80 aún había máquinas de escribir. La IA generativa, que no tiene alternativa ni ahora ni en cualquier futuro previsible, está contribuyendo, como pocas cosas antes, a la expansión del poder corporativo de las grandes empresas tecnológicas.

La combinación de las redes sociales con la posibilidad que ofrece la IA de asumir el papel de un erudito siendo un imbécil o de crear imágenes y sonidos falsos pero que representen situaciones creíbles, ha llevado nuestro gastado sistema a los límites de la realidad. Posiblemente los haya sobrepasado con creces, pero el dinero —el capital— real o imaginario, sigue siendo su clave de bóveda.

Y dieron las 8 de la tarde. Antes de irnos convinimos en que la cuestión ya no es si el capitalismo va a caer o no, sino a cuantos se llevará por delante su última versión.


martes, 14 de octubre de 2025

Aplausos en el Parlamento

 

El Sr. Núñez Feijoo se dirige a los bancos del PSOE para reprocharles los aplausos a su líder: «Cuanto más indecente es usted —le dice al presidente—, más le aplauden». A continuación, los diputados del PP le aplauden con entusiasmo durante unos minutos.

En otra ocasión, tras anunciarle que tendría que comparecer ante una comisión de control del Senado y que allí tendría que decir la verdad, el presidente, con una amplia pero forzada sonrisa en la cara, contesta: «Ánimo Alberto». Intervención que provoca fuertes carcajadas en los diputados «progresistas» del hemiciclo.

Diga lo que diga el líder, o cualquiera de los portavoces designados por este, la costumbre, en nuestro parlamento, es reírle la gracia —por poca que tenga— y, por supuesto, aplaudirle hasta que alguien con autoridad señale que ya es suficiente.

He oído decir que estas representaciones, a beneficio, supongo, de los espectadores, no son la regla general y que hay ocasiones, o había, en las que los diputados hacen su trabajo lo mejor que pueden y discuten las leyes, proyectos y reglamentos que constituyen la razón de ser de su presencia allí. Mejor que así sea. En mi opinión, los aplausos, las salidas de tono al margen de la materia en discusión y las risas extemporáneas, deberían quedar reservadas a ocasiones especiales, fuera de las cuales la única forma legítima de manifestación de la opinión de los diputados debería ser su palabra y, naturalmente, su voto

miércoles, 16 de julio de 2025

Financiación

 Una característica de esta sociedad es la práctica imposibilidad de llegar a conclusiones generalmente aceptadas sobre un número cada vez mayor de cuestiones.

Consideremos, por ejemplo, el caso de la financiación de la autonomía catalana, de acuerdo con el nuevo sistema acordado por representantes del gobierno y del partido ERC. Estos últimos sostienen, porque así conviene a sus intereses electorales, que se trata de una singularidad que beneficiará a Cataluña y acabará con el crónico déficit de ingresos de su hacienda. Una situación popularizada con la consigna ‘España ens roba’, empleada frecuentemente en el discurso independentista catalán para denunciar el déficit fiscal percibido.

Los representantes del gobierno, en cambio, admiten que el cambio recaudatorio beneficiará a Cataluña, pero sostienen que no se trata de una singularidad sino de un nuevo y beneficioso modelo de cálculo, extensible a cualquier otra autonomía que lo solicite sin que nadie resulte perjudicado y todos, se acojan a él o no, vean mejorada su financiación.

Para los partidos de la oposición, PP y Vox, y para la mayoría de las autonomías, exceptuadas Navarra y el País Vasco que ya gozan de sistemas similares al que ahora se pretende extender a Cataluña, el nuevo sistema perjudicará a la hacienda general y a la mayoría de las haciendas autonómicas, generando una diferencia importante en relación con la cantidad que perciben con el sistema actual.

Pero se trata, en principio, de una cuestión computable. No debería ser difícil hacer números, cuantificar la situación actual y evaluar la resultante de la aplicación del método propuesto, algo que no parece que haya nadie interesado en hacer. No, al menos, de manera consensuada. Cada cual exhibe sus números, que son los que le conviene exhibir para sostener su particular visión. Una visión más política que económica ya que la cuestión se genera a partir de la necesidad gubernamental de contar con el apoyo de los sectores independentistas catalanes.

sábado, 21 de junio de 2025

Cuando la política tenía gracia


Hace no tanto —aunque parezca que han pasado siglos— hubo un programa de televisión en el que los políticos aparecían convertidos en muñecos de guiñol. Literalmente. Marionetas de látex, con rasgos grotescos, voces impostadas y guiones afilados, que decían verdades como puños mientras uno reía sin parar. Me refiero a 'las noticias del guiñol' que emitía Canal+, en una época, finales de los 90, en que pagar por ver la tele aún parecía una excentricidad de urbanitas.

Recuerdo con cierta nostalgia aquellos programas. Por lo que decían, y por cómo lo decían. Allí estaban Aznar, González, Anguita, Pujol, incluso Jesulín y algún futbolista despistado, todos pasados por el tamiz de una sátira que conseguía lo más difícil: hacernos reír con ellos y de ellos al mismo tiempo. Y nadie —o casi nadie— se sentía insultado. La caricatura no era sinónimo de odio, sino una forma de representación de la realidad.

Aquello se acabó. Los guiñoles desaparecieron, y con ellos se fue también una forma de ver la política. Ya no se puede hacer humor de ese tipo. O, mejor dicho, ya no se puede emitir. La televisión es ahora otra cosa. Canal+ dejó de existir, se convirtió en Cuatro, y las marionetas fueron arrinconadas por realities, talent shows y tertulias donde el guiñol es el invitado de turno.

La culpa no es solo de la televisión. La política también ha cambiado. Se ha vuelto tan grotesca, tan escandalosamente teatral, que resulta difícil parodiarla sin caer en lo obvio. ¿Cómo se hace una sátira de un ministro que ya habla como si estuviera en una comedia bufa? ¿Qué se puede exagerar cuando los protagonistas hacen el ridículo sin que nadie les obligue? La política se volvió imparodiable, y eso fue el principio del fin del humor político.

Además ahora vivimos rodeados de prejuicios morales, de colectivos hipersensibles y de censores a tiempo completo. Todo se analiza, todo se fiscaliza. Cualquier chiste puede ser ofensivo y cualquier ironía tomada como una agresión. La sátira, que consiste en provocar, en rozar el límite y en  incomodar, ya no tiene espacio. Nadie quiere ofender. Nadie quiere meterse en líos. Y así, uno a uno, van cayendo todos los reductos donde el humor político aún resistía.

Alguien dirá que ahora está Twitter, TikTok o los memes de WhatsApp y ahí hay sátira para rato. Y es verdad: en Internet no parece que falte el ingenio. Pero es otra cosa. Es un humor tribal, rápido, sin poso. Se ríe uno con los suyos, pero no se construye ninguna mirada común. Cada bando tiene su propia risa, y ninguna sirve para comprender mejor al otro. Es un humor de barricada, no de salón.

Quizá el problema de fondo sea que ya no tenemos ganas de reírnos. Estamos demasiado cansados, enfadados, y un poco resignados. Y la resignación es el estado ideal para que las cosas no cambien.

Echo de menos aquellos guiñoles. Un poco por nostalgia, pero sobre todo por lo que representaban: una sociedad que aún creía en la inteligencia, en la crítica y en la risa compartida. Una sociedad que no había perdido del todo la capacidad de tomarse en serio lo importante… sin dejar de tomarse a broma lo ridículo.

Es posible que recuperemos algún día la capacidad de reírnos sin miedo, incluso de nosotros mismos, pero, de momento, seguimos en esta tragicomedia sin guion reconocible donde los títeres no tienen hilos. Tienen cargos que están decididos a mantener.

viernes, 6 de junio de 2025

La Lealtad Política en España.

El caso PSOE: Un Análisis Teórico

La persistente fidelidad electoral que ciertos sectores de la sociedad española mantienen hacia el Partido Socialista Obrero Español constituye un fenómeno complejo que trasciende el mero cálculo electoral. Para comprender esta lealtad aparentemente inquebrantable, resulta necesario examinar las diferentes perspectivas teóricas sobre la fidelidad política y su aplicación al contexto español contemporáneo.

Desde una perspectiva maquiavélica, la lealtad política se concibe como un contrato tácito basado en la utilidad mutua. Nicolás Maquiavelo sostenía que esta fidelidad perdura mientras resulte ventajosa para ambas partes. En el caso del PSOE, sectores de los trabajadores industriales, empleados públicos y colectivos sindicales mantienen su apoyo porque creen que el partido defiende eficazmente sus intereses económicos y sociales.

Esta dimensión utilitaria se complementa con la visión hobbesiana del pacto social. Thomas Hobbes entendía la lealtad como el cumplimiento de un acuerdo mediante el cual los individuos ceden ciertas libertades a cambio de seguridad y orden. Para muchos votantes tradicionales del PSOE, existe la convicción profunda de que este partido garantiza la estabilidad política y un marco socioeconómico que previene la precariedad laboral y los retrocesos en el Estado de bienestar. La idea de que "peor sería dejar el poder a la derecha" refuerza esta lealtad incluso en momentos de dificultad.

Sin embargo, la fidelidad hacia el PSOE no se explica únicamente por consideraciones pragmáticas. Siguiendo la tradición aristotélica, existe también una dimensión identitaria y moral en esta lealtad. Aristóteles concebía la amistad virtuosa como aquella basada en la admiración mutua por los valores compartidos. Para muchos electores, el vínculo con el PSOE trasciende el análisis coste-beneficio y se fundamenta en la identificación con los valores que tradicionalmente ha defendido el partido: la igualdad, la justicia social y la lucha contra la exclusión. Esta afiliación se convierte en parte integral de su visión de la sociedad.

La perspectiva de Edmund Burke sobre la continuidad histórica aporta otra clave interpretativa fundamental. Burke enfatizaba la importancia de la lealtad a las tradiciones políticas construidas a lo largo del tiempo. En España, la Transición democrática y la consolidación del sistema constitucional estuvieron, para una parte de la población, íntimamente vinculadas al PSOE. Las primeras leyes de modernización social, el impulso de la seguridad social y la integración europea consolidaron una narrativa histórica de progreso asociada a este partido. Para la generación que vivió aquellas transformaciones, votar al PSOE representa un modo de preservar la memoria democrática y el legado de modernización del país.

Jean-Jacques Rousseau ofrece una tercera dimensión explicativa a través de su concepto de "voluntad general". Según el filósofo ginebrino, la verdadera lealtad política consiste en cumplir las leyes que los ciudadanos han decidido como voluntad común. Cuando un grupo de electores percibe que el PSOE representa la voluntad general de su entorno —especialmente en comunidades autónomas con fuerte presencia socialista—, surge una fidelidad que trasciende el carisma de líderes individuales. Este voto se interpreta como la materialización de un contrato social comunitario que, no obstante y como se ha visto en Andalucía, no es inamovible.

El contexto sociológico español añade factores específicos a este fenómeno. Los vínculos históricos entre el PSOE y sindicatos como Comisiones Obreras y UGT han consolidado en determinados sectores la ecuación "votar PSOE equivale a defender derechos laborales". Aunque el clientelismo tradicional ha disminuido, persisten formas de clientelismo simbólico basadas en narrativas de defensa de la clase trabajadora. Asimismo, la transmisión generacional de la identificación política ha convertido el voto socialista en parte de la identidad cívica familiar, adquiriendo rasgos tanto de amistad virtuosa aristotélica como de costumbre en el sentido de Burke.

Para el electorado que valora la intervención estatal en la economía y mantiene expectativas de movilidad social, la promesa de reformas progresistas sigue siendo atractiva. Aunque se critique la gestión concreta, muchos votantes permanecen fieles porque creen que las alternativas conservadoras ofrecerían menos garantías para las políticas sociales. Así, pueden ocasionalmente ignorar, o incluso valorar positivamente, aspectos polémicos como la amnistía a los sediciosos catalanes, la creación y mantenimiento de mayorías afines en órganos como el CGPJ o el control político de instituciones como el Banco de España, Red eléctrica y otras.

No obstante, esta lealtad no es inmutable. Las últimas elecciones autonómicas y en parte también las generales han evidenciado que la fidelidad electoral se tambalea cuando los votantes perciben incoherencias que lesionan la idea de proyecto común. Cuando sectores del electorado creen que el partido ya no defiende sus intereses o que actúa más por cálculo que por convicción, la lealtad instrumental puede volverse efímera.

En conclusión, la persistente fidelidad hacia el PSOE resulta de la confluencia de tres dimensiones complementarias: el interés pragmático por las políticas sociales, los vínculos identitarios y culturales forjados históricamente, y la percepción de representar una voluntad general legítima. Un quiebro en estas tres dimensiones, junto con el relevo generacional del electorado, podría registrar un desgaste significativo de esta lealtad multifactorial, que combina raíces tanto pragmáticas como emocionales e históricas.

La lealtad militante: estabilidad, cálculo y ruptura

La lealtad de los militantes hacia un líder partidario constituye una dimensión específica del fenómeno más amplio de la fidelidad política. A diferencia del voto, acto episódico, individual y relativamente volátil, la militancia se articula en torno a estructuras organizativas, rutinas internas y vínculos personales o simbólicos de mayor densidad. En ese contexto, la lealtad hacia el líder no responde únicamente a la identificación ideológica, sino que incorpora elementos de estrategia interna, cálculo de oportunidades y adaptación al poder vigente.

La legitimidad de un líder coyuntural dentro del partido se sostiene mientras converjan tres factores: la percepción de que su liderazgo garantiza el acceso o mantenimiento del poder institucional; la idea de que representa, de forma más o menos genuina, el ideario compartido por la mayoría de la organización; y la ausencia de una alternativa viable que pueda concentrar descontento sin generar un riesgo de fractura interna. Mientras estas condiciones se mantengan, la militancia tiende a cerrar filas en torno a la dirección, incluso en contextos de desgaste externo.

Sin embargo, la lealtad militante es condicional. Cuando se debilita alguna de estas tres columnas —especialmente la percepción de eficacia o la coherencia con el ideario— pueden activarse mecanismos de desafección que, aunque discretos en su origen, se vuelven rápidamente acumulativos. El malestar comienza en sectores periféricos, donde los costes de la disidencia son menores, pero se extiende si el liderazgo muestra señales de desconexión con la organización o si las decisiones tomadas se perciben como lesivas para el conjunto. A diferencia del votante, cuya retirada es silenciosa, el militante puede canalizar su desafección en forma de abstención orgánica, oposición interna o incluso ruptura programática.

Este tipo de procesos suele requerir un elemento catalizador: una figura —no necesariamente de primer nivel— que actúe como “iniciador” y articule, con lenguaje político interno, lo que hasta entonces eran inquietudes dispersas. Es entonces cuando se pasa del malestar pasivo al cuestionamiento activo, y se produce una redistribución del poder interno. En contextos de alta centralización, la reacción de la dirección ante estos movimientos puede ser determinante: una respuesta torpe o excesivamente autoritaria no solo no detiene la erosión, sino que puede acelerarla y dotarla de una legitimidad reactiva.

La historia reciente del PSOE, como la de otros partidos europeos consolidados, muestra que la lealtad militante no es incondicional, sino adaptativa. Está mediada por la historia orgánica de cada agrupación, por las promesas explícitas o implícitas del liderazgo, y por el horizonte de poder que se vislumbra en cada coyuntura. Entender esta lealtad no como una constante moral, sino como un fenómeno político estructurado y revocable, es clave para anticipar posibles crisis de liderazgo en partidos que, como el PSOE, mantienen una densa base organizativa, pero enfrentan crecientes tensiones entre aparato y bases.

Dinámicas recientes del liderazgo socialista

La situación actual —tras la intervención en agrupaciones territoriales como Aragón o Madrid, donde las mayorías preexistentes han sido sustituidas por otras más afines a la dirección federal— constituye un ejemplo paradigmático de liderazgo aparentemente incontestable, pero en el que empiezan a aparecer ciertas grietas. Los casos de corrupción que afectan a personas próximas al secretario general y una política subordinada a los intereses de minorías regionales identitarias como Junts, ERC o Bildu, podrían poner en riesgo el futuro electoral del partido y en consecuencia el estatus político de muchos de sus militantes y amenazar seriamente la continuidad de la dirección actual.

De momento no hay, o no parece haber, ninguna alternativa con posibilidades reales de hacerse con el control del partido, pero eso es algo que se construye rápidamente si las circunstancias son favorables. No conviene olvidar que buena parte de los apoyos del actual secretario general, incluyendo algunos  ministros y altos cargos del partido, estuvieron anteriormente alineados en su contra y solo cambiaron de bando cuando el viento empezó a soplar a su favor. Estos fenómenos necesitan, como ciertas reacciones químicas, un iniciador. Alguien que empiece a pedir cuentas y a sembrar la alarma sobre las consecuencias de seguir sin presentarlas. Eso es todo.

lunes, 2 de junio de 2025

¿Soy de los nuestros?


Hay distintas formas de analizar la realidad. Y también, claro, de contarla. La gente, sobre todo en el tercer
[1] grupo, tiene una acusada tendencia gregaria. Necesita ser parte de algo. Especialmente durante la adolescencia y en la vida laboral, etapas en las que la sensación de pertenencia puede llegar a ser una necesidad existencial. Pero eso no es fácil. Ni gratis. Es posible que haya que comulgar con un catecismo cuyos postulados varían con el tiempo. En función de quién los enuncie en cada momento. Y puede que no sea suficiente hacerlo con alguno de esos postulados. Ni siquiera con la mayoría. Puede que haya que comulgar con todos.

Por concretar un poco y bajar de los cerros de Úbeda, supongamos que estamos hablando de un individuo, hombre o mujer, que, por razones personales, familiares o de trabajo, está obligado a relacionarse en el entorno político vigente en la tercera década del siglo XXI. En teoría esta persona podría observar la realidad y callarse, u opinar sobre lo que ve en el sentido que en cada ocasión le pareciera más conveniente. Ambas posturas le conducirían, probablemente, al ostracismo y al aislamiento social. Pero también podría aspirar a formar parte de algún colectivo o partido existente y, para hacer méritos rápidamente, podría manifestarse en contra de las corridas de toros o, incluso, a favor de la independencia judicial.

La primera de esas dos posibilidades es inocua. Apta, quizá, para obtener una cierta pátina progresista pero irrelevante a la hora de asegurarse la bienvenida en un partido. Estar a favor de la independencia judicial es más prometedor, pero hay que evitar peligrosas generalizaciones. Separar cuidadosamente a los jueces cuya independencia es defendible de aquellos que utilizan su poder para perjudicar al gobierno de turno. La independencia de estos últimos debe ser cuidadosamente supervisada. Pero en todo caso, son posturas que, en el mejor de los casos, sólo servirían para señalar una peligrosa tendencia a tener ideas propias.

Así que nada de esto es significativo a la hora de asegurar su pedigrí como miembro, o incluso como reconocible simpatizante a tiempo completo, de uno u otro colectivo. Lo que, como ya he dicho, no es cosa sencilla. Para eso hay que prestar atención al discurso actual del partido o asociación que elija -mejor si se puede acceder a una actualización diaria-, y atenerse estrictamente a su contenido en cualquier actividad o conversación. Y para ello hace falta, y eso es lo que se pide, fe. Y poca memoria. Y fuertes convicciones, como diría alguno de los más carismáticos líderes actuales. O al menos lo suficientemente fuertes como para comprender que, si lo que dicen ahora es distinto de lo que decían antes, por algo será.

Una vez alcanzado este estado de pertenencia, que hay que cuidar y actualizar día a día, se puede acceder a una realidad que hasta ahora ha permanecido oculta. Historias antes inverosímiles adquieren para nuestro personaje, desde una nueva y más amplia perspectiva, las características de una verdad revelada, quizá contrafactual pero que los hechos ya no pueden desvirtuar. Y así, como Winston Smith, a fuerza de repetir el discurso del Gran Hermano, terminará creyéndoselo. Y amándole.

Enviado a ECA 13 junio 2025

[1] No leer más allá de la línea 11. Publicado el 11 de abril.

viernes, 16 de mayo de 2025

Ideología y energía

 La política energética española lleva años atrapada entre eslóganes ideológicos y decisiones incompletas. Hoy, que da la impresión de que el mundo se reorganiza para garantizar una transición lo más segura posible, seguimos paralizados por el coste político de las decisiones. Ni el Sol es suficiente, ni la energía nuclear sobra. La madurez política podría empezar por asumir eso.

El apagón del 28 de abril, que dejó a oscuras a toda España, fue más que un fallo técnico: fue una señal de alarma. Un síntoma de que la seguridad y coherencia de nuestro sistema eléctrico no puede sostenerse indefinidamente sobre promesas genéricas. Mientras muchos países combinan pragmatismo tecnológico con visión estratégica, aquí seguimos encerrados en un falso dilema: ¿renovables o nuclear?

La apuesta del gobierno por las renovables es acertada, pero insuficiente. El sol y el viento son abundantes en España, pero no constantes ni gestionables. La intermitencia, la falta de respaldo firme y la vulnerabilidad de la red no se solucionan con entusiasmo y fe tecnológica. Insistir en un modelo 100% renovable sin rediseñar el sistema de base es una temeridad.

La energía nuclear tiene riesgos, residuos y altos costes iniciales. Pero también es estable, proporciona inercia mecánica a la red, no emite CO₂ en operación, y puede ayudar a reducir nuestra dependencia energética. Francia, Finlandia o Corea del Sur la han reactivado o no la han abandonado y no por nostalgia. Lo hacen porque la descarbonización, inevitable a medio plazo, necesita redundancia, estabilidad y firmeza.

Pero mientras tanto, se cierran centrales que funcionan, se prohíbe la explotación de uranio sin debate, y fingimos creer que todo se solucionará con fotovoltaica y retórica. Esa estrategia, por llamarla de alguna manera, ya está mostrando sus límites: precios elevados, importaciones crecientes y una red vulnerable a cualquier incidente.

Es cierto que no se puede prever todo. Pero eso no puede servir de excusa para no prever nada. No tomar decisiones es también una forma de decidir: perpetuar el desorden, externalizar el coste y aplazar el problema. Necesitamos una política energética seria, que combine la visión a largo plazo con medidas inmediatas.

Algunas son obvias: revisar la ley que impide explotar uranio en suelo español, con criterios técnicos y ambientales; aprobar una moratoria nuclear revisable, vinculada a objetivos de estabilidad y descarbonización y definir un mix realista que incluya renovables, hidráulica, almacenamiento y energía nuclear. Y, sobre todo, impulsar un pacto de Estado que proteja la transición energética de las sacudidas parlamentarias de cada legislatura. Desgraciadamente el nivel de consenso político necesario, en un contexto de fragmentación parlamentaria y polarización extrema, no parece fácil de alcanzar.

Esa transición tiene que ser eficaz, socialmente justa, y gestionada con responsabilidad. No hay solución limpia sin decisiones difíciles. Y no hay progreso sin asumir que, en energía como en democracia, el idealismo sin pragmatismo está condenado al fracaso

Enviado a ECA 16/5/2025

lunes, 5 de mayo de 2025

Algo de luz sobre el apagón del 28 de abril.

 El apagón ocurrido el pasado lunes, atribuido por Red Eléctrica Española a la desconexión repentina de dos plantas fotovoltaicas en Extremadura y la subsiguiente pérdida de 15 GW de potencia, ha vuelto a poner de manifiesto las dificultades de gestión que, casi inevitablemente, acompañan a las situaciones críticas. Aunque el origen técnico del incidente parece relativamente fácil de explicar, su trasfondo tiene que ver con la complejidad del sistema eléctrico y las implicaciones, también políticas, de la transición energética.

La energía eléctrica que llega a nuestras casas procede de diversas fuentes: centrales nucleares, térmicas de carbón o gas (ciclo combinado), hidroeléctricas, así como instalaciones eólicas y fotovoltaicas. En cada momento, el operador del sistema, Red Eléctrica Española (REE), decide cuál es la contribución de cada fuente al sistema, teniendo en cuenta su disponibilidad, el coste de generación y otros factores estratégicos o técnicos.

La política energética del gobierno español está orientada a reducir la dependencia de fuentes fósiles y nucleares, favoreciendo el desarrollo de las energías renovables, especialmente la eólica, la solar y la hidroeléctrica. Se trata de una estrategia razonable desde el punto de vista ambiental y económico, pero siempre que se tengan en cuenta las limitaciones técnicas inherentes a estas formas de generación.

La electricidad generada por estas fuentes circula en forma de corriente alterna a través de la red de transporte de alta tensión, gestionada por REE. Esta red opera normalmente a tensiones de hasta 400 kV y con una frecuencia estándar de 50 Hz, que debe mantenerse de forma extremadamente precisa. Las centrales convencionales (nucleares, térmicas, hidroeléctricas) utilizan grandes generadores rotatorios sincronizados con la red, que giran típicamente a unas 3.000 revoluciones por minuto, produciendo de forma natural corriente alterna con la frecuencia requerida. Estos generadores también aportan inercia mecánica al sistema, lo que permite amortiguar de manera automática pequeñas variaciones de demanda o generación.

En cambio, la energía fotovoltaica produce corriente continua, que debe transformarse en corriente alterna con la frecuencia, fase y forma de onda adecuadas. Por su parte, los aerogeneradores modernos producen corriente alterna, pero a una frecuencia variable, determinada por la velocidad del viento. Ambos sistemas necesitan inversores electrónicos que adapten la energía a las condiciones de la red. Este proceso, aunque tecnológicamente resuelto, introduce costes adicionales y no proporciona inercia natural, lo que reduce la capacidad del sistema para reaccionar de forma inmediata ante desequilibrios.

Por este motivo, la estabilidad del sistema requiere mecanismos adicionales, como almacenamiento, control de frecuencia avanzado o inercia sintética. Si el sistema cuenta con una proporción muy alta de energía renovable y carece de suficiente respaldo convencional o mecanismos de compensación, puede volverse más vulnerable a perturbaciones. Esta vulnerabilidad está, casi con toda seguridad, entre las principales sino la principal, causas del apagón.

Dicho esto, y considerando el compromiso del gobierno y de REE con el despliegue de energías renovables y el progresivo cierre de las centrales nucleares, es lógico preguntarse si el mix eléctrico actual garantiza siempre la robustez necesaria para evitar caídas de frecuencia o apagones ante imprevistos. La transición energética es inevitable y deseable, pero exige una gestión técnica rigurosa y realista de sus desafíos.

jueves, 3 de abril de 2025

No leer después de la línea 11


Últimamente he visto dos películas sobre teoría de números —en particular, los números primos—, la criptografía de clave pública y la seguridad de la información. Temas densos, sí, pero más fascinantes de lo que parece: todo ese aparato matemático invisible permite, entre otras cosas, que funcionen las criptomonedas, que se guarden secretos de Estado y que los misiles nucleares no se disparen por error. 

Hablábamos de esto en el viejo Café de Levante. Con cervezas sobre la mesa y servilletas convertidas en pizarras improvisadas, surgió la idea: ¿cómo introducir un mensaje secreto en un texto, al alcance de cualquiera, para que pase totalmente desapercibido? Eso, dije entonces, es fácil: basta con escribir un artículo cualquiera, sobre cualquier asunto, que tenga más de quince líneas. El mensaje, en español corriente, debe ir a partir de la línea once. Nadie lo notaría. En estos tiempos de consumo ansioso y lectura hipnótica de titulares, nadie lee más allá de unas pocas líneas. 

Este experimento trivial, nada más que una broma, esconde una idea preocupante: vivimos en una época donde la forma importa más que el fondo, donde lo visible eclipsa lo estructural, y donde el conocimiento está distribuido de forma profundamente desigual. Eso me llevó a recordar una vieja clasificación social que quizá convenga actualizar. Es la siguiente:

En el mundo hay tres tipos de personas. Que no son, como en el chiste, los que saben contar y los que no. La división, aunque algo más sutil, no es menos cortante. Hay un primer grupo, pequeño, discreto, que sabe cómo funciona su mundo y como gestionarlo. No necesitan aparecer en portadas, convocar ruedas de prensa, o hacer giras promocionales. No se dejan ver en Davos, ni en Cannes, ni en Twitter. Son los arquitectos del sistema, los que toman las decisiones estratégicas y diseñan el marco dentro del cual los demás se mueven.

Luego está el segundo grupo, algo más amplio, compuesto por personas que intentan entender el funcionamiento de su mundo. A veces lo logran, pero no tienen capacidad de decisión. Son observadores rigurosos, científicos sociales, lectores insaciables, ciudadanos atentos. Viven en tensión: saben lo suficiente como para inquietarse, pero no tienen las herramientas para transformar esa inquietud en poder.

Y, finalmente, el tercer grupo, el más numeroso: no entienden nada y tampoco les preocupa, pero son los que toman las decisiones tácticas que condicionan la vida política, económica y cultural del conjunto. Votan, consumen y opinan, aunque no suelen escribir; tampoco leen mucho. Participan en las redes, se exhiben en platós y ante micrófonos encendidos. Su ignorancia no es impostada: es natural, orgánica, y en muchos casos celebrada como forma de identidad colectiva. No obstante, de este grupo pueden salir líderes políticos y también las mayorías que los lleven al poder.

Puede parecer un esquema distópico, y tal vez lo sea. Pero no es nuevo. Esta clasificación remite a la sociología de las élites de Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca, quienes describieron una minoría dirigente que concentra el poder, así como a la triada del Inner Party, Outer Party y Proles en 1984 de George Orwell, que ilustra jerarquías de conocimiento y control. Y resuena con la 'jaula de hierro' de Max Weber, metáfora de las estructuras burocráticas que constriñen la agencia individual. Lo novedoso es la forma en que los límites entre estos grupos se han vuelto más borrosos, más resbaladizos y, a la vez, más impermeables.

Existe una relación simbiótica entre ellos. El primer grupo necesita al tercero para ejecutar sus decisiones, para legitimar el espectáculo democrático, para absorber la tensión de las crisis. Y necesita al segundo para analizar, predecir, amortiguar. Pero ninguno de estos dos puede —o quiere— hacer visibles las estructuras reales del poder. Se puede pasar del tercer grupo al segundo leyendo. El resto de las transiciones son muy raras.

Volvamos a los números primos. Esos entes abstractos, estudiados desde hace siglos sin aparente utilidad práctica, hoy son el núcleo de la criptografía moderna. Gracias a ellos podemos comunicarnos de forma segura, almacenar datos, mover dinero y proteger secretos. Sin ellos, todo colapsaría: desde los sistemas bancarios hasta los misiles balísticos.

A eso se suma otro instrumento aún menos comprendido por la mayoría: la reserva fraccionaria. Este mecanismo, con el que los bancos prestan un dinero que no tienen, es una de las piezas centrales del capitalismo financiero. Su existencia, sin embargo, pasa desapercibida para casi todos. ¿Por qué? Porque comprenderla exige tiempo, esfuerzo, y una voluntad de mirar detrás del decorado que pocos cultivan.

Ambos instrumentos —los números primos y la reserva fraccionaria— pertenecen simbólicamente al primer grupo. Son una parte, quizá pequeña pero no insignificante, de su caja de herramientas. El segundo grupo los estudia, los explica, los cuestiona. El tercero ni siquiera sabe que existen. Y, sin embargo, su vida entera depende de ellos.

Pero no hay un “club secreto” que dirija el mundo desde un sótano lleno de pantallas. Lo que hay es una estructura de poder que opera bajo lógicas técnicas, financieras y algorítmicas que no requieren aplausos ni votos. Basta con que funcionen. Y funcionan.

Hay un mensaje en este texto y no está cifrado. Está a plena vista, como los números primos, como los contratos bancarios o las líneas que pocos llegan a leer. Está a partir de la línea once, si uno quiere. Pero, sobre todo, está en la invitación a leer críticamente, cuestionar las estructuras de poder y reconocer el valor (y la desigual distribución) del conocimiento.

Publicado en ECA 11 de abril de 2025


lunes, 17 de marzo de 2025

Sin título

En una entrevista concedida al diario La Vanguardia y reproducida en el número del pasado domingo, el ministro Oscar López dedica dos páginas a trasladar a los lectores las excelencias de su política al frente del departamento de Transformación Digital y Función Pública. Durante la entrevista, que contiene algunas novedades, el ministro evita meterse en jardines de los que pueda resultarle difícil salir. O, mejor dicho, lo intenta.

El tema escogido por el periódico, aprovechando que se desarrolla en Barcelona el Mobile World Congress, es la inteligencia artificial. Lo que no es óbice para que las entrevistadoras formulen todo tipo de preguntas sobre la política ministerial, el futuro, la ciberseguridad, la incursión gubernamental en telefónica, los bulos, la comunidad de Madrid y su presidenta o el problema, aparentemente ya resuelto, de MUFACE. Dos páginas dan para mucho y el multifacético y locuaz ministro entrevistado no rehúye casi ninguna pregunta.

La entrevista no consigue, ni creo que lo intente, ponerle en aprietos. Una de las primeras preguntas es: ‘Estos días ha habido quien defiende que España tiene la sociedad más avanzada en digitalización ¿Está de acuerdo?’ El ministro reconoce, modestamente, que queda mucho por hacer, pero asegura que España, en ese campo, es mucho más que el cuarto país de la Unión Europea. Y que es el único país de la Unión con un modelo propio de IA, un observatorio y una carta de derechos digitales. Cuestiones estas últimas que, junto con el control de los medios de comunicación para la erradicación de la ‘desinformación’, parecen estar entre las de mayor interés para él.

Sigue diciendo el ministro que el gobierno, ‘a través de la Sociedad Española para la Transformación Tecnológica, va a invertir, o ha invertido ya, 67 millones de euros, de los fondos europeos, en la empresa Multiverse Computing, de Gipuzkoa’ que ‘hace cuatro o cinco años empezó con la computación cuántica y que ha desarrollado un modelo de comprensión de la IA que reduce la comprensión de los modelos de lenguaje en más del 90%, lo cual supone un ahorro energético del 50%’. La primera aparición de la palabra comprensión habrá que sustituirla, supongo, por compresión y la segunda por tamaño. Estos datos, ciertamente muy ambiciosos, de confirmarse, constituirían efectivamente un hito muy importante, por cuanto el costo energético de la IA es uno de sus principales puntos débiles. 

He buscado Multiverse Computing en la Web y he encontrado una página, en inglés, en la que aparecen referencias, acompañadas de alguna métrica ilustrativa del ahorro ofrecido, al algoritmo de compresión de modelos de IA y también, muy breves, a la utilización de la computación cuántica para el desarrollo de sofisticados algoritmos. En realidad, no se refieren exactamente a computación cuántica, una tecnología que aún está en mantillas, sino a combinarla con la ‘inspirada’ en ella. Todo puede ser, pero se echa de menos algo más de detalle en el tratamiento de esos temas, quizá porque el objetivo de la página es más comercial y publicitario, que técnico o informativo. 

El ministro dice también, remontándose a ‘otras revoluciones tecnológicas’ en las que Europa ha llevado la delantera, que se puede ganar la segunda carrera de la IA. Supongo que se refiere a las dos primeras revoluciones industriales, claramente europeas y más concretamente británicas. Pero ganar, aquí, supone pasar por delante de Estados Unidos y de China, que entonces no estaban en la competición ni, desde luego, llevaban la delantera que ahora llevan. Después Europa perdió por incomparecencia la revolución informática y ha perdido claramente la de la IA, así que ese hipotético primer puesto, aunque sea en una segunda carrera, no está, ni mucho menos, garantizado. 

Enviado a ECA 14032025

 

viernes, 14 de febrero de 2025

Transparencia

La costumbre de retransmitir los plenos del Ayuntamiento, y también los de otras instituciones, es ya vieja y no necesariamente mala. Pero tampoco es, como sostenía un exconcejal con el que comentábamos el último pleno, una panacea o la sublimación de la democracia. Así, me decía, los ciudadanos pueden ver lo que hacemos. Creo que no se dio cuenta de las implicaciones de la frase hasta que terminó de hablar. Y no está mal que la gente preste atención a la forma en la que sus representantes desarrollan sus funciones. Porque las formas tienen importancia, desde luego, pero en la gestión de los asuntos públicos, importan sobre todo los resultados.

Yo no suelo ver esas retransmisiones, pero he visto, porque me ha llegado varias veces al móvil, un fragmento del último pleno municipal. Concretamente la parte en la que el alcalde expulsó a una concejala del pleno porque, según él, no se atenía al contenido del punto del orden del día que se estaba tratando. Las formas, en este caso, resultan chocantes por lo llamativas. Si se expulsara, o simplemente se retirara la palabra, a un político cada vez que se va por los cerros de Úbeda, los plenos, y no sólo los del Ayuntamiento, serían incomparablemente más cortos. Y menos aburridos. Aparte de que la ubicación de los mencionados cerros, por lo que respecta al discurso político, es algo opinable. Dicho esto, expulsar a una concejala durante el tiempo que tiene estipulado para intervenir y con la peregrina justificación de que no se atiene al orden del día, es una decisión… arriesgada, que sienta un precedente difícil de gestionar en el futuro.

Por lo que respecta a los resultados de la gestión, la más consolidada de nuestras tradiciones políticas, permítaseme la perogrullada, exige que al gobierno le parezcan óptimos y a la oposición inexistentes o desastrosos. Eso no es una novedad ni tampoco un problema, porque los resultados en la gestión de un Ayuntamiento no deberían ser difíciles de evaluar. Al menos una vez establecidos los requisitos básicos como, por ejemplo, ¿para qué sirve un Ayuntamiento? A priori esta puede parecer una pregunta sencilla, pero no lo es. Hágansela a un ciudadano desprevenido y ya me contarán lo que les contesta. Si es que les contesta.

El estado actual de la ciudad y su comparación con ciudades próximas y de tamaño parecido, puesto de manifiesto la semana pasada en un artículo del foro B21 sobre el presupuesto municipal, permiten abrigar ciertas reservas acerca de la utilidad inmediata de la institución. El ayuntamiento debería servir para proporcionar determinados servicios, para dar facilidades a las empresas que quieran instalarse en la ciudad, para preocuparse del aspecto general, tanto del centro como de la periferia, y para que la ciudad resulte atractiva para vivir y trabajar. Y también para planificar un futuro que será más o menos problemático en función de cómo lleguemos hasta él.

Pero los políticos, incluso los competentes, no suelen prestar atención a nada que vaya a ocurrir después de las próximas elecciones, y los ciudadanos tampoco ven mucho más allá de sus problemas particulares o de sus simpatías y antipatías personales. Todo ello claro con honrosas, pero no demasiadas, excepciones. Esto, una burocracia que se justifica a sí misma y la falta de mecanismos de evaluación y rendición de cuentas distintos del mero espectáculo televisado, hacen que la gestión de la cosa pública sea ahora tan imprevisible como el tiempo atmosférico. Y casi igual de preocupante.

Enviado a ECA 14 de febrero de 2025


 

jueves, 23 de enero de 2025

Primarias en el PSOE aragonés.

 Darío Villagrasa es una joven promesa del socialismo aragonés que opta, optaba esta mañana al menos, a la Secretaría General del PSOE en Aragón. Los apoyos con que contaba y que, según sus propias palabras, le animaron a presentarse, parecen estar perdiendo peso y volumen, en un proceso que cuenta con notables antecedentes en Castilla León y Andalucía.

Hay, claro, otro candidato. Candidata, en este caso, que cuenta con el apoyo de la dirección federal del partido y que, además, es ministra de educación y portavoz del gobierno socialista. Una candidata difícil de batir para un candidato local, aún en el supuesto de que las preceptivas, si hay más de un candidato, elecciones primarias se llevaran a cabo con total neutralidad por parte de los órganos del partido y del gobierno.

Pero esa neutralidad en las actuales circunstancias es improbable. El gobierno y la dirección federal del partido, que en la práctica son la misma cosa, están sometidos a una fuerte presión por vía judicial y sufriendo una estresante debilidad parlamentaria, que no admite grietas en la unidad interna. Se podría, quizá, haber dejado vía libre al candidato local pero, una vez que se ha optado por la confrontación con la estructura saliente, que por otra parte ya viene de lejos, no se presenta a una candidata, tan significada como Pilar Alegría, para que pierda. Ni para que corra el riesto de perder.

Es verdad que en Extremadura la candidata supuestamente apoyada por el gobierno perdió las primarias. Pero era una mujer prácticamente desconocida fuera de Extremadura y su oponente era entonces secretario general del partido en la región. Un hombre, además, que había dado la cara en uno de los conflictos judiciales que afectan al presidente. Nada que ver con la situación en Aragón.

Y ¿qué es lo que está pasando ahora? Pues que los apoyos con los que Darío contaba están pasándose a Pilar. Para gente que aspira a tener algo parecido a una carrera política en el PSOE enfrentarse al presidente y secretario federal del partido es algo muy arriesgado. Y para que valga la pena correr el riesgo, no basta con tener un buen candidato. Parece que Darío lo es. O lo era. Ha de ser un candidato con posibilidades reales. Pero basta con que algún apoyo o agrupación considerados firmes se descuelgue, para que empiece la desbandada y todos, o la mayoría, se esfuercen en no llegar los últimos a rendir pleitesía a la ganadora. Y ya se han descolgado varios.

Lo más probable, pues, es que Darío se haga a un lado como consecuencia, desde luego, de una reflexión personal y negociando alguna cuota de poder con Pilar Alegría. Y que Pilar pase a ser la única candidata y, por tanto, la próxima Secretaria General del PSOE en Aragón. Sin el engorro de unas primarias que, como es sabido, las carga el diablo.

Es posible que este proceso, tal como se ha descrito, no contribuya a consolidar la democracia interna dentro del PSOE, pero, a estas alturas, eso no le va a quitar el sueño a nadie. Así son las cosas. O así parecen.


lunes, 13 de enero de 2025

Diálogos para Besugos VII.


- Buenas tardes, yo venía a contarle…
- Es que ahora no puedo atenderle.  
- Pero…
- Y además… ¿Quién es usted?
- Soy el presidente.
- Ah, encantado. Pero no tengo suelto. Vuelva otro día.
- ¿Que no tiene suelto? Va a resultar usted un gracioso. De todas formas, no vengo a recaudar. Eso lo hacen los de hacienda. 
- Ya. Por si acaso. Y ¿A qué ha venido, si puede saberse?
- Como le decía yo vengo a contarle lo mucho que mi gobierno ha hecho y va a seguir haciendo por los más desfavorecidos.
- Pues me alegro de que toque ese tema. Una vez que hayan hecho ustedes por ellos lo que se sea que vayan a hacer, ¿Seguirán siendo los más desfavorecidos? Y, si no, ¿Quiénes serán entonces los más desfavorecidos? A ver si vamos a liarla y favoreciendo, favoreciendo voy a acabar siendo yo el más desfavorecido.
- Bueno, mire, no se preocupe por eso. En realidad, también vamos a trabajar por los más vulnerables.
- Vaya, otros que tienen suerte. Y dígame ¿Qué diferencia hay entre los más vulnerables y los más desfavorecidos?
- Los más vulnerables son los que corren el riesgo de quedarse sin trabajo, sin casa y sin alimentos. Como usted. Los más desfavorecidos son los que ya no tienen casa, ni trabajo ni alimentos. Como ve la diferencia es notable. Los más vulnerables corren el riesgo de ser los más desfavorecidos a no ser que les ayudemos. Por suerte para ustedes estamos aquí.
- Oiga, que yo no corro ningún riesgo de quedarme sin trabajo, sin casa y sin alimentos.
- ¿No? ¿Está seguro?
- Sí. Yo soy un jubilado. Después de muchos años de cotizar recibo una pensión que me he ganado sobradamente. Y tengo mis ahorros. 
- Ah, pero usted no es sólo un jubilado. Usted es un privilegiado, aferrado a un sistema que solo funciona bien con 4 trabajadores activos por jubilado. Ahora no hay ni dos. Lea, lea la prensa. Y dentro de poco habrá uno. Créame, es usted bastante vulnerable y va camino de estar entre los más vulnerables.
Seguro que el sistema de pensiones, en su diseño actual, tiene los días contados. Como tantas otras cosas. Pero yo también, así que estoy preocupado, pero no mucho. Ustedes deberían estarlo más porque para eso cobran, y hasta puede que lo estén, pero tampoco demasiado porque esperan pasarles el problema a los que vengan detrás.  
- Yo he dicho en varias ocasiones que el sistema de pensiones es intocable y que los jubilados actuales pueden estar tranquilos. La última reforma que aprobamos blindó el poder adquisitivo de las pensiones hasta 2050.
- No me diga. Inflación incluida, supongo. Pero entonces, ¿a qué viene eso de que soy vulnerable y llevo camino de serlo más? 
- Pues a que una cosa es lo que hacemos nosotros y otra la que haría la oposición. Ellos recortarían las pensiones, subirían los viajes del Inserso y hasta les quitarían la entrada de cine de los martes. Ya sabe cómo son.
- No. ¿Cómo son?
- Pues…

Enviado a ECA 13 de enero de 2025

jueves, 19 de diciembre de 2024

El dedo en el ojo

 

Apenas dos meses después del último ‘momento histórico’, vivido gracias al anuncio de la ubicación de un centro de datos en Calatorao, asistimos a otro a cuenta de la decisión de la empresa china CATL de instalar una gigafactoría en Figueruelas. Un diario de circulación nacional saludaba el acontecimiento con un editorial titulado ‘El milagro económico aragonés’ en el que, entre otras cosas, todas estupendas, se decía que Aragón es ‘una de las pocas regiones de España que están entrando en el futuro de manera clara y firme, convirtiendo en fortalezas lo que hasta ayer eran debilidades’

No creo que sea para tanto, ojalá lo fuera, pero, en todo caso, no estaría de más tratar de mantener los pies en el suelo, sobre todo al hablar de inversiones multimillonarias como las que, por lo visto, está previsto que se materialicen a lo largo del año que viene. Unos cuarenta mil millones, según la entusiasta editorialista.

Conviene aclarar, yo también estaba algo despistado, que el término giga en la palabra gigafactoría, no se refiere, o no sólo, al tamaño de la fábrica en cuestión, sino al orden de magnitud (Gwh) de la capacidad de almacenamiento del millón de baterías para automóviles eléctricos que va a producir al año. Que es una cantidad ciertamente respetable y que debería suponer, de materializarse, que el tránsito a la movilidad eléctrica ha dejado, o habrá dejado para entonces, atrás las dudas sobre su viabilidad. 

Una vez más las fortalezas de Aragón, exhibidas a la hora de acoger este tipo de fábricas, son el suelo disponible, el agua del Ebro y el sol y el viento que pueden, con los artilugios adecuados, transformarse en energía eléctrica que, gracias a su origen, habrá devenido renovable. El suelo ya parece estar comprometido en las proximidades de la actual factoría de Figueruelas, agua, al menos este año, parece haber de sobra y energía… ya veremos. No sé si es a estas fortalezas a las que se refería la editorialista, ni por qué, de ser así, eran antes debilidades. A no ser, claro, que se considere una fortaleza sobrevenida la progresiva despoblación del territorio, Zaragoza excluida, y la consiguiente disponibilidad para otros usos de la energía, el agua y el suelo que nosotros no utilizamos por falta de gente, de dinero o de ideas.

El regulador eléctrico español ha aplicado varias veces en los últimos años, y por última vez el pasado jueves, el protocolo de desconexión de grandes industrias. La razón es un déficit ocasional en la generación procedente de fuentes renovables. Esto es algo que no tiene por qué condicionar nada, pero pone de manifiesto que las redes de transmisión, diseñadas para un suministro centralizado y homogéneo y los sistemas de almacenamiento necesitan adaptarse cuanto antes. Pero ayer, viniendo de Zaragoza, mientras atravesaba las nuevas trincheras de Estrecho Quinto, y a la vista de lo que ha pasado y está pasando en Valencia, me preguntaba si hay aquí alguien planificando algo. 

Enviado a ECA 20 de diciembre de 2024


sábado, 19 de octubre de 2024

Momentos históricos

 

Hace 16 años, en la sala de la Corona de la sede del gobierno de Aragón, presentaron lo que iba a ser ‘el proyecto más grande en Aragón desde los Reyes Católicos’. Sus impulsores, se dijo, ‘habían sabido reconocer la idoneidad del territorio Aragonés’ para desarrollar un proyecto que iba a atraer 40 millones de visitantes cada año, y que consistía en ubicar un enorme conglomerado de hoteles y casinos en el desierto de los Monegros. La proclamada idoneidad de Aragón se debía a la ‘disponibilidad de agua, energía y suelo abundantes’, además de ‘estabilidad política’. El proyecto no salió adelante, pero se había declarado de interés público o se había modificado la legislación para facilitar su puesta en marcha. Nadie, por supuesto, asumió, tras el fracaso, responsabilidad alguna ni dio la menor explicación.
El Heraldo de Aragón del pasado día 15 daba la noticia de la presentación, en el mismo lugar, del proyecto de creación, por un fondo de inversión norteamericano, de un nuevo centro de datos en Calatorao. En principio nada especialmente llamativo; entre Huesca y Zaragoza ya hay tres centros de ese tipo en explotación y, contando este y según el mismo artículo, otros 16 en proyecto, impulsados por Microsoft y otras empresas relacionadas con el sector informático o los fondos de inversión. La presentación tuvo, sin embargo, algunos momentos de 'déjà vu' como, por ejemplo, cuando el presidente dijo que el promotor había ‘sabido reconocer el inmenso potencial que tiene Aragón’, constatando, añadió, que en ‘Aragón contábamos con talento, energías renovables, agua suelo y paz social’. Llevado por el entusiasmo, aunque en esta ocasión sin involucrar a los Reyes Católicos, dijo también que Aragón estaba viviendo un ‘momento histórico’ y anunció la declaración de interés autonómico del proyecto. Las similitudes, por el momento, terminan aquí. Espero.
El presidente aseguró que Aragón iba a superar a Virginia, en Estados Unidos, como sede de estos centros, cosa que, a decir verdad, no parece muy difícil. Virginia no dispone de demasiado suelo libre, algunos enclaves históricos de la Guerra Civil americana han tenido que ser utilizados para instalar los últimos centros, y en algunos sectores del estado empieza a preocupar el agua y la energía comprometidos en esas instalaciones. Ese, el de preocuparnos por el futuro, es un problema que aquí no tenemos.  Aun así, no acabo de compartir el entusiasmo por estas granjas de máquinas, ordenadores, routers, etc., que serán chatarra en pocos años y que, mientras tanto, consumirán recursos, ya veremos si por encima de nuestras posibilidades. Sería mejor intentar, como proponía mi buen amigo Ildefonso García Serena la semana pasada, impulsar la fabricación de chips. O retener y atraer talento para desarrollar los algoritmos que gestionarán los datos base de la IA, ya que tanto, y sin duda tan justificado, interés tenemos ahora por esta tecnología. 
Porque la presencia de los centros de datos en territorio aragonés aporta más bien poco a la digitalización de la comunidad. Los doscientos empleos que se anuncian para después de la terminación de las obras, si finalmente se llevan a cabo, serán empleos de mantenimiento. Electricistas cualificados, probablemente con titulación superior, pero nada más. Los puestos de trabajo relevantes en esta industria seguirán estando en California y otros lugares de Estados Unidos o en Alemania, Reino Unido o Dinamarca. Aquí podemos seguir viéndolas venir, pero hay otras posibilidades. De todo lo que alardeamos, agua, energía…, el talento es lo más seguro. No conviene desaprovecharlo.


Enviado a ECA 25 de Octubre de 2024


sábado, 5 de octubre de 2024

Visión crítica de la democracia

 

La democracia, entendida como un mecanismo institucional para la participación ciudadana en la toma de decisiones colectivas, es un sistema complejo que se ha convertido en un pilar fundamental en las sociedades contemporáneas. No obstante, su aplicación y evolución en el contexto actual plantea numerosas tensiones y desafíos que requieren un análisis crítico y profundo. En este ensayo se revisan las problemáticas inherentes a la democracia contemporánea, fundamentadas en la discusión de sus limitaciones y patologías, inspiradas en el análisis presentado en el documento “Anatomía patológica de una democracia (II)” de Fernando del Pino Calvo Sotelo, que ofrece una visión crítica sobre el estado de la democracia en nuestros días.

La democracia ha llegado a ser considerada, en muchos casos, no como un sistema político perfectible y en constante desarrollo, sino como una especie de dogma incuestionable. Esto contrasta con la visión original de los teóricos fundadores, quienes entendieron que, si bien la democracia representa una mejora significativa respecto de sistemas autocráticos, su eficacia depende de la existencia de límites institucionales claros que prevengan la concentración del poder y protejan los derechos de las minorías. La preocupación sobre la llamada "tiranía de la mayoría" no es un elemento nuevo, sino una advertencia recurrente desde los orígenes de la democracia liberal. James Madison, por ejemplo, la describió como “la forma más vil de gobierno”, destacando la necesidad de mecanismos que limiten el poder de las mayorías y salvaguarden las libertades individuales.

Un aspecto fundamental de la problemática democrática actual radica en la naturaleza del voto. El sufragio universal, si bien garantiza la participación masiva, no necesariamente implica decisiones informadas y racionales. En realidad, la decisión de voto suele estar influenciada por factores externos como la propaganda, el carisma de los candidatos, o la tradición familiar de votar por un partido específico. Esta frivolidad y falta de deliberación crítica pervierte el objetivo de la democracia, que debería basarse en un electorado informado y consciente de las implicaciones de sus decisiones. El fenómeno de la propaganda moderna, facilitado por tecnologías digitales, ha amplificado la capacidad de los actores políticos para manipular las percepciones públicas y canalizar emociones como el miedo, lo cual resta racionalidad al proceso de elección.

Asimismo, el problema de agencia es un componente crítico en la discusión democrática. Los representantes políticos, a menudo, priorizan sus propios intereses o los de grupos específicos por encima de los intereses generales de la población. Esta desconexión entre representantes y representados es, en gran medida, consecuencia de la asimetría informativa y de la falta de mecanismos efectivos de rendición de cuentas. La negociación del gobierno español con los separatistas catalanes y vascos, mencionada en el documento base de este ensayo, ilustra cómo las decisiones políticas pueden estar más alineadas con la supervivencia de un gobierno particular que con el bienestar nacional.

El reto, entonces, no es únicamente identificar las patologías de la democracia, sino reflexionar sobre cómo reformarla y adaptarla a las realidades contemporáneas. Al igual que los avances tecnológicos obligan a reconsiderar y reformular métodos educativos y prácticas sociales, la democracia también debe evolucionar para responder a las nuevas dinámicas sociales, económicas y tecnológicas. La incorporación de la inteligencia artificial y la digitalización, por ejemplo, representan oportunidades y riesgos que deben gestionarse adecuadamente para evitar una mayor concentración del poder o la manipulación exacerbada de la opinión pública.

La legitimidad de la democracia reside, en última instancia, en su capacidad para promover el bienestar de todos los ciudadanos de manera equitativa. Para ello, es fundamental fortalecer el Estado de Derecho, garantizar la separación de poderes y limitar el poder del Estado mediante mecanismos efectivos de control y rendición de cuentas. Adicionalmente, una democracia saludable requiere una ciudadanía educada e informada, capaz de discernir entre los argumentos válidos y la manipulación, y de participar activamente en la construcción de un sistema más justo y equitativo.

La democracia es un sistema en constante construcción que debe ser analizado y criticado para poder evolucionar y enfrentar los desafíos actuales. Lejos de idealizarla como un fin en sí mismo, debemos verla como una herramienta que, si es correctamente gestionada, puede maximizar la libertad y el bienestar colectivo. Es imperativo, entonces, repensar las instituciones democráticas, educar a la ciudadanía y fomentar una participación crítica que permita una constante adaptación del sistema a las nuevas realidades, asegurando así su efectividad y legitimidad en el siglo XXI.

sábado, 18 de mayo de 2024

Lambán y la coherencia


A mí la ley de amnistía, impulsada por el actual gobierno y sus apoyos parlamentarios, no me quita el sueño. Para eso ya tengo la próstata. Me parece que no es más que una parte del circo político que, como todos los circos, está en busca del ‘más difícil todavía’, ensayando números cada vez más arriesgados hasta que alguno de los acróbatas se rompa la crisma. El mayor peligro, de este circo en particular, está en que los numeritos no se realizan en el escenario ni sobre una red, sino justo encima de nuestras cabezas, con lo que resulta algo difícil desentenderse del todo. 

 En fin, metáforas aparte, si he tocado el tema de la amnistía no es porque me importe demasiado que los políticos se amnistíen entre ellos o que trafiquen, en busca de su propio beneficio, con los votos que, ingenuamente, les ha dado el personal. Eso está dentro del orden natural de las cosas y, desde luego, de lo que cabe esperar. No. Es porque me ha llamado la atención la actitud de Javier Lambán, senador y ex presidente de Aragón, negándose a participar en la última, o penúltima, parte del más arriesgado, hasta ahora, de los saltos mortales de nuestro inefable presidente del gobierno. Yo ya sé lo que opina, o lo que opinaba, el Sr. Lambán del Sr. Sánchez, pero también sé, y de primera mano, que no era nada distinto, puede que algo más matizado, de lo que opinaban de él, antes de que llegara al poder, destacados políticos en activo convertidos después, milagrosamente, en fervorosos seguidores de su política. 

 Por eso me parece que tiene cierto mérito mantener el tipo, en un tiempo en el que la dignidad ya no parece un valor en alza. Es verdad que Lambán no se juega mucho en este envite. Una vez laminados sus candidatos a las cortes generales y al parlamento europeo y pendiente, sólo, del paso del tiempo para dejar la secretaría general y supongo que también la política activa, puede permitirse, por 600€ de multa, el lujo de decir y hacer lo que, en conciencia, cree que debe hacer o decir. Su partido ya ha dicho, y seguro que saben lo que dicen, que es una cuestión puramente individual y que el riesgo de contagio es nulo. Cosa que también está dentro de lo que cabía esperar.

lunes, 1 de abril de 2024

Un poco de historia (reposición)

Ayer volví a a ver una vieja película sobre el desmantelamiento, hace más de treinta y cuatro años, del muro de Berlín. En las fotos y películas, tomadas aquel 9 de noviembre de 1989, pueden verse las caras, iluminadas por la emoción, de gentes conscientes de que estaban viviendo un momento histórico: el final de cuarenta años de régimen comunista, en la mitad oriental de la antigua Alemania, que se venía abajo sin resistencia, simplemente por el hastío que provocaba un sistema que, en todo ese tiempo, no había cumplido la mayoría de sus promesas ni producido nada más que miseria y muerte. Hastío agudizado por el contraste con la casi insultante prosperidad que había alcanzado la otra mitad del país hacia la que tantos habían intentado huir, pagando muchas veces con la cárcel y hasta con la vida el intento. Aquí, en España, también tuvimos un momento semejante, que se prolongó durante toda la segunda mitad de los años 70, cuando, tras la muerte de Franco, también en noviembre, pero de 1975, las instituciones que creó resultaron ser insuficientes para mantener un régimen que no era homologable en la Europa en la que queríamos entrar a toda costa. Un régimen que también se vino abajo, sin más resistencia que las payasadas de algún iluminado. Pero los momentos de euforia y esperanza, tanto en España como en Alemania, pasaron rápidamente para dar paso a la normalidad democrática y con ella, a una cierta y creciente decepción, provocada por la inevitable comparación de esa normalidad con lo que algunos esperaban de ella. La parte oriental de Alemania, lejos aún de la prosperidad de la República Federal, tuvo que ver sus viejas fábricas desmanteladas y a muchos de sus ciudadanos condenados durante mucho tiempo al paro y a la subvención o a la emigración, con la importante diferencia de que ya podían pasar y repasar el antiguo muro sin ningún problema. Pero dónde antes les acogían con los brazos abiertos cuando llegaban, con lo puesto y esquivando las balas de la policía política oriental, se les recibió con recelo cuando vinieron, con sus viejas maletas de cartón, a disputar a los alemanes del oeste y también a los emigrantes del sur de Europa, unos puestos de trabajo cada vez más escasos. En España la democracia, idealizada durante los cuarenta años de dictadura, tampoco ha resultado ser la panacea esperada. Los políticos de la transición, idealistas y combativos, han dejado sitio a una clase parasitaria cuyo objetivo principal es vivir a costa del Estado, y la democracia ha devenido en una suerte de partitocracia que cada vez tiene menos que envidiar a la antigua estructura del movimiento. Como aquella, cuenta, también con la pasividad de la gente que ignora sus derechos y no está dispuesta a complicarse la vida, al menos mientras mantenga sus pequeñas conquistas, su estatus pequeñoburgués y su aparente prosperidad. Pero eso puede tener ya fecha de caducidad. Muchos de estos políticos, hábiles para llegar al poder y enquistarse en él, lo ignoran todo sobre los cada vez más complejos mecanismos que regulan la economía, la ecología y la vida y para sobrevivir y sostenerse en el poder necesitan un entorno en el que los problemas, incluídos los causados por ellos mismos, se solucionen por sí solos. Un entorno que ya no es este. O no por mucho tiempo.