Por concretar
un poco y bajar de los cerros de Úbeda, supongamos que estamos hablando de un
individuo, hombre o mujer, que, por razones personales, familiares o de
trabajo, está obligado a relacionarse en el entorno político vigente en la
tercera década del siglo XXI. En teoría esta persona podría observar la
realidad y callarse, u opinar sobre lo que ve en el sentido que en cada ocasión
le pareciera más conveniente. Ambas posturas le conducirían, probablemente, al
ostracismo y al aislamiento social. Pero también podría aspirar a formar parte
de algún colectivo o partido existente y, para hacer méritos rápidamente,
podría manifestarse en contra de las corridas de toros o, incluso, a favor de
la independencia judicial.
La primera de
esas dos posibilidades es inocua. Apta, quizá, para obtener una cierta pátina
progresista pero irrelevante a la hora de asegurarse la bienvenida en un partido.
Estar a favor de la independencia judicial es más prometedor, pero hay que
evitar peligrosas generalizaciones. Separar cuidadosamente a los jueces cuya
independencia es defendible de aquellos que utilizan su poder para perjudicar
al gobierno de turno. La independencia de estos últimos debe ser cuidadosamente
supervisada. Pero en todo caso, son posturas que, en el mejor de los casos, sólo
servirían para señalar una peligrosa tendencia a tener ideas propias.
Así que nada
de esto es significativo a la hora de asegurar su pedigrí como miembro, o incluso
como reconocible simpatizante a tiempo completo, de uno u otro colectivo. Lo
que, como ya he dicho, no es cosa sencilla. Para eso hay que prestar atención al
discurso actual del partido o asociación que elija -mejor si se puede acceder a
una actualización diaria-, y atenerse estrictamente a su contenido en cualquier
actividad o conversación. Y para ello hace falta, y eso es lo que se pide, fe.
Y poca memoria. Y fuertes convicciones, como diría alguno de los más
carismáticos líderes actuales. O al menos lo suficientemente fuertes como para comprender
que, si lo que dicen ahora es distinto de lo que decían antes, por algo será.
Una vez
alcanzado este estado de pertenencia, que hay que cuidar y actualizar día a
día, se puede acceder a una realidad que hasta ahora ha permanecido oculta.
Historias antes inverosímiles adquieren para nuestro personaje, desde una nueva
y más amplia perspectiva, las características de una verdad revelada, quizá contrafactual
pero que los hechos ya no pueden desvirtuar. Y así, como Winston Smith, a
fuerza de repetir el discurso del Gran Hermano, terminará creyéndoselo. Y
amándole.