Conocí a Joaquín hace muchos años, cuando llegó como profesor al instituto Hermanos Argensola, donde yo era alumno de cuarto de bachillerato. Con su muerte en Zaragoza, el 26 de mayo de 2025, se apaga la luz de un hombre íntegro que, con su capacidad de trabajo y su sólida formación, deja tras de sí una huella imborrable para cuantos tuvimos el privilegio de conocerle.
Al frente de la
Secretaría y, posteriormente, como subdirector del Centro de la UNED puso su
energía y su afán de trabajo al servicio de la cultura, lo que se tradujo en
innumerables iniciativas. Coordinador del área de Lengua y Literatura, atrajo
proyectos, conferencias y jornadas que enriquecieron el panorama educativo
local, siempre con una mirada rigurosa y una pasión contagiosa por el
conocimiento.
Durante décadas ejerció
como profesor de Lengua y Literatura, Latín, Arte…, entregándose con entusiasmo
al desarrollo intelectual de sus estudiantes. Su voz, su erudición y su respeto
por la dimensión humana de la enseñanza, convertían cada clase en un espacio de
diálogo y descubrimiento, en el que no faltaba nunca el sentido del humor.
Era también, quizá él
hubiera dicho que, sobre todo, un cura. Y eso en Barbastro no era, no es, poca
cosa. Los curas que yo he conocido fueron, son, los que quedan, una parte
fundamental de la élite intelectual de la ciudad, sobre todo en una época en
que la fe y la cultura se entrelazaban para impulsar el progreso social y el
enriquecimiento colectivo.
Joaquín encarnó la figura
del humanista clásico: un hombre que supo compaginar la vocación cultural, la
docencia y la fe con un esfuerzo constante, sin buscar protagonismo, con la
única meta de servir. Su legado —hecho de rigor intelectual, generosidad y
compromiso social— continuará inspirándonos para valorar el poder transformador
de la educación y del trabajo bien hecho.
Descansa en paz, viejo
amigo, maestro y compañero. Tu memoria seguirá viva en el recuerdo de los que
seguimos creyendo en la fuerza del humanismo.
Enviado a ECA 30/5/2025