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jueves, 20 de marzo de 2025

Rearmarnos... ¿para qué?

 La cuestión del gasto militar requiere un cuidadoso examen para evitar, en lo posible, planteamientos excesivamente simplistas. La historia, tal como nos la cuentan, es la siguiente: La financiación de la OTAN depende, en un 75% de los Estados Unidos, que aporta, además la mayor parte del armamento y de las tropas de combate. Como consecuencia de esto, los miembros europeos de la alianza disfrutan de la protección de la organización a un coste muy inferior al real. El actual gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, cree que esta situación es insostenible y que los países europeos deben incrementar el gasto militar y asumir más responsabilidad en su propia defensa.

Defendernos esta muy bien, pero ¿de quién? Pues, aparentemente, de los rusos. La OTAN fue diseñada originalmente como un contrapeso contra la extinta Unión Soviética y tras el colapso de esta se mantuvo, y se mantiene, a Rusia como principal adversario. En todo caso, no hay otro enemigo a la vista contra el que sostener una guerra convencional. Al menos una que requiera un incremento del gasto militar tan elevado como el que Estados Unidos exige a Europa.

Veamos los números. Según el IISS, en 2024 el gasto en defensa de Rusia ascendió a 145mM de dólares y el de los miembros europeos de la OTAN a 460mM. Rusia es un país tres veces más extenso que la suma de todos los países de la OTAN, excluidos los Estados Unidos, pero con una población cuatro veces inferior. Con estas cifras parece claro que, en una guerra convencional, la superioridad militar de los países europeos encuadrados en la OTAN sería abrumadora y Rusia, simplemente, no podría ganarla.

Pero, y esta cuestión ha estado presente desde la invasión de Ucrania en febrero de 2022, tampoco parece que Rusia esté dispuesta a perder una guerra. Dispone del mayor arsenal de ojivas nucleares del mundo, y de un inmenso territorio desde el que lanzarlas. Su doctrina militar, modificada por Putin en noviembre de 2024, contempla varios supuestos bajo los cuales las armas nucleares pueden ser utilizadas y entre ellos está la amenaza a la integridad y seguridad de la federación o sus aliados. 

¿Tiene sentido, en estas condiciones, seguir aumentando el gasto militar de la OTAN, que ya es tres veces superior al de Rusia? Pues no lo sé, pero llevar mucho más lejos, como las cifras propuestas apuntan, esa superioridad en armamento convencional parece algo tan innecesario como arriesgado. Rusia, que ha pasado, o ha hecho como si pasara, por alto la evidente implicación en su contra de la OTAN en la guerra de Ucrania, podría considerar un rearme sobredimensionado y ostensiblemente dirigido contra ella, entre los supuestos que su doctrina militar contempla para justificar el empleo de armas atómicas. Objetivos es lo que sobra y seguro que tenemos alguno cerca.

El presidente Sánchez ha rechazado en Bruselas que se hable de rearme frente a Rusia. Prefiere hacerlo de fortalecer nuestras capacidades para luchar contra el terrorismo o para luchar contra ataques cibernéticos y ataques híbridos. Esto no va más allá de un guiño eufemístico a sus socios de gobierno más reacios al lenguaje militarista, pero podría tomarse también como la señal de una cierta preocupación por la deriva que están tomando los acontecimientos en este campo.



domingo, 14 de abril de 2024

La Paloma de la guerra.

La guerra empezó a las 5 en punto. Todo terminó a las 5:10 para los habitantes de la gran ciudad. Allí no hubo ganadores ni supervivientes. Sólo perdedores muertos. Había otras ciudades más pequeñas, pero estaban en silencio. Un silencio espeso, cortado en algunas zonas por el desagradable sonido emitido por algunas palomas urbanas que, inexplicablemente, habían sobrevivido. Los que no habían sido alcanzados por las explosiones, que salían poco a poco de los sótanos donde les había sorprendido el ataque, tendrían pronto sobradas razones para lamentar seguir vivos.




lunes, 18 de marzo de 2024

Más sobre la guerra de Ucrania.

 

Margarita Robles, flamante ministra de defensa del no menos flamante, y antaño impredecible, gobierno progresista de coalición de España, presidido por Pedro Sánchez, ha tendio a bien traer a colación la 'amenaza real' de una guerra con Rusia y la posibilidad que tienen los misiles balísticos rusos de alcanzar objetivos españoles. No sé si finalmente habrá guerra o no. Probablemente sí, al menos estadísticamente hablando. Europa lleva sin una buena guerra que llevarse a la boca desde 1945, si pasamos por alto la guerra fría, que finalizó a todos los efectos con la supuesta derrota y desmenbración del bloque soviético en los años 90 del pasado siglo, las guerras en los balcanes y la actual guerra entre Rusia y Ucrania. De hecho, la OTAN está apoyando con recursos, diplomacia y sanciones económicas a una de las partes, Ucrania, pero sin que ni la OTAN ni Rusia reconozcan un estado de guerra que podría complicar mucho las cosas para ambas partes y llevar a un conflicto de alcance y consecuencias imprevisibles o, mejor dicho, previsiblemente muy graves. Este statu quo no parece resultar del todo aceptable para algunos líderes europeos, como Mr. Macron, a la sazón presidente de la República Francesa, que cree que antes de permitir la derrota, en mi opinión inevitable, de Ucrania, la OTAN debería comprometerse aún más y enviar al frente tropas de combate. Esto conduciría, casi inevitablemente, a un estado de guerra real y efectiva entre Rusia y la alianza atlántica, una guerra que, dado que ambas partes mantienen un arsenal nuclear suficiente para arrasar el planeta, podría conducir al apocalipsis con el que nos amenaza, perdón, advierte, nuestra ministra de defensa. Dicen, por cierto, que en caso de guerra nuclear es preferible morir como consecuencia del impacto directo de un misil que sobrevivir en el mundo posterior al conflicto, así que, después de todo, la advertencia de la ministra de que estamos al alcance de los misiles balísticos rusos, tiene su lado bueno. Y luego me dice el médico que tengo que gestionar el stress. Así no hay manera.

martes, 5 de marzo de 2024

¿Hacia la guerra?

 

La presidenta de la Comisión Europea, Señora Von der Leyen, cree que Europa debe prepararse para la guerra y según El País, a cuatro columnas en la primera edición del domingo pasado, Europa ya se está preparando para ese escenario. Como quiera que en Europa ya hay, desde hace algo más de dos años, una guerra en territorio ucraniano es de suponer que no se refieren a esa guerra, en su estado actual, sino a una extensión, una escalada en términos militares, que implique a Europa y a Estados Unidos, aunque esto último puede depender de quien gane allí las elecciones en Noviembre.

La guerra para la que debemos prepararnos es, aparentemente, una guerra contra Rusia o, para no salirnos de lo políticamente correcto, a favor de Ucrania. Y eso a pesar de los esfuerzos que los rusos están haciendo para no darse por enterados de que Europa y Estados Unidos apoyan a Ucrania y a su presidente, con armas, tecnología, logística, dinero y cualquier cosa menos, hasta ahora, tropas de combate. Como la guerra empezó con la invasión de Ucrania por Rusia, es fácil concluir que los rusos son los agresores, los malos, y los ucranianos los agredidos, los buenos, y que Ucrania representa la causa de la justicia que merece, y de hecho obtiene, el pleno apoyo de la OTAN y de todos sus miembros. Pero, como suele suceder, las cosas son siempre más complicadas de lo que parecen.

La guerra empezó en febrero de 2022, cuando quedó claro que Ucrania entraría en la OTAN, de la mano de Biden y con el apoyo de Estados Unidos y que occidente consideraba una injerencia inaceptable el veto de Rusia a esta entrada. La doctrina militar y de seguridad rusas, influenciadas por su extenso perímetro y su relativamente escasa población y por las invasiones francesa y alemana del pasado, considera vital la existencia de estados tapón entre sus fronteras y sus potenciales enemigos. En este contexto, la entrada de Ucrania en la OTAN, una alianza militar controlada por Estados Unidos y orientada desde sus orígenes a la contención de Rusia, llevaría a sus fronteras la infraestructura militar de la alianza, incluyendo sistemas avanzados de defensa y ataque.

El apoyo a Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia como consecuencia de la invasión, no han dado el resultado esperado, aunque hayan tenido graves consecuencias tanto para Rusia como para los países occidentales. La guerra amenaza con cronificarse y es razonable suponer que el desgaste esté afectando más a los ucranianos, que podrían estar experimentando dificultades para cubrir sus bajas, que a los rusos, lo que podría provocar una escalada del conflicto con la intervención de tropas de la OTAN. Una vez más hay que hacer referencia a la doctrina militar de Rusia que, en principio y ante el temor a una destrucción mutua asegurada, no contempla el uso de armas nucleares, salvo en el caso de que la integridad territorial de Rusia esté amenazada. Y Putin, que no ha conseguido su relativa ‘popularidad’ actual amenazando en vano, ha dado a entender claramente que considerará cualquier intervención militar de la OTAN como una amenaza a la seguridad de Rusia.

¿Este es el escenario para el que Europa se está preparando? ¿Una guerra nuclear para defender el derecho de Ucrania a entrar en la OTAN y el de la OTAN a expandirse hacia el este? ¿Cómo quieren que nos preparemos para eso? Parece cosa de locos. Pero aún sería posible poner fin a la guerra sin vencedores ni vencidos, mediante la retirada de Rusia de todos los territorios ocupados y el compromiso de Ucrania, garantizado por sus actuales aliados, de mantener una relación estable con Rusia, en cuestiones energéticas y alimentarias, y de no solicitar la entrada en la OTAN. Ese acuerdo exigiría concesiones importantes por ambas partes, y un entorno algo más favorable a soluciones diplomáticas negociadas que el actual. Pero nunca se sabe.

Enviado a ECA 06032024

miércoles, 22 de febrero de 2023

Cui prodest?

 Como parece que más tarde o más temprano vamos a tener problemas de suministro de gasóleo y gasolina, la Unión Europea ha tomado la iniciativa de prohibir la venta de coches nuevos con motores de combustión, a partir del año 2035, es decir, a 12 años vista. La medida, la declaración, en realidad, es inocua. Lo que vaya a pasar con el mix energético de aquí a doce años es difícil de prever, pero, por lo menos, parece algo más ingeniosa que la de prohibir la importación de gas y petróleo rusos. Sin embargo, en un sector como el de los automóviles, que aún en acusada decadencia, tiene en Europa a varios de los principales fabricantes y proporciona cientos de miles de puestos de trabajo, no acaba de estar claro a quién o a qué beneficia esta ocurrencia. Pero ya lo sabremos. O no.


Porque las medidas gubernamentales, incluso las aparentemente carentes de sentido, se toman siempre en beneficio de alguien. Generalmente del mismo gobierno, pero también de los que sostienen al gobierno, de los amigos del gobierno, o de los que podrían hacer caer al gobierno. En este último tramo podríamos, quizá, entrar las gentes del común, porque el gobierno intentará evitar medidas que puedan molestar mucho a mucha gente a la vez o, lo que es más normal, intentará disfrazar sus ocurrencias para que parezcan destinadas al bienestar de mucha gente o de poca gente, o de un sector supuestamente marginado. En cualquier caso, si el comportamiento del gobierno es excepcionalmente extravagante, la respuesta a la pregunta cui prodest? puede ayudar a entenderlo.


Pongamos por ejemplo las dos o tres leyes, a cuenta de las que ahora andan peleados el gobierno y el gobierno ante la sorna de la oposición y el desconcierto y el aburrimiento de las gentes del común. Estas medidas han sido propuestas por el gobierno y también por amigos del gobierno, tan amigos, que están, pero no parece que estén, en el mismo gobierno. El gobierno cree que las leyes en cuestión le ayudarán a distinguirse del gobierno y a tener una agenda social distinta de la que tiene el gobierno. Además el gobierno, ante el relativamente escaso impacto, ni favorable ni desfavorable, de las últimas medidas de contención de los precios, propone ahora una ayuda directa a las familias de hasta un 14% del importe de la cesta de la compra, pero el gobierno cree que este tipo de medidas son contraproducentes y que habrá que esperar a ver si el cheque de doscientos euros por cabeza, la bajada del IVA y el resto de las medidas ya adoptadas, acaban solucionando algo y moviendo la intención de voto en un sentido favorable al gobierno.


Por otra parte, el gobierno, siguiendo las directrices marcadas por la OTAN, está dispuesto a transferir al ejército ucraniano algunos de sus artefactos de guerra, concretamente un modelo antiguo y ya desahuciado de tanque, de fabricación y patente alemanas, que andan ahora limpiando, municionando y lubricando. El gobierno, sin embargo, se opone a enviar estos tanques, por estropeados que estén, porque cree que lo que habría que hacer es explorar la vía diplomática, antes de vender o regalar armas a una de las partes. Finalmente será la opinión del gobierno la que prevalezca y los tanques saldrán hacia Ucrania, a ver si sirven para algo y a quién. Nuestro flamante alto comisario europeo de asuntos exteriores, el Sr. Borrell, cree que lo que hay que hacer es comprar conjuntamente muchas armas y enviarlas enseguida a los ucranianos, además de mantener e incrementar las sanciones a los rusos con objeto de hundir definitivamente su economía. Habrá que ver si un país con la población y los recursos de Rusia, que cuenta con armas nucleares operativas, va a perder la guerra y dejar que se hunda su economía, algo que no parece que esté pasando, sin celebrarlo con un buen número de fuegos artificiales visibles desde toda Europa.


Mientras tanto y un año después de que empezara todo este carajal, los que ponen los muertos civiles son los Ucranianos. Las armas, tanto las rusas como las de la OTAN, están destruyendo su territorio, ante la impotencia de familias enteras que malviven en refugios improvisados o en el metro, sin acceso a calefacción, agua ni electricidad durante muchas horas al día y esperando que el próximo misil caiga lejos de su casa. O de lo que queda de su casa. Después ya vendrá la reconstrucción, que se repartirán empresas europeas y americanas y quizá también rusas, en proporción al número de bombas que haya aportado cada uno.


Enviado a ECA 24022023

martes, 31 de enero de 2023

Tambores de guerra

Suenan, cada vez con más insistencia, tambores de guerra en Europa central y oriental. El domingo leí los tomos 4 y 5 de Los Thibault, de Roger Martín du Gard, que ilustran muy bien como se desarrollan estos procesos. Hubo un momento, en agosto de 1914, a partir del cual la guerra devino inevitable, muy a pesar de los potentes movimientos pacifistas existentes en casi todos los países de Europa. 

Da la impresión de que ese momento ya ha pasado. La conjunción, como diría aquella inefable ministra de Zapatero, entre un presidente senil y un complejo militar industrial desbocado al otro lado del Atlántico, con el patético seguimiento, a este lado, de sus astracanadas (segunda acepción) por los líderes más incompetentes y asustadizos que la UE ha tenido nunca y también, aunque pueda parecer otra cosa, por Putin y Zelensky, nos están metiendo, parece que nos han metido ya, en un callejón sin salida. O con una única salida. 

De momento los muertos, soldados, civiles también y también niños, están en los campos y las ciudades de Ucrania, así que podemos seguir mirando para otro lado mientas liquidamos a buen precio nuestros excedentes de armamento. Entre tanto, bares y restaurantes están llenos a todas horas, como lo estaban en Berlín, en París o en Londres, durante las semanas y los días anteriores a la guerra. Después se vaciaron rápidamente. 

No tenemos remedio.

 

viernes, 29 de abril de 2022

Tormentas de primavera

Tenemos una guerra en suelo Europeo, una guerra todavía limitada al territorio de Ucrania pero que puede derivar en casi cualquier otra cosa, incluyendo un intercambio de misiles con carga nuclear entre Rusia y los Estados Unidos. Europa tiene, también, otros problemas por si acaso lo de la guerra nuclear no acaba de cuajar, como la debilidad de la Unión Europea, la crisis energética cuyo final (infeliz), tantas veces aplazado, parece estar ahora más cerca que nunca, la inflación que afecta a su moneda, una vez que las estrictas condiciones iniciales impuestas a los países que adoptaron el euro han pasado a mejor vida. Y eso por no mencionar la fusión de la nieve en los glaciares alpinos de donde procede un cuarto del agua que llevan los grandes ríos europeos, el final del permafrost siberiano y la destrucción por incendios de enormes masas de árboles en la Taiga. Hace ya años que Europa no es el centro del mundo, ni económica ni militarmente, pero, al menos tampoco era el campo de batalla que fue durante 20 siglos, ni estaba ya dividida en los dos bloques que se enfrentaron en la guerra fría (1945-1991). La invasión de Ucrania por tropas rusas ha terminado bruscamente con ese sueño y ha obligado a la mayoría de los países europeos a tomar partido por el país agredido y a aplicar, siguiendo la estela norteamericana, sanciones económicas al agresor que admiten muchas similitudes con la patada, a Rusia, en nuestro culo. Yo no sé cómo terminará esto, pero no parece que haya una salida fácil. Hay muchos muertos, muchos territorios en disputa y el papel de Rusia, como la gran potencia que quiere ser, está definitivamente en entredicho. El apoyo que ahora parece tener Putin entre sus conciudadanos no resistiría una derrota, así que tiene que seguir vendiendo que todo va según el plan previsto y buscar una victoria, aunque sea por la mínima. Quizá conservando Crimea y ocupando, al menos, un pequeño corredor en el este de Ucrania. Para Zelenski tampoco hay una salida fácil. Una victoria militar sobre Rusia parece, a pesar de la aparente incompetencia del mando militar ruso, algo impensable con la actual relación de fuerzas, al menos sin la intervención de tropas de la OTAN, es decir, del ejército de Estados Unidos, pero eso llevaría, con toda seguridad, al empleo de armas nucleares y quizá a una guerra mundial. Una derrota del ejército ucraniano también es impensable. Biden y algunos líderes europeos han dejado claro que no contemplan ese escenario lo que también nos lleva a una intervención militar de Estados Unidos y la OTAN. En casa las cosas no están mucho mejor. La clase política española ha encontrado la fórmula, para estar en misa y repicando, con una parte del gobierno a favor de enviar armas a Ucrania y otra en contra, una parte a favor de la OTAN, que va a reunirse en Madrid un día de estos y otra a favor de convocar, alternativamente, una conferencia pacifista. Dicen que han conseguido o están a punto de conseguir una bajada del precio de la electricidad por el procedimiento de topar (sic) el precio del gas utilizado para producirla. Ya veremos como lo gestionan y lo que dura. Pero Europa, que ha cedido en esta y otras cuestiones, quiere, a cambio, que el gobierno resuelva el déficit de las pensiones por el procedimiento, supongo, de reducirlas, y eso supongo que no entrará en los planes, al menos en los explícitos, del gobierno a menos de un año de las elecciones generales. El efecto conjunto de todo esto es, casi inevitablemente, el colapso. Todas las sociedades y civilizaciones que nos precedieron acabaron colapsando, desde los mayas hasta los romanos pasando por Mesopotamia y Egipto. Una crisis energética, la pérdida de suelo fértil, la consolidación de las fronteras y el fin de la expansión, la dificultad para extraer más oro y finalmente y como consecuencia de todo esto, la manipulación y pérdida de valor de la moneda acabaron, tras doce siglos de dominio del mundo conocido, con el imperio romano de occidente. El de oriente, conocido como imperio bizantino, que conservó y protegió su moneda, duró 1000 años más. Como consecuencia del colapso, muchos ciudadanos romanos se vieron de la noche a la mañana convertidos en siervos, las grandes ciudades del imperio destruidas y abandonadas, las legiones dispersadas, el Latín recluido, poco a poco, en iglesias y monasterios y todos los enlaces necesarios para mantener la complejidad de la sociedad definitivamente rotos y 1000 años de oscuridad por delante. Nada de eso ha pasado aquí todavía, pero el BCE parece incapaz de garantizar la estabilidad de precios, que es una de las pocas cosas que tendría que hacer, la gestión de la pandemia por la OMS, muy mejorable en mi opinión, ha debilitado o roto muchos de los enlaces existentes, tenemos una guerra en el patio trasero y la Unión Europea, ya gravemente tocada por el Brexit, va a tener que enfrentarse a la eclosión de múltiples movimientos antieuropeos en varios países. Una situación muy complicada y sin solución aparente. Incluso con otro gobierno. Publicado en ECA 29042022

sábado, 3 de mayo de 2014

Una historia que podría repetirse.

Movimientos de tropas en Rusia y Ucrania (WaPo)
El 29 de julio de 1914, el zar Nicolás II decretó la movilización general del ejército ruso para hacer frente a la amenaza austríaca contra Serbia, poniendo en marcha un mecanismo fatal y en la práctica, irreversible. Algo que condujo inevitablemente a la guerra y esta a la revolución y que acabó, en Rusia, con la autocracia zarista para sustituirla por un régimen de partido único, controlado por el Partido Comunista, que siguió en el poder hasta el colapso de la Unión Soviética a finales del siglo XX. Cien años después, Vladimir Putin, antiguo jefe del KGB, la policía política del régimen soviético, es el presidente de Rusia que, con una minoría amenazada como excusa formal y razones neoimperialistas, geoestratégicas y sobre todo, energéticas y económicas de fondo, está moviendo sus tropas y a su país hacia la guerra. Ucrania, formó parte de la extinta Unión Soviética y tiene, actualmente, un gobierno de facto, que no controla partes importantes de su territorio, pero parece contar con el apoyo de Europa y de Estados Unidos. Que la guerra, más allá de escaramuzas localizadas, parezca hoy imposible, no es sino una similitud más con la situación en Europa en los años que precedieron al verano de 1914.