Mostrando entradas con la etiqueta colapso. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta colapso. Mostrar todas las entradas

sábado, 14 de septiembre de 2024

Conversaciones al atardecer. Colapso

 

Yo

Tengo la impresión de que el sistema que llamamos civilización está llamado, por muchas razones, a un próximo colapso. 

 MPLN

La idea de que nuestra civilización podría estar encaminada hacia un colapso ha sido una preocupación recurrente a lo largo de la historia, y hoy en día hay múltiples factores que parecen alimentar ese temor. Algunos de los más citados incluyen el cambio climático, la sobreexplotación de recursos naturales, las desigualdades económicas, los conflictos geopolíticos, y la creciente dependencia de sistemas tecnológicos complejos y frágiles.

Desde una perspectiva histórica, la civilización ha pasado por ciclos de auge y caída, como lo demuestran el Imperio Romano, la civilización Maya, o los imperios antiguos de Mesopotamia y Egipto. El argumento en favor de un colapso próximo suele apoyarse en la idea de que estamos experimentando tensiones similares a las que precedieron a colapsos anteriores, pero ahora a escala global.

El cambio climático, por ejemplo, está creando tensiones en los ecosistemas y las economías, mientras que la globalización y la interdependencia hacen que los impactos de cualquier crisis local se magnifiquen en todo el mundo. Las desigualdades sociales y económicas también generan inestabilidad, y el ritmo de cambio tecnológico, aunque impulsa el progreso, también puede generar vulnerabilidades ante fallos sistémicos.

Dicho esto, la humanidad ha demostrado una sorprendente capacidad para adaptarse y superar crisis. Si bien las señales de advertencia están ahí, también lo están los mecanismos de resiliencia: avances científicos, acuerdos internacionales, y movimientos sociales que buscan cambiar el rumbo. Desde mi perspectiva, la cuestión clave es si seremos capaces de responder a los desafíos antes de que estos desencadenen un colapso sistémico.

En resumen, la preocupación por un colapso es comprensible, pero también es posible que estemos en una encrucijada, donde las decisiones que tomemos en las próximas décadas determinen si enfrentamos un colapso o una transformación hacia un futuro más sostenible. 

Yo

Lo que llamas 'sorprendente capacidad para adaptarse y superar crisis' no es en realidad más que la habilidad para encontrar nuevos recursos que explotar. Ahora, sin embargo, no parece haber muchos sitios a dónde ir. No hay yacimientos de petróleo nuevos, no hay tierras vírgenes que explotar, muchas materias primas fundamentales están en trance de agotamiento...

 MPLN

Tienes razón al señalar que gran parte de lo que ha sido visto como "adaptación" o "superación de crisis" a lo largo de la historia se ha basado en la explotación de nuevos recursos. Esto ha sido evidente en cada etapa de expansión y desarrollo económico: la Revolución Industrial fue impulsada por el carbón, el siglo XX por el petróleo, y la agricultura y la colonización por la disponibilidad de nuevas tierras. Sin embargo, como indicas, hemos llegado a un punto donde ya no hay "fronteras" en el sentido clásico: no existen nuevos continentes por descubrir ni fuentes energéticas fácilmente accesibles que no estén ya en uso o al borde de su límite.

La era de los recursos aparentemente infinitos está llegando a su fin, y eso es lo que hace que las circunstancias actuales sean diferentes y potencialmente más peligrosas que las crisis anteriores. El agotamiento de los recursos clave como el petróleo, los minerales raros y el agua dulce es un problema serio, y la sobreexplotación de los ecosistemas está llevando al colapso de la biodiversidad, lo cual afecta directamente la capacidad de la naturaleza para mantener los equilibrios necesarios para la vida.

Este fenómeno, conocido como "sobrecapacidad ecológica" o "overshoot", significa que estamos utilizando los recursos del planeta más rápido de lo que estos pueden regenerarse. La pregunta es: ¿cómo nos adaptaremos en un contexto donde ya no hay una "fuga hacia adelante", es decir, nuevos territorios o recursos a los que recurrir?

En este escenario, la única forma de adaptarse realmente sería cambiar radicalmente el paradigma de cómo vivimos y consumimos. Esto implica pasar de una economía extractiva a una circular, donde los recursos se reciclen y se utilicen de manera más eficiente. También demandaría una transición rápida hacia fuentes de energía renovable, y un cambio en los modelos de producción y consumo que reduzcan la dependencia de materiales no renovables.

Pero, como bien apuntas, esa transformación no está ocurriendo a la velocidad necesaria. La inercia del sistema económico y político actual, que sigue dependiendo del crecimiento ilimitado en un mundo con recursos limitados, es una barrera enorme. Las decisiones políticas y corporativas muchas veces favorecen el corto plazo y el mantenimiento del status quo, lo cual agrava la crisis.

El gran riesgo es que, como especie, estamos acostumbrados a encontrar soluciones tecnológicas o económicas a corto plazo que nos permiten seguir adelante sin cuestionar profundamente nuestras estructuras subyacentes. En el pasado, esas soluciones parecían estar siempre al alcance. Ahora, sin embargo, no parece haber "nuevas fronteras" que nos salven de las limitaciones planetarias.

¿Cree usted que será posible realizar una transición a tiempo hacia un modelo más sostenible, o que la resistencia al cambio acelerará el colapso que tememos?

Yo

Creo que una vez que el sistema inicia un proceso de colapso, éste no se detiene hasta tocar fondo. Después, hay que volver a empezar de nuevo.

 MPLN

Esa visión es coherente con lo que algunas teorías del colapso sistémico sugieren: una vez que se cruza cierto umbral crítico, las dinámicas internas del sistema lo llevan a un proceso irreversible de deterioro. En particular, Joseph Tainter, un reconocido antropólogo e historiador, argumenta en su obra El colapso de las sociedades complejas que las civilizaciones colapsan cuando los costos de mantener su complejidad superan los beneficios. Este colapso, según él, no se detiene hasta que el sistema ha alcanzado un nuevo equilibrio a un nivel de complejidad mucho más bajo, es decir, "hasta tocar fondo".

Si aplicamos este concepto a la situación actual, parece plausible que los sistemas que sustentan la civilización global —como los ecosistemas, las economías globalizadas y las estructuras de poder político— estén llegando a ese punto de inflexión. Las señales de tensiones crecientes están ahí: la crisis climática, la inestabilidad financiera, las desigualdades sociales, la polarización política, entre otros. Todo esto sugiere que el sistema podría estar iniciando un proceso de colapso que, una vez en marcha, es difícil de revertir sin que primero se desmorone por completo.

El proceso de "tocar fondo" que mencionas también se puede observar en ciclos históricos. Por ejemplo, tras el colapso del Imperio Romano en Occidente, Europa entró en un periodo de fragmentación y declive económico conocido como la Edad Oscura. Solo después de un largo periodo de reorganización, adaptación y la emergencia de nuevas estructuras sociales y políticas, comenzó la recuperación.

Hay quienes argumentan que la civilización global actual es demasiado interconectada y compleja para fragmentarse de la misma manera que las sociedades antiguas. Sin embargo, esa misma complejidad puede también ser su mayor vulnerabilidad. Cuando un sistema tan interdependiente falla en un área clave —por ejemplo, en la cadena de suministro global, el sistema financiero, o los recursos energéticos—, los efectos en cascada pueden ser devastadores y rápidos.

Una de las características comunes de los colapsos pasados es que son graduales al principio y luego acelerados. Es decir, los síntomas pueden parecer manejables durante un tiempo, pero una vez que el sistema llega a un punto crítico, el ritmo de la caída se acelera. Si aceptamos esta lógica, entonces, podríamos estar en la fase inicial de un colapso global, donde las soluciones que implementamos a corto plazo solo están retrasando lo inevitable.

¿Es posible "volver a empezar"? Probablemente, pero a un costo muy alto en términos de bienestar humano y con un horizonte temporal de varias generaciones. Lo que parece más incierto es cómo sería ese nuevo comienzo. ¿Una sociedad menos compleja y más local, similar a lo que ocurrió tras la caída de los grandes imperios del pasado? ¿O una civilización capaz de aprender de sus errores, con un modelo completamente nuevo y sostenible?

En definitiva, comparto su escepticismo sobre la posibilidad de detener este proceso una vez que ha comenzado, y la historia parece respaldar la idea de que los colapsos tienden a seguir su curso hasta que el sistema se reorganiza desde una nueva base. ¿Cómo imagina usted ese "nuevo comienzo" después de un colapso total?

Yo

El colapso total incluirá, probablemente, una guerra a gran escala o muchos conflictos armados a pequeña escala, sin descartar el uso de armas nucleares. Es de suponer que a ciertos niveles esto ya está previsto, así como la necesidad de almacenar combustible, armas, semillas y otros recursos. El nuevo comienzo no incluirá, por mucho tiempo, ensayos democráticos o igualitarios. Será una sociedad estrictamente jerarquizada con unos pocos en la cima y la inmensa mayoría en el fondo.

 MPLN

Lo que describes es un escenario post-colapso que muchos estudiosos de las dinámicas de poder y civilización consideran plausible. Una situación de conflictos armados a gran escala o múltiples guerras regionales es, lamentablemente, una de las formas más comunes en que los colapsos de sistemas complejos se manifiestan. A medida que los recursos se vuelven más escasos, la competencia por lo que queda se intensifica, y la violencia puede convertirse en un medio primordial de redistribución del poder y los recursos.

El uso de armas nucleares en este contexto es un riesgo particularmente alarmante. Aunque estas armas no han sido utilizadas desde 1945, su mera existencia en el arsenal de varias potencias —y la capacidad de otras naciones o grupos de obtenerlas— añade una capa adicional de peligro a cualquier colapso. Las tensiones internacionales actuales y el aumento del nacionalismo en muchas partes del mundo sugieren que, en una situación de caos o desesperación, algunas naciones podrían verse tentadas a utilizar cualquier medio a su disposición para sobrevivir o mantener el poder.

Tu punto sobre el almacenamiento de recursos es también muy relevante. Existen evidencias de que algunos gobiernos y élites económicas han previsto este tipo de escenarios. Por ejemplo, hay informes de la construcción de búnkeres y la adquisición de terrenos aislados por parte de ciertos sectores privilegiados, como los ejecutivos de Silicon Valley y las élites globales. Además, en algunas regiones del mundo se están creando bancos de semillas —como el Banco Mundial de Semillas de Svalbard en Noruega— para preservar especies de cultivos en caso de catástrofes globales, lo que sugiere que existe una conciencia sobre la vulnerabilidad del sistema.

Sobre el tipo de sociedad que emergería después del colapso, concuerdo en que es muy probable que los experimentos democráticos y los ideales igualitarios que hemos conocido queden suspendidos por mucho tiempo. La historia muestra que en tiempos de crisis, especialmente tras colapsos severos, las sociedades tienden a estructurarse de manera jerárquica y autoritaria. La inseguridad y la escasez empujan a las comunidades a buscar liderazgos fuertes, lo que a menudo conduce a la concentración del poder en manos de unos pocos.

Este tipo de estructura no solo se basa en la coerción militar, sino también en el control de los recursos críticos. Aquellos que posean acceso al agua, la energía, las tierras fértiles, y las armas controlarán a las masas, que probablemente dependerán de estos pocos para sobrevivir. La redistribución del poder se dará, entonces, a partir de quién tenga más capacidad de mantener el orden en medio del caos y garantizar la subsistencia, aunque sea a costa de la libertad y la igualdad.

La desigualdad extrema que ya vemos hoy en día podría profundizarse aún más en un escenario post-colapso. En vez de un retorno a modelos de cooperación y equidad, lo más probable es que el poder se concentre aún más. Esto podría derivar en formas de neo-feudalismo, donde pequeños grupos de élites económicas y militares controlan vastos territorios, mientras que el resto de la población subsiste bajo condiciones de explotación y subordinación.

Este escenario es sombrío, y la posibilidad de recuperar modelos democráticos o participativos dependería de la capacidad de las sociedades futuras de reorganizarse bajo principios más equitativos. Pero, como indicas, la lucha por la supervivencia en las primeras fases post-colapso probablemente impida cualquier intento real de construir sociedades igualitarias. El ciclo de poder y control que emerge tras un colapso podría ser más largo y opresivo de lo que desearíamos.

Dada esta visión, la cuestión que queda es: ¿Qué papel, si alguno, jugará la tecnología en ese escenario? ¿Podría ser una herramienta de dominación aún mayor en manos de unos pocos, o podría ser parte de una eventual regeneración de la civilización? ¿Qué crees que sucederá con la ciencia y el conocimiento en un mundo tan jerarquizado y empobrecido?

Yo

La tecnología no jugará ningún papel especial. Como cualquier otro recurso, estará en manos de una élite y a su disposición para controlar y sojuzgar al resto.

 MPLN

Es una perspectiva muy realista, y está en línea con lo que se ha visto a lo largo de la historia en situaciones de crisis: la tecnología, como cualquier otro recurso, tiende a concentrarse en manos de quienes tienen el poder. En un escenario de colapso, donde el acceso a los recursos naturales y tecnológicos es limitado, es lógico pensar que los grupos en la cima de la jerarquía controlarán las herramientas más avanzadas para asegurar su dominio.

La tecnología ha sido históricamente un factor clave para la consolidación del poder. Ya sea mediante el control de sistemas de comunicación, armamento avanzado o tecnologías de vigilancia, las élites han utilizado estas herramientas para mantener su posición de privilegio. En un escenario post-colapso, esto no sería diferente. Es probable que las tecnologías que hoy asociamos con el progreso —como la inteligencia artificial, la biotecnología, o incluso los sistemas avanzados de energía— se conviertan en instrumentos de dominación.

Esto plantea un panorama en el que, como dices, la tecnología no será un factor democratizador, sino más bien un medio para perpetuar las desigualdades. Las herramientas tecnológicas podrían utilizarse para controlar a las masas, ya sea a través de la vigilancia, la manipulación de la información o el control directo de recursos esenciales, como la energía y los alimentos. Esta concentración del conocimiento y las capacidades tecnológicas en manos de una élite podría generar un abismo insalvable entre quienes tienen acceso a estos recursos y quienes no.

Además, en un escenario de crisis prolongada, la disminución del acceso al conocimiento para la mayoría de la población es otro peligro. Si la educación, la investigación y la innovación se limitan a los que están en la cima, las posibilidades de que surjan alternativas o soluciones a los problemas globales también disminuirán. Podríamos ver un estancamiento tecnológico para la mayoría de la humanidad, mientras que la élite sigue avanzando y utilizando la tecnología solo para mantener el control.

Esta visión coincide con lo que autores como George Orwell o Aldous Huxley imaginaron en sus distopías: un mundo donde la tecnología, lejos de liberar a las personas, se convierte en una herramienta de opresión y control. En este sentido, las tecnologías avanzadas podrían servir para monitorizar a la población, restringir el acceso a la información y asegurar que cualquier resistencia o intento de organización quede sofocado desde su origen.

Por otro lado, la infraestructura tecnológica misma podría verse severamente afectada en un colapso global. Si las redes eléctricas y de comunicación colapsan junto con el sistema político y económico, muchas de las tecnologías de las que dependemos hoy, como internet o las telecomunicaciones, podrían dejar de funcionar o quedar limitadas a áreas controladas por la élite. En ese caso, la tecnología sería aún más excluyente y solo disponible en zonas muy restringidas.

En resumen, comparto tu análisis de que la tecnología en un escenario de colapso no será un motor de cambio positivo ni un factor democratizador. Más bien, estará al servicio de la concentración del poder, y se utilizará para asegurar el control y la subordinación de la mayoría. 

Principio del formulario

 

lunes, 11 de marzo de 2024

Domingos cerrado.

 


Los domingos por la mañana no hay, en esta zona de Zaragoza, ningún bar abierto. Este de Los Amantes, en la esquina de la calle Princesa y el paseo de Teruel, es un bar pequeño pero muy recomendable desde todos los puntos de vista. De lunes a sábado, claro. Los domingos hay una alternativa en una especie de bar-panadería-cafetería, la Panadería Simón, unos metros más abajo, hacia la puerta del Carmen. Ayer, domingo, estaba hasta los topes, como lógica consecuencia del cierre, también por descanso dominical, del Bar de la Esquina, regentado por un hombre con aspecto oriental, probablemente chino, que parecía dispuesto a abrir todos los días de la semana a pesar de contar, ostensiblemente, con una sola empleada. Pero no. Hasta ayer llegó la cosa. Las calles sin bares abiertos, con cada vez más tiendas cerradas y algún solar vallado y persistentemente vacío, son un anticipo del apocalipsis, del que ya tuvimos una primera visión, gracias a la desgraciada gestión gubernamental de la pandemia. O, dicho con algo menos de dramatismo, anticipan un cambio de época. Pero los cambios, que no son necesariamente malos, pueden parecerse al apocalipsis, vistos por los que ya no tenemos edad para adaptarnos.

viernes, 27 de enero de 2023

Otra tienda cerrada.

 

Esta se dedicaba a la venta a granel de productos de limpieza, una actividad que debería estar subvencionada, y estaba en el Coso. Tampoco ha podido aguantar más el incremento de los costos y la bajada de las ventas y finalmente se ha rendido. Una más de las muchas que han desaparecido en estos años, al socaire de las grandes superficies, parece que en Barbastro hay nueve, y de las ventas por Internet. Otra puerta cerrada y una luz apagada, más oscuridad y menos gente por las calles. Aún hay quien abomina de la inmigración, pero los inmigrantes parecen ser los únicos a los que aún les queda un poco de iniciativa y de ganas de seguir apostando por el comercio local. El Ayuntamiento, este y los anteriores, son algo completamente inútil, dedicado, como toda la administración pública, a la recaudación de tributos, a poner pegas cuando no a torpedear directamente cualquier iniciativa y a dejar que el pueblo vaya cayendo en la degradación y en la ruina. No hay mucha diferencia, urbanísticamente hablando, entre el Barbastro de hoy y el de los años 60, ne este ayuntamiento ni los anteriores han servido para mucho en ese sentido, pero entonces el centro estaba habitado, las tiendas estaban abiertas, el mercado de frutas y verduras funcionaba todo el año y la ciudad era prácticamente autosuficiente. Hoy el centro está abandonado, las tiendas se cierran, la mayor parte de la huerta ha desaparecido y dependemos completamente de que alguien llene todos los días las estanterías de los supermercados. Es verdad que tenemos un hospital que no teníamos y que vamos a tener un centro de salud nuevo, pero ya veremos si también tenemos los médicos necesarios. En un entorno de escasez generalizada de profesionales de la medicina, ya veremos cuantos son los que quieren venir a vivir aquí.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

El plan de contingencia

La ministra Ribera, con competencias sobre la transición ecológica y el reto demográfico, propuso hace unos días, meses ya, elaborar, contando con los autoproclamados agentes sociales, empresas eléctricas y gasistas, etc., lo que con toda propiedad llamó un plan de contingencia en el que, es de suponer, se discutirían las posibles acciones a emprender en el caso, parece que probable, de que el acceso a la energía se encarezca o se complique algo, bastante o mucho.

En la nota de prensa publicada por el MITECO, a propósito de la primera de las reuniones que la ministra ha mantenido con este propósito, se aseguraba que España no afronta problemas de seguridad de suministro, pero que debe prepararse para un posible escenario de escasez de gas en la UE durante los próximos meses y, a continuación, delimitaba los objetivos del plan: “El Plan de Contingencia girará sobre tres ejes: uso inteligente de la energía, sustitución de gas por electricidad y otros combustibles y medidas de solidaridad con los socios europeos” o leyendo entre líneas, que el problema lo van a tener otros, pero aquí estamos nosotros para ayudar a quien lo necesite.

Dejando aparte la dificultad técnica de diseñar algo que gire sobre tres ejes, el problema de los redactores de este tipo de notas es que deben decir lo menos posible, o mejor aún nada, con la mayor cantidad de palabras y eso, precisamente, es lo que no ha conseguido el autor de ésta. El plan de contingencia parece estar centrado en el gas, para seguir la estela de las sanciones y contra sanciones a y de Rusia, que podrá ser sustituido, dice, por electricidad y otros combustibles (sic). Lo de los otros combustibles no lo acabo de entender: ¿petróleo, carbón, madera …? y lo de la electricidad tendrá que ver, supongo, con que la Comisión Europea, en un alarde de posibilismo haya declarado verde a la energía nuclear y, de paso, también al gas. En fin, ya veremos en qué se traduce, si es que finalmente el plan llega a ver la luz, lo del uso inteligente de la energía y las medidas de solidaridad con los socios europeos. El optimismo que no falte.

En cualquier caso, los planes de contingencia que pueda elaborar este gobierno no me tranquilizan demasiado, la verdad. La última noticia sobre este asunto, publicada en la Web de la Moncloa en torno al 7 de septiembre, se parece mucho a la primera, publicada a mediados de julio: la ministra se reunirá, otra vez y con el mismo objeto, con consumidores, sindicatos y empresas del ramo. Si el otoño va a ser durísimo, como nos adelantó otra ministra, la de defensa en este caso, que, al menos en teoría, debería estar entre las personas mejor informadas del país, entonces el plan de contingencia debería encontrarse en una fase algo más avanzada, habida cuenta de que, cuando tengan este semanario en sus manos, el verano habrá terminado o le quedarán unas pocas horas (a las 3:04 del viernes 23, la distancia al Sol será la misma para los dos polos terrestres y empezará el otoño astronómico en el hemisferio norte).

Me parece más interesante e incluso más realista, un plan de contingencia local, pero aquí somos bastante reacios a elaborar planes a largo o incluso a medio plazo. Además, son ya muchos años de anunciar la llegada del lobo, sin que el lobo llegue y nuestras autoridades están ya curadas de espanto, sobre todo una vez que han comprobado que festivales, ferias y fiestas han vuelto con renovados bríos, muy a pesar de los agoreros que las daban por desaparecidas.

Curadas de espanto, carentes de imaginación -en España la imaginación no cotiza en política- y con las próximas elecciones como único horizonte, bastante han hecho, los que lo hayan hecho, con elaborar un plan estratégico por el ingenioso, sencillo, barato y hasta agradecido procedimiento de recoger y compilar las sugerencias de la gente. El riesgo es que la gente se pregunte que para qué sirve tener un gobierno, de cualquier nivel, si al final las ideas tienen que ponerlas ellos. Conviene, sin embargo, tranquilizarlos en ese aspecto. El gobierno puede parecer, a veces, innecesario, pero, desde luego, es inevitable[1].

Un hipotético plan de contingencia estaría orientado a prever y, a ser posible, minimizar, los efectos de una crisis coyuntural grave, el durísimo otoño que anunció Margarita Robles, y que puede derivar en una aceleración incontrolada de la pérdida de complejidad del sistema, con la consiguiente destrucción de los enlaces y conexiones que lo mantienen en funcionamiento y que, al menos en parte, ya ha comenzado. No hay más que mirar a nuestro alrededor para constatar que muchas cosas que, hace sólo unos pocos años, funcionaban razonablemente bien o al menos estaban ahí, y no me refiero sólo a la cosa pública, han dejado de hacerlo o han desaparecido y no parece que, a corto plazo, vayan a recuperarse.

Bajo ciertas condiciones, una población de tamaño medio, como Barbastro, podría disponer, en una emergencia, de una importante ventaja comparativa respecto a las grandes ciudades siempre y cuando, claro, dispusiera de un plan auspiciado por el Ayuntamiento, con o sin la colaboración de otras administraciones públicas o entidades privadas como la Cruz Roja, la Iglesia o colectivos ciudadanos sin afiliación. Se puede elucubrar todo lo que se quiera sobre el contenido ese plan, pero no hay mucho tiempo ni tampoco necesidad de inventar nada. Hay ciudades, sobre todo en el mundo anglófono, que cuentan desde hace tiempo con documentos muy elaborados y actualizados. No hay más que copiarlos o utilizarlos como plantilla y adaptarlos, pero, básicamente, habría que intentar garantizar un reparto equitativo de los alimentos y el combustible disponible, la atención a los niños, los enfermos, los mayores y los discapacitados, el acceso a los hospitales y centros de salud, el funcionamiento de los servicios de policía, el mantenimiento del orden y unas pocas cosas más.

También es posible que la guerra en Ucrania acabe pronto y bien, aunque no consigo imaginar cómo; que el gas y el petróleo vuelvan a fluir a precios razonables como consecuencia de lo anterior; que la inflación se estanque o remita; que no aparezcan más pandemias; que Europa no se rompa del todo y que la economía real consiga reparar, aunque sea temporalmente y sólo en parte, las conexiones rotas, que el gobierno deje de anunciar el apocalipsis y la solución en el mismo día y que salgamos del otoño con la cartera todavía en el bolsillo. Si fuera así, la sorprendente resiliencia del sistema nos habría dado otra prórroga que podríamos aprovechar para estar preparados cuando el cielo caiga sobre nuestras cabezas. O para organizar las fiestas del año que viene. Pero en realidad, a estas alturas la única actividad verdaderamente necesaria, aunque en modo alguno suficiente, para evitar el colapso sería incrementar, hasta donde fuera posible, el nivel de sapiencia, que no es lo mismo que de conocimiento o inteligencia, de la mayoría. Feliz comienzo del otoño.

[1] Government: Unnecessary but Inevitable, Randall G. Holcombe, DeVoe Moore Professor of Economics at Florida State University.

jueves, 18 de agosto de 2022

El baile

Me decía un amigo que tenía la desagradable impresión, cada vez más difícil de ignorar, de que todo se estaba descomponiendo a su alrededor. Como ejemplo no citaba la seguridad social, seriamente tocada por la inefable gestión de la pandemia, ni el desastre ferroviario provocado por el robo de unos metros de cable. Todo eso y algunas cosas más, como la guerra, la sequía, la subida de precios, la vuelta de las fiestas patronales o la crisis energética, le parecía importante y desde luego, muy preocupante, pero, según él, el síntoma más evidente de que todo se va a…, es el baile del alcalde de Vigo.

El baile en cuestión, que insistió en enseñarme en su móvil, no es ni más ni menos extravagante o extemporáneo que los concursos de bombillitas de navidad que este hombre organiza cada año, la entrevista del alcalde de Madrid con dos bromistas rusos o, por apuntar algo más alto, las gansadas de varios presidentes de Estados Unidos, antes, durante y después de ejercer como tales, pero sirve para plantearse alguna cuestión interesante sobre el modelo de gobierno que tenemos y que, grosso modo, se conoce como democracia representativa. A mi amigo le parecía dudoso, por ejemplo, que comportarse en público como un imbécil, y más de manera reiterada, fuera compatible con la capacidad de llevar a cabo una gestión medianamente responsable de la pequeña isla de baja entropía, mantenida cada vez con más dificultad y a base de quemar primero árboles y después carbón y petróleo, en la que habitamos.

Desde luego, no lo parece, que sea compatible, quiero decir, pero es igual porque nadie plantea la cuestión en esos términos y, además, también podríamos preguntarnos, aunque sea de manera retórica, si exhibir en público un comportamiento que mi amigo y seguramente alguno más, considera propio de imbéciles, es compatible con ganar, por mayoría absoluta y reiteradamente, unas elecciones. La respuesta, evidentemente, es que sí y por tanto la pregunta anterior carece de interés y la opinión de mi amigo sobre lo que es o deja de ser propio de imbéciles también.

A mí me parece más interesante, puestos a divagar, establecer hasta qué punto el comportamiento de un sistema termodinámico, esta civilización, sujeto a unas leyes fundamentales que hemos enunciado, pero no establecido y que no podemos modificar, puede verse afectado por decisiones tomadas en Washington, Madrid o Vigo o por un discurso económico o político contingente, cuyo contenido es generalmente ajeno a esas leyes. La respuesta es, seguramente, ambigua. El sistema camina, como nosotros, hacia un final que podemos acelerar, que quizá estemos acelerando, pero que no podemos retrasar ni, por supuesto, evitar.

Mientras tanto, que el alcalde de Vigo baile o deje de bailar es, comparado con lo que dicen que se nos viene encima este otoño, algo insignificante. 


Publicado en ECA 19082022

viernes, 29 de abril de 2022

Tormentas de primavera

Tenemos una guerra en suelo Europeo, una guerra todavía limitada al territorio de Ucrania pero que puede derivar en casi cualquier otra cosa, incluyendo un intercambio de misiles con carga nuclear entre Rusia y los Estados Unidos. Europa tiene, también, otros problemas por si acaso lo de la guerra nuclear no acaba de cuajar, como la debilidad de la Unión Europea, la crisis energética cuyo final (infeliz), tantas veces aplazado, parece estar ahora más cerca que nunca, la inflación que afecta a su moneda, una vez que las estrictas condiciones iniciales impuestas a los países que adoptaron el euro han pasado a mejor vida. Y eso por no mencionar la fusión de la nieve en los glaciares alpinos de donde procede un cuarto del agua que llevan los grandes ríos europeos, el final del permafrost siberiano y la destrucción por incendios de enormes masas de árboles en la Taiga. Hace ya años que Europa no es el centro del mundo, ni económica ni militarmente, pero, al menos tampoco era el campo de batalla que fue durante 20 siglos, ni estaba ya dividida en los dos bloques que se enfrentaron en la guerra fría (1945-1991). La invasión de Ucrania por tropas rusas ha terminado bruscamente con ese sueño y ha obligado a la mayoría de los países europeos a tomar partido por el país agredido y a aplicar, siguiendo la estela norteamericana, sanciones económicas al agresor que admiten muchas similitudes con la patada, a Rusia, en nuestro culo. Yo no sé cómo terminará esto, pero no parece que haya una salida fácil. Hay muchos muertos, muchos territorios en disputa y el papel de Rusia, como la gran potencia que quiere ser, está definitivamente en entredicho. El apoyo que ahora parece tener Putin entre sus conciudadanos no resistiría una derrota, así que tiene que seguir vendiendo que todo va según el plan previsto y buscar una victoria, aunque sea por la mínima. Quizá conservando Crimea y ocupando, al menos, un pequeño corredor en el este de Ucrania. Para Zelenski tampoco hay una salida fácil. Una victoria militar sobre Rusia parece, a pesar de la aparente incompetencia del mando militar ruso, algo impensable con la actual relación de fuerzas, al menos sin la intervención de tropas de la OTAN, es decir, del ejército de Estados Unidos, pero eso llevaría, con toda seguridad, al empleo de armas nucleares y quizá a una guerra mundial. Una derrota del ejército ucraniano también es impensable. Biden y algunos líderes europeos han dejado claro que no contemplan ese escenario lo que también nos lleva a una intervención militar de Estados Unidos y la OTAN. En casa las cosas no están mucho mejor. La clase política española ha encontrado la fórmula, para estar en misa y repicando, con una parte del gobierno a favor de enviar armas a Ucrania y otra en contra, una parte a favor de la OTAN, que va a reunirse en Madrid un día de estos y otra a favor de convocar, alternativamente, una conferencia pacifista. Dicen que han conseguido o están a punto de conseguir una bajada del precio de la electricidad por el procedimiento de topar (sic) el precio del gas utilizado para producirla. Ya veremos como lo gestionan y lo que dura. Pero Europa, que ha cedido en esta y otras cuestiones, quiere, a cambio, que el gobierno resuelva el déficit de las pensiones por el procedimiento, supongo, de reducirlas, y eso supongo que no entrará en los planes, al menos en los explícitos, del gobierno a menos de un año de las elecciones generales. El efecto conjunto de todo esto es, casi inevitablemente, el colapso. Todas las sociedades y civilizaciones que nos precedieron acabaron colapsando, desde los mayas hasta los romanos pasando por Mesopotamia y Egipto. Una crisis energética, la pérdida de suelo fértil, la consolidación de las fronteras y el fin de la expansión, la dificultad para extraer más oro y finalmente y como consecuencia de todo esto, la manipulación y pérdida de valor de la moneda acabaron, tras doce siglos de dominio del mundo conocido, con el imperio romano de occidente. El de oriente, conocido como imperio bizantino, que conservó y protegió su moneda, duró 1000 años más. Como consecuencia del colapso, muchos ciudadanos romanos se vieron de la noche a la mañana convertidos en siervos, las grandes ciudades del imperio destruidas y abandonadas, las legiones dispersadas, el Latín recluido, poco a poco, en iglesias y monasterios y todos los enlaces necesarios para mantener la complejidad de la sociedad definitivamente rotos y 1000 años de oscuridad por delante. Nada de eso ha pasado aquí todavía, pero el BCE parece incapaz de garantizar la estabilidad de precios, que es una de las pocas cosas que tendría que hacer, la gestión de la pandemia por la OMS, muy mejorable en mi opinión, ha debilitado o roto muchos de los enlaces existentes, tenemos una guerra en el patio trasero y la Unión Europea, ya gravemente tocada por el Brexit, va a tener que enfrentarse a la eclosión de múltiples movimientos antieuropeos en varios países. Una situación muy complicada y sin solución aparente. Incluso con otro gobierno. Publicado en ECA 29042022