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jueves, 23 de enero de 2025

Primarias en el PSOE aragonés.

 Darío Villagrasa es una joven promesa del socialismo aragonés que opta, optaba esta mañana al menos, a la Secretaría General del PSOE en Aragón. Los apoyos con que contaba y que, según sus propias palabras, le animaron a presentarse, parecen estar perdiendo peso y volumen, en un proceso que cuenta con notables antecedentes en Castilla León y Andalucía.

Hay, claro, otro candidato. Candidata, en este caso, que cuenta con el apoyo de la dirección federal del partido y que, además, es ministra de educación y portavoz del gobierno socialista. Una candidata difícil de batir para un candidato local, aún en el supuesto de que las preceptivas, si hay más de un candidato, elecciones primarias se llevaran a cabo con total neutralidad por parte de los órganos del partido y del gobierno.

Pero esa neutralidad en las actuales circunstancias es improbable. El gobierno y la dirección federal del partido, que en la práctica son la misma cosa, están sometidos a una fuerte presión por vía judicial y sufriendo una estresante debilidad parlamentaria, que no admite grietas en la unidad interna. Se podría, quizá, haber dejado vía libre al candidato local pero, una vez que se ha optado por la confrontación con la estructura saliente, que por otra parte ya viene de lejos, no se presenta a una candidata, tan significada como Pilar Alegría, para que pierda. Ni para que corra el riesto de perder.

Es verdad que en Extremadura la candidata supuestamente apoyada por el gobierno perdió las primarias. Pero era una mujer prácticamente desconocida fuera de Extremadura y su oponente era entonces secretario general del partido en la región. Un hombre, además, que había dado la cara en uno de los conflictos judiciales que afectan al presidente. Nada que ver con la situación en Aragón.

Y ¿qué es lo que está pasando ahora? Pues que los apoyos con los que Darío contaba están pasándose a Pilar. Para gente que aspira a tener algo parecido a una carrera política en el PSOE enfrentarse al presidente y secretario federal del partido es algo muy arriesgado. Y para que valga la pena correr el riesgo, no basta con tener un buen candidato. Parece que Darío lo es. O lo era. Ha de ser un candidato con posibilidades reales. Pero basta con que algún apoyo o agrupación considerados firmes se descuelgue, para que empiece la desbandada y todos, o la mayoría, se esfuercen en no llegar los últimos a rendir pleitesía a la ganadora. Y ya se han descolgado varios.

Lo más probable, pues, es que Darío se haga a un lado como consecuencia, desde luego, de una reflexión personal y negociando alguna cuota de poder con Pilar Alegría. Y que Pilar pase a ser la única candidata y, por tanto, la próxima Secretaria General del PSOE en Aragón. Sin el engorro de unas primarias que, como es sabido, las carga el diablo.

Es posible que este proceso, tal como se ha descrito, no contribuya a consolidar la democracia interna dentro del PSOE, pero, a estas alturas, eso no le va a quitar el sueño a nadie. Así son las cosas. O así parecen.


sábado, 5 de octubre de 2024

Visión crítica de la democracia

 

La democracia, entendida como un mecanismo institucional para la participación ciudadana en la toma de decisiones colectivas, es un sistema complejo que se ha convertido en un pilar fundamental en las sociedades contemporáneas. No obstante, su aplicación y evolución en el contexto actual plantea numerosas tensiones y desafíos que requieren un análisis crítico y profundo. En este ensayo se revisan las problemáticas inherentes a la democracia contemporánea, fundamentadas en la discusión de sus limitaciones y patologías, inspiradas en el análisis presentado en el documento “Anatomía patológica de una democracia (II)” de Fernando del Pino Calvo Sotelo, que ofrece una visión crítica sobre el estado de la democracia en nuestros días.

La democracia ha llegado a ser considerada, en muchos casos, no como un sistema político perfectible y en constante desarrollo, sino como una especie de dogma incuestionable. Esto contrasta con la visión original de los teóricos fundadores, quienes entendieron que, si bien la democracia representa una mejora significativa respecto de sistemas autocráticos, su eficacia depende de la existencia de límites institucionales claros que prevengan la concentración del poder y protejan los derechos de las minorías. La preocupación sobre la llamada "tiranía de la mayoría" no es un elemento nuevo, sino una advertencia recurrente desde los orígenes de la democracia liberal. James Madison, por ejemplo, la describió como “la forma más vil de gobierno”, destacando la necesidad de mecanismos que limiten el poder de las mayorías y salvaguarden las libertades individuales.

Un aspecto fundamental de la problemática democrática actual radica en la naturaleza del voto. El sufragio universal, si bien garantiza la participación masiva, no necesariamente implica decisiones informadas y racionales. En realidad, la decisión de voto suele estar influenciada por factores externos como la propaganda, el carisma de los candidatos, o la tradición familiar de votar por un partido específico. Esta frivolidad y falta de deliberación crítica pervierte el objetivo de la democracia, que debería basarse en un electorado informado y consciente de las implicaciones de sus decisiones. El fenómeno de la propaganda moderna, facilitado por tecnologías digitales, ha amplificado la capacidad de los actores políticos para manipular las percepciones públicas y canalizar emociones como el miedo, lo cual resta racionalidad al proceso de elección.

Asimismo, el problema de agencia es un componente crítico en la discusión democrática. Los representantes políticos, a menudo, priorizan sus propios intereses o los de grupos específicos por encima de los intereses generales de la población. Esta desconexión entre representantes y representados es, en gran medida, consecuencia de la asimetría informativa y de la falta de mecanismos efectivos de rendición de cuentas. La negociación del gobierno español con los separatistas catalanes y vascos, mencionada en el documento base de este ensayo, ilustra cómo las decisiones políticas pueden estar más alineadas con la supervivencia de un gobierno particular que con el bienestar nacional.

El reto, entonces, no es únicamente identificar las patologías de la democracia, sino reflexionar sobre cómo reformarla y adaptarla a las realidades contemporáneas. Al igual que los avances tecnológicos obligan a reconsiderar y reformular métodos educativos y prácticas sociales, la democracia también debe evolucionar para responder a las nuevas dinámicas sociales, económicas y tecnológicas. La incorporación de la inteligencia artificial y la digitalización, por ejemplo, representan oportunidades y riesgos que deben gestionarse adecuadamente para evitar una mayor concentración del poder o la manipulación exacerbada de la opinión pública.

La legitimidad de la democracia reside, en última instancia, en su capacidad para promover el bienestar de todos los ciudadanos de manera equitativa. Para ello, es fundamental fortalecer el Estado de Derecho, garantizar la separación de poderes y limitar el poder del Estado mediante mecanismos efectivos de control y rendición de cuentas. Adicionalmente, una democracia saludable requiere una ciudadanía educada e informada, capaz de discernir entre los argumentos válidos y la manipulación, y de participar activamente en la construcción de un sistema más justo y equitativo.

La democracia es un sistema en constante construcción que debe ser analizado y criticado para poder evolucionar y enfrentar los desafíos actuales. Lejos de idealizarla como un fin en sí mismo, debemos verla como una herramienta que, si es correctamente gestionada, puede maximizar la libertad y el bienestar colectivo. Es imperativo, entonces, repensar las instituciones democráticas, educar a la ciudadanía y fomentar una participación crítica que permita una constante adaptación del sistema a las nuevas realidades, asegurando así su efectividad y legitimidad en el siglo XXI.

martes, 30 de mayo de 2017

Divagaciones a la sombra de una morera

‘La democracia, Mr. Cromwell, es una bufonada griega basada en la absurda idea de que existen posibilidades extraordinarias en las gentes más ordinarias’. Esta frase, puesta en boca de Carlos I Estuardo (Alec Guinness), y dirigida a Oliver Cromwell (Richard Harris) en la película Cromwell de Ken Hughes (1970), resume bastante bien el pensamiento conservador, incluso el ilustrado, acerca de una forma de gobierno que, sin ser universal, está hoy bastante extendida por mor de los errores, la desidia, la corrupción y la incapacidad de los regímenes autoritarios europeos de los siglos XVII en adelante, como respuesta y mecanismo de protección frente a la brutalidad del fascismo y el comunismo y sobre todo, por necesidades de un sistema cuyo principal motor es el consumo masivo y el liberalismo económico que se compadece, mal, con el autoritarismo en política.  Una de las virtudes, probablemente no la más importante, que tradicionalmente se atribuyen a la democracia, dejando aparte el argumento, no demasiado consistente, de que es el mejor de los sistemas conocidos hasta ahora, es que es un sistema que permite a cualquiera llegar al gobierno. La idea, supongo, era evitar que el acceso al poder político quedara restringido a los miembros de una determinada clase social o a los poseedores de un elevado nivel económico pero, a la vista del resultado de las últimas elecciones norteamericanas, parece que el un nivel intelectual bajo o incluso muy bajo, la falta de honestidad, la chabacanería y los malos modales tampoco son ya óbice para alcanzar, democracia mediante, la más alta magistratura en la primera potencia militar y al menos hasta hace poco, económica del mundo. Lo que se necesita, en teoría, es tener más votos que tus oponentes, si los hay. La cosa, claro, no es tan sencilla. Un majadero multimillonario tiene, en estos tiempos y sobre todo en los Estados Unidos, muchas más posibilidades de llegar a ser presidente que otro individuo, igual, más o incluso menos majadero que el anterior pero cuyos ingresos no le permitan financiarse una carísima campaña electoral. En democracia se supone que la soberanía reside en el pueblo, o en la gente, como se dice ahora. Y por lo tanto es la gente la que, al menos en última instancia, ha decidido poner a Trump en el poder y también la que ha dejado fuera de él, por el momento, a Marine Le Pen en Francia. Así que no resulta ocioso preguntarse ¿por qué vota la gente a una u otra opción? y sobre todo ¿por qué creen los políticos que les vota, o no, la gente? Las respuestas a la primera pregunta pueden ser muchas. Quizá tantas como votantes individuales y probablemente tengan tanto, o más, que ver con antipatías hacia los demás candidatos que con simpatías hacia el elegido. Para contestar a la segunda me vienen a la memoria los cuatrocientos euros que Zapatero prometió en una ocasión entregar a cada contribuyente o pensionista, si ganaba las elecciones, iniciativa que no desmerece, salvo por la publicidad y la imputación directa y sin tapujos al presupuesto, de las prácticas caciquiles de la restauración, o este texto que reproduzco y que he rescatado de un blog que escribía yo en 2006:

El miércoles son las elecciones en Cataluña y a estas alturas ya no parece que Carod Rovira vaya a producir ninguna otra boutade espectacular, si dejamos de lado, claro, el anuncio donde aparece afeitándose y con un mensaje en catalán que, más o menos, viene a decir: Somos humanos, como tú. No sé qué querrá decir con eso. El viernes Mas desayunó con el presidente del Barcelona (el equipo de fútbol, claro) y ayer Montilla se las arregló para desayunar él también con el Sr. Laporta. Lo que me lleva a preguntarme, una vez más, por las razones que hacen que la gente vote a uno u otro candidato. Y no me refiero, claro, a los muy pocos que se enteran de algo, que evalúan críticamente o al menos, se leen los programas electorales y que deciden su voto por razones más o menos objetivas, o, al menos, objetivables, ni tampoco a esa mayoría de la población que ya tiene su voto decidido desde 1975 o antes y no lo cambia aunque su partido presente a un perfecto imbécil, cosa que, por lo demás, no es nada extraordinaria. Me refiero a ese voto flotante, de gente sin preferencias por ningún partido, cuya fuente de información es la televisión o el boca a boca y que no se sienten particularmente beneficiados ni especialmente amenazados por el triunfo o la derrota de tal o cual partido y que, en cada elección, son los que deciden de qué lado se inclina la balanza. Claro que, quizá lo importante no son las razones por las que la gente escoge una u otra opción política sino las razones por las que los políticos creen que la gente les vota. Por ejemplo, a Montilla ha podido pasarle por la cabeza que si su rival desayunaba con Laporta y él no, los forofos de ese equipo, que en Cataluña deben ser legión, se decantarían automáticamente por Convergencia y Unió. Así que, quizá, el problema no es que seamos idiotas, lo que tampoco es descartable, sino que los políticos están convencidos de que lo somos y actúan en consecuencia. No sé si me explico.

Escrito para El Cruzado (mayo 2017)

sábado, 5 de marzo de 2016

Así lo veo yo (con perdón)

En una semana pueden ocurrir, como de hecho están ocurriendo en esta, muchas cosas. Cosas que configurarán el futuro en formas que seguramente ahora no sospechamos y cosas que son una consecuencia, que ahora parece  inevitable, de acontecimientos del pasado. La civilización, que hemos construido en poco más de un millón de años de los más de 4000 que tiene el planeta que habitamos, ha alcanzado niveles de complejidad tales que hacen cada vez más difícil la tarea del analista político, el experto en casi todo o el simple enteradillo de barra de bar que, más o menos, suelen tener el mismo éxito en sus predicciones. Pero ya casi nadie se sorprende de nada y todo el mundo les da a los pronósticos, ya sean sobre la evolución del clima, la economía o la política española o estadounidense, el valor que tienen, escaso, sin exigir mayores responsabilidades a sus autores. De la misma manera los políticos pueden sostener o pretender que sostienen, en cualquier momento, posiciones inamovibles que serán modificadas sin que nadie aprecie en ello más que la necesaria flexibilidad ante una situación y unos supuestos que cambian con desconcertante celeridad. En este entorno, cualquiera, como yo que no soy analista ni paso por experto en nada, puede permitirse especular sobre lo que va a ocurrir en las próximas semanas o meses. Por ejemplo, si alguien, no es el caso, me preguntara, yo diría que no habrá nuevas elecciones y que el próximo presidente del gobierno, aunque quizá no por mucho tiempo, será Sánchez y que lo será con el apoyo explícito de Ciudadanos y el implícito de Podemos, que no puede arriesgarse a someter a evaluación pública la tosquedad exhibida por su líder en la pasada sesión de investidura. Y si no es así será de cualquier otra manera, pero creo que considerarán y si es el caso, ensayarán todas las opciones posibles para evitar unas nuevas elecciones que, de momento y por unos días al menos, les dejarán sin los sillones y los privilegios que apenas han empezado a disfrutar. Por si hubiera alguna duda ya han dejado claro, unos y otros, que están dispuestos a prescindir de sus proclamados principios, en el mejor estilo marxista, de Groucho Marx, sin el menor escrúpulo con tal de seguir en el poder o alcanzarlo. Mientras escribo esto me llega la noticia de que la segunda votación ha dejado las cosas como estaban y que Podemos ha mantenido su negativa a apoyar a Sánchez tal como estaba previsto. Bueno, no importa. Quedan dos meses antes de que se disuelva el parlamento. Ya veremos qué pasa de aquí a entonces pero si yo fuera uno de ellos, de los que tienen que buscar una salida a esta situación, procuraría solucionarlo antes y evitar, en todo caso, unas nuevas elecciones. La gente está harta de discursos vacíos, de insultos y descalificaciones de ida y vuelta y del poco edificante espectáculo de lo que, cada vez más, se presenta como una descarnada lucha por el poder y nada más y puede acabar abominando de esta forma de hacer política pero no para sustituirla por el modelo de democracia ateniense, por ejemplo, en el que los gobernantes se elegían por sorteo y que no es más irracional que el que tenemos ahora, sino por algo peor, no sólo que el modelo ateniense sino incluso y ya es decir, que el actual. Ya ha pasado antes. 

(Enviado a ECA)

martes, 12 de mayo de 2015

El verdadero espíritu democrático, revisitado.

Estamos a poco menos de dos semanas de las elecciones municipales y regionales —o autonómicas, que viene a ser lo mismo—. Lo que más se oye, y se lee, es a gente que se lamenta de que, en tal o cual municipio o región, vaya a salir elegido, de nuevo, tal o cual partido o candidato, a pesar de las abrumadoras evidencias en su contra y de la más que cuestionable ética, y nula estética, de su comportamiento. A mí estos lamentos me hacen cierta gracia, porque suelen venir acompañados de protestas en favor de la democracia como remedio a todos los males que nos aquejan. Más democracia, suelen decir, y algunos claman también por más política, más Europa o más de cualquier otra cosa que parezca tener virtudes terapéuticas.

Pues bien, la democracia consiste, precisamente, en respetar escrupulosamente la voluntad popular en la forma en que se manifiesta en lo que llamamos elecciones. Y esto parece que lo hagamos más por imperativo legal y por falta de recursos para hacer lo contrario que por verdadera convicción democrática. Y si no nos gusta la alcaldesa de Valencia, por ejemplo, o la candidata —frustrada, por ahora— a presidir Andalucía, o estamos hartos de ver siempre las mismas caras aquí y allá, pues estaremos equivocados, porque resulta que eso, y no otra cosa, es lo que quiere la mayoría. Y punto.

Y la política —que no tiene mucho que ver con la democracia, ni tampoco con los más desfavorecidos, uno de los mantras de moda, o con lo que realmente necesitan los españoles (algo que todos los políticos creen saber)— consiste en resolver un problema irrelevante en la situación actual del ecosistema terrestre, pero, para los afectados, capital. Se trata, claro, de decidir cuál de los distintos partidos en liza va a disfrutar de los privilegios del poder durante los próximos años, y de tal manera que parezca que eso lo decidimos entre todos, votando. Ese, y no otro, es el objetivo de las elecciones, en las que, en realidad, hacemos poco más que ratificar lo ya elegido por las cúpulas de los distintos partidos.

Cada cuatro años, más o menos, somos llamados a lo que los más cursis llaman "la fiesta de la democracia", e invitados a escoger, de entre unas cuantas, una papeleta con un conjunto inalterable de nombres y depositarla en una urna. Nombres entre los que, de acuerdo con un algoritmo previamente pactado, se repartirán los puestos disponibles. Hecho esto —poner la papeleta en la urna— nuestra participación, que será convenientemente destacada como muestra inequívoca de espíritu democrático, habrá dejado de ser necesaria y, desde luego, conveniente. Podremos, eso sí, jalear o criticar al poder en tertulias debidamente controladas y en tabernas, lo que tendrá el efecto de reducir la presión cuando esta devenga excesiva, pero sin pretender nada más, y mucho menos ningún tipo de participación ulterior en las decisiones que hayan de tomarse por nuestro bien.

El poder será ejercido —en nuestro nombre, por supuesto— por los elegidos, que dispondrán, durante años, si lo hacen con la debida discreción y procurando no meter mucho la pata ni llamar excesivamente la atención, de los recursos comunes en su propio beneficio y en el de los que ellos consideren conveniente. Eventualmente, algunos se pasarán de la raya y tratarán de acaparar más de lo que un entorno de recursos limitados y las tragaderas del común permiten. Como consecuencia, el sistema entrará en crisis de cuando en cuando, y la gente se sorprenderá —o fingirá que se sorprende— al descubrir sus perversiones. El sistema, a su vez, aparentará estar compungido y arrepentido, se purgará, pero poco, de los más notorios descarriados, y todo volverá, al cabo de poco tiempo, a ser lo que era. Y así, hasta que la burra ya no dé suficiente leche y haya que resolver las cosas de otra manera.

Pero —como no dejarán de recordarnos en otra de esas impagables frases hechas, como esta atribuida a W. Churchill— la democracia es el peor de los sistemas, descartados todos los demás. Chúpate esa.

sábado, 14 de abril de 2012

Charlando con Rubén


Llevo casi un mes sin escribir aquí y así hubiera seguido por algún tiempo, sino me hubiera llamado mi amigo Rubén con el que, por cierto, nos hemos visto las caras por primera vez gracias a Skype. Ha entrado, me ha dicho, varias veces para ver si tenía algo que decir sobre el contencioso, él ha utilizado una de esas palabras argentinas, tan descriptivas, que ahora mismo no recuerdo, a propósito del petróleo argentino que, según él, está indebidamente en manos españolas. Bueno, la verdad es que, ahora mismo, no tengo una opinión formada sobre ese asunto ni tampoco mucho que decir sobre el resto de los acontecimientos que conforman esta delirante actualidad. Acontecimientos que, en mi opinión, no hacen sino confirmar que la vuelta al statu quo ante crisis, el bau –business as usual- o a la senda del crecimiento son una utopía y el persistente e iluminado optimismo del gobierno anterior y el algo más matizado del actual sólo oculta, o lo pretende, su desconcierto, el del gobierno, ante lo que está pasando y acaso su resistencia a reconocer que no estamos ya ante una crisis, sino más bien ante un cambio de modelo. A pesar de eso hemos tenido una interesante conversación, y no sólo por los 10374 km que, más o menos, separan su casa en Buenos Aires de la mía en Barbastro y por el acento argentino de Rubén, muy distinto de los ladridos con los que, según él, hablamos los españoles. El caso es que Rubén, que tiene una pésima opinión de los peronistas y en particular de la Señora Kirchner, a pesar de que, en toda la conversación no le ha apeado el tratamiento, cree que, en esta ocasión, están haciendo exactamente lo que hay que hacer aunque está convencido de que no acabarán de hacerlo y se achantarán antes. Yo estoy de acuerdo con él -actualización del 17: Ambos estábamos equivocados. El gobierno argentino acaba de expropiar Repsol y ha ordenado la intervención inmediata- Mi opinión sobre los gobiernos argentinos, desde Perón hasta ahora mismo y estén formados por justicialistas –peronistas- radicales o militares fascistas es mucho peor que la tengo de los gobiernos españoles. Los numeritos de la Sra. Kirchner, que en las últimas horas ha fingido no tener nada que ver con las veleidades expropiatorias de su gobierno, estarán más dirigidos a la galería o a atender las demandas de amigos y correligionarios que a calmar las preocupaciones, probablemente inexistentes, de su gobierno por la cuestión energética. Pero dicho esto, no me cabe duda, y ahí hemos convenido con Rubén, de que resulta legítimo o al menos comprensible, desde un punto de vista teórico, que los argentinos intenten recuperar el control de su producción petrolífera y asegurarse, en estos tiempos de incertidumbre y ante la cada vez más evidente amenaza del Peak Oil, el suministro de combustible. En cuanto a las pomposas y belicistas declaraciones de los ministros españoles –cualquier ataque a Repsol será considerado un ataque a España-, plagiando el discurso de Kennedy durante la crisis de los misiles, parecen una oportuna cortina de humo para sacar de los titulares las noticias acerca del desastre en el que, a pesar de las medidas de Rajoy y de su acatamiento a las sugerencias de Bruselas, se está sumiendo un país que por el momento carece, y de forma ostensible, de cualquier proyecto viable de futuro que no pase por la construcción y el turismo. No estaría de más ir pensando en algo a lo que nos podamos dedicar en el futuro aunque, de momento, Aguirre y Mas ya están compitiendo por una ciudad del juego al margen de la Ley al estilo de Gran Scala.

domingo, 5 de febrero de 2012

Rubalcaba


es ahora el nuevo Secretario General del PSOE por sólo 22 votos de diferencia, en un congreso con cerca de mil delegados con derecho a voto. La única alternativa era Carmen Chacón, representante de la franquicia semiindependiente del partido en Cataluña, una mujer cuyo discurso, no excesivamente sólido, se vio fuertemente perjudicado por los gritos y los gallos de su intervención final. Rubalcaba, por su parte, dijo lo que tenía que decir, teniendo en cuenta a quién se lo tenía que decir, gesticulando menos que de costumbre y aún así bastante, pero huyendo, en lo posible, del desacompasado tono mitinero de su rival, más adecuado, acaso, para un acto de campaña. Es muy probable que algún delegado, sorprendido por las formas de Chacón, decidiera cambiar su voto en el último momento dando así la victoria, por estrecho margen, a Rubalcaba. En todo caso y en mi opinión, ha triunfado la opción más razonable para los intereses del partido. Dejar ahora el PSOE en manos de lo que parece una segunda y nada mejorada, por cierto, edición del zapaterismo, era una opción excesivamente arriesgada para un partido que tiene que afrontar, en un plazo muy breve, dos elecciones regionales, una de las cuales, la de Andalucía, puede representar la diferencia entre el desastre total y una suave travesía del desierto. Lo más negativo que se puede decir de Rubalcaba, aparte de que es hombre, viejo, pequeño, calvo y feo es que ha perdido estrepitosamente las últimas elecciones generales pero, en su favor, hay que decir que aceptó la candidatura en unas condiciones desesperadas y que dió la cara, para que se la rompieran, por otro que, como el capitán del Concordia, abandonó, cuando se estaba hundiendo, el barco que había hecho naufragar. Por cierto que Rubalcaba, en su discurso de aceptación del cargo, dijo que buscar la sostenibilidad energética era de izquierdas y no dijo nada de volver a retomar, en cuatro días, la dichosa senda del crecimiento. Algo es algo.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Mensajes del Presidente


Con un congreso demócrata y el optimismo y la esperanza aún vivos. Es curioso lo que dice, como lo dice, y lo que aplauden. Y uno se pregunta, si los congresistas y el presidente están de acuerdo en la necesidad de un seguro médico universal, de la restricción de las actividades fraudulentas en la banca y de una profunda reforma del sistema financiero, de la producción de energía limpia, etc, ¿quién más tiene que estar de acuerdo en los Estados Unidos para que estas cosas salgan adelante? ¿la banca? ¿el ejército? ¿la comunidad hispana?.  O será que una cosa es lo que se aplaude y otra lo que se vota. Y por cierto, hay que ver lo bien que habla inglés este chico. No como otros.



Un año después, con un congreso mayoritariamente republicano y el Tea Party -la extrema derecha- como fuerza política emergente,  las cosas han cambiado bastante. La crisis no ha terminado y lo que dice ya no es exactamente lo mismo, menos aun como lo dice y los aplausos son mucho más escasos y menos generalizados. China sigue obsesionando al Presidente que mantiene, sin embargo, un inglés excelente. No como el de otros, y no me refiero, sólo, a Zapatero.

martes, 19 de enero de 2010

Gobierno: inncecesario pero inevitable.

Glosa, e interpretación libre, del texto de Randall G. Holcombe, “Government: Unnecessary but Inevitable” 


La mayor parte de la gente corriente tendría dificultades para contestar  si se le preguntara para qué sirve el gobierno. Tampoco tendríamos una respuesta inmediata si la pregunta se la hiciéramos a un ministro, consejero, conceller, diputado  o concejal de cualquier administración, pero, en este caso, no porque no tuviesen una respuesta sino por la incorrección, política, de verbalizar la evidencia. Y lo que es evidente es que el gobierno sirve, ante todo, a los intereses de los que están en el gobierno y sólo coyunturalmente y por necesidades electorales, a los intereses generales que, por otra parte, y como bien sabe el gobierno, son muy difíciles de establecer. El gobierno puede pretender y de hecho pretende, que gracias al gobierno se construyen carreteras y  hospitales y se mantiene, en condiciones favorables,  una apariencia de orden, pero ese no es, ni ha sido nunca, el objetivo ni la razón de ser del gobierno, de ningún gobierno, sino la transferencia de recursos desde los que no hacia los que sí están en el gobierno. La diferencia más importante entre un gobierno y una cuadrilla de bandidos, su precedente más notable, es que el gobierno considera que conviene a sus intereses permitir que los que no están en el gobierno guarden, para sí, una parte de lo que producen mientras que los bandidos, propiamente dichos, se quedan con todo, desincentivando así la creación de riqueza y perjudicando también y a medio plazo, sus propios intereses. Otra diferencia es que el gobierno se organiza de tal manera que los que no están en el gobierno le entregan, no voluntariamente pero, en general, sin necesidad de recurrir a la fuerza, parte de la riqueza que producen en lugares designados por el gobierno y que reciben el nombre de oficinas de recaudación o de hacienda, mientras que los bandidos se ven obligados a ir, casa por casa, a buscar esa riqueza y tienen que recurrir a la fuerza para obtenerla. Pero el gobierno es inevitable, ya que cualquier colectivo al que se encomendara el mantenimiento del orden, necesario para el desarrollo de cualquier sistema económico por elemental que sea, tendería a convertirse en gobierno para, así, maximizar su beneficio.

En los sistemas democráticos actuales, en los que se considera necesaria una especie de legitimación periódica, consistente en el apoyo, más o menos, explícito, de una mayoría de los gobernados, el gobierno es particularmente innecesario, aunque siga siendo inevitable, ya que su acción de gobierno se limita a intentar mantenerse en las encuestas por encima de sus competidores, dejando de lado cualquier iniciativa mínimamente problemática, por más beneficiosa que pudiera resultar a medio y largo plazo. El horizonte del gobierno, democrático, son las próximas elecciones, ya que en ellas existe el riesgo, controlado, de que se vea obligado a dejar de ser gobierno y ceder temporalmente el poder y con él la parte más importante de los ingresos que proporciona. No obstante y para evitar problemas, una democracia consolidada mantiene a los que han sido gobierno y pueden volver a serlo en una especie de limbo, en el que siguen percibiendo parte de las rentas de los gobernados, sin más obligación que la de hacer notar, de cuando en cuando, lo mucho mejor, para ellos, que irían las cosas si ellos estuvieran en el gobierno en lugar de los que están. Más allá de ese horizonte electoral no hay sino el vacío. Todo se supedita a ese inevitable trámite en el que, en realidad, se deciden muchas menos cosas de las que la gente cree,  pero mucho más importantes,  para el gobierno, claro.

El texto de Holcombe,  al que ya me he referido en alguna otra ocasión,  me ha venido a la cabeza mientras leía la reflexión de José Luis Trasobares  a propósito de la última y no por eso menos memorable, ocurrencia de nuestras autoridades que van a embarcarse, de nuevo, en la siempre rentable, desde el punto de vista del gobierno, aventura olímpica. A nadie, que no esté en el gobierno y tenga en buen uso la mayor parte de sus facultades mentales, se le puede ocurrir comprometer su hacienda y su buen nombre en operaciones como la Expo, la otra expo de 2014, que en ambientes populares se conoce como expo nabo,  o, ahora y por enésima vez, los juegos olímpicos de invierno de no sé qué año y eso por no hablar de los casinos a gran escala, pero para el gobierno este tipo de actividades, además de rentables por razones que tienen que ver, ¡cómo no!, con el urbanismo y la especulación, son algo fundamental. Es la versión actualizada del circo de los gobiernos romanos,  que solían acompañar de pan (pan y circo, ya saben) para evitar que se soliviantara el personal y pusiera pegas a la, normalmente discreta, actividad depredadora gubernamental.  El pan y el circo van indisolublemente unidos. La gente se sosiega bastante con el circo, pero sólo mientras el pan se dé por descontado.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Democracia (III)

Etimológicamente, democracia es el gobierno del pueblo. El diccionario de la Real Academia es algo más prudente y define la democracia como la Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno, en primera acepción o como el Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado en la segunda. Pero la intervención del pueblo en el gobierno es algo que debe manejarse con muchísimo cuidado. Como la intervención de los trabajadores en la gestión de las empresas donde trabajan, o la de los estudiantes en la elaboración de las preguntas de examen. Son cosas que sólo pueden conducir a problemas. Porque los trabajadores pueden llegar a jefes y los estudiantes a catedráticos,  pero mientras sean trabajadores o estudiantes deben dedicar su esfuerzo a y concentrar su atención en el trabajo y el estudio. El pueblo puede intentar gobernar pero cuando lo consigue, cosa no demasiado frecuente, deja de ser pueblo y pasa a ser gobierno, que es una cosa muy diferente como no tardan en comprobar los que creen que todo se arregla con un cambio de caras entre los que mandan. El gobierno gobierna y el pueblo, que desconoce las sutilezas del arte de gobernar,  es gobernado, así han sido siempre las cosas y así seguirán siendo. Lo que pasa es que el pueblo, anarquista en el fondo,  es reacio a dejarse gobernar, por lo que es necesario, para evitar males mayores, en forma de revoluciones, o menores, en forma de algaradas callejeras, hacerle creer que, en realidad, es él mismo el que gobierna. Afortunadamente, el pueblo es crédulo por naturaleza y, también en el fondo, prefiere que le digan lo que tiene que hacer, pero y esto es importante, sin que se note demasiado. Un buen gobierno debe, por tanto, esforzarse en llevar al pueblo al convencimiento de que ni su intervención directa en cuestiones de gobierno ni su opinión son, en realidad, convenientes y mucho menos necesarias y de que el pueblo gobierna, sí, pero lo hace indirectamente, escogiendo a sus gobernantes una vez cada cierto número de años, entre unas pocas opciones cuidadosamente seleccionadas, normalmente por cooptación entre las élites políticas del país. Cualquier otro intento, por parte del pueblo, de intervenir en cuestiones políticas o de gobierno, sólo puede achacarse a su falta de educación cívica y de verdadero espíritu democrático. Todo ello, claro,  sin perjuicio de que, a modo de desahogo, se permita, al pueblo, expresar, de cuando en cuando, su opinión en las barras de los bares, tertulias, blogs y otros foros previamente autorizados y debidamente controlados.

martes, 24 de noviembre de 2009

De conspiraciones y otras paranoias

El País se ha empeñado en desacreditar a Teresa Forcades, una monja benedictina, doctora en medicina, que, a su vez, se ha empeñado en poner en cuestión la necesidad de vacunarse contra la gripe A. Sor Teresa se explica bastante bien y acostumbra a sostener sus afirmaciones con citas y referencias suficientes, cosa que, por cierto, el articulista de El País considera un demérito y ahora parece que ha participado en un seminario, Ciencia y Espíritu y ha compartido mesa con gentes que niegan el VIH o sostienen que el atentado del 11 de septiembre fue una operación encubierta de alguna agencia federal americana, entre otras aberraciones, lo que sirve al articulista para insinuar, por aquello del dime con quien andas, que la Dra. Forcades es también, algo paranoica. No puedo opinar sobre el VIH pero, de entrada, creo que cualquier cosa que afecte a los intereses económicos de grandes empresas multinacionales o forme parte del repertorio de determinados políticos puede y debe ser puesta en cuestión, aunque no sea más que por higiene mental. En concreto y por lo que respecta al atentado del 11 de septiembre y aprovechando que se está juzgando a algunas personas, supuestamente relacionadas con lo que ocurrió, escribí ayer un post que ahora me parece necesario actualizar. Es verdad que la hipótesis de un simulacro de ataque, organizado o tolerado por las autoridades norteamericanas para manipular al Congreso y a la opinión pública, parece demasiado horrible para ser cierta, pero no tengo la menor duda de que para el entonces presidente Bush y otros, la operación, de haberla considerado necesaria, no hubiera planteado más problema que la posibilidad de ser descubierta. Una radio baliza en las Torres dirigiendo a los aviones hacia ellas, un misil emitiendo el, teóricamente imprescindible, código amigo atacando al Pentágono en vuelo rasante, la voladura controlada de las Torres, una vez evacuados en la medida de lo posible los pisos inferiores, para multiplicar el efecto psicológico son cosas ciertamente muy difíciles de creer, pero no mucho más que, por ejemplo, pilotos con experiencia, escasa, en avionetas manejaran con tanta precisión los grandes 747, o que los sistemas de seguridad del Pentágono permitieran la aproximación hostil de un avión sin interceptarlo y que los daños en el edificio y a su personal fueran, afortunada o casualmente, tan limitados, o que ningún avión de combate estuviera en el aire durante las dos horas largas que duró la emergencia. Cada uno puede creer lo que le parezca, pero lo cierto es que, gracias al atentado, la democracia, en los Estados Unidos, sufrió un daño tan devastador como el sufrido por las Torres, mediante la imposición de una legislación de excepción que, en otras circunstancias, ni los congresistas ni la opinión pública hubieran tolerado. Y gracias, también, al atentado, quedó legitimado el ataque contra Irak y el estacionamiento de una fuerza militar, mientras sea necesario, cerca de los yacimientos de petróleo más importantes del mundo, con el evidente objetivo de asegurar el suministro de crudo a los Estados Unidos e Inglaterra, si la crisis energética se agrava. Puede que la eventualidad de un Pico de Petróleo sea objeto de discusión en medios académicos o periodísticos, pero seguro que en la Casa Blanca o en el Pentágono no tienen ninguna duda. Y, en cuanto a la posibilidad de que una operación así sea descubierta, prácticamente cero pero mayor que la que existe de que la gente admita la posibilidad de algo semejante. Incluso a mí me cuesta tomarme esto en serio y desde luego, no recomiendo a nadie que lo haga.

jueves, 29 de octubre de 2009

Democracia (II)

La cosa pública está dando, en España, un espectáculo que en nada desmerece a las astracanadas organizadas, tiempo atrás, en países como Argentina que acabaron como acabaron gracias a las idas y venidas de la clase política más corrupta e incompetente que se había conocido. Hasta entonces, claro. Y cuando digo la cosa pública no me refiero sólo a los políticos que, en realidad, no hacen más que dedicarse a lo único para lo que tienen una reconocida competencia, que es asegurarse una jubilación honorable a costa del contribuyente, sino también a los banqueros, que monopolizan la creación de dinero y que dicen ahora que han ganado un 2% menos que el año pasado y además pretenden que eso es una noticia preocupante; los jueces que dejan en la calle a gentes como Millet, el del Palau, con el inefable argumento de que si se quisiera escapar ya lo hubiera hecho; los responsables, es un decir, de sanidad, que han creado una alarma injustificada con la gripe A, sin más razón que distraer a la gente de lo que realmente debería preocuparle y que ahora nos harán, a mí no, claro, tragar una vacuna cuya única virtud contrastada es la de enriquecer a los fabricantes; los periodistas que destacan lo que conviene a quien les paga, jalean la especulación, sirven de altavoz para las gansadas y estupideces de políticos y financieros semianalfabetos y ocultan, puede que también por ignorancia injustificable, los gravísimos problemas monetarios, energéticos y medioambientales que están amenazando nuestra supervivencia como especie y finalmente, pero no menos importante, los votantes que sostenemos, sostienen, votando cada cuatro años y aguantando sin pestañear, esta ficción de democracia que ya solo sirve como escenario para el espectáculo. Habría que dejar de votar, dejar de comprar los periódicos y dejar de servir de soporte, aunque sea pasivo, para lo que está pasando. O salir a la calle, como han hecho algunos habitantes de Santa Coloma. De lo contrario tendremos que asumir el nada honroso papel de tontos, o cómplices.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Democracia (I)


A democracy, Mr. Cromwell, was a Greek drollery based on the foolish notion that there are extraordinary possibilities in very ordinary people. (La democracia, Sr. Cromwell, es una bufonada griega, basada en la absurda idea de que existen posibilidades extraordinarias en las gentes más ordinarias)

Carlos Estuardo (Alec Guinness) a Oliver Cromwell (Richard Harris), en una escena de la película Cromwell de Ken Hughes.