martes, 19 de enero de 2010

Gobierno: inncecesario pero inevitable.

Glosa, e interpretación libre, del texto de Randall G. Holcombe, “Government: Unnecessary but Inevitable” 


La mayor parte de la gente corriente tendría dificultades para contestar  si se le preguntara para qué sirve el gobierno. Tampoco tendríamos una respuesta inmediata si la pregunta se la hiciéramos a un ministro, consejero, conceller, diputado  o concejal de cualquier administración, pero, en este caso, no porque no tuviesen una respuesta sino por la incorrección, política, de verbalizar la evidencia. Y lo que es evidente es que el gobierno sirve, ante todo, a los intereses de los que están en el gobierno y sólo coyunturalmente y por necesidades electorales, a los intereses generales que, por otra parte, y como bien sabe el gobierno, son muy difíciles de establecer. El gobierno puede pretender y de hecho pretende, que gracias al gobierno se construyen carreteras y  hospitales y se mantiene, en condiciones favorables,  una apariencia de orden, pero ese no es, ni ha sido nunca, el objetivo ni la razón de ser del gobierno, de ningún gobierno, sino la transferencia de recursos desde los que no hacia los que sí están en el gobierno. La diferencia más importante entre un gobierno y una cuadrilla de bandidos, su precedente más notable, es que el gobierno considera que conviene a sus intereses permitir que los que no están en el gobierno guarden, para sí, una parte de lo que producen mientras que los bandidos, propiamente dichos, se quedan con todo, desincentivando así la creación de riqueza y perjudicando también y a medio plazo, sus propios intereses. Otra diferencia es que el gobierno se organiza de tal manera que los que no están en el gobierno le entregan, no voluntariamente pero, en general, sin necesidad de recurrir a la fuerza, parte de la riqueza que producen en lugares designados por el gobierno y que reciben el nombre de oficinas de recaudación o de hacienda, mientras que los bandidos se ven obligados a ir, casa por casa, a buscar esa riqueza y tienen que recurrir a la fuerza para obtenerla. Pero el gobierno es inevitable, ya que cualquier colectivo al que se encomendara el mantenimiento del orden, necesario para el desarrollo de cualquier sistema económico por elemental que sea, tendería a convertirse en gobierno para, así, maximizar su beneficio.

En los sistemas democráticos actuales, en los que se considera necesaria una especie de legitimación periódica, consistente en el apoyo, más o menos, explícito, de una mayoría de los gobernados, el gobierno es particularmente innecesario, aunque siga siendo inevitable, ya que su acción de gobierno se limita a intentar mantenerse en las encuestas por encima de sus competidores, dejando de lado cualquier iniciativa mínimamente problemática, por más beneficiosa que pudiera resultar a medio y largo plazo. El horizonte del gobierno, democrático, son las próximas elecciones, ya que en ellas existe el riesgo, controlado, de que se vea obligado a dejar de ser gobierno y ceder temporalmente el poder y con él la parte más importante de los ingresos que proporciona. No obstante y para evitar problemas, una democracia consolidada mantiene a los que han sido gobierno y pueden volver a serlo en una especie de limbo, en el que siguen percibiendo parte de las rentas de los gobernados, sin más obligación que la de hacer notar, de cuando en cuando, lo mucho mejor, para ellos, que irían las cosas si ellos estuvieran en el gobierno en lugar de los que están. Más allá de ese horizonte electoral no hay sino el vacío. Todo se supedita a ese inevitable trámite en el que, en realidad, se deciden muchas menos cosas de las que la gente cree,  pero mucho más importantes,  para el gobierno, claro.

El texto de Holcombe,  al que ya me he referido en alguna otra ocasión,  me ha venido a la cabeza mientras leía la reflexión de José Luis Trasobares  a propósito de la última y no por eso menos memorable, ocurrencia de nuestras autoridades que van a embarcarse, de nuevo, en la siempre rentable, desde el punto de vista del gobierno, aventura olímpica. A nadie, que no esté en el gobierno y tenga en buen uso la mayor parte de sus facultades mentales, se le puede ocurrir comprometer su hacienda y su buen nombre en operaciones como la Expo, la otra expo de 2014, que en ambientes populares se conoce como expo nabo,  o, ahora y por enésima vez, los juegos olímpicos de invierno de no sé qué año y eso por no hablar de los casinos a gran escala, pero para el gobierno este tipo de actividades, además de rentables por razones que tienen que ver, ¡cómo no!, con el urbanismo y la especulación, son algo fundamental. Es la versión actualizada del circo de los gobiernos romanos,  que solían acompañar de pan (pan y circo, ya saben) para evitar que se soliviantara el personal y pusiera pegas a la, normalmente discreta, actividad depredadora gubernamental.  El pan y el circo van indisolublemente unidos. La gente se sosiega bastante con el circo, pero sólo mientras el pan se dé por descontado.

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