jueves, 14 de enero de 2010

Reflexiones, desordenadas, sobre el ¿final? de la crisis

La crisis del 2008/2009 parece haberse difuminado en el tiempo. Los que pronosticaban el apocalipsis parecen un tanto desorientados y los que confiaban en que la crisis iba a forzar un cambio en el modelo económico y a dar lugar a una nueva sociedad, están empezando a desesperar. El apocalipsis no parece estar en el horizonte inmediato y el cambio en el modelo económico es algo completamente ajeno a los intereses y afanes de los responsables políticos actuales, pero, aunque es verdad que el consumo de petróleo está bajando en los países occidentales, es difícil aumentarlo cuando hay prácticamente un coche por habitante, ni las carreteras ni las ciudades soportan ya más tráfico rodado y el consumo industrial ha disminuido o se ha estancado como consecuencia de la crisis, también lo es que está aumentando y muy deprisa en China y la India y su potencial de crecimiento compensará, con creces, cualquier disminución, tolerable, del consumo en los países de la OCDE.

Por otra parte los brotes verdes no son tantos ni tan verdes. La venta de automóviles en los Estados Unidos y el índice de paro no son tan alentadores como se nos ha venido contando, en realidad, nada es como se nos ha venido contando y la escalada de la bolsa tiene, como de costumbre, más que ver con la especulación y con los planes de rescate de entidades financieras y empresas en crisis, miles de millones de dinero público, que con ninguna otra cosa. Planes de rescate que han dejado claro que, si las crisis fueran sólo lo que esta parecía en un principio, no habría ningún problema. El dinero ahora no cuesta ni el precio del papel donde está impreso. De hecho, ni siquiera se imprime, basta con anotar la cantidad que se quiera en la pantalla de un terminal, de algunos terminales, claro, el suyo no sirve, para tener a mano todo el dinero necesario para solucionar cualquier problema, excepto el de la deuda y de este último, que es muy grave, no hay que preocuparse: Las deudas que no se puedan pagar, no se pagarán y ya veremos con qué consecuencias. Islandia podría sentar un interesante precedente.

En cuanto a la otra crisis, la real, la que se presenta como consecuencia de la imposibilidad de sostener un crecimiento exponencial de la explotación de los recursos naturales, la cuestión está sólo en establecer la velocidad con que va a manifestarse y, como ya he dicho en otras ocasiones, en si nos va a golpear a nosotros o a nuestros descendientes y en este último caso ya se preocuparán ellos. En torno a cuestiones tan vitales como las reservas de petróleo, las tasas de retorno, el estado de la red eléctrica o el costo real de las energías renovables nos movemos en el terreno de la especulación y la fantasía, atentos sólo a los beneficios inmediatos y a mantener la ilusión de que este estado de cosas se puede mantener indefinidamente. Los mismos medios de comunicación y los mismos gobiernos que han propiciado, por segunda vez, una extravagante situación de alarma a cuenta de una supuesta mutación del virus de la gripe, ignoran deliberadamente todas las alarmas que se van encendiendo en relación con nuestra dependencia del petróleo y otras cuestiones energéticas y medioambientales. La razón es cada vez más evidente. En el primer caso, la alarma ha servido para incrementar los beneficios de las grandes empresas farmacéuticas y en el segundo, cualquier crisis de confianza podría afectar negativamente las expectativas de un crecimiento cuya continuidad es básica para sostener todo el tinglado.

Y en cuanto a la crisis y su aparente pérdida de virulencia en estos últimos meses, los indicios de que puede no ser cierto que haya pasado lo peor no son, en absoluto, despreciables y la frivolidad con la que nuestros políticos se refieren a la inminencia de la recuperación, inspira cada vez menos confianza y el hecho de que los causantes directos de la crisis financiera, la de mentira pero con consecuencias reales para un montón de gente, hayan salido de rositas tampoco ayuda a confiar en el futuro.

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