Mostrando entradas con la etiqueta cine. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cine. Mostrar todas las entradas

martes, 18 de octubre de 2022

Otoño 2022

 Cuando yo era muy joven, pongamos que hace más de 60 años, leí un libro de Julio Verne que me impresionó bastante, De la Tierra a la Luna, escrito en 1865, 104 años antes de que Neil Armstrong pusiera el pie en nuestro satélite. La novela describía los esfuerzos de un grupo de artificieros del ejército estadounidense para reutilizar la tecnología balística utilizada en la recién terminada guerra civil y construir un artilugio capaz de vencer la gravedad terrestre y viajar hasta la Luna. No pisaron la Luna, creo, pero consiguieron orbitarla y volver a la Tierra. En 1968 se estrenó la película 2001, una odisea en el espacio, dirigida por Stanley Kubrick, en la que se cuenta como una inteligencia extraterrestre induce, o enseña, a un grupo de monos escandalosos, que se pelean a gritos junto a una charca de agua estancada, a utilizar sus extremidades superiores para manejar una estaca con la que romper la cabeza a sus semejantes. Aparentemente esto fue el principio de un largo proceso evolutivo que culminó en el Homo Sapiens, capaz de construir una nave con la que salir al encuentro de sus benefactores, cosa que ocurre al final de la película.

En fin, todo esto viene a cuento de que, durante bastante tiempo, pensábamos que la evolución nos iba a permitir abandonar este valle de lágrimas por una vía distinta de la habitual y colonizar primero el sistema solar y después… ¿quién sabe? Había que superar serios inconvenientes como la gravedad, la falta de fuentes de energía adecuadas o de atmósfera, las distancias a recorrer y los límites físicos a la velocidad alcanzable… pero en las películas y en las novelas de Asimov, Bradbury y otros, todo eso era peccata minuta. El final de la guerra fría, con la descomposición de la Unión Soviética y el fin de la carrera espacial puso fin a los viajes al espacio, salvo los necesarios para mantener una compleja red de satélites de comunicaciones, espionaje y control de la población que aún siguen ahí. La evolución, gracias también a la tecnología militar estadounidense, fue por otro camino.

Los computadores primero y los protocolos desarrollados por la agencia de proyectos avanzados de defensa (DARPA) de Estados Unidos, llevaron a Internet y a una revolución cuyos efectos empezaron a notarse en los años 90 y que hoy ha cambiado, no necesariamente para bien, y en poco más de 30 años, nuestra forma de informarnos, comunicarnos, leer, aprender y, en definitiva, de ver el mundo. Una revolución basada, también, en la disponibilidad de energía fósil abundante y barata, en los descubrimientos científicos de los siglos XVIII y XIX y en la religión del crecimiento, aunque cuando Dios dijo aquello de creced y multiplicaos, probablemente, creía que no pensábamos pasarnos la vida en este pequeño y redondo planeta, ni que nos tomaríamos tan al pie de la letra lo de multiplicaos. Este otoño llegaremos a 8000 millones, si la guerra en el este de Europa no lo impide, con muchos de los activos que nos han traído hasta aquí seriamente comprometidos. No sé si saldremos del carajal en el que estamos metidos, espero que sí, pero hace tiempo ya que estamos consumiendo los recursos de un futuro que parecía más lejano de lo que estaba en realidad.   

Esta mañana he leído la carta de dimisión de la jefa de oncología del Hospital de Barbastro, un servicio del que la ciudad podía sentirse, hasta no hace mucho, legítimamente satisfecha. La razón, la sostenida e insoportable falta de medios para atender a sus pacientes. Una más de las muchas cosas que están pasando y que no deberían pasar.

ECA 21oct2022

 

lunes, 27 de enero de 2020

El pin parental


Hace unos días tuve ocasión de ver en un cine, que es, por cierto, donde mejor se ve el cine,  una película de 2019 que ha pasado casi desapercibida por las carteleras españolas. De hecho en el cine dónde la vi -uno de esos multicines de Zaragoza que ocupan, con veinte o treinta salas pequeñas y casi inaccesibles para personas con problemas de movilidad, el espacio de aquellos impresionantes y magníficos cines de dos mil butacas, como el Palafox o el Cervantes-la ponían en una sala pequeña y acudió un número muy reducido de espectadores. La película en cuestión es Dark Waters, -aguas oscuras-, del director, para mí desconocido hasta ahora, Todd Haynes. La trama, por demás previsible, es el conflicto, real, iniciado a finales de los años 90 del pasado siglo, por un ganadero de Virginia Occidental, que ve como sus vacas enloquecen y mueren tras la ubicación, en las proximidades de su granja, del vertedero de una gran empresa química. La película permite entender, entre otras cosas, por qué es imposible, o extraordinariamente difícil, que el sistema, constituido por el gobierno y las grandes empresas, se autorregule, por iniciativa propia, para detener o mitigar el deterioro del ecosistema terrestre, abocado a una brusca y presumiblemente desastrosa pérdida de complejidad en un futuro no muy lejano. El caso es, y perdón por el spoiler, que los vecinos del granjero afectado le retiran la palabra y acosan a su familia, que acaba contrayendo cáncer, por haber sacado a la luz las prácticas, a todas luces criminales, de la empresa Dupont de Nemours, que había envenenado las aguas fluviales y subterráneas y lanzado a la atmósfera cantidades ingentes de materias peligrosas y altamente contaminantes durante años. Y eso porque preferían, con mucho, correr el riesgo, incierto, de contraer cáncer u otra enfermedad que el más seguro de quedarse sin trabajo, o perder ventajas y privilegios que dependían, en buena medida, de que la empresa, el mayor empleador de la zona, pudiera seguir obteniendo beneficios llenando el planeta de mierda. Para terminar y sólo después de haber perdido algunos pleitos individuales, la compañía accedió, hacia el año 2008, a llegar a un acuerdo colectivo por unos 300 millones de dólares, aproximadamente la tercera parte del beneficio que obtenía en un año de la comercialización del producto en litigio, conocido como PFOA o C8.  Por cierto que, nada sorprendentemente, el mismo producto se sigue utilizando hoy y por la misma empresa, en la fabricación de bienes de consumo como el politetrafluoroetileno, más conocido como Teflón, que se utiliza, entre otras cosas, como antideslizante para las sartenes. Su eventual prohibición o incluso su regulación dependen de decisiones que el actual gobierno de Estados Unidos no ha tomado ni es previsible que tome, a pesar de que el PFOA se ha relacionado directamente con más de 6 tipos de cáncer. Y ¿qué relación tiene esto con el pin parental?, se preguntarán. Pues, probablemente ninguna, pero, como ha sido el tema estrella de la semana pasada, me ha parecido oportuno traerlo a colación, aunque fuera en el título y utilizarlo para atraer lectores. No lo haré más.

ECA 31/01/2020

lunes, 14 de octubre de 2019

Fundido en gris


La generación que está saliendo ahora del escenario, la mía, estaba en la universidad o empezando a trabajar cuando murió Franco y había crecido sin Internet, teléfonos móviles o cualquier cosa remotamente parecida a un computador. En 1975 ya había computadores grandes y prácticamente inútiles, en la escala de la tecnología actual, pero aún faltaba algún tiempo para que IBM presentara su computador personal (PC) en 1981 y mucho más para el primer teléfono inteligente (IPhone 2007). Ahora parece que nunca llegaremos a las estrellas, al menos con el actual formato de la especie humana, pero entonces, siete años después del estreno de la película de Stanley Kubrick, con guion del propio Kubrick y de Arthur Clarke, 2001, una odisea en el espacio, aún creíamos que el progreso iba a consistir en desafiar la ley de la gravedad y la teoría de la relatividad y no en llevar un computador en el bolsillo con mil y una posibilidades de aprovechar y de perder el tiempo o en convertir el dinero en mercancía. Entonces, en 1975, el progreso parecía una función lineal del tiempo, en abril de 1976 ya se podía ver El Gran Dictador (Chaplin, 1940) en las pantallas españolas y las posibilidades de la humanidad y de la tan esperada democracia española parecían ilimitadas. Así, en 1978 se estrenó en España el Último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972), película que mucha gente, incluso algunos que no entendían una palabra de francés, ya habían visto en Francia pero que, aun así, provocó enormes colas en los cines y algunas reacciones violentas por parte de los forofos del régimen saliente. El progreso, en su sentido físico más amplio, estaba ligado, sin embargo, a un factor, el crecimiento, cuyos límites, cada vez más evidentes, se presentaron en público por primera vez en un informe elaborado por encargo del Club de Roma en 1972 y aunque pisamos (los americanos, no nosotros) la Luna en 1969 y en alguna otra ocasión, la cosa quedó ahí y parece que la tecnología disponible nos lleva más hacia 1984 (Michael Radford, 1984), basada en la novela homónima de Orwell, que al 2001 de Kubrick. Y la política española, enredada en bucles sin salida, tampoco parece dar mucho más de sí. La película que ponen ahora ya la hemos visto.

Enviado a ECA.

lunes, 7 de mayo de 2012

Cuando el futuro nos alcance


Mr. Hollande ha ganado las elecciones a la presidencia de la República Francesa  o, lo que viene a ser lo mismo, Mr. Sarkozy, hasta ahora Presidente,  las ha perdido. Como Mr. Sarkozy era, ostensiblemente, aliado político de la Canciller federal alemana, Frau Merkel, en su declarado propósito de imponer medidas de austeridad,  procíclicas, cuyo efecto más inmediato parece haber sido el de agravar la crisis económica que sufre Europa y en particular algunos países del sur, como Grecia, Italia, Portugal, España y en alguna medida la propia Francia, su derrota ha sido vista por algunas personas, bastantes, como una especie de anticipo del fin de esas medidas y la promesa, formulada de manera más o menos explícita por el candidato vencedor, de sustituirlas por otras, contracíclicas, de tipo Keynesiano que nos lleven, de nuevo,  a la venturosa senda del crecimiento que nunca debimos haber abandonado, amén. Este es, en mi opinión, un punto de vista excesivamente simple y basado en la idea de que la posibilidad de recurrir al crédito, entendido aquí en el sentido de pedir prestado al futuro, no está, aún, agotada. El problema es que lo que esperamos que el futuro nos preste no es dinero, que siempre se puede imprimir o teclear en un terminal de computador, sino recursos naturales, minerales, petróleo, uranio, tierras raras, agua, terrenos agrícolas, etc… recursos que, por supuesto, no podremos devolver ni aún en el caso de que semejante cosa, la idea de devolver nada,  se nos hubiera pasado alguna vez por la cabeza.  Hay una película norteamericana de 1973, dirigida por Richard Fleischer y titulada Soylent Green cuyo título español, por una vez, es mucho mejor que el original: ‘Cuando el destino nos alcance’. El argumento presenta un tiempo en el que la humanidad ha agotado prácticamente todos los recursos, esos que aún hoy estamos dilapidando y el único alimento disponible consiste en una sustancia verde, distribuida por las autoridades y llamada Soylent Green. Al final de la película se descubre que el Soylent Green se fabrica con los cuerpos de los humanos a los que se invita a pasar, plácidamente, a una vida mejor desde una habitación en la que pueden escuchar música y ver imágenes del planeta cuando aún había agua, pastos y parajes idílicos. Mejor aún que el título citado hubiera sido ‘Cuando el futuro nos alcance’, ese futuro al que hemos estado pidiendo prestado en la confianza de que estaba lo bastante lejos como para que sus habitantes no pudieran reclamarnos nada. Un futuro que, inevitablemente, alcanzaremos y para entonces ya no habrá rescates ni medidas de estímulo que nos devuelvan a un crecimiento imposible. Todo esto, sin embargo, no debe entenderse en el sentido de que Frau Merkel o Mr. Sarkozy o los intereses que representan tengan o hayan tenido alguna preocupación real por los problemas que podamos dejar a las generaciones futuras. No. Eso es impensable en políticos cuyo horizonte está, como mucho, en las próximas elecciones y normalmente en los titulares y las cotizaciones de las próximas 24 horas. Ellos y todos los que están abogando ahora por la adopción de medidas de austeridad, sólo están preocupados, creo que ya lo he dicho, por su propia supervivencia política que creen ligada a la posibilidad de seguir atendiendo los intereses de la deuda pública, de la que depende directamente  la financiación que necesitan para mantener un estado mínimo que puedan seguir gobernando. Podrían hacer otras cosas, acabar con el privilegio de los bancos de crear dinero a partir de la nada, por ejemplo, pero eso iría directamente contra los intereses que representan o que les permiten estar donde están.

domingo, 27 de marzo de 2011

Al Cine

No hace mucho, invitado por el alcalde de Barbastro, asistí a un pase privado de There Be Dragons, una película de Roland Joffé,  producida por miembros del Opus Dei a la mayor gloria de su fundador. La historia, que no estaba mal contada, no tenía, sin embargo, demasiado interés, aunque a algunos de los asistentes  pareció emocionarles mucho, tal como había anunciado el presentador, uno de los productores, que ocurriría. Según dijo, un hermano suyo consiguió evitar la ruptura inminente de su matrimonio por el procedimiento de acudir con su pareja a ver la película. Salen imágenes de Barbastro que no son de Barbastro ni, en contra de lo anunciado, lo parecen y hay bastantes minutos dedicados a la guerra civil, presentada bajo un punto de vista pretendidamente conciliador, pero que no deja muchas dudas acerca de quiénes son los buenos y quienes los malos. Los vencedores no salen mucho, salvo el coprotagonista, una especie de caricatura de malo malísimo, a pesar de ser del bando de los buenos, que le pega un tiro a una mujer que no le hizo caso y se justifica diciendo que, por fin, ha podido darle lo que ella quería.  Los republicanos cometen las tropelías de rigor, antes y durante la guerra, como asesinar sacerdotes y quemar iglesias, ante la benevolente y comprensiva mirada de San Josemaría, que tiene que contener las ansias de venganza de algunos de sus seguidores. En fin, un punto de vista, el de la parte nacional católica del bando sublevado,  tan discutible como otros, que no se había prodigado mucho en el cine desde la muerte de Franco. La idea era que los asistentes diéramos testimonio [sic] de que nos había entusiasmado la película, el peliculón según su productor y presentador del acto, y convenciéramos a otros de que debían ir a verla. A mí no me pareció que fuera para tanto y  supongo que para algunos de los asistentes, personas mayores y sentadas en la segunda mitad del cine, el hecho de que estuviera rodada en inglés y subtitulada en español, fue un inconveniente para apreciar las sutilezas de la película que, por otra parte, tampoco eran muchas.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Democracia (I)


A democracy, Mr. Cromwell, was a Greek drollery based on the foolish notion that there are extraordinary possibilities in very ordinary people. (La democracia, Sr. Cromwell, es una bufonada griega, basada en la absurda idea de que existen posibilidades extraordinarias en las gentes más ordinarias)

Carlos Estuardo (Alec Guinness) a Oliver Cromwell (Richard Harris), en una escena de la película Cromwell de Ken Hughes.