La generación que está saliendo ahora del escenario,
la mía, estaba en la universidad o empezando a trabajar cuando murió Franco y
había crecido sin Internet, teléfonos móviles o cualquier cosa remotamente
parecida a un computador. En 1975 ya había computadores grandes y prácticamente
inútiles, en la escala de la tecnología actual, pero aún faltaba algún tiempo
para que IBM presentara su computador personal (PC) en 1981 y mucho más para el
primer teléfono inteligente (IPhone 2007). Ahora parece que nunca llegaremos a
las estrellas, al menos con el actual formato de la especie humana, pero
entonces, siete años después del estreno de la película de Stanley Kubrick, con
guion del propio Kubrick y de Arthur Clarke, 2001, una odisea en el espacio, aún creíamos que el progreso iba a
consistir en desafiar la ley de la gravedad y la teoría de la relatividad y no
en llevar un computador en el bolsillo con mil y una posibilidades de
aprovechar y de perder el tiempo o en convertir el dinero en mercancía. Entonces,
en 1975, el progreso parecía una función lineal del tiempo, en abril de 1976 ya
se podía ver El Gran Dictador
(Chaplin, 1940) en las pantallas españolas y las posibilidades de la humanidad
y de la tan esperada democracia española parecían ilimitadas. Así, en 1978 se
estrenó en España el Último tango en
París (Bernardo Bertolucci, 1972), película que mucha gente, incluso
algunos que no entendían una palabra de francés, ya habían visto en Francia
pero que, aun así, provocó enormes colas en los cines y algunas reacciones
violentas por parte de los forofos del régimen saliente. El progreso, en su
sentido físico más amplio, estaba ligado, sin embargo, a un factor, el
crecimiento, cuyos límites, cada vez más evidentes, se presentaron en público por
primera vez en un informe elaborado por encargo del Club de Roma en 1972 y
aunque pisamos (los americanos, no nosotros) la Luna en 1969 y en alguna otra
ocasión, la cosa quedó ahí y parece que la tecnología disponible nos lleva más hacia
1984 (Michael Radford, 1984), basada
en la novela homónima de Orwell, que al 2001 de Kubrick. Y la política
española, enredada en bucles sin salida, tampoco parece dar mucho más de sí. La
película que ponen ahora ya la hemos visto.
Enviado a ECA.