El viernes pasado, más de un millar de personas se congregaron frente al
Hospital de Barbastro en el marco de una plataforma ciudadana promovida por
profesionales de la sanidad pública. La finalidad de dicha plataforma era
manifestar su preocupación por la situación del centro hospitalario y reclamar
medidas estructurales que permitan revertir su progresivo deterioro. Entre los
asistentes se encontraban diversas autoridades locales y provinciales,
incluyendo los alcaldes de Barbastro y Monzón, este último también presidente
de la Diputación de Huesca. No obstante, la presencia de los responsables
políticos fue presentada por ellos mismos como una participación estrictamente
“ciudadana”, ajena a su papel institucional.
Este distanciamiento simbólico, si bien comprensible desde una óptica de
prudencia política, resulta problemático en términos democráticos: revela una
preocupante disociación entre representación política y responsabilidad
efectiva. La ciudadanía convocada, al igual que sus representantes, se
enfrentaba a un conflicto de carácter estructural que afecta no solo al sistema
sanitario, sino al conjunto del tejido urbano y social de Barbastro.
El problema, en su formulación esencial, radica en la incapacidad de la
ciudad y de su infraestructura para retener y atraer profesionales sanitarios.
Las condiciones laborales y vitales que ofrece la ciudad resultan poco
competitivas frente a otras ciudades hospitalarias, como Huesca o Zaragoza, o
incluso frente a oportunidades en el extranjero. Este fenómeno, lejos de ser
exclusivo del ámbito sanitario, responde a un proceso más amplio de descapitalización
humana y funcional de las ciudades medias en la periferia del sistema urbano
nacional.
Diversos indicadores apuntan a una pérdida sostenida de atractivo. El cierre
continuado del comercio tradicional, la escasez o inadecuación del parque de
viviendas, el deterioro del espacio público y la escasez de perspectivas
laborales para las generaciones jóvenes configuran un panorama desalentador. A
ello se suma un fenómeno simbólicamente revelador: la ocupación progresiva del
centro urbano por colonias de palomas, que anidan en edificios abandonados y convierten
las calles en espacios degradados, a la vez física y socialmente. Esta imagen,
más allá de su valor simbólico, constituye una metáfora elocuente de la
decadencia orgánica de ciertos espacios urbanos a los que el abandono está
despojando de la vitalidad que en su día tuvieron.
La inercia institucional contribuye a agravar esta situación. Iniciativas
orientadas a la recuperación del patrimonio inmobiliario o a la reactivación
del tejido educativo y cultural —como la proyectada ampliación del centro de la
UNED— no han contado con el impulso político ni con las facilidades
administrativas que sí se observan en otras ciudades del entorno. El abandono
de dichos proyectos refleja una lógica de mantenimiento pasivo contraria a
cualquier planificación estratégica a largo plazo.
Pese a este panorama, la reciente movilización ciudadana frente al hospital
constituye un indicio esperanzador. La presión social, especialmente en
periodos preelectorales, conserva aún capacidad para activar mecanismos
institucionales que, en contextos de menor visibilidad, permanecen bloqueados
por la lentitud burocrática y la hipertrofia administrativa.
Sin embargo, es necesario reflexionar sobre un aspecto paradójico de esta
movilización: su pretensión explícita de desvinculación respecto de cualquier
partido político. Esta postura, aunque legítima y comprensible ante la
creciente desafección ciudadana hacia las formaciones políticas, puede ser
leída también como un síntoma de la fragilidad de la cultura democrática
contemporánea. La renuncia simultánea de la ciudadanía organizada y de sus
representantes políticos a actuar como tales cuestiona el principio mismo de la
representación como mecanismo de articulación entre voluntad popular y acción
pública.
Cabe recordar que el origen del Hospital de Barbastro se remonta a una
movilización popular acontecida tras un trágico accidente en la década de 1970.
Aquella demanda colectiva, expresada mediante pancartas que reclamaban un
hospital comarcal en Barbastro o en Monzón, refleja una tradición de acción
política desde la base que hoy resurge, aunque en condiciones mucho más
complejas. La historia posterior, marcada por tensiones locales sobre la
ubicación del centro, ilustra además cómo los logros colectivos pueden derivar
en disputas territoriales cuando falta una visión integradora de lo público.
En conclusión, el caso del Hospital de Barbastro es revelador de una
problemática más amplia que afecta a muchas ciudades intermedias: la pérdida
progresiva de su papel funcional, la debilidad institucional, el declive de los
servicios públicos y la desconexión entre ciudadanía y representación política.
Afrontar este desafío exige no solo voluntad política e inversión, sino también
una reconstrucción del vínculo cívico que permita resignificar lo público como
espacio de vida y futuro compartidos.