martes, 16 de diciembre de 2025

Peak Oil vs. Peak Europa

 En marzo de 2012 escribí un texto sobre el Peak Oil cuando el Brent cotizaba a 125 dólares el barril. Advertía sobre la caída de stocks en Europa, la insostenibilidad del modelo energético y la ceguera política deliberada. Mi diagnóstico entonces era sombrío, pero aparentemente claro: la contracción de la oferta de petróleo convencional dispararía los precios y colapsaría el sistema. Trece años después, el Brent cotiza en torno a los 59 dólares. Menos de la mitad.

El error no estuvo en el diagnóstico estructural—el petróleo convencional efectivamente entró en declive terminal—sino en asumir rigidez donde hubo elasticidad. El sistema respondió de tres formas que no fui capaz de anticipar:

Primero, el fracking estadounidense actuó como colchón temporal, inundando el mercado con petróleo no convencional carísimo pero funcional mientras los precios se mantuvieron altos. Es insostenible (los pozos se agotan en 2-3 años versus 20-30 de yacimientos convencionales) pero retrasó la crisis.

Segundo, la demanda no creció como se esperaba. China desaceleró estructuralmente, Europa se empobreció, y la electrificación del transporte avanzó más rápido de lo previsto. El colapso vino por el lado de la demanda, no de la oferta.

Tercero, la OPEP perdió disciplina. La supresión de las cuotas que hasta entonces limitaban la producción generó una carrera a la baja suicida que mantiene precios deprimidos pese a la escasez estructural.

El Peak Oil llegó, como se esperaba, pero su manifestación no fue la espiral inflacionaria que yo anticipaba sino algo más insidioso: una economía tan debilitada que no puede pagar ni siquiera el petróleo abundante. Precios bajos en un contexto de decadencia, no de colapso súbito. El cadáver sigue caminando.

Esta es ahora la pregunta clave. La electrificación del transporte parece estructural e irreversible, aunque traslada el problema energético sin resolverlo. El agotamiento del petróleo convencional también lo es. El cambio demográfico en Europa, China y Japón reduce el consumo energético de forma permanente.

Pero el fracking es un parche temporal. La indisciplina de la OPEP es geopolítica reversible. Y el estancamiento económico plantea la cuestión fundamental: ¿es coyuntural o marca el límite estructural del crecimiento?

La pregunta decisiva es si una economía de servicios de baja intensidad energética es realmente sostenible o si la supuesta "desmaterialización" es solo un espejismo. Porque una economía de servicios sigue necesitando infraestructura física, agricultura intensiva, logística y Datacenters que consumen energía de una manera brutal. Europa ha externalizado la parte intensiva en energía a China y parece pretender que eso no cuenta.

Y aquí emerge el fenómeno más inquietante: Europa se comporta ya como país en desarrollo antes incluso de dejar de parecer industrializada. Hemos adoptado voluntariamente el papel de periferia extractiva.

Aragón, región no excedentaria ni en agua ni en energía, atrae fábricas de baterías chinas y Datacenters americanos. Se vende como "reindustrialización" cuando es exactamente lo contrario: asumir costes ambientales (agua escasa, presión sobre la red eléctrica) a cambio de migajas de empleo precario mientras el valor lo capturan corporaciones extranjeras. Europa importa industria sucia de otros en las mismas condiciones que históricamente impuso a su periferia colonial.

Hemos cerrado nuestra industria—costosa, regulada, sindicalizada—antes de tener alternativa, y ahora aceptamos la de otros en peores condiciones. Competimos como regiones empobrecidas ofreciendo más subsidios, más recursos naturales baratos, menos controles. Sin haber siquiera disfrutado de la bonanza que los países en desarrollo al menos tuvieron cuando sus materias primas valían algo.

La clave para entender este proceso es reconocer que las élites son globales, no nacionales. No hay "élites europeas" compitiendo con "élites chinas". Hay una élite transnacional que opera por encima de los estados, extrayendo valor donde sea más conveniente: deslocalizando fábricas europeas a China cuando convenía, trayendo fábricas chinas a Aragón cuando conviene, agotando acuíferos para Datacenters donde sea rentable.

Para esta élite, Europa no es "su casa" a preservar sino un activo más a explotar. Los costes se externalizan a las poblaciones locales. Los beneficios se internalizan en paraísos fiscales. Los políticos son meros gestores locales de intereses globales, preocupados solo por mantener la franquicia electoral mientras administran el desmantelamiento.

Si las élites son globales y las poblaciones locales (cada vez más inmóviles, envejecidas, empobrecidas), no hay mecanismo democrático que pueda revertir esto. Votar a otros gestores no cambia nada si todos administran los mismos intereses. Y cualquier intento de soberanía nacional se estrella contra la realidad de que ya no controlamos ni nuestra cadena de suministro ni nuestra energía ni nuestra tecnología.

China necesita cada vez menos a Europa. Europa necesita cada vez más a China. Seguiremos siendo relevantes solo mientras podamos pagar por lo que nos venden. Nada más. Cuando no podamos pagar —cada vez fabricamos menos, el turismo tiene límites, y la IA sustituye nuestros servicios—la transición será traumática.

El Peak Oil que yo anticipaba en 2012 se ha transformado en algo más peligroso aún: un Peak Europa. Y para eso no habrá fracking que valga.