viernes, 20 de diciembre de 2019

El tiempo que viene


En relación con los efectos del cambio climático, en nombre del cual ha perdido un montón de días un montón de gente, en una reciente conferencia en Madrid, que finalmente se ha saldado con el acuerdo de tomarse la cosa más en serio a partir del año que viene, hay, como en tantas otras cosas, una notable disparidad de criterios entre la izquierda y la derecha del espectro político, si es que esos términos significan actualmente algo más que la disposición a votar cualquier cosa que lleve la etiqueta correspondiente. La izquierda cree, o parece creer, que el calentamiento global está causado por la actividad humana, mientras que la derecha sostiene, a veces con excesivo entusiasmo como ha ocurrido con las descalificaciones a la joven activista sueca Greta Thunberg, que el calentamiento no es sino una manifestación del comportamiento caótico del clima y que, si es imposible saber el tiempo que hará para navidad, mucho menos se puede predecir el que hará dentro de 10, 20 o treinta años. Eso es verdad. No se pueden construir modelos matemáticos deterministas para predecir el tiempo pero, personalmente y en este caso, prefiero el punto de vista de la izquierda, porque, si tenemos algo que ver con lo que está pasando, puede que tengamos también alguna oportunidad de rectificar antes de que sea demasiado tarde. Si se trata, como parece creer la derecha, simplemente de lo que toca, más que de una manifestación del disgusto de Gaia con los más sucios y ruidosos de entre sus inquilinos actuales, la cosa pinta bastante peor. Que el clima está cambiando y que las temperaturas están subiendo es algo que cualquiera, que no haya nacido en los últimos diez años, puede apreciar directamente. Y que, por otra parte, a estas alturas ya nadie discute, salvo un popular locutor turolense que saca a colación todas las mañanas las temperaturas de su pueblo y las de Soria y, coincidiendo con la presidenta de la comunidad de Madrid, la presunta conspiración izquierdista, oculta tras la declaración de emergencias climáticas, de cuyos verdaderos objetivos, dice la Sra. Ayuso, ya nos iremos enterando. En mi opinión y aunque es verdad que el clima ya ha cambiado en otras ocasiones y por otras razones, en esta ocasión hay evidencias suficientes para sostener que el incremento actual de  la concentración de CO en la atmósfera, parcialmente responsable del efecto invernadero y peligroso por encima y por debajo de cierto nivel, es directamente atribuible a la actividad humana y en particular al consumo de combustibles fósiles y otros derivados del petróleo, a la deforestación salvaje y a la  práctica de la ganadería intensiva, entre otras. También pienso que son razones económicas, más que políticas, las que impiden que se haga nada al respecto y que, como ha quedado claro en la cumbre de Madrid, probablemente no se hará nada significativo hasta que ya no haya nada que hacer. Pero, mientras tanto, estamos en Navidad, encendamos todas las luces y salgamos a comprar de todo, como si no hubiera un mañana. Que vaya usted a saber.

Publicado en ECA 20/12/2019

viernes, 22 de noviembre de 2019

Barcelona


Barcelona es una de las ciudades fetiche de mi infancia. Estuve varias veces en el Hospital infantil de San Juan de Dios de la Diagonal y mis padres tenían allí familia y amigos, así que íbamos con cierta frecuencia. También pasé algunas vacaciones en una vieja fábrica de cartón, entonces casi la única industria de San Juan Despí, en la carretera que unía esta ciudad con San Felíu de Llobregat y que debía ser de los pocos sitios en España donde se podían encontrar, listas para convertirse en pulpa, las revistas y periódicos franceses o alemanes que en los quioscos de las Ramblas estaban prohibidos. Porque entonces y no ahora como pretenden algunos, España era, técnicamente, una dictadura en la que no había elecciones libres, ni separación de poderes, ni libertad de prensa o manifestación, ni sindicatos horizontales y si, en cambio, jurisdicciones de excepción ya fueran tribunales militares, que emitieron sentencias de muerte en fecha tan tardía como 1975, o el tribunal de orden público que emitió largas condenas de prisión por delitos de asociación ilícita o de opinión. Pero en todas las casas en las que estuve y también en el hospital, en la calle, en las tiendas o en el transporte público se hablaba en catalán, el que lo sabía o en español sin que, en todo caso, eso pareciera ser un problema para nadie. Si Franco, que efectivamente era un dictador, visitaba Barcelona, no sólo no tenía que esconderse sino que las calles se llenaban de gente aclamándole, mientras que el Rey hace unos días ha tenido que refugiarse casi clandestinamente en Pedralbes después de haber sido declarado persona non grata en Gerona. Y eso que, según un politólogo madrileño España es hoy un estado fascista, colonial y opresor que somete a todo tipo de arbitrariedades al sufrido pueblo catalán. En fin, una interminable cadena de despropósitos que empezó, quizá, con la lamentable gestión de la reforma del estatuto o mucho antes y cuyo final no se ve por ninguna parte porque, como ocurre con el cambio climático, con la crisis de gobierno en España, con el Brexit o con tantas otras cosas, el signo de los tiempos es ignorar los problemas hasta que no tienen solución. El fascismo, como dijo un diputado en una de las últimas sesiones de las cortes de la república, no es una acción, es una reacción. Y una reacción, añado yo, que rara vez se limita a restaurar el statu quo. Ya ha pasado. Después, que no se quejen.

Publicado en ECA

lunes, 14 de octubre de 2019

Fundido en gris


La generación que está saliendo ahora del escenario, la mía, estaba en la universidad o empezando a trabajar cuando murió Franco y había crecido sin Internet, teléfonos móviles o cualquier cosa remotamente parecida a un computador. En 1975 ya había computadores grandes y prácticamente inútiles, en la escala de la tecnología actual, pero aún faltaba algún tiempo para que IBM presentara su computador personal (PC) en 1981 y mucho más para el primer teléfono inteligente (IPhone 2007). Ahora parece que nunca llegaremos a las estrellas, al menos con el actual formato de la especie humana, pero entonces, siete años después del estreno de la película de Stanley Kubrick, con guion del propio Kubrick y de Arthur Clarke, 2001, una odisea en el espacio, aún creíamos que el progreso iba a consistir en desafiar la ley de la gravedad y la teoría de la relatividad y no en llevar un computador en el bolsillo con mil y una posibilidades de aprovechar y de perder el tiempo o en convertir el dinero en mercancía. Entonces, en 1975, el progreso parecía una función lineal del tiempo, en abril de 1976 ya se podía ver El Gran Dictador (Chaplin, 1940) en las pantallas españolas y las posibilidades de la humanidad y de la tan esperada democracia española parecían ilimitadas. Así, en 1978 se estrenó en España el Último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972), película que mucha gente, incluso algunos que no entendían una palabra de francés, ya habían visto en Francia pero que, aun así, provocó enormes colas en los cines y algunas reacciones violentas por parte de los forofos del régimen saliente. El progreso, en su sentido físico más amplio, estaba ligado, sin embargo, a un factor, el crecimiento, cuyos límites, cada vez más evidentes, se presentaron en público por primera vez en un informe elaborado por encargo del Club de Roma en 1972 y aunque pisamos (los americanos, no nosotros) la Luna en 1969 y en alguna otra ocasión, la cosa quedó ahí y parece que la tecnología disponible nos lleva más hacia 1984 (Michael Radford, 1984), basada en la novela homónima de Orwell, que al 2001 de Kubrick. Y la política española, enredada en bucles sin salida, tampoco parece dar mucho más de sí. La película que ponen ahora ya la hemos visto.

Enviado a ECA.

domingo, 16 de junio de 2019

Olduvai

Resultado de imagen de estrecho de ormuzUn apagón en el cono sur americano que ha afectado, en distintos grados, a Argentina, Uruguay, Brasil y Chile, cuyas causas aún se desconocen, pero que bien podría estar relacionado con la imposibilidad material de mantener en condiciones una red de transmisión eléctrica muy compleja y envejecida. El estrecho de Ormuz, por donde transita el 30% del petróleo mundial, convertido en un posible escenario de guerra, con Trump a un lado y una república fundamentalista islámica en el otro. Boris Jhonson, un trasunto de Trump algo más leído, a punto de hacerse con el liderazgo del partido conservador inglés y de forzar, como próximo primer ministro del Reino Unido, un Brexit duro y sin acuerdo. Buen momento para revisar la teoría de Olduvai.

Leyendo la prensa española de estos últimos días, meses, en realidad, podría parecer que nuestra principal y casi única preocupación debería ser si Vox entra o deja de entrar en el gobierno de tal o cual ayuntamiento o comunidad autónoma o si Sánchez gobernará finalmente con el apoyo de Cs, Bildu o los independentistas catalanes. Es posible, sin embargo, que tengamos a la vista otros problemas más serios.


miércoles, 1 de mayo de 2019

Emergencia

El parlamento británico ha declarado una emergencia climática. Se decía, eran otros tiempos, que el parlamento podía hacer cualquier cosa menos convertir a un hombre en una mujer o viceversa (Jean-Louis de Lolme, 1771). Me temo que impedir o mitigar la catástrofe que ya tenemos encima tampoco está entre sus atribuciones pero, al menos, parece que se han dado por enterados de que las cosas, en ese campo, como en tantos otros, están yendo rematadamente mal. Y eso a pesar de lo entretenidos que están con su Brexit.

martes, 2 de abril de 2019

Superpoblación y espacios vacíos

Uno de los muchos problemas con que se enfrenta, al menos en España, esta civilización crepuscular, amenazada por la superpoblación y el acelerado agotamiento de recursos básicos parece ser, paradójicamente, el abandono y la despoblación de una parte del territorio. El domingo pasado tuvo lugar, en Madrid, claro, una concentración de gentes para reclamar unos servicios que han devenido inviables a causa de la despoblación y cuya ausencia causa, a su vez, mayor despoblación. Y ¿a quién reclamaban esos servicios y esa atención de la que dicen carecer las buenas gentes que aún pueblan esa España abandonada? Pues no se sabe muy bien, ya que en el evento- estamos en período electoral y las provincias menos pobladas disponen de seis escaños en el parlamento- participaron hasta cuatro ministros del actual gobierno y representantes de todos los partidos del espectro político, con o sin posibilidades de gobernar, así que sólo cabe suponer que la manifestación responde a la ya antigua y arraigada costumbre de salir a la calle a alborotar con cualquier motivo, en lugar de buscar soluciones prácticas a los problemas o, simplemente, de intentar evitar esos problemas cuando aún hay tiempo. Las fotografías están tomadas en el casco urbano de Barbastro, muy cerca o en el mismo centro comercial. 

domingo, 17 de marzo de 2019

Nos quedamos sin máquina del tiempo

La imagen puede contener: texto que dice "Physicists reverse time using quantum computer March 13, 2019, Moscow Institute Physics and Technology"

Vaya. Ahora resulta que lo de retroceder en el tiempo usando un computador cuántico no va a ser posible, al menos de momento y a pesar de la noticia aparecida hace unos días. Debo decir que me lo temía. No es fácil derogar la segunda ley de la termodinámica. Tampoco tenemos, en realidad, computadores cuánticos, más allá de elucubraciones teóricas y los qubits –quantum bits- que se supone que estos computadores manejarían en lugar de nuestros familiares bits, son también poco más que creaciones intelectuales a pesar de que ya se ha diseñado un algoritmo que, trabajando en tan hipotéticos artefactos, permitiría factorizar rápidamente números muy grandes, rompiendo así el fundamento de todas las claves de seguridad utilizadas hasta la fecha que se basan precisamente en la imposibilidad práctica de hacer eso. A mí me parece que la computación cuántica está, hoy por hoy, tan lejos, al menos, como la fusión fría, ambos dentro de la categoría de problemas fundamentales cuya principal utilidad, en el estado actual de la tecnología, es permitir la inversión de ingentes cantidades de dinero en proyectos sin futuro a la vista, la fusión fría está prevista para dentro de 25 años, independientemente de cuándo se haga la pregunta, pero publicables en Nature y otros guardianes de la ortodoxia científica dominante.

sábado, 5 de enero de 2019

17 años y casi dos meses después del 11 de septiembre...

el fiscal de Estados Unidos para el distrito Sur de Nueva York envió la carta que se reproduce más abajo, en respuesta a una petición de The Lawyers' Committee for 9/11 Inquiry, que ha reunido evidencias de la comisión de delitos federales, no perseguidos hasta la fecha, en el WTC (las torres gemelas) el 11 de septiembre de 2001. Entre estos delitos podría estar la voladura con explosivos de parte de la estructura de ambas torres, lo que explicaría la total ausencia de deceleración una vez iniciado el colapso y la caída libre de la parte de las torres situada por encima del impacto de los aviones. La respuesta supone la convocatoria de un gran jurado federal para evaluar la evidencia presentada y formular, en su caso, las acusaciones pertinentes.

Enlaces

1 Entrada relacionada con este asunto publicada en 2009
Architects & Engineers for 9/11 Truth

La carta

BY MAIL
Mick G. Harrison, Esq.
Executive Director
The Lawyers' Committee for 9/11
 Inquiry, Inc.
426 River Mill Road
Jersey Shore,
Pennsylvania 17740

Dear Mr. Harrison:


We have received and reviewed The Lawyers' Committee for 9/11 Inquiry, Inc.'s submissions of April 10 and July 30, 2018. We will comply with the provisions of 18 U.S.C. § 3332 as they relate to your submissions.




miércoles, 2 de enero de 2019

Una excursión a la montaña (I)


A las tres de la tarde del día de jueves santo de 1973, creo que era el mes de abril, el autobús nos dejó en Siresa, un pequeño pueblo del Valle de Hecho en el que había unas pocas casas de piedra y alguna, más reciente, con revestimientos de madera, ladrillo o mampostería, corrales en las afueras, el ayuntamiento, ya cerrado, un pequeño bar que también era una tienda en la que se vendía de todo y el cuartel de la Guardia Civil, todo ello en torno a una Iglesia que, por aquel entonces aún debía estar atendida por un cura nativo, formado en los seminarios de Barbastro, recientemente cerrado o de Zaragoza. Alguien sugirió que diéramos cuenta, en el cuartelillo, de nuestra intención de aventurarnos en la montaña, por si nos perdíamos o teníamos algún problema con una climatología que, a pesar de que ya habíamos dejado atrás el invierno, aún podía darnos algún susto. El guardia que nos atendió nos preguntó que a dónde íbamos, le respondimos con vaguedades porque no lo sabíamos muy bien, que si teníamos experiencia en la montaña, le dijimos que sí, que solíamos ir a los alrededores de San Juan de la Peña a hacer alguna costillada dominical, cosa que pareció hacerle gracia y que cuándo pensábamos volver, el domingo, le dijimos, porque el lunes había clase y yo, por ejemplo, tenía examen. Me miró con algo de sorna pero tomó nota de todo, examen incluido y de los nombres de los siete. A las chicas se lo hizo repetir dos veces, como si quisiera asegurarse de que se habían unido voluntariamente a aquellos tipos en una expedición a no se sabía dónde y nos dijo que fuéramos con cuidado, que no nos aventuráramos fuera de la carretera o de los caminos o pistas señalizados, que buscáramos un refugio en caso de tormenta y que permaneciéramos allí hasta que escampara y que pasáramos por el cuartelillo a la vuelta o llamáramos si volvíamos de noche o por otro camino.

No debían ser aún las 5 de la tarde cuando, con las mochilas absurdamente cargadas, entre otras cosas, con latas de conserva que traíamos desde Zaragoza, sin bastones ni piolets ni nada parecido pero, al menos, con buenas botas y algunos, no todos, con anoraks de plumas, emprendimos el camino hacia el norte siguiendo el curso del río Aragón Subordán y dejando a la derecha las primeras manchas de la Selva de Oza. Novatos como éramos y algo ofuscados como estábamos por lo que considerábamos una estupenda aventura, a nadie se le ocurrió que no eran horas para emprender una caminata y que hubiera sido mejor buscar en el pueblo algún sitio para pasar la noche. Apenas habíamos recorrido un par de kilómetros cuando empezó a ponerse de manifiesto lo desacertado de aquella decisión. En cuanto el Sol desapareció tras las estribaciones montañosas del oeste la temperatura bajó bruscamente y empezó a caer una llovizna helada, ligera y persistente que iba haciendo el camino, ascendente, cada vez más penoso. Alguno había traído gafas de Sol, inútiles ya a aquellas horas, pero nadie tenía nada  eficiente para proteger los ojos de la ventisca que, naturalmente, soplaba de frente y los que, por miopía u otro problema de visión usábamos gafas normales teníamos el problema adicional de tener que limpiarlas constantemente con un pañuelo cada vez más mojado. Al cabo de una hora u hora y media más de camino ya estaba claro que no íbamos a llegar muy lejos y nos paramos al borde de la carretera dejando las mochilas en el suelo. Un par de caminantes, algo mayores y mucho mejor equipados que nosotros, nos alcanzaron al poco y se detuvieron un momento mirándonos con un aire que tanto podía ser de incredulidad como de lástima. Nos dijeron que pensaban dormir en un refugio que había un poco más adelante, un poco, para ellos, era un par de horas de marcha y a su ‘marcha’ pero que había que darse prisa porque se llenaría pronto. Les agradecimos la información y cargamos de nuevo con las mochilas con poco entusiasmo. Al fin y al cabo, dijo alguien, para eso hemos venido aquí. Pero la columna que formábamos pronto empezó a alargarse, tanto que la cabeza y la cola perdieron el contacto visual, ya era casi noche cerrada y sólo llevábamos un par de linternas de escasa potencia así que fue preciso detenerse de nuevo.

A estas alturas ya resultaba evidente que la expedición adolecía de la más mínima organización, pero aun así nadie se decidía a decir lo que más de uno pensaba. Que lo mejor sería volver a Siresa o pasar la noche en cualquier borda de las que habíamos dejado por el camino. Las dos chicas, que se habían apuntado a la expedición por razones que entonces ya no debían tener nada claras, creyendo que se trataba de una versión algo más sofisticada de nuestras excursiones en el canfranero, ya se habían dado cuenta, como el resto de nosotros, de que allí nadie había previsto lo que íbamos a encontrarnos y de que en realidad toda nuestra experiencia en la montaña se reducía a aquellas divertidas excursiones domingueras. Además, los problemas, en un descampado tan inhóspito, eran mayores para ellas que para nosotros así que, por una vez, intentamos utilizar la cabeza para algo más que para llevar los gorros de lana que sí habíamos traído, que empezaban a empaparse y que con las barbas que entonces estaban de moda nos daban un aspecto poco tranquilizador. Seguir avanzando, con buena pendiente, para llegar a un refugio, del que sólo sabíamos que estaba a unas dos horas de camino a buen ritmo, con la llovizna que se había transformado en aguanieve y en la oscuridad no era una opción. Volver al pueblo parecía algo más razonable, era cuesta abajo, pero ya eran casi las 9 y teníamos otras dos horas de camino, también a oscuras, por delante, así que propuse y se aceptó con algo de entusiasmo, que retrocediéramos hasta una casa que había entrevisto en la penumbra poco antes de parar y que intentáramos conseguir allí algún refugio para pasar la noche.

El problema era encontrarla ya que, incluso con las linternas, apenas se veía lo suficiente para mantenernos en la carretera, agarrados cada uno a la mochila del que iba delante pero, al cabo de un buen rato, dimos con un portal de madera que daba acceso a un camino relativamente ancho, flanqueado por árboles de gran tamaño y empedrado, apto para el paso de vehículos. No se veía ninguna luz, pero el camino parecía llevar a alguna parte así que, tras una breve deliberación, nos metimos por allí conservando el orden y las precauciones de marcha. Al cabo de poco más de cinco minutos llegamos a un caserón que parecía deshabitado pero no abandonado y que resultó ser, según el cartel clavado en el dintel de la puerta, un cuartel, presumiblemente utilizado en verano, de la Guardia Civil. Ahora no sé, pero en 1973 no parecía buena idea que un grupo de estudiantes, que por el aspecto podían ser también cualquier otra cosa, merodeara en torno a un cuartel, por muy deshabitado que pareciera. Julián, que desde la visita a la Guardia Civil de Siresa no había abierto la boca y que militaba en uno de aquellos pequeños y ruidosos partidos de izquierda que proliferaban en los primeros y mediados 70 y de los que tan pocos quedaron después de  1979, dijo en tono nervioso y algo apremiante que lo mejor que podíamos hacer era volver a la carretera y buscar algo menos problemático. Los demás ya habíamos descargado las mochilas cerca de la puerta, aprovechando la protección de un pequeño tejadillo y algunos estábamos ya sentados con la espalda apoyada en la pared. Rosa, la más decidida de las dos chicas y la que había empujado a Susana a participar en aquella descabellada aventura, dijo alto y claro que ella no pensaba moverse de allí y que más nos valía hacer algo para que pudiéramos pasar la noche a cubierto o no volvería a dirigirnos la palabra en la vida. Susana no dijo nada pero se acercó a Rosa para dejar claro que pensaba exactamente lo mismo. Aquella era una de esas situaciones en las que uno está dispuesto a hacer cualquier cosa menos el ridículo y pasar por un cobarde o un inútil no entraba en los planes de ninguno de nosotros. Además, estábamos empapados y congelados así que, casi sin mediar palabra, nos pusimos a buscar por los alrededores algún hueco donde cobijarnos, una búsqueda seriamente limitada por nuestro desconocimiento del terreno, por la oscuridad absoluta y por la deficiente iluminación de nuestras dos únicas linternas, una de las cuales empezaba ya a dar señales de agotamiento. Eso tampoco lo habíamos previsto y nadie llevaba pilas nuevas.
(Continuará)