miércoles, 6 de enero de 2010

El ocio, de los otros, como recurso


Algunos de los que ahora gobiernan Aragón dicen creer, lo que crean realmente es otra cuestión,  que vamos hacia un modelo de sociedad, que ellos llaman del ocio, en la que lo importante será el diseño y la explotación de actividades para rellenar el mucho tiempo que ya no tendremos que dedicar al trabajo:  estaciones de esquí, parques temáticos, casinos, circuitos de competición, turismo de montaña, rural o urbano, festivales, fiestas patronales, becerradas y cosas por el estilo, además de carreteras, para ir de una juerga a otra y unas pocas industrias, de montaje de automóviles, por ejemplo, lo más aparatosas y menos necesitadas de ingenio que sea posible.  En España, además, una perspectiva de este tipo tiene todo el predicamento social que sea necesario. Aquí nada importa tanto como encontrar alguna ocupación distinta de trabajar, lo que la gente llama divertirse,  y eso, en un país de nuevos ricos, que se creen con derecho a tenerlo todo y a tenerlo ya, es, cuando menos, curioso porque  la energía, necesaria para tenerlo todo, si es que está disponible, habrá que pagarla, trabajando y si no,  tendremos que aportarla nosotros mismos y a eso, a aportar la energía necesaria para mantener  la entropía, local,  dentro de unos límites que la hagan compatible con la vida -más bien con la gran vida-, también se le llama trabajar.  Aunque puede que la idea no sea  exactamente que nosotros no hagamos nada, sino destacar el hecho de que los aragoneses tenemos un territorio especialmente bien dotado para que el resto del mundo, los 25 millones que van a acudir, cada año, a los casinos de Ontiñena, por ejemplo, venga a pasar aquí sus momentos de ocio. Como nosotros tendremos que hacer de camareros, macarras, putas, traficantes, limpiadoras, croupiers, guias de montaña, monitores de esquí y lo que salga, en realidad el ocio será para los otros, que irán cayendo más y más en el vicio y la molicie mientras nosotros, como laboriosas hormiguitas, iremos amontonando trigo en nuestro hormiguero y podremos así contribuir a la felicidad, y de paso al ocio, de tanto político y tanto listo a cuyos desvelos e ingenio tanto deberemos. Lástima que tan brillante idea no se nos haya ocurrido sólo a nosotros.

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