jueves, 29 de octubre de 2009

Democracia (II)

La cosa pública está dando, en España, un espectáculo que en nada desmerece a las astracanadas organizadas, tiempo atrás, en países como Argentina que acabaron como acabaron gracias a las idas y venidas de la clase política más corrupta e incompetente que se había conocido. Hasta entonces, claro. Y cuando digo la cosa pública no me refiero sólo a los políticos que, en realidad, no hacen más que dedicarse a lo único para lo que tienen una reconocida competencia, que es asegurarse una jubilación honorable a costa del contribuyente, sino también a los banqueros, que monopolizan la creación de dinero y que dicen ahora que han ganado un 2% menos que el año pasado y además pretenden que eso es una noticia preocupante; los jueces que dejan en la calle a gentes como Millet, el del Palau, con el inefable argumento de que si se quisiera escapar ya lo hubiera hecho; los responsables, es un decir, de sanidad, que han creado una alarma injustificada con la gripe A, sin más razón que distraer a la gente de lo que realmente debería preocuparle y que ahora nos harán, a mí no, claro, tragar una vacuna cuya única virtud contrastada es la de enriquecer a los fabricantes; los periodistas que destacan lo que conviene a quien les paga, jalean la especulación, sirven de altavoz para las gansadas y estupideces de políticos y financieros semianalfabetos y ocultan, puede que también por ignorancia injustificable, los gravísimos problemas monetarios, energéticos y medioambientales que están amenazando nuestra supervivencia como especie y finalmente, pero no menos importante, los votantes que sostenemos, sostienen, votando cada cuatro años y aguantando sin pestañear, esta ficción de democracia que ya solo sirve como escenario para el espectáculo. Habría que dejar de votar, dejar de comprar los periódicos y dejar de servir de soporte, aunque sea pasivo, para lo que está pasando. O salir a la calle, como han hecho algunos habitantes de Santa Coloma. De lo contrario tendremos que asumir el nada honroso papel de tontos, o cómplices.

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