viernes, 9 de octubre de 2009

De la cosa pública

Tengo la persistente sensación de que la política tiene un manual de funcionamiento, en el que, en alguna parte, se dice que los administrados somos gentes sencillas y de limitada inteligencia, que debemos y sobre todo, podemos, ser tratados en consonancia y creo, además, que el objetivo final de los miembros de cualquier gobierno es vivir, lo mejor posible, a costa de los gobernados. Puede que, ocasionalmente, hagan otras cosas, como planificar carreteras y cosas similares, pero sólo para repartir, preferiblemente entre sus amigos, una parte de nuestro dinero y seguir dedicándose a lo fundamental, sin llamar demasiado la atención. Por eso procuro no sorprenderme, ni indignarme, demasiado con la actividad de la administración pública española. Porque, aunque el gobierno es innecesario, también es inevitable(*), escupir a sotavento nunca ha sido una muestra de inteligencia ni de sentido común y sustituir una banda por otra, al frente de la cosa, no cambia nada, o no por mucho tiempo. Pero ahora me está asaltando otra sensación, que me preocupa algo más y es la de que llevan tiempo sin tener la menor idea de lo que está pasando. Y no es, sólo, que no distingan una pandemia de un catarro, una crisis de una desaceleración, una fuente de energía de una portadora, el petróleo de las arenas bituminosas, los ricos de los pobres, desfavorecidos, los llaman ahora o, en general, la realidad de la fantasía, sino, también, que ni siquiera intentan, o lo intentan y no lo consiguen, que haya una mínima relación entre lo que dicen y lo que hacen o piensan hacer que, por otra parte, no va mucho más allá de dejar pasar el tiempo, a ver si escampa. Más vale que nos atemos los cinturones.



(*) Government: Unnecessary but Inevitable. Randall G. Holcombe

No hay comentarios:

Publicar un comentario