El apagón ocurrido el pasado lunes, atribuido por Red Eléctrica Española a la desconexión repentina de dos plantas fotovoltaicas en Extremadura y la subsiguiente pérdida de 15 GW de potencia, ha vuelto a poner de manifiesto las dificultades de gestión que, casi inevitablemente, acompañan a las situaciones críticas. Aunque el origen técnico del incidente parece relativamente fácil de explicar, su trasfondo tiene que ver con la complejidad del sistema eléctrico y las implicaciones, también políticas, de la transición energética.
La energía eléctrica que llega a nuestras casas procede de diversas fuentes:
centrales nucleares, térmicas de carbón o gas (ciclo combinado),
hidroeléctricas, así como instalaciones eólicas y fotovoltaicas. En cada
momento, el operador del sistema, Red Eléctrica Española (REE), decide cuál es
la contribución de cada fuente al sistema, teniendo en cuenta su
disponibilidad, el coste de generación y otros factores estratégicos o
técnicos.
La política energética del gobierno español está orientada a reducir la
dependencia de fuentes fósiles y nucleares, favoreciendo el desarrollo de las
energías renovables, especialmente la eólica, la solar y la hidroeléctrica. Se
trata de una estrategia razonable desde el punto de vista ambiental y
económico, pero siempre que se tengan en cuenta las limitaciones técnicas inherentes
a estas formas de generación.
La electricidad generada por estas fuentes circula en forma de
corriente alterna a través de la red de transporte de alta tensión, gestionada
por REE. Esta red opera normalmente a tensiones de hasta 400 kV y con una
frecuencia estándar de 50 Hz, que debe mantenerse de forma extremadamente
precisa. Las centrales convencionales (nucleares, térmicas, hidroeléctricas)
utilizan grandes generadores rotatorios sincronizados con la red, que giran típicamente a
unas 3.000 revoluciones por minuto, produciendo de forma natural corriente
alterna con la frecuencia requerida. Estos generadores también aportan inercia
mecánica al sistema, lo que permite amortiguar de manera automática pequeñas
variaciones de demanda o generación.
En cambio, la energía fotovoltaica produce corriente continua, que debe
transformarse en corriente alterna con la frecuencia, fase y forma de onda
adecuadas. Por su parte, los aerogeneradores modernos producen corriente
alterna, pero a una frecuencia variable, determinada por la velocidad del
viento. Ambos sistemas necesitan inversores electrónicos que adapten la energía
a las condiciones de la red. Este proceso, aunque tecnológicamente resuelto,
introduce costes adicionales y no proporciona inercia natural, lo que reduce la
capacidad del sistema para reaccionar de forma inmediata ante desequilibrios.
Por este motivo, la estabilidad del sistema requiere mecanismos adicionales,
como almacenamiento, control de frecuencia avanzado o inercia sintética. Si el
sistema cuenta con una proporción muy alta de energía renovable y carece de
suficiente respaldo convencional o mecanismos de compensación, puede volverse
más vulnerable a perturbaciones. Esta vulnerabilidad está, casi con toda
seguridad, entre las principales sino la principal, causas del apagón.
Dicho esto, y considerando el compromiso del gobierno y de REE con el
despliegue de energías renovables y el progresivo cierre de las centrales
nucleares, es lógico preguntarse si el mix eléctrico actual garantiza siempre
la robustez necesaria para evitar caídas de frecuencia o apagones ante
imprevistos. La transición energética es inevitable y deseable, pero exige una
gestión técnica rigurosa y realista de sus desafíos.