domingo, 20 de diciembre de 2009

Copenhague 2009

Como era de esperar, la cumbre de Copenhague no ha resuelto nada. La economía se ha globalizado pero el mundo carece de recursos globales para enfrentarse a la madre de todas las crisis: somos demasiados y estamos agotando nuestro crédito. El calentamiento del planeta, cualquiera que sea su causa, es, seguramente, un hecho, aunque -8º al otro lado de la ventana, a las 9 de la mañana del 20 de diciembre, a 42º de latitud norte, puedan hacer pensar otra cosa a los más jóvenes o desmemoriados, pero no es el principal problema ni el más acuciante. Cada vez está más claro, son datos de la IEA, al alcance de cualquiera, que el pico de petróleo ya ha llegado, que estamos en el principio del fin de la era de los combustibles fósiles, abundantes y baratos, en la que se basa nuestro modo de vida y que no tenemos con qué reemplazarlos. Los llamados cornucopianos, por su confianza en el cuerno de la abundancia, que tienen bastante audiencia entre los llamados líderes mundiales, en la actualidad poco más que politiquillos de tres al cuarto, con una capacidad de maniobra prácticamente nula, siguen contabilizando como petróleo extraíble el que, suponen, está en el fondo del Atlántico o en cualquier pedrusco más o menos grasiento, encontrado o por encontrar, en los bosques de Canadá, sin la menor consideración hacia los costes de extracción, que cuentan sólo en dinero y no en energía, agua y otros recursos finitos. Se podría mitigar, no eliminar, el problema reduciendo, drásticamente, el consumo, lo que al mismo tiempo frenaría el deterioro atmosférico, terrestre y marítimo del planeta, pero en Copenhague han dejado claro que eso, por las buenas, no va a ocurrir. El crecimiento, con renovados bríos, está, dicen, a la vuelta de la esquina y no lo van a comprometer con medidas impopulares, cuyo principal y probablemente único resultado, sería apearlos a ellos del coche oficial.

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