Publicada hace unos años (2009) en un blog sobre energía, hoy desaparecido. La traigo a colación porque poco ha cambiado desde entonces aunque, inexplicablemente, el sistema siga aguantando e incluso presente, a ojos de un observador poco atento, síntomas de recuperación.
Ha escrito usted mucho sobre la crisis energética, la degeneración política y el autoengaño social. ¿Es usted un pesimista?
CG:
No especialmente. Pero menos aún un optimista. Un
pesimista cree que todo va a ir mal. Yo me limito a observar que ya ha ido
mal. No estoy haciendo predicciones apocalípticas. Solo constato que la
política se ha vaciado, que la economía se sostiene sobre humo, y que la
energía barata que sostenía todo esto se ha acabado. No es una opinión: son
datos.
Pero el estilo de sus textos transmite una forma
de escepticismo radical. ¿No hay lugar para la esperanza?
CG:
Claro que hay lugar para la
esperanza. Pero no en la política institucional, ni en el mercado, ni en las
soluciones milagrosas que se anuncian cada seis meses con nombres distintos.
La esperanza, si sirve para algo, debería ayudarnos a mirar con claridad, no a
taparnos los ojos. Prefiero la lucidez amarga a la ilusión anestésica.
Usted critica con dureza tanto a la clase política
como a los ciudadanos. ¿No teme caer en el cinismo?
CG:
No es cinismo. Es una
defensa de la inteligencia. El cinismo es el escepticismo del
que no quiere saber. Yo, en cambio, escribo porque creo que todavía hay quien
puede —y quiere— entender. No espero una revolución. Me conformo con provocar
una sospecha, una grieta en el relato. Un lector que se detenga y diga: “espera,
esto no cuadra”. Con eso basta.
¿Qué lugar ocupa el humor en su escritura? A
menudo hay sarcasmo, ironía, a veces burla.
CG:
El humor es la única
herramienta que le queda al que no tiene poder. Si no puedo impedir que me
cuenten cuentos, al menos puedo reírme de los que mienten. Y hacerlos quedar en ridículo. O intentarlo. La política actual es un esperpento. Yo me limito a ponerle
un espejo delante.
Usted escribió sobre el “chiste de la senda del
crecimiento”. ¿Cree que el crecimiento es un mito?
CG:
No es un mito. Es una necesidad
estructural del capitalismo. Si no creces, quiebras. Pero el planeta no
crece. Las reservas energéticas no crecen. Los suelos, el agua, el clima...
todo eso tiene límites. El crecimiento como principio absoluto es un suicidio
lento, y lo peor es que ya ni siquiera funciona. Ahora crecemos en deuda, en
desigualdad, en miseria disfrazada de normalidad.
Usted ha hablado del Peak Oil como un hecho
consumado. ¿Cree que la sociedad va hacia el colapso?
CG:
No hace falta dramatizar. El
colapso no es una explosión. Es un proceso. Ya estamos en él. ¿O no es
colapso una sociedad donde millones de personas viven peor que sus padres,
trabajan más por menos, y aceptan todo eso como algo inevitable? ¿No es colapso
que se debata si el planeta puede sobrevivir a nuestro modo de vida… y se
resuelva que no se puede hacer nada, pero que volvamos al consumo con una
sonrisa?
¿Qué opina del papel de las energías renovables en
este contexto? ¿Cree que son una estafa?
CG:
Las renovables no son una
estafa. Pero no son una alternativa completa al sistema fósil. Requieren
materiales, infraestructuras, energía previa para obtenerlas. Y sobre
todo, no resuelven el problema cultural de fondo: nuestra obsesión por mantener
todo tal y como está. No se trata de sustituir una fuente por otra. Se
trata de cambiar de vida. Y eso no quiere hacerlo nadie.
¿Y la izquierda? ¿Dónde está en todo esto?
CG:
La izquierda institucional
ha asumido los mismos dogmas que la derecha: crecimiento, competitividad,
consumo, retórica de la innovación. En lugar de cuestionar el sistema, se ha
dedicado a gestionar sus ruinas con lenguaje inclusivo y sonrisas. La
izquierda debería incomodar, no gestionar el espectáculo.
¿Por qué sigue escribiendo?
CG:
Por aburrimiento, supongo.
Pero también porque alguien tiene que decir que el emperador está desnudo, aunque ya no haya
nadie dispuesto a escuchar. Porque si renuncias a la palabra, solo te queda el
silencio. Y porque aún no me he rendido.