martes, 17 de diciembre de 2024

Entrevista.

Publicada hace unos años (2009) en un blog sobre energía, hoy desaparecido. La traigo a colación porque poco ha cambiado desde entonces aunque, inexplicablemente, el sistema siga aguantando e incluso presente, a ojos de un observador poco atento, síntomas de recuperación.

Ha escrito usted mucho sobre la crisis energética, la degeneración política y el autoengaño social. ¿Es usted un pesimista?

CG:

No especialmente. Pero menos aún un optimista. Un pesimista cree que todo va a ir mal. Yo me limito a observar que ya ha ido mal. No estoy haciendo predicciones apocalípticas. Solo constato que la política se ha vaciado, que la economía se sostiene sobre humo, y que la energía barata que sostenía todo esto se ha acabado. No es una opinión: son datos.


Pero el estilo de sus textos transmite una forma de escepticismo radical. ¿No hay lugar para la esperanza?

CG:

Claro que hay lugar para la esperanza. Pero no en la política institucional, ni en el mercado, ni en las soluciones milagrosas que se anuncian cada seis meses con nombres distintos. La esperanza, si sirve para algo, debería ayudarnos a mirar con claridad, no a taparnos los ojos. Prefiero la lucidez amarga a la ilusión anestésica.


Usted critica con dureza tanto a la clase política como a los ciudadanos. ¿No teme caer en el cinismo?

CG:

No es cinismo. Es una defensa de la inteligencia. El cinismo es el escepticismo del que no quiere saber. Yo, en cambio, escribo porque creo que todavía hay quien puede —y quiere— entender. No espero una revolución. Me conformo con provocar una sospecha, una grieta en el relato. Un lector que se detenga y diga: “espera, esto no cuadra”. Con eso basta.


¿Qué lugar ocupa el humor en su escritura? A menudo hay sarcasmo, ironía, a veces burla.

CG:

El humor es la única herramienta que le queda al que no tiene poder. Si no puedo impedir que me cuenten cuentos, al menos puedo reírme de los que mienten. Y hacerlos quedar en ridículo. O intentarlo. La política actual es un esperpento. Yo me limito a ponerle un espejo delante.


Usted escribió sobre el “chiste de la senda del crecimiento”. ¿Cree que el crecimiento es un mito?

CG:

No es un mito. Es una necesidad estructural del capitalismo. Si no creces, quiebras. Pero el planeta no crece. Las reservas energéticas no crecen. Los suelos, el agua, el clima... todo eso tiene límites. El crecimiento como principio absoluto es un suicidio lento, y lo peor es que ya ni siquiera funciona. Ahora crecemos en deuda, en desigualdad, en miseria disfrazada de normalidad.


Usted ha hablado del Peak Oil como un hecho consumado. ¿Cree que la sociedad va hacia el colapso?

CG:

No hace falta dramatizar. El colapso no es una explosión. Es un proceso. Ya estamos en él. ¿O no es colapso una sociedad donde millones de personas viven peor que sus padres, trabajan más por menos, y aceptan todo eso como algo inevitable? ¿No es colapso que se debata si el planeta puede sobrevivir a nuestro modo de vida… y se resuelva que no se puede hacer nada, pero que volvamos al consumo con una sonrisa?


¿Qué opina del papel de las energías renovables en este contexto? ¿Cree que son una estafa?

CG:

Las renovables no son una estafa. Pero no son una alternativa completa al sistema fósil. Requieren materiales, infraestructuras, energía previa para obtenerlas. Y sobre todo, no resuelven el problema cultural de fondo: nuestra obsesión por mantener todo tal y como está. No se trata de sustituir una fuente por otra. Se trata de cambiar de vida. Y eso no quiere hacerlo nadie.


¿Y la izquierda? ¿Dónde está en todo esto?

CG:

La izquierda institucional ha asumido los mismos dogmas que la derecha: crecimiento, competitividad, consumo, retórica de la innovación. En lugar de cuestionar el sistema, se ha dedicado a gestionar sus ruinas con lenguaje inclusivo y sonrisas. La izquierda debería incomodar, no gestionar el espectáculo.


¿Por qué sigue escribiendo?

CG:

Por aburrimiento, supongo. Pero también porque alguien tiene que decir que el emperador está desnudo, aunque ya no haya nadie dispuesto a escuchar. Porque si renuncias a la palabra, solo te queda el silencio. Y porque aún no me he rendido.