Hace unos años, tres o cuatro, surgió en España una curiosa
iniciativa para salir de la crisis, impulsada por las Cámaras de Comercio, el
Banco de Santander y Telefónica, entre otros, que constituyeron para llevarla a
cabo la denominada Fundación Confianza.
La iniciativa, que contaba con el apoyo del gobierno socialista y en
consecuencia, también con la firme desaprobación del Partido Popular, entonces
en la oposición, cristalizó en una
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en la que la se contaban historias edificantes, de superación y emprendimiento
y se recogían adhesiones para devolver a
los ciudadanos la confianza en nuestro país y sacarlo de la crisis. Unos pocos
miles de personas mostraron su aprobación en el apartado correspondiente y unas
pocas docenas escribieron en el sitio sus historias ejemplares, pero la
iniciativa se apagó rápida y silenciosamente y ni de la página ni de la
Fundación queda hoy el menor rastro. La iniciativa puede parecer, ahora, una
tontería, pero eran tiempos en los que el entonces presidente del gobierno, Sr.
Zapatero, solía decir que el pesimismo no creaba puestos de trabajo. Cabe
suponer, a sensu contrario, que el buen hombre creía que el optimismo sí que
los creaba pero eso no llegó a decirlo.
El conflicto entre optimistas y pesimistas, que se autodenominan
realistas, es viejo y en España, supongo que también en otros países, el
gobierno suele ver la realidad con optimismo, en la medida en que considera
necesario aparentar que hay alguna relación causal entre esa realidad y su acción
política, mientras que la oposición suele ser pesimista por las mismas razones.
El optimismo, sin embargo, solía gozar, hasta no hace mucho, de mayor
predicamento entre la gente que el pesimismo y no son pocos los que aún parecen
creer que una visión optimista de la realidad tiene sobre ella efectos benéficos
y también que los optimistas gozan, en general, de una vida más larga y
saludable que los cenizos, que es la
forma popular de designar a los pesimistas. Sin embargo y en relación con esta
última cuestión, un trabajo firmado por el profesor Frieder R. Lang de la universidad
alemana de Erlangen-Nuremberg y publicado en la revista Psychology
and Aging, sostiene exactamente lo contrario, es decir, que el
pesimismo ante el futuro además de, o quizá por, ser más realista en casi
cualquier circunstancia, puede hacer que la gente viva más cuidadosamente y
tome las debidas precauciones en relación con su salud y su seguridad y en
consecuencia viva más y en mejores condiciones.
El optimismo, que tal como están las cosas suele verse
defraudado con cierta frecuencia, no alarga, pues, la vida y a medio plazo
tampoco parece que la haga más fácil o feliz pero, confundido, a veces, con lo
que ha dado en llamarse pensamiento positivo,
puede contribuir a incentivar la inversión y sobre todo, el consumo y a crear
la ilusión, durante un cierto tiempo, de que se puede mantener indefinidamente
un crecimiento físicamente imposible o volver a él cuando se quiera a base de
trucos de funambulismo. El optimista no necesita tener en cuenta todos los
aspectos de la realidad, cosa por demás complicada y le basta con fijar su
atención en los que contribuyen a fortalecer su posición, algo que, por supuesto, también hacen los pesimistas o cualquiera de nosotros. La realidad
actual, sin embargo, es demasiado compleja y no suele adaptarse bien a modelos simplificados
en exceso o construidos para mantener prejuicios.
Así, se puede creer que una subida de la bolsa, que se
produce por razones que cada vez tienen menos que ver con la marcha real de las
empresas o una bajada de la prima de riesgo, que se mueve al compás de
declaraciones más o menos solemnes de los responsables políticos, son síntomas
de que las cosas van a ir a mejor. Acabo de leer ahora mismo que hoy, por ejemplo, el Dow Jones ha alcanzado su
máximo histórico absoluto y eso mientras la economía norteamericana sigue al
borde del colapso a pesar de estar financiada por medio mundo. Ya tenemos un
titular optimista. O se puede anunciar a bombo y platillo que se ha descubierto
un nuevo yacimiento de petróleo tres kilómetros por debajo del fondo marino, en
Brasil, sin aclarar que su contenido, suponiendo que pudiera ser extraído a
coste cero, serviría escasamente para cubrir el consumo de dos días. Por
supuesto no puede ser extraído a coste cero, pero la noticia optimista ya está
en todos los periódicos anunciando una nueva era de abundancia. El gobierno,
este y el anterior, suelen presentar cada dos o tres semanas, como un éxito, el
hecho de que hayan conseguido colocar 2, 3 o 4 mil millones en bonos del tesoro
o deuda pública que se incrementa, claro en la misma cantidad, pero esto sólo
puede considerarse un éxito si se tiene en cuenta que la alternativa, no
conseguir la financiación, podría traducirse en la imposibilidad de pagar la
factura del petróleo, servicios fundamentales y el sueldo de los empleados
públicos. Lo de pagar algún día la deuda no se lo plantea nadie. Cuando no nos
fíen… ya se verá o ya verán los que estén. El Director, presidente o lo que sea
de Bankia, Goirigolzarri, creo que se llama, decía esta mañana, muy ufano y
optimista el hombre, que en 2014 o 2015 el engendro que preside empezará a ser
rentable y podrá ser privatizado. Y ha añadido que, en su opinión, los niveles
de corrupción en España son intolerables. No se me ocurre ningún comentario.
Ustedes mismos.
Pero si se dispone de
una tribuna suficientemente alta, como la Sala de Prensa de un Ministerio o la
Presidencia de un Banco que aún no se haya hundido, ni siquiera se necesita
argumentar. Basta con transmitir consignas. La ministra socialista de Economía
y Hacienda, Sra. Salgado y los actuales ministros de Economía y de Hacienda, Sres.
Guindos y Montoro, han venido anunciando, una y otra vez y siempre para un
futuro inmediato, aunque algo impreciso, la vuelta al crecimiento,
imprescindible para que esta economía de casino siga funcionando, con la
esperanza de que, alguna vez, se cumpla la predicción y se olviden los fiascos
anteriores. El domingo pasado lo volvía a hacer el Sr. Guindos, en declaraciones que será interesante releer
en diciembre y el lunes, con el número de parados superando por primera vez los
cinco millones, el gobierno se congratulaba de que las cifras indicaran, según
ellos, una ralentización del incremento mensual
del desempleo.
En definitiva y por resumir, esta forma positiva de ver el futuro puede ser bienintencionada o responder a los
intereses, coyunturales o estratégicos, de quien la mantiene, pero de ninguna
manera es inofensiva. Pretende evitar que la gente esté a la defensiva y
perpetuar el statu quo ante crisis
que responde, sobre todo, a los intereses económicos de determinados sectores
como, por ejemplo, la banca pero también a una atávica tendencia de la especie
a ignorar el peligro escondiéndose en una cueva hasta que escampe. Sin embargo,
reconocer la posibilidad, al menos, de un cambio radical de modelo económico y
social, antes de que el nuevo se imponga por la fuerza de los hechos, nos
daría, o nos hubiera dado, la oportunidad de aprovechar los recursos aún
disponibles para preparar el futuro. Sostener, contra toda evidencia, que esto
es una crisis pasajera y que, para salir de ella, basta con apretarnos el
cinturón para que el gobierno de turno pueda destinar nuestro dinero a pagar una deuda que crece sin control y sin
que haya la más mínima posibilidad de saldarla algún día, en el mejor de los
casos, un mal chiste del que aún hay quien se ríe. Pero cada vez son menos.
Es evidente, no tienen más que preguntarle a casi cualquiera
por la calle, que hay muy poca gente que se crea una sola palabra de lo que lee
en los periódicos o ve en la televisión, a no ser que salga en Salsa Rosa o
algún programa similar, pero la palabra tiene, en todas las religiones, efectos
taumatúrgicos y basta con que cualquier autoridad, si es europea o americana,
mejor, haga una declaración optimista, haré
lo que sea para salvar el Euro, Draghi dixit, por ejemplo, para que la
bolsa suba, la prima baje y el modelo económico actual tenga unas semanas o
meses, más de vida. La cuestión es que es casi seguro que eso no es lo que nos
conviene a la mayoría y desde luego no es lo que le conviene a cualquiera que
tenga menos de cincuenta años.
Enviado a ECA. 7/3/2013