jueves, 4 de noviembre de 2010

El viaje

Bueno, pues ya estamos en Kiev y la verdad es que, como casi siempre me ocurre en estos viajes, la cosa no ha estado exenta de complicaciones, en esta ocasión, además, para demostrar que cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar. No sé por qué cuento esto que, en realidad es una cuestión marginal pero como sé que a más de uno o una le hará gracia y ya que me he propuesto escribir una crónica de este viaje, allá va: El lunes, día 1, la mosca que, ocasionalmente, se pasea por delante de mi ojo derecho desde hace un año, como consecuencia de una degeneración normal del cristalino, se había convertido en un enjambre alocado bastante molesto que, si no hubiera estado pendiente el viaje, puede que hubiera dejado correr por algún tiempo, lo que ciertamente y como se verá hubiera sido un grave error. Por si acaso, llamé a mi oculista que me citó para el martes a última hora y después de un examen más largo que de costumbre, me dijo que de ninguna manera podía emprender viaje sin solucionar el problema, salvo que quisiera afrontar el riesgo, prácticamente la certeza, de un desprendimiento de retina en los próximos dos días. Y esto a las 10 de la noche y con la salida prevista para diez horas después. Le expliqué el motivo del viaje y las razones por las que un aplazamiento era imposible, así que, después de hacer alguna llamada, me propuso una sesión de Láser para cauterizar el desgarro a las 7:30 de la mañana siguiente y en San Jorge.

Después de una noche prácticamente sin dormir, aún tuvo que ir S a una farmacia a comprar unas gotas para ganar tiempo yendo con el ojo ya dilatado, llegamos al Hospital, en el mismo Taxi con el que íbamos a ir a Barcelona y con una ligera antelación sobre la hora prevista y tuvimos la suerte de encontrarnos, casi inmediatamente con nuestra buena amiga Teresa que trabaja en la planta de consultas externas. En estas circunstancias siempre va bien encontrar un amigo. El médico, que parecía muy eficiente, apareció poco después y tras otra de esas molestas sesiones de exploración que te dejan prácticamente ciego me hizo sentar delante del Láser y allí me dejó, temporalmente, ciego del todo con los flashes del aparato pero con el desgarro reparado, al menos de momento. Eso sí, me dijo que el enjambre me acompañará durante bastante tiempo, concretamente hasta que me muera, aunque quizá se atenúe algo más adelante. Que no haga esfuerzos, llevamos dos maletas horrorosas, y que no me agache. En fin, el caso es que a las ocho y diez salíamos de Huesca y a las once y veinte, después de la parada de rigor en la Panadella, llegábamos al aeropuerto de Barcelona.

El vuelo ha salido a su hora y ha transcurrido, sin ningún incidente digno de mención, en un avión pequeño y destartalado de la compañía ucraniana de bandera. La comida como de costumbre, se podía comer y nada más y las azafatas amables y muy guapas como la mayoría de las chicas de este país pero me ha dado la impresión de que una de ellas me miraba de forma rara. Probablemente porque he llevado la boca abierta todo el viaje para evitar la sobrepresión sobre el ojo recién operado. En todo caso queda confirmada la idea de que el hombre no se ha hecho para volar y yo menos.

La cuestión de la moratoria sigue abierta aunque, ahora mismo, no parece tan grave como ayer, sobre todo porque es difícil deducir el alcance real del acuerdo adoptado, ya que en la plantilla de la sesión aparece un texto que puede traducirse como ‘aprobado como base’ lo que deja la duda de si es directamente ejecutivo o simplemente una pauta para que el gobierno o el mismo parlamento en una lectura posterior, produzcan la norma que haya de aplicarse. En fin, mañana a las 10 es la cita en el departamento de menores a dónde iremos con Mila y después iremos al orfanato a ver a N y al Hospital a ver a E que tiene una especie de gastritis crónica que aquí, por lo visto tratan con largas hospitalizaciones. Supongo que el fin de semana lo pasará N con nosotros y el lunes y el martes los dedicaremos a hacer algunas gestiones que aún están pendientes antes de que se señale fecha para el juicio.

El apartamento que nos han buscado no es gran cosa. El ascensor no funciona, es asqueroso y te deja dentro con la luz apagada y las puertas cerradas, los pasillos de película de miedo y el portero por lo visto está sólo para uno de los vecinos que es el que le paga, así que hemos tenido que subir las maletas a mano. Menos mal que es un primer piso. Eso sí, está a 100 metros de la Plaza de la Independencia pero, aun así nos iremos a un hotel.