Ya sé que más de uno está esperando, quiero decir temiendo, otra catástrofe, pero no. Hoy la cosa, salvo un pequeño rifirrafe con una funcionaria ucraniana de la Embajada de España en Kiev, ha adquirido un tonillo burocrático aburrido que no tengo más remedio que reflejar en esta crónica del primer día en Kiev.
Con la luz del día el apartamento, y sobre todo el entorno, parecen otra cosa. Se trata, aparentemente, de una casa que tuvo cierto empaque en algún momento, quizá antes de la revolución y fue transformada después en apartamentos, la escalera es aún la original, los techos son demasiado altos para el tamaño de las habitaciones, tiene unos ventanales bastante pretenciosos y todo el conjunto presenta, en el exterior un aspecto viejo y abandonado. Dentro está razonablemente limpio y en general es habitable y eso es algo que pasa en casi todos los edificios públicos que hemos visitado. Ningún mantenimiento de fachadas pero bastante digno en el interior. En la misma planta que estamos nosotros hay un notario y el portero, que debe dormir allí, ya nos saluda con un cortés Buon Giorno y levantando la mano cada vez que nos ve pasar, sea por la mañana o por la tarde. Tenemos a dos pasos todas las grandes iglesias de Kiev y la zona más visitable de la capital. Quizá, después de todo, no vayamos, aún, a un hotel.
A las 9:20 ha venido Mila, una chica simpática que tiene una hija casada en España y que, aunque no lo parece, ya es abuela. Hemos hablado un poco de las posibilidades de agilizar el proceso, que no parecen muchas y nos hemos ido al departamento de menores dónde había una cola hasta la puerta, cosa que, un punto a favor de los funcionarios ucranianos, no ha impedido que entráramos a la hora prevista en una pequeña oficina atendida por tres o cuatro funcionarias jóvenes y de aspecto amistoso. La ‘entrevista’, propiamente dicha ha consistido en una verificación de los documentos que enviamos este verano y una amigable charla de Mila, en ruso, con dos de las funcionarias. Finalmente una de ellas nos ha leído lo que consta en el expediente de N y E, nos han dicho que si nos parecía bien y si queríamos hacer alguna pregunta. Hemos contestado que sí y que no y con un cortés intercambio de da svidanias y spasibas se dio la entrevista por concluida a los veinte minutos, justos, de haber empezado. En conclusión, que el expediente está bien y que mañana, a las tres de la tarde, nos invitarán, oficialmente, a conocer a las niñas. Queda así, también oficialmente, superado el primer paso ucraniano de este farragoso proceso.
Lo de la Embajada viene a cuento de que, ahora, las autoridades ucranianas quieren verificar la falta de antecedentes criminales de los adoptantes con un certificado emitido por la Interpol que ya solicitamos y fue emitido por la Interpol española hace ya dos meses y enviado a la Interpol ucraniana que a estas alturas aún no lo ha enviado al departamento de adopciones y naturalmente se trata, como no, de un papel imprescindible para poder señalar la fecha del juicio. La embajada española podría, según Mila, desatascar el asunto con un sencillo trámite pero una funcionaria ucraniana que había a la puerta me ha informado de que el cónsul actual ha dicho que esos trámites ya no se hacen. Como el Cónsul no estaba le he dejado una nota y mi teléfono y ya veremos mañana si solucionamos algo.
Por la tarde más papeles en el orfanato de N y una visita al hospital dónde estaba E. Tanto la una como la otra dan por hecho que en cuatro días estarán en casa. No será en cuatro días pero ahora también yo creo que esto acabará bien. Hemos comido con Mila a las cinco de la tarde en un restaurante ucraniano que está debajo del apartamento y hemos dado un paseo por la plaza de la Independencia y aledaños. Aquí a las cuatro ya es noche cerrada así que a las 8 nos hemos vuelto a casa y me he puesto a escribir esto.
Y ¿qué pasa con la moratoria que, teóricamente, debería poner fin a estos procesos? Ni la más mínima mención por parte de nadie. Parece que, al menos en este asunto, la política va a lo suyo mientras la administración sigue su curso. La cuestión parece estar en que la cosa se resuelva antes de que converjan.