lunes, 15 de noviembre de 2010

Segundo fin de semana (S.)

El viernes recogimos a la pequeña en el internado y fuimos a visitar a la mayor en el hospital Todo ello después de hacer una visita al Juzgado, donde me enfadé un poco porque la fecha de juicio que nos señalaban me pareció muy remota. No podemos permitirnos que pasen los días. Esto, con la moratoria sobre nuestras cabezas, es una carrera contra reloj. Así que fui al Juzgado, quizá con demasiado ímpetu, al menos para el gusto de Mila. La juez estaba en un despacho austero, un par de mesas y alguna silla, ni libros ni expedientes a la vista.  Parece un ama de casa española de los años cincuenta, con la permanente hecha días atrás. Me mira de arriba abajo mientras habla Mila, que le explica que soy abogado y que quiero enterarme de todo y le cuenta el problema que tenemos con la ley, etc. N interviene también, no sé si traducen todo lo que estoy diciendo pero conseguimos que nos atienda y que nos cite para el lunes. Bueno, ya con la niña en el coche, de vuelta a Kiev intentamos ver las cosas de otra manera. Subimos por las escaleras del edificio en el que nos alojamos, los porteros, que son varios y se van turnando, ya nos conocen. Según Mila son ocho y protegen a una especie de mafioso que vive aquí. N se asustó algo cuando se lo conté el primer día, pero ahora ya nos estamos haciendo a todo, aunque no nos apoyamos en el pasamanos ni hemos vuelto a intentar subir en el ascensor. La niña abre la puerta y suspira cuando entra, por fin...luego, claro, va directa a la tele. 

El sábado la niña dijo que había que ir a poner velitas a la Iglesia, por papá y por la abuela y por su hermana. Hicimos alguna foto y le tuve que advertir que esa es zona de silencio, de más silencio, porque Kiev es la ciudad más silenciosa que conozco. En la calle se oyen los coches, pero no a la gente que habla muy bajo, en los restaurantes comen en silencio, en las colas se guarda silencio… me recuerda a los ejercicios espirituales de mi infancia. Mi tono de voz resulta demasiado estridente aquí, aunque yo creo que hablo normal. N me hace señas constantemente para que baje la voz. Hemos ido a la avenida Kreshatik, que es peatonal todo el fin de semana y la niña quería hacerse fotos en los mismos sitios que la semana pasada. Y cerca de la estatua de un caballo, que la tiene obsesionada porque quiere subirse a toda costa, había un tipo vestido de negro, con un par de dientes de oro, que nos invitó a hacernos una foto, disfrazadas con unos vestidos de época y metidas dentro de una carroza antigua. La niña empezó a botar de alegría y nosotras torcimos el gesto porque los trajes en cuestión daban horror de rozados y deshilachados y cualquiera sabe el tiempo que llevaban sin estar en contacto con el agua y el jabón. Al final, tanto insistió que dejamos que se pusiera ella un traje rosa y sombrero y esperamos haciéndole fotos nosotras mientras aguardábamos turno porque había público. El tipo de los dientes de oro le hizo varias fotos y claro en lugar de una compramos dos porque estaba monísima y el traje hasta parecía algo. Fuimos a un Macdonals e hicimos cola en silencio. Otra cosa curiosa: nadie intenta colarse, espera todo el mundo pacientemente en silencio, no hay empujones ni se forma bulla. Por la tarde fuimos hasta la cuesta de San Andrés y compramos alguna que otra potra en el mercadillo, enorme, en el que se venden cosas más o menos típicas de Ucrania: un silbato de madera, que es un gato, unas gallinas que comen cuando se mueve el artefacto en el que descansan, una matriusca-palillero...La niña llama a papá y le cuenta todas las fotos que se ha hecho y se olvida de preguntarle por el ojo. Coge el teléfono otra vez y le pregunta ¿cómo va el ojo?...

Todo está tranquilo. Con el Macdonals y las fotos ya es feliz. Pero, además, el domingo por la mañana, detrás de la iglesia de San Miguel, había un par de ponis y los niños hacían cola para montar. Hacemos cola, breve y civilizada porque la niña, claro, quiere montar. Delante de nosotros sube al caballito un niño gordito de mofletes sonrosados y la niña protesta porque el pobre animal va con la lengua fuera, no deberían dejarlo subir, mamá, no es justo...pero el gordito sube y luego le va a tocar a ella y no para de decir que el caballo va a estar cansado cuando le toque...Hay que hacer fotos, claro, que luego se las enseñará a papá, que si no, no se lo va a creer, y en el internado: es tan importante conservar el momento como vivirlo. Cuando baja del caballo ha aprendido ya lo que es el trote y ya sabe unas cuantas palabras más: paseo, trote, galope...según ella el que guiaba el caballo ha soltado las riendas un momentín, así dice, pero no ha tenido miedo. ¡Qué suerte hemos tenido! repite otra vez y ya dice que no va a pedir nada más en toda la mañana... Después de comer hacemos el equipaje, hay que volver al internado, está triste, pero vamos a la cocina para vaciar, casi, la nevera y que se lleve todo lo que le gusta: Esto la anima y mira todo lo que le voy poniendo y empieza a decir que qué buena comida y a compararla con la comida del internado. En el coche, de vuelta, habla poco. Vamos a ver a la mayor que está algo decaída y le llevamos también una bolsa con cosas. La pequeña la abraza un buen rato. Al llegar al internado nos reciben dos niñas que no estaban el pasado fin de semana y que se abrazan a las piernas de la pequeña.  Habían estado en el hospital y por eso no las conocíamos. Una es tan menuda, la pobre y tan flaquita que casi no se ve, pero sonríe y está encantada de que le hagan fotos y hasta se pone de lado y levanta la carita mirando a la cámara. La otra, algo más alta, lleva unas gafas de cristales gruesos, muy grandes, que le tapan casi la cara. La niña le da besos y la coge en brazos y le hace fotos y le dice algo al oído y la niña, desgarbada y de carita triste, viene hasta mí y me dice hola y me sonríe. Cuando ya lleva hechas no sé cuántas fotos y decimos que nos vamos, la niña de las gafas me toca el brazo y me dice "abios" y nos acompaña hasta la puerta. Ah se me olvidaba, claro está, les ha enseñado a sus amigas las fotos del caballito. El regreso no es muy alegre. N decide que vamos a dar una vuelta por Kreshatik, antes de encerrarnos en el apartamento. Hay luces de colores adornando la avenida y bandas de música, nada que ver con el lúgubre aspecto de la sala del internado en el que acabamos de dejar a la niña. La calle está llena de gente, hay un ambiente agradable, pero ni una voz...hasta la banda que está tocando Yesterday, de los Beatles, lo hace como con sordina. Y así acabamos el día. Mañana al juzgado. S.