domingo, 7 de noviembre de 2010

Segundo y tercer días

Ayer tuvimos un día muy ajetreado entre gestiones incomprensibles y atascos, tanto burocráticos como automovilísticos. Cruzar uno de los puentes sobre el Dniéper en coche, a las 5 de la tarde, nos costó dos horas y resolver el dichoso asunto del certificado de la Interpol, a pesar de la más que eficaz colaboración de la Interpol española, tuvimos que llamar nosotros, que lo volvió a reenviar por tercera vez y por correo electrónico, nos llevó todo el día y aún sigue sin resolver. Supongo que en cualquier momento, el problema se resolverá solo y de forma tan inexplicable como se presentó.


La invitación para conocer a N y E llegó a las 12 de la mañana en vez de a las tres de la tarde, lo que nos permitió adelantar también la visita al notario a dónde había que ir para preparar la petición. Por cierto que no era notario sino notaria, también muy guapa y hacía ella sola el trabajo que en España hacen el notario y cinco o seis oficiales. Una vez hecho ese papel hubo que ir a una guardería destartalada en el otro extremo de la ciudad, a encontrarnos con una inspectora -hasta el momento sólo hemos tratado con mujeres-  y con las niñas que llegaron allí acompañadas de la directora del orfanato. Las niñas copiaron y firmaron un texto preparado de antemano en el que se decía, más o menos, que daban su consentimiento a la adopción.

Da la impresión, a veces, de que este proceso de adopción es un asunto entre ucranianos, mejor dicho, entre ucranianas y que nosotros estamos aquí de convidados de piedra salvo cuando las cosas se enredan mucho, hay que hacer alguna gestión con las autoridades españolas, firmar algún papel y sobre todo aportar el imprescindible lubricante para toda esta compleja e inextricable maquinaria: el dinero. Por lo demás todo el asunto transcurre en ucraniano, o en ruso, a base de charlas entre Mila y las innumerables funcionarias involucradas, que intercambian confidencias, que poco o nada tienen que ver con nuestro asunto y papeles mientras nosotros esperamos sentados. Cuando hay dónde sentarse, claro.

Las chicas se han quedado con nosotros este fin de semana en el apartamento y gracias a ellas nos enteramos de que un cartel, aparentemente inofensivo, que había en la puerta y al que no le habíamos dado mayor importancia, anunciaba un corte de luz en el edificio el sábado y el domingo de 11 a 17 horas. Paciencia.


Así que esta mañana nos hemos ido a dar un paseo y cerca del apartamento nos hemos topado con una división motorizada de la época soviética, comisarios políticos incluidos, formada al principio de la calle Jressatik, que no parecía demasiado amenazadora, a juzgar por la gran cantidad de gente que había haciendo fotos a los vehículos, que luego han resultado de pega y a los soldados. Los viejos uniformes y vehículos militares rusos hacían juego con los edificios de la calle, algunos de los cuales se construyeron durante la época soviética, después de la última guerra mundial.



Para no llamar demasiado la atención hemos aceptado unas banderitas ucranianas y hemos bajado por la calle, que hoy era peatonal, hasta la puerta del ayuntamiento dónde había toda una concentración de militares jubilados, ancianos, soldados de uniforme, enfermeras, etc. y dónde nos hemos parado al lado de una ucraniana que agitaba su banderita con mucho más entusiasmo que nosotros y que se ha dirigido a mí para decirme algo que, naturalmente, no he entendido. E. me ha dicho luego que me estaba preguntando si sabía yo de que trataba todo aquel jaleo.

Creo que tendré que ir otra vez al oculista, así que, desde el lunes, escribiré desde España lo que me cuente S. que se queda aquí con una amiga para seguir con el papeleo e intentar llegar al juicio lo antes posible.