domingo, 21 de febrero de 2010

Complejidad y futuro

La sociedad es cada vez más compleja y en consecuencia, es cada vez más difícil desentrañar las relaciones e implicaciones entre las distintas manifestaciones de la economía y de la vida. Modificar las reglas del juego financiero, elevar a 100 el coeficiente de caja, por ejemplo, puede parecer una medida imprescindible pero sus consecuencias en otros campos de la economía real son impredecibles y se presumen, por que así interesa, catastróficas. La regulación del mercado laboral puede provocar a los sindicatos y romper la paz social pero modificar las condiciones o aumentar los impuestos a las grandes empresas, puede suponer una rápida deslocalización que nos deje sin empresas y sin trabajadores. Es posible abominar de las autovías, yo lo hago de vez en cuando, pero nadie quiere, ni sabe, plantear un cambio de modelo que las haga innecesarias y con el modelo actual nadie puede, seriamente, abogar por mantener una red de carreteras tercermundista. El Peak Oil ya está aquí y para quedarse, pero no podemos darnos por enterados porque eso provocaría el pánico y supondría renunciar a una nueva etapa de crecimiento, cosa que no podemos hacer. Mientras tanto, los precios altos del petróleo llevan a la recesión y los bajos desincentivan la exploración de nuevos yacimientos y la explotación de los antiguos. La deuda de los países y la de los particulares es imposible pagarla, eso ya lo sabe todo el mundo, pero mantener la ilusión de que se pagará, imprescindible para que el tinglado funcione, sólo puede hacerse en un entorno de crecimiento. La deuda privada en España supera, con mucho, lo tolerable pero la única solución obvia, que la gente deje de gastar y viva de acuerdo con sus posibilidades, provocaría un hundimiento aún más rápido de una economía basada en el consumo interno más que en ninguna otra cosa. La complejidad de todo el sistema hace que tengamos que limitarnos a poner parches, observar el resultado, ver por dónde se escapa el aire y poner otro parche. Eso y que no empeoren las cosas, es lo que cabe esperar de los gobiernos actuales. Poco más. El futuro habrá que plantearlo cada vez más local e individualmente, única forma de reducir esa complejidad y hacerla mínimamente comprensible y manejable. A pesar de lo que tienen de utopía, seguiremos siendo 6800 millones de habitantes, la elaboración de planes de contingencia por parte de las ciudades pequeñas y medianas y la inversión en sistemas e infraestructura que incrementen la sostenibilidad y reduzcan la dependencia exterior puede ser la única actividad razonable para los próximos años. Puede ser, pero no creo que sea. La gente prefiere, y hay que comprenderlo, el punto de vista optimista que consiste en creer que esto que está pasando no es más que la manifestación normal del comportamiento cíclico de la economía y que lo único que hay que hacer es prepararse para la parte expansiva del ciclo, que está al caer. Pero, cuando José interpretó el sueño del Faraón, lo que le dijo es que, en los años de vacas gordas había que amontonar grano y prepararse para los años de vacas flacas. No al revés.

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