viernes, 18 de marzo de 2022

¿Primavera?

Me decían esta mañana que el polvo del desierto, que ha teñido de amarillo Madrid y media España, no es sino la última, por ahora, de las plagas que nos están cayendo encima en este año III de la Pandemia Interminable, junto a la guerra, la crisis energética y climática, la inflación, las matemáticas con perspectiva de género, los políticos y sus políticas y la tontería felizmente reinante. Es posible, pero las plagas en Egipto terminaron cuando el Faraón cedió y dejó salir a los judíos. Nada de lo que está pasando hoy, y son muchas cosas, parece tener remedio. Algunos edificios públicos, no sé si todos, han cerrado la calefacción 15 días antes de lo previsto y Ana Patricia Botín ha bajado a 17 grados la calefacción de su casa, siguiendo las directrices del superministro Borrell y con objeto de tocarle las narices a Putin. Puede parecer una tontería, pero sólo porque, efectivamente, es una tontería. La guerra en Ucrania, una guerra no declarada, ha despertado de su letargo a la Unión Europea y ha abierto de par en par sus fronteras a millones de refugiados ucranianos, agraviando, comparativamente, a los que, desde Siria, Afganistán y otros lugares llevan años esperando a la puerta sin demasiado éxito. Nuestro problema es que vivimos al día y vivimos al día porque no podemos, o no sabemos, vivir de otra manera, no entendemos un carajo de todo lo que pasa y aunque lo entendiéramos daría igual. Ayer, aprovechando la coincidencia de la fecha en formato anglosajón: 3, 14 con los tres primeros dígitos del número Pi, se celebraba por resolución de la UNESCO, el día de las matemáticas. Lo celebramos, pero seguimos creyendo que es posible hacer sostenible el crecimiento exponencial simplemente cambiándole el nombre. La Reserva Federal, el FMI o el Banco Central Europeo han sido, durante algún tiempo los garantes de una estabilidad de precios tan fantástica como todo lo demás, Hubo un tiempo en el que la inflación se creaba a base de imprimir billetes sin el debido respaldo, ya fuera oro, derechos de giro del FMI o lo que fuera. Hoy eso ya es innecesario porque el 95% del dinero en circulación son depósitos a la vista o a corto y medio plazo y el dinero lo crean de la nada los bancos comerciales cada vez que conceden un préstamo, un proceso inflacionario donde los haya, me parece a mí, pero se nos ha hecho creer que la política monetaria, a veces restrictiva, a veces lo contrario, es suficiente para hacer compatible la pérdida de valor del dinero con el mantenimiento de su poder adquisitivo. Y puede que lo haya sido, pero parece que se acabó. Durante años se han ignorado las señales de alarma que nos envía el planeta que nos acoge, cada vez con más desgana, aunque sólo seamos un pequeño interludio en sus 4.500 millones de años de historia geológica. Hace 10.000 años el homo sapiens, sapiens a ratos y porque lo decimos nosotros, eran poco más de 1.000.000 de individuos, en 1953 ya éramos dos mil millones y hoy somos más de siete mil millones. No sé dónde estará el límite, pero esté donde esté, está claro que lo alcanzaremos en poco tiempo. Este es, precisamente, el pequeño secreto que hay detrás del crecimiento exponencial. Ayer leí de una sentada el libro póstumo de Fernando Marías, al que conocí en Barbastro hace muchos años, en el que cuenta la terrible historia de días de vino y rosas trasplantada al Madrid de finales del siglo XX y, ya por la noche, hice una llamada desde el teléfono fijo. La relación entre ambos hechos y lo que he escrito más arriba me ha tenido desvelado desde las cinco de la mañana. Otro día me extenderé sobre esto, que hoy ya llego tarde. Publicado en ECA. 18/03/2022

sábado, 19 de febrero de 2022

El ¿final? del invierno.

Parece que el Ayuntamiento o el gobierno de Aragón o ambos se proponen construir un número indeterminado de viviendas en el antiguo acuartelamiento militar. En algún sitio, siento no recordar dónde, he oído que la respuesta municipal a las objeciones planteadas en distintos ámbitos ha sido algo así como ‘a caballo regalado no le mires…’, lo que supongo que significa que hay dinero para eso, pero no para otra cosa. Bueno, pues, aun así, la decisión me parece un lamentable error, error que ya estuvo a punto de cometer, por lo que parece, el anterior ayuntamiento pero que paralizó la crisis económica de 2008. Construir viviendas en las afueras es, supongo, mucho más sencillo y barato que hacerlo en el centro, pero también supone obviar el proceso de degradación del casco urbano y convertirlo, en la práctica, en imparable. Barbastro es, todavía, una ciudad bastante vivible aunque no demasiado atractiva, y que cuenta con algunos servicios de calidad, hospital, centros educativos, UNED, establecimientos comerciales de solera…, pero que para muchos profesionales de la educación, la medicina, la banca, la administración… se está consolidando como ciudad de paso o en la que iniciar trayectorias laborales con la vista puesta en el traslado a Zaragoza, Madrid o cualquier otra ciudad. En estas condiciones, habría que preguntarse si existe realmente una tendencia marcada hacia la irrelevancia y en ese caso, si esa tendencia podría revertirse bajo ciertas condiciones hasta el extremo de hacer de la ciudad un lugar deseable para iniciar y consolidar un proyecto de vida. Mi confianza en la iniciativa pública es más bien poca. La política ha devenido un sainete que ni siquiera es divertido y la probable buena voluntad de nuestros políticos locales queda oscurecida por la falta de recursos y de planificación y también por la injerencia de las cúpulas de sus partidos. Queda la iniciativa ciudadana, imprescindible en todo caso, y el foro B21 ha demostrado, en alguna ocasión, que es posible movilizar a la gente cuando el objetivo, es el caso del centro de salud, lo merece. Barbastro perdió hace ya años su acuartelamiento, el último número de este periódico da cuenta de las consecuencias que esa pérdida tuvo, tanto social como económicamente, para la ciudad. Años antes había desaparecido la estación de ferrocarril, situada al final de una vía sin salida que venía de Selgua y sometida a una competencia imposible con el automóvil y el bajo precio de los combustibles. Ni uno ni otra han dejado rastro y los terrenos de ambos parecen estar abocados al mismo destino residencial. En todo caso la estación, si en algún momento se revisara la sorprendente decisión de dejar a Huesca y Barbastro al margen de la línea Zaragoza Lérida, necesitaría una nueva ubicación. Reivindicar ahora el tren, ya lo hicimos hace unos años con el éxito que cabía esperar, puede parecer una fantasía sin ninguna posibilidad de materializarse, pero el escenario, a medio e incluso a corto plazo, puede cambiar lo suficiente como para que un desplazamiento hacia el noroeste de la línea actual, e incluso su conexión con un tren que enlazara Zaragoza con Toulouse y las líneas europeas de alta velocidad, no fueran una idea tan descabellada. Un gobierno y una oposición que no estuvieran dedicados a tiempo completo a sus batallitas y a mirarse el ombligo, podrían considerar interesante diversificar las salidas hacia Europa y abrir una travesía por el pirineo central y por Barbastro. Si yo fuera el alcalde ya estaría buscando terrenos para la estación (si me pisan la idea no pasa nada) Y en todo caso, Barbastro necesita un plan de ciudad a medio plazo y teniendo en cuenta lo que el futuro puede deparar. Un plan de transición de una economía basada en el carbón a otra donde los combustibles fósiles sean un recuerdo. Ese plan debería ser el objetivo prioritario de este Ayuntamiento para lo que queda de legislatura. Publicado en ECA el 18/02/2022

martes, 18 de enero de 2022

La historia se repite (a veces)

En los primeros años de este siglo XXI están ocurriendo, para dar la razón a los que dicen que la historia se repite, a veces como comedia y otras como tragedia, una serie de acontecimientos que recuerdan lo que pasó en los mismos años del siglo XX. Simplificando mucho, por supuesto, ahí van algunos ejemplos. Entre 1918 y 1920 tuvo lugar una pandemia global, conocida como gripe española por razones que nada tienen que ver con el origen del virus, localizado en los campamentos militares estadounidenses donde concentraban las tropas que iban a combatir a Europa y de donde, de hecho, salieron a pesar de que el gobierno norteamericano era perfectamente consciente del riesgo de expansión de la enfermedad. El número de muertos, con todas las reservas porque los sistemas de recuento tampoco entonces afinaban mucho, pudo estar entre 50 y 100 millones. En febrero de 2020 se detectó en China lo que ha terminado siendo otra pandemia, también de alcance global y aparentemente mucho menos letal que la de 1918, aunque disfruta de una atención mediática que la primera, debido a la censura de guerra, no tuvo y de unas vacunas que entonces no había y que, por lo visto, sólo funcionan como es debido cuando se ha vacunado todo el mundo. En 1917, el cuarto año de la Gran Guerra, estalló en Rusia una revolución seguida de una guerra civil y de la victoria, en 1923, de los bolcheviques, que implantaron el primer régimen comunista del mundo y crearon, junto con otras cuatro repúblicas, la Unión Soviética. Tras más de 70 años de discutible gestión económica y social, el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se descompuso a finales del siglo XX dando lugar a la desmembración de la Unión. En 2020 el presidente de Rusia, Vladimir Putin, antiguo miembro del aparato comunista y de su policía política, ha iniciado una serie de movimientos, diplomáticos y militares que, visto el precedente de la desmembración de Ucrania con la anexión de Crimea y sus propias declaraciones, parecen dirigidos a restaurar, a cualquier precio, incluso por las buenas si no hubiera más remedio, el antiguo espacio soviético. Entre 1921 y 1923 se produjo en Alemania, entonces una república democrática, un fenómeno monetario conocido como hiperinflación que arruinó a su clase media, dio al traste con las pocas posibilidades de supervivencia que tenía la república de Weimar y la arrojó de hecho en manos de Adolfo Hitler, un insensato que condujo a Europa y al mundo a la segunda y más destructiva de las guerras habidas hasta entonces. En 2020 y 2021 la subida del precio de la energía amenaza con elevar la inflación más allá de lo deseable. Inflación hasta ahora contenida con las políticas contracíclicas del BCE, formal y estatutariamente comprometido con la ortodoxia monetaria y la estabilidad de precios. De momento España, con un 6,5% a final de año, es uno de los países de Europa con una mayor tasa de inflación anual. Esperemos que ministra de Hacienda, que lleva tiempo organizando una reforma fiscal cuyo objetivo declarado es aumentar la recaudación, nos explique qué política monetaria cabe aplicar, en un entorno de interés cero o negativo, aparte de tenernos a todos trabajando hasta los 90 para sostener un estado insostenible. Además, y puesto que no tiene competencias en política monetaria, las tonterías que diga también le saldrán gratis. En 1914 y 1939 estallaron las dos primeras guerras mundiales y en 1936 un golpe militar fracasado, precedido en 1934 por la declaración del Estado Catalán, llevó a España a una guerra civil que liquidó la 2ªrepública y la democracia durante cuarenta años. Afortunadamente aún no hay contrapartida para eso en este siglo, pero los exportadores de carbón, petróleo, gas natural, uranio o materiales para la fabricación de coches eléctricos están cerrando el grifo al exterior y dedicando sus reservas a atender sus propias necesidades, lo que junto a las veleidades expansionistas de Rusia y la voracidad china puede derivar fácilmente hacia un casus belli de manual. Seguimos, en todo caso, al borde del inevitable colapso sistémico, pero puede que la extraordinaria resiliencia del sistema y los planes de los que saben lo que pasa y por qué, que no parece que tengan mucho que ver con los que salen por televisión exhibiendo sus trifulcas de patio de colegio, nos sorprenden con una nueva prórroga. Enviado a ECA (21012022)

sábado, 1 de enero de 2022

El invierno de la energía

La crisis energética, discretamente omnipresente desde hace años, era, sobre todo, la crisis del petróleo. Es verdad que había y hay otras fuentes de energía primaria, incluso algunas parcialmente renovables, pero el petróleo tiene unas ventajas que lo hacen, en la práctica insustituible. En cualquier caso, la gente, en general, no habla demasiado de crisis energética por la sencilla razón de que aún no la percibe como amenaza. Es verdad que el precio de la energía eléctrica lleva un tiempo descontrolado, pero eso ya ha pasado otras veces y no sólo con la energía eléctrica sino también con el petróleo, que en el 2008 llegó a alcanzar los 180$ por barril para caer hasta los 30 y permanecer en ese entorno por largas temporadas. Ahora el precio del Brent está cerca de los 80 dólares por barril, pero la gente, harta ya de que le anuncien la inminente llegada del lobo y con el gobierno prometiendo un día sí y otro también reducir la factura de la luz a niveles aceptables, no parece preocuparse demasiado. O al menos, no lo suficiente como para expresar ruidosamente y en la calle su preocupación y descontento. Sin embargo, hay sobrados motivos para preocuparse. Entre 1950 y 2020 la población mundial ha pasado de 2,54 a 7,79 miles de millones de personas, es decir, prácticamente se ha triplicado, y, en la parte del mundo que nos ha tocado vivir, se han alcanzado cotas de bienestar que ninguna generación había conseguido hasta la fecha y que pueden atribuirse, sin ningún problema al descubrimiento y explotación, en poco más de 200 años, de enormes cantidades de energía solar almacenada en el interior de la Tierra en tiempos geológicos remotos y durante cientos de años. Una energía que no se puede reponer ni sustituir en la mayor parte de los usos que ahora tiene y sobre todo en el transporte. Es verdad que ya hay coches eléctricos e incluso están proliferando los puntos de recarga rápida, pero no son muchos y no está claro que los materiales necesarios para la fabricación de estos vehículos vayan a estar disponibles para toda la flota en un futuro previsible. Y, en todo caso, la energía eléctrica que ha de mover la nueva y ¿sostenible? flota habrá de salir de algún sitio y no parece que la obtenida de fuentes renovables vaya a ser suficiente, si el tamaño de la flota ha de acercarse al de la que actualmente se mueve con combustibles fósiles. Ni mucho menos. La Civilización industrial, ésta, es un sistema complejo que funciona mediante la transformación de un flujo constante y esto es muy importante, creciente, de energía de baja entropía en otra de alta entropía, es decir, en calor disipado en la atmósfera. Hasta los años 70 del pasado siglo el ritmo de descubrimientos de nuevos yacimientos y el petróleo obtenido permitían alimentar ese ritmo creciente, pero a partir de ese momento el petróleo alcanzó su pico de producción en los Estados Unidos, ante el general desconcierto y tal como Hubbert había predicho. La primera consecuencia fue que los Estados Unidos pasaron en poco tiempo de exportador a importador neto, salvando así una situación que resultará imposible de manejar cuando el pico sea global. La forma, casi desesperada, de resolver el problema, en este último caso, ha sido recurrir a la extracción de petróleo en formación mediante la utilización de técnicas de fracturación de rocas, obteniendo un resultado insuficiente, escasamente rentable y muy costoso en términos ambientales, por lo que muchas de las empresas que lo iniciaron están en estos momentos próximas a la quiebra o han abandonado directamente el mercado. El comportamiento de sistemas complejos suele presentar un período largo de estabilidad, pero la mayoría alcanza en algún momento puntos de inflexión o umbrales críticos en los que el sistema pasa de un estado a otro de una manera abrupta, con la consiguiente pérdida de complejidad. La mayor parte de la población, al menos la del, hasta hace poco, conocido como primer mundo, no ha experimentado el tipo de sociedad que resultaría de un colapso del sistema, pero la búsqueda de espacio y recursos ya han provocado enfrentamientos más o menos extendidos e incluso guerras globales. Digamos que la disponibilidad de energía abundante y barata y una relativamente homogénea distribución de la riqueza resultante, al menos entre los que hubieran estado, en su caso, en condiciones de manifestar violentamente su disgusto, ha mantenido el sistema, durante un período asombrosamente largo de tiempo, en la situación que los europeos de la primera mitad del Siglo XX denominaban Paz Armada o Belle Époque y que terminó, dicho sea en términos coloquiales, como el rosario de la aurora. Ahora parece haber otras formas y otras herramientas más sofisticadas para hacerse con el poder real y gestionarlo, formas que se están experimentando constantemente y a plena luz, y que implícita o explícitamente, están terminando con otro de los experimentos de los Siglos 19 y 20, la democracia representativa que los griegos también experimentaron y que quedó después relegada al olvido durante mucho tiempo. ECA, 30 de diciembre de 2021

viernes, 24 de diciembre de 2021

Otoño (aún)

Alguien ha puesto la televisión, o el móvil, y me llega el sonido de la trasmisión en directo de la sesión de control al gobierno, en el Congreso, mientras empiezo, tarde como siempre, a escribir mi pequeña colaboración mensual. Supongo que, en las circunstancias actuales, inflación, COVID… algo así debería tener cierto interés para la gente, pero, después de unos minutos ya resulta evidente que las preguntas no se formulan porque los que preguntan tengan algún interés en las respuestas y que las respuestas no tienen como objeto sacar de dudas a los que preguntan. Se trata, simplemente, de ponerse a caldo unos a otros o de lanzarse flores, según el color del que pregunta, con más o menos, casi siempre menos, gracia o ingenio. Nada de lo que dicen tiene demasiado interés ni parece tener relación con lo que está pasando, pero como no lo he oído todo no voy a entrar en eso. El gobierno no hará ni dirá nada que pueda incomodar a los partidos que lo sostienen así que las concesiones a partidos nacionalistas, conflicto lingüístico catalán incluido, seguirán condicionando la actividad gubernamental al menos hasta las próximas elecciones. Después ya veremos, porque no son los socialistas los primeros y seguramente no serán los últimos en tragarse entera la retórica nacionalista para llegar al gobierno. Una vez controlados los resortes del estado, lo de la separación de poderes es pura filfa, toda la acción gubernamental irá encaminada a mantenerse y la de la oposición a intentar desalojarlo. Todo ello sin tocar, por supuesto, lo que no hay que tocar ni molestar a los que parecen detentar el poder real, por ejemplo, las compañías eléctricas y farmacéuticas, en cuyos consejos de administración tantos de nuestros eximios representantes, de todos los colores, han venido asentando sus ilustres posaderas en los últimos decenios. Metafóricamente hablando, claro, porque es de suponer que la jugosa remuneración que perciben es a cambio de no aparecer por allí. Todavía recuerdo a una de las ministras hablando de lo importante que era que su marido, del que bien podría decirse aquello de caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada, llegara al poder para pararles los pies a las eléctricas. O al actual ministro de consumo, dedicado a fomentar una huelga de juguetes, en una interminable batalla por ver quién hace o dice la estupidez más grande. La gestión de la pandemia, supongo que saben de qué pandemia les hablo, es otro de los asuntos en los que parece haber un consenso generalizado, a pesar de las evidentes inconsistencias y contradicciones de toda la historia. Consenso centrado, precisamente, en las vacunas, fabricadas en un tiempo récord y al socaire de una tecnología que llevaba años sin que se le encontrara ninguna utilidad y que no se sabe muy bien que es lo que hacen pero que gobierno, oposición y grandes medios, aquí y en el resto del mundo, coinciden en que hay que ponérselas no sólo para protegerse uno mismo, como pasaba hasta ahora con las vacunas, sino para proteger a los demás. Bueno, esto daría para mucho más, pero no tengo más espacio ni ganas de meterme en jardines de los que luego uno no sabe cómo salir.

domingo, 24 de octubre de 2021

Otoño (ahora sí)

En la portada de un periódico nacional, generalmente alineado en contra de la política del actual gobierno, aparecía esta mañana, resumido, un barómetro con la posición de los entrevistados sobre cuestiones clave de la actualidad. Parece ser que los españoles están a favor de la extradición de Puigdemont, bastante disgustados con el aumento del precio de la energía eléctrica, eufemísticamente conocida como ‘la luz’, preocupados por la aparente deriva comunista del gobierno y por la situación política y económica que consideran malas sin paliativos. Por otra parte, parece ser que una mayoría bastante significativa, el 81%, está en contra de eliminar las mascarillas en los interiores y eventualmente dispuesta a asumir nuevas restricciones si el número de contagiados, es decir, de PCR’s realizados, volviera a aumentar. A mí este gobierno, la verdad, no me entusiasma demasiado y las protestas socialdemócratas del presidente en una especie de simposio de cargos de su partido que ha habido este fin de semana, me parecen, aun suponiendo que la socialdemocracia fuera todavía un valor en alza, poco más que un brindis al Sol. Su permanencia en el poder, objetivo final de este y de casi cualquier gobierno, parece depender en este caso de su capacidad para contemporizar con sus aliados asumiendo algunas de sus propuestas más descabelladas y a los que, por supuesto, la ruptura les interesa muy poco, de mantener contentos sin darles lo que no puede darles, a los pseudo independentistas de ERC y a los de Bildu, que dicen, ahora, que lo que pasó hubiera sido mejor que no pasara y por supuesto, de mantener tranquilos a sus propios barones cuya reelección puede depender de que el gobierno central no se exceda en sus concesiones a vascos y catalanes. En fin, un carajal del demonio en el que no resulta fácil saber dónde está cada uno, pero en el que nuestro presidente se mueve como pez en el agua. Mientras tanto los problemillas habituales siguen donde estaban o empeorando poco a poco, y no me refiero, o no sólo, a la artrosis de mi tobillo que de momento es mi mayor problema, sino al encarecimiento y escasez de materias primas, al negro, por muchas razones, futuro de la energía, al anormal comportamiento del clima que ya provoca sequías en el norte de Europa y destruye el permafrost siberiano, a la falta de profesionales cualificados en muchos campos de la actividad económica, al deterioro casi imparable de la sanidad pública, a la inflación todavía no galopante pero ya veremos y al insoportable aumento de la pobreza, por citar sólo algunos de los más evidentes. Pero bueno, igual no es para tanto porque el presidente, en la televisión, parecía muy contento y nadie, en su sano juicio, estaría contento con este panorama. Publicado en ECA el 22 de octubre de 2022

viernes, 20 de agosto de 2021

Diálogos para besugos IV

  • Buenos días
  • Espere, aún es pronto.
  • Venía a pedir hora para una consulta.
  • ¿A pedir hora? Aquí hay que venir con la hora pedida.
  • Pero…
  • Si no tiene hora no puedo atenderla. Lea, lea las instrucciones en aquel panel.
  • Precisamente quiero pedir hora para que me atiendan.
  • Ya, pero eso es después. ¿Tiene usted hora?
  • Las diez y cuarto.
  • Me refiero a si le han dado a usted hora para ser atendida en esta oficina.
  • No, aún no. Ya le he dicho que he venido a pedirla
  • Hay que tener hora para venir aquí a pedir hora. Pero la gente hace lo que le da la gana y así va este país. Tiene usted a su disposición un número de teléfono y una página web, aunque hoy, por lo visto, la página no funciona.
  • Ya, pero, aunque funcione, yo no sé dónde está esa página y en el teléfono sale una señorita muy amable que me asegura cada minuto o dos que me atenderán enseguida. Desde las nueve, llevo esperando. Y como tenía que pasar cerca de aquí…
  • Claro, Ha pensado usted que aquí estamos para cuando a usted le venga bien aparecer. Usted tenía que haber esperado a que le atendieran y en lugar de eso viene aquí sin tener hora.
  • Sí, para pedir hora, precisamente.
  • Y usted cree que yo puedo desatender a otros que tengan hora para atenderla a usted, que no la tiene.
  • Pero… Si aquí no hay nadie.
  • No hay nadie, desde luego. Y ¿por qué no hay nadie, según usted?
  • Pues por…
  • Porque estarán pidiendo hora por teléfono o por Internet, como debería estar haciendo usted. Y dentro de nada se presentarán aquí y se encontrarán con que estoy atendiéndola a usted que no tiene hora. Está usted poniendo en riesgo la seriedad de esta oficina y mi puesto de trabajo.
  • Oiga, mire, la verdad es que había olvidado que ayer mi hija me pidió hora en la página esa. Me dijo que le habían dicho que viniera a las diez y veinte.
  • Eso es otra cosa. Precisamente son ahora. Usted dirá.
  • Venía a pedir hora para una consulta.
  • Ah, muy bien. Hoy está todo cogido, pero mañana tenemos disponibles las 9, las 11, las 12 y la una.
  • Cuanto antes mejor. A las 9.
  • A las 9 pues. Aquí estamos para atenderla.

Como recuerdo y homenaje a los diálogos para besugos de Editorial Bruguera.

Publicado en ECA el 20/08/2021

jueves, 8 de abril de 2021

Pues pasa que

el consejo interterritorial de salud acaba de decidir que la mascarilla en la playa si, pero si se está sentado boca abajo y con la cara en la arena no, pero si no hay distancia si pero solo si a la gente le parece bien porque si no no se la ponen y quedamos mal. La vacuna que ahora están poniendo por aquí puede estar relacionada con los trombos que han aparecido por allí, pero solo un poco y es mejor ponérsela porque ya está pagada y si no no llegamos a salvar el verano y los de Vox se han manifestado en Vallecas y los de Podemos no han ido a manifestarse a Serrano porque son mucho más responsables que los de Vox y además es buena, la vacuna, pero es mejor la Janssen porque solo hay que ponerse una dosis por el mismo precio o quizá sea más barata y no hay noticias del dinero alemán desde que su TC puso alguna objeción a soltarlo por las buenas pero el gobierno cree que no es necesario ampliar el estado de alarma aunque quizá si pero después del verano o antes que hay mucho irresponsable que cree que las mascarillas son un colgante para la oreja y además da igual porque esta noche o mañana hay otra reunión aunque el gobierno ha descartado cambiar nada a no ser que las condiciones lo exijan pero lo que no parece que vaya a cambiar de momento es el cierre perimetral por comunidades autónomas, municipios o lo que se les ocurra en la próxima reunión que requerirá, para saltárselo un pasaporte extranjero que sólo podrá ser utilizado por cuatro personas al aire libre y por seis en el interior. Bueno, más o menos.

miércoles, 7 de abril de 2021

Wirtschaftlichkeit, Versorgungssicherheit und Umweltverträglichkeit (2)


Hace 10 años, coincidiendo con la catástrofe de Fukushima y todavía bajo la aprensión y desconfianza hacia las centrales nucleares provocada por la explosión, en 1986, del reactor número 4 de la central de Chernóbil en la antigua Unión Soviética, la entonces, y ahora, canciller federal de Alemania anunció, para dentro de 10 años, es decir, para este año 2021, el cierre de todas las centrales nucleares alemanas que por entonces eran 17. A mí el anuncio me pareció un tanto aventurado y, de hecho, escribí un artículo en ese sentido, con el mismo título que este que están leyendo, tomado de la página Web en la que el ministerio de economía y energía presentaba la medida, al que añadí 
y tres huevos duros, en homenaje a los hermanos Marx, en un periódico digital de circulación restringida en el que colaborábamos David Lafarga responsable, casi hasta el mismo día de su fallecimiento, de la Web que la UNED dedicó a la crisis energética, y yo. El artículo, que no fue mal acogido, lo leyeron 25 personas y a tres de ellas les gustó, ponía en duda el anuncio, hecho en un país sin demasiada exposición al Sol y con un considerable consumo energético para fines industriales. Un país, venía a decir, empeñado, en una transición energética que perseguía la descarbonización progresiva y la sustitución de los combustibles fósiles por energía procedente de fuentes renovables, sobre todo del Sol y del viento, no se podía permitir prescindir de la noche a la mañana, y eso es lo que son 10 años en términos de adaptación a nuevas fuentes de energía, de una que representaba, entonces, el 25% del mix energético nacional.

Por otra parte, la experiencia japonesa, que tras el accidente nuclear de Fukushima cerró de modo inmediato, aunque no definitivo, todas sus centrales nucleares, con la consiguiente caída de la energía disponible y un número considerable de muertos de frío en lo que quedaba de invierno, tampoco abonaba la idea de que la medida fuera algo más que un brindis, nunca mejor dicho, al Sol, cosa que, por otra parte, hubiera estado dentro de lo que en política se considera normal. Bien es verdad que, en esto de mentir al electorado, los alemanes y en general los habitantes de los países protestantes del norte de Europa, son algo menos tolerantes que nosotros, que ya nos tomamos, sin escandalizarnos, cualquier promesa de cualquier político a beneficio de inventario.

Lo curioso, pues, es que a pesar de todo lo que se pueda argumentar en contra, Frau Merkel, que este año deja el poder sin haberse mudado en 16 años del apartamento que comparte con su marido, ha mantenido su palabra y de las 17 centrales nucleares ya sólo quedan 6, que el gobierno tiene previsto cerrar el año que viene con una planificación lo suficientemente avanzada como para que no queden muchas posibilidades de marcha atrás. La conclusión, una de ellas, podría ser que Alemania dispone, hoy por hoy, de políticos capaces de mantener sus compromisos en un asunto tan serio como este. Y claro, el compromiso es cerrar las centrales nucleares de fisión, supongo que siguen buscando la forma de construir centrales de fusión, manteniendo la indiscutible potencia industrial del país y reduciendo el consumo de combustibles fósiles, propósitos muy loables, amparados en una estrategia que incluye la importación de hidrógeno verde, obtenido con energías renovables en los países en desarrollo, la construcción de edificios, vehículos y procesos industriales energéticamente eficientes, etc. El punto fuerte es que se trata de una política coherente, sostenida en el tiempo y con un propósito firme de integración europea. El punto débil es que no parecen estar buscando ninguna alternativa al crecimiento de la economía. Nuestra civilización colapsará por algo tan simple como ignorar que no hay ninguna tasa de crecimiento exponencial, sostenible en entornos finitos. 

Publicado en ECA el 9 de abril de 2021

lunes, 23 de noviembre de 2020

Y llegó la vacuna... ¿o no?

 Muchos de los que se aventuraron a opinar sobre la evolución del COVID-19, a la vista de sus primeras manifestaciones, han tenido que rectificar y acomodarse, de mejor o peor grado, a las directrices de la OMS que, hay que reconocerlo, no han variado mucho desde que decidieron que nos enfrentábamos a una pandemia global que requería medidas excepcionales. Aunque esté feo citarse uno mismo, no tengo más remedio que reconocer que mi primera impresión, publicada aquí mismo en el mes de marzo o abril, fue que esto iba a durar poco, salvo que hubiera alguien interesado en mantenerlo, añadía para curarme en salud. Evidentemente no estuve muy acertado. 
Treinta y cinco semanas después seguimos con el virus bastante activo y a merced de sucesivas ocurrencias gubernamentales, recibidas, por el momento y con pocas excepciones, con singular estoicismo, que no parecen estar solucionando gran cosa, más allá de permitir a la epidemia seguir su curso apartando, de cuando en cuando, de la circulación los huéspedes necesarios para intentar evitar la saturación de un sistema sanitario cuyas deficiencias, a duras penas paliadas por el esfuerzo de sus profesionales, no resultan menos evidentes por haber reducido a una sola casi todas las patologías posibles, incluyendo aquellas, como el cáncer, que en 2019 mataron en España a más de cien mil personas y que, probablemente, están matando a muchas más en 2020.


Pero no todo son malas noticias. Ya tenemos, dicen, una vacuna a la que se atribuye un 90% de eficacia, lo que supongo que significa que 9 de cada 10 inoculados quedarán, temporalmente, al menos, inmunizados contra el COVID-19. Una vacuna basada en una tecnología relativamente nueva, es decir, que lleva ya unos años produciendo beneficios especulativos a dos empresas de biotecnología, Moderna (2010), en Estados Unidos y BioNTech (2008) en Alemania, asociada esta última a la norteamericana Pfizer, pero no, hasta ahora, un solo resultado tangible. Lo que he entendido, a partir de las explicaciones de una cualquiera de esas dos empresas, Moderna, y BioNTech es que no se trata, como en la vacunación clásica, de inocular una versión atontada del virus para estimular, sin riesgo de contraer la enfermedad, el sistema inmune del organismo, sino de construir, a partir de una cadena doble de DNA, lo que se conoce como un mensajero RNA, de aquí viene el nombre de una de las empresas moderna. Este mensajero, m RNA, contiene las instrucciones necesarias para que los ribosomas celulares construyan o activen las proteínas necesarias para combatir con éxito una determinada enfermedad. De hecho, en las páginas de estas empresas aparece el cáncer, entre otras, como objetivo a batir, por el momento sin éxito, aunque en el caso del COVID lo hayan conseguido, aparentemente, en un tiempo asombrosa y afortunadamente corto.


No es, sin embargo, demasiado tranquilizador que los directores financiero y médico de moderna y el director general de Pfizer vendieran casi todas sus acciones en esas empresas al socaire de la subida provocada por los anuncios de la vacuna, sin esperar a los mucho mayores beneficios que, sin duda, cabría esperar de su comercialización, cuando tal cosa ocurra. Que probablemente ocurrirá, aunque yo, y que el comité de la verdad recientemente constituido no me lo tenga en cuenta, sigo siendo escéptico. No creo que esto, por sí solo, acabe con la civilización y mucho menos con la especie humana, que seguramente ha superado crisis mayores, pero sí que la enfermedad y sobre todo su errática gestión nos complicará y mucho, la vida antes de que esto acabe, sobre todo a los que por edad u otras patologías ya la teníamos complicada de antemano.

Publicado en ECA el 19/11/2020

viernes, 18 de septiembre de 2020

He aprovechado la primera quincena del mes de agosto para releer algunos libros y entre ellos, como no, Los Cañones de Agosto, de Barbara W. Tuchman, una apasionante historia de los 31 días del mes de agosto de 1914 que desataron una tormenta de fuego y muerte en la Europa de la  segunda década del siglo XX, una tormenta que se llevó por delante a toda una generación, acabó con los grandes imperios europeos, elevó a Estados Unidos a la categoría de potencia hegemónica que aún mantiene y preparó las condiciones que, junto con la crisis de 1929, hicieron posible y en la práctica inevitable la segunda y hasta ahora última, guerra mundial. Por el libro, que ganó el premio Pulitzer de no ficción de 1963, desfila una curiosa galería de personajes como el Kaiser Guillermo, el presidente francés Poincaré, el general inglés y ministro de la Guerra, Kitchener, el Rey Alberto de Bélgica, generales alemanes, belgas, franceses e ingleses, personajes que se mueven como los que describía Benavente en el prólogo de Los Intereses Creados, pendientes de hilos que creen invisibles y que fatalmente los conducen a ellos, a sus coetáneos y a la tierra que pisan a la ruina, la muerte y la destrucción. Una guerra que no tenía que haber empezado y que una vez empezada tenía que haberse resuelto en un par de meses, duró cuatro largos años en los cuales la acumulación de dislates, decisiones estúpidas o directamente criminales y desprecio por la vida humana pudieron atribuirse a ambos bandos por igual, poniendo una vez más de manifiesto que el hombre carece, sobre todo en tiempos de crisis, de la inteligencia necesaria para sobreponerse a su instinto de supervivencia propia y destrucción, ya sea física o política, de sus oponentes. Para el ciudadano medio, que en la Europa de principios del Siglo XX ya no era un campesino atrasado y sometido a los caprichos de los señores feudales sino, en países como Inglaterra y Francia, miembro de una sociedad democrática que elegía, en teoría, a sus líderes, entre los miembros más capacitados de su clase política, solo cabía marchar, entonando canciones de guerra, hacia las trincheras para volver, si volvía, muerto o mutilado por la metralla y el gas mostaza o marcado para siempre por unas condiciones de vida que pocos estaban en condiciones de soportar. No cabe responsabilizar a unos más que a otros. Europa quería la guerra en 1914 y la tuvo. En 1939 ya no la quería tanto, pero también la tuvo. No todos los que tomaron decisiones en aquellos tiempos eran unos criminales o unos necios, pero muy pocos entendían realmente lo que estaba pasando o eran capaces de prever las consecuencias de sus actos. Entre todos, también los que cantaban camino del frente o los que participaban en los pelotones de fusilamiento de los que no cantaban con suficiente entusiasmo, llevaron al mundo a un desastre sin precedentes. Uno quiere creer que estas cosas no pueden pasar ahora, pero, con cada telediario, le cuesta más.

sábado, 11 de abril de 2020

Más sobre la pandemia


Se ha puesto de moda, en determinados sectores, atacar a Fernando Simón y por extensión al actual gobierno de España,  por haber dicho, en los primeros días del mes de marzo, que la pandemia, según la denominación actual de la OMS, afectaría poco o nada a España. A mí estos ataques me parecen fuera de lugar y ello sin perjuicio de que Fernando Simón me caiga bien y también sin perjuicio de que cualquier gobierno me parezca, de entrada, sospechoso de intentar darme gato por liebre. Y me parece injusto y fuera de lugar porque lo que ningún gobierno y por reducción el director de la oficina de coordinación de alertas, puede hacer en un caso como ese es decir que no tiene ni la menor idea de lo que va a pasar de manera que, entre las dos opciones posibles, que no iba a pasar nada o que esto iba a ser una catástrofe sanitaria, optaron por la primera, que entonces les pareció más probable. Otros, pocos, optaron por la otra con el mismo fundamento, esto es, ninguno y acertaron. Mala suerte para el gobierno y también para Fernando Simón que, a pesar de todo, ha seguido dando la cara para que se la partieran, hasta que la enfermedad lo ha retirado, esperemos que temporalmente, de la circulación. A mediados de marzo el gobierno se quedó sin opciones. Su errónea valoración de la situación inicial y la escalada, magnificada por la OMS, de contagios y fallecimientos, no le dejó otra alternativa, a pesar de su evidente reluctancia inicial, que seguir las indicaciones del organismo, invocar el estado de alarma y declarar un confinamiento más o menos generalizado cuyas consecuencias presumían, parece que acertadamente en este caso,  desagradables como poco, pero que tiene una marcha atrás muy difícil, o en la práctica imposible, hasta que se encuentre una vacuna o un antiviral eficaz.

viernes, 28 de febrero de 2020

Vamos a morir todos


Me disponía a escribir, con algo de retraso, por cierto, mi artículo mensual para el Cruzado cuando he oído la última noticia sobre el coronavirus. Según parece, ya tenemos un afectado en España, bueno, en Cataluña que, por el momento y a pesar de las idas y venidas de los sucesivos gobiernos, sigue siendo parte de España. Yo no sé qué es exactamente lo que hay detrás de esta epidemia o lo que sea, pero, sea lo que sea lo que hay, es casi seguro que no nos enteraremos. No voy a poner en cuestión la reacción de la OMS y de los distintos gobiernos porque, a pesar de las limitaciones que tiene cualquier opinión sobre acontecimientos contra factuales, cabe suponer o al menos resulta arriesgado negar, que una reacción más medida, con menos cuarentenas y menos efectos negativos sobre la economía, hubiera dado lugar a una situación mucho peor que la actual. Sin embargo, 80 mil afectados, menos de 3.000 muertos, un índice de recuperación del 37% y una brusca caída del número de nuevos casos a partir del 13 de febrero permiten, comparando esta epidemia con cualquier gripe normal y sin necesidad de llegar a la de 1918 que se llevó por delante a cincuenta millones de personas, aventurar la posibilidad, siempre presente cuando uno se relaciona con administraciones de cualquier tipo, de que no nos estén contando las cosas como son y ni siquiera como creen que son. La reacción, no ahora sino cuando los muertos se contaban sólo por decenas en una población de mil millones, fue a todas luces excesiva. Que en un país que no se distingue precisamente por su transparencia informativa, su gobierno haya puesto en jaque su economía y la de todo el mundo por algo que no alcanza ni de lejos la morbilidad de una gripe ordinaria, con unas medidas tan espectaculares como construir un hospital en una semana, paralizar fábricas, restringir el transporte de personas y mercancías y concentrar en un espacio limitado a una población en riesgo de millones de personas, es, por no decir otra cosa y por comparación con situaciones similares, algo extraordinario. Supongo, mejor dicho, espero, que en un par de semanas o como mucho de meses, ya nadie se acordará de esto, a no ser, claro, que haya alguien o algo interesado en que no sea así o no tengamos ninguna noticia de interés con la que sustituir a esta.

Publicado en ECA 28/02/2020

lunes, 27 de enero de 2020

El pin parental


Hace unos días tuve ocasión de ver en un cine, que es, por cierto, donde mejor se ve el cine,  una película de 2019 que ha pasado casi desapercibida por las carteleras españolas. De hecho en el cine dónde la vi -uno de esos multicines de Zaragoza que ocupan, con veinte o treinta salas pequeñas y casi inaccesibles para personas con problemas de movilidad, el espacio de aquellos impresionantes y magníficos cines de dos mil butacas, como el Palafox o el Cervantes-la ponían en una sala pequeña y acudió un número muy reducido de espectadores. La película en cuestión es Dark Waters, -aguas oscuras-, del director, para mí desconocido hasta ahora, Todd Haynes. La trama, por demás previsible, es el conflicto, real, iniciado a finales de los años 90 del pasado siglo, por un ganadero de Virginia Occidental, que ve como sus vacas enloquecen y mueren tras la ubicación, en las proximidades de su granja, del vertedero de una gran empresa química. La película permite entender, entre otras cosas, por qué es imposible, o extraordinariamente difícil, que el sistema, constituido por el gobierno y las grandes empresas, se autorregule, por iniciativa propia, para detener o mitigar el deterioro del ecosistema terrestre, abocado a una brusca y presumiblemente desastrosa pérdida de complejidad en un futuro no muy lejano. El caso es, y perdón por el spoiler, que los vecinos del granjero afectado le retiran la palabra y acosan a su familia, que acaba contrayendo cáncer, por haber sacado a la luz las prácticas, a todas luces criminales, de la empresa Dupont de Nemours, que había envenenado las aguas fluviales y subterráneas y lanzado a la atmósfera cantidades ingentes de materias peligrosas y altamente contaminantes durante años. Y eso porque preferían, con mucho, correr el riesgo, incierto, de contraer cáncer u otra enfermedad que el más seguro de quedarse sin trabajo, o perder ventajas y privilegios que dependían, en buena medida, de que la empresa, el mayor empleador de la zona, pudiera seguir obteniendo beneficios llenando el planeta de mierda. Para terminar y sólo después de haber perdido algunos pleitos individuales, la compañía accedió, hacia el año 2008, a llegar a un acuerdo colectivo por unos 300 millones de dólares, aproximadamente la tercera parte del beneficio que obtenía en un año de la comercialización del producto en litigio, conocido como PFOA o C8.  Por cierto que, nada sorprendentemente, el mismo producto se sigue utilizando hoy y por la misma empresa, en la fabricación de bienes de consumo como el politetrafluoroetileno, más conocido como Teflón, que se utiliza, entre otras cosas, como antideslizante para las sartenes. Su eventual prohibición o incluso su regulación dependen de decisiones que el actual gobierno de Estados Unidos no ha tomado ni es previsible que tome, a pesar de que el PFOA se ha relacionado directamente con más de 6 tipos de cáncer. Y ¿qué relación tiene esto con el pin parental?, se preguntarán. Pues, probablemente ninguna, pero, como ha sido el tema estrella de la semana pasada, me ha parecido oportuno traerlo a colación, aunque fuera en el título y utilizarlo para atraer lectores. No lo haré más.

ECA 31/01/2020

viernes, 20 de diciembre de 2019

El tiempo que viene


En relación con los efectos del cambio climático, en nombre del cual ha perdido un montón de días un montón de gente, en una reciente conferencia en Madrid, que finalmente se ha saldado con el acuerdo de tomarse la cosa más en serio a partir del año que viene, hay, como en tantas otras cosas, una notable disparidad de criterios entre la izquierda y la derecha del espectro político, si es que esos términos significan actualmente algo más que la disposición a votar cualquier cosa que lleve la etiqueta correspondiente. La izquierda cree, o parece creer, que el calentamiento global está causado por la actividad humana, mientras que la derecha sostiene, a veces con excesivo entusiasmo como ha ocurrido con las descalificaciones a la joven activista sueca Greta Thunberg, que el calentamiento no es sino una manifestación del comportamiento caótico del clima y que, si es imposible saber el tiempo que hará para navidad, mucho menos se puede predecir el que hará dentro de 10, 20 o treinta años. Eso es verdad. No se pueden construir modelos matemáticos deterministas para predecir el tiempo pero, personalmente y en este caso, prefiero el punto de vista de la izquierda, porque, si tenemos algo que ver con lo que está pasando, puede que tengamos también alguna oportunidad de rectificar antes de que sea demasiado tarde. Si se trata, como parece creer la derecha, simplemente de lo que toca, más que de una manifestación del disgusto de Gaia con los más sucios y ruidosos de entre sus inquilinos actuales, la cosa pinta bastante peor. Que el clima está cambiando y que las temperaturas están subiendo es algo que cualquiera, que no haya nacido en los últimos diez años, puede apreciar directamente. Y que, por otra parte, a estas alturas ya nadie discute, salvo un popular locutor turolense que saca a colación todas las mañanas las temperaturas de su pueblo y las de Soria y, coincidiendo con la presidenta de la comunidad de Madrid, la presunta conspiración izquierdista, oculta tras la declaración de emergencias climáticas, de cuyos verdaderos objetivos, dice la Sra. Ayuso, ya nos iremos enterando. En mi opinión y aunque es verdad que el clima ya ha cambiado en otras ocasiones y por otras razones, en esta ocasión hay evidencias suficientes para sostener que el incremento actual de  la concentración de CO en la atmósfera, parcialmente responsable del efecto invernadero y peligroso por encima y por debajo de cierto nivel, es directamente atribuible a la actividad humana y en particular al consumo de combustibles fósiles y otros derivados del petróleo, a la deforestación salvaje y a la  práctica de la ganadería intensiva, entre otras. También pienso que son razones económicas, más que políticas, las que impiden que se haga nada al respecto y que, como ha quedado claro en la cumbre de Madrid, probablemente no se hará nada significativo hasta que ya no haya nada que hacer. Pero, mientras tanto, estamos en Navidad, encendamos todas las luces y salgamos a comprar de todo, como si no hubiera un mañana. Que vaya usted a saber.

Publicado en ECA 20/12/2019

viernes, 22 de noviembre de 2019

Barcelona


Barcelona es una de las ciudades fetiche de mi infancia. Estuve varias veces en el Hospital infantil de San Juan de Dios de la Diagonal y mis padres tenían allí familia y amigos, así que íbamos con cierta frecuencia. También pasé algunas vacaciones en una vieja fábrica de cartón, entonces casi la única industria de San Juan Despí, en la carretera que unía esta ciudad con San Felíu de Llobregat y que debía ser de los pocos sitios en España donde se podían encontrar, listas para convertirse en pulpa, las revistas y periódicos franceses o alemanes que en los quioscos de las Ramblas estaban prohibidos. Porque entonces y no ahora como pretenden algunos, España era, técnicamente, una dictadura en la que no había elecciones libres, ni separación de poderes, ni libertad de prensa o manifestación, ni sindicatos horizontales y si, en cambio, jurisdicciones de excepción ya fueran tribunales militares, que emitieron sentencias de muerte en fecha tan tardía como 1975, o el tribunal de orden público que emitió largas condenas de prisión por delitos de asociación ilícita o de opinión. Pero en todas las casas en las que estuve y también en el hospital, en la calle, en las tiendas o en el transporte público se hablaba en catalán, el que lo sabía o en español sin que, en todo caso, eso pareciera ser un problema para nadie. Si Franco, que efectivamente era un dictador, visitaba Barcelona, no sólo no tenía que esconderse sino que las calles se llenaban de gente aclamándole, mientras que el Rey hace unos días ha tenido que refugiarse casi clandestinamente en Pedralbes después de haber sido declarado persona non grata en Gerona. Y eso que, según un politólogo madrileño España es hoy un estado fascista, colonial y opresor que somete a todo tipo de arbitrariedades al sufrido pueblo catalán. En fin, una interminable cadena de despropósitos que empezó, quizá, con la lamentable gestión de la reforma del estatuto o mucho antes y cuyo final no se ve por ninguna parte porque, como ocurre con el cambio climático, con la crisis de gobierno en España, con el Brexit o con tantas otras cosas, el signo de los tiempos es ignorar los problemas hasta que no tienen solución. El fascismo, como dijo un diputado en una de las últimas sesiones de las cortes de la república, no es una acción, es una reacción. Y una reacción, añado yo, que rara vez se limita a restaurar el statu quo. Ya ha pasado. Después, que no se quejen.

Publicado en ECA

lunes, 14 de octubre de 2019

Fundido en gris


La generación que está saliendo ahora del escenario, la mía, estaba en la universidad o empezando a trabajar cuando murió Franco y había crecido sin Internet, teléfonos móviles o cualquier cosa remotamente parecida a un computador. En 1975 ya había computadores grandes y prácticamente inútiles, en la escala de la tecnología actual, pero aún faltaba algún tiempo para que IBM presentara su computador personal (PC) en 1981 y mucho más para el primer teléfono inteligente (IPhone 2007). Ahora parece que nunca llegaremos a las estrellas, al menos con el actual formato de la especie humana, pero entonces, siete años después del estreno de la película de Stanley Kubrick, con guion del propio Kubrick y de Arthur Clarke, 2001, una odisea en el espacio, aún creíamos que el progreso iba a consistir en desafiar la ley de la gravedad y la teoría de la relatividad y no en llevar un computador en el bolsillo con mil y una posibilidades de aprovechar y de perder el tiempo o en convertir el dinero en mercancía. Entonces, en 1975, el progreso parecía una función lineal del tiempo, en abril de 1976 ya se podía ver El Gran Dictador (Chaplin, 1940) en las pantallas españolas y las posibilidades de la humanidad y de la tan esperada democracia española parecían ilimitadas. Así, en 1978 se estrenó en España el Último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972), película que mucha gente, incluso algunos que no entendían una palabra de francés, ya habían visto en Francia pero que, aun así, provocó enormes colas en los cines y algunas reacciones violentas por parte de los forofos del régimen saliente. El progreso, en su sentido físico más amplio, estaba ligado, sin embargo, a un factor, el crecimiento, cuyos límites, cada vez más evidentes, se presentaron en público por primera vez en un informe elaborado por encargo del Club de Roma en 1972 y aunque pisamos (los americanos, no nosotros) la Luna en 1969 y en alguna otra ocasión, la cosa quedó ahí y parece que la tecnología disponible nos lleva más hacia 1984 (Michael Radford, 1984), basada en la novela homónima de Orwell, que al 2001 de Kubrick. Y la política española, enredada en bucles sin salida, tampoco parece dar mucho más de sí. La película que ponen ahora ya la hemos visto.

Enviado a ECA.

lunes, 15 de julio de 2019

A Joaquín Coll

El jueves por la tarde estuvimos en la Catedral de Barbastro, el único lugar, según uno de los asistentes, dónde el calor de este tórrido verano era soportable. Solíamos coincidir los viernes y a veces, hartos de buscar un hueco para tomar una cerveza, recurríamos a la vieja broma y alguien decía ‘seguro que las iglesias estarán vacías’. Esta vez no. La Catedral estaba llena de gente y tú eras el protagonista. Pero no porque fueras a dar una charla sobre cocina, literatura o cualquier otro tema que te hubieran encargado. La gente estaba allí, estábamos allí, para decirte adiós en tu último viaje. El miércoles me enteré de que habías muerto y poco después me llamó Enrique para asegurarse de que los amigos encargábamos un centro de flores. La corona, me dijo, le parecía demasiado fúnebre. Llamé a la floristería para encargar una docena de rosas rojas pero, antes, tuve la precaución de preguntar qué era lo normal en estos casos y me dijeron que 50. Bueno, pues 50 rosas rojas y 125€. Nuestra última ronda que, como de costumbre,  pagaremos a escote 

Estaba pensando, mientras miraba tu caja en la nave central de la Catedral, en que no has sido un hombre de iglesia, a pesar de que tienes, como yo, buenos amigos entre los curas de Barbastro que son, como nosotros, una especie en peligro de extinción. Tampoco fuiste un hombre de partido aunque hiciste tus pinitos en los primeros años de la transición en lo que ahora se llamaría izquierda radical y ya en los años 80, ahí coincidimos algunos años, en el PSOE en una época de crisis, que se resolvió con el final del amateurismo y la improvisación que nos tocó representar, para dar lugar a la consolidación de una clase política totalmente profesional y a unos liderazgos agotadores.

Los 80 fueron, en Barbastro, una suerte de década prodigiosa. El hospital, tantas veces reivindicado desde la Asociación Cultural del Somontano, más conocida como ACUSO, que presidiste, la UNED, la primera variante de Barbastro que sacó del centro de la ciudad el tráfico pesado de la 240 y por supuesto, los primeros ayuntamientos democráticos que convirtieron en alcaldes y concejales a gentes de todo tipo y condición.  También llegaron las primeras señales de crisis en el polígono industrial, creado durante el desarrollismo tardo franquista y en el comercio local que empezaba a padecer las consecuencias del abandono del casco antiguo y de la instalación de grandes superficies.

Por aquel tiempo o algo después, ya no recuerdo bien, se nos ocurrió reivindicar, a través de una nueva asociación, que también presidiste, una rectificación de la línea ferroviaria que no dejara de lado a Barbastro. Incluso llegamos a redactar un anteproyecto del tramo Huesca Barbastro, pero el proyecto era, por lo visto, demasiado ambicioso, mucho más que los políticos que hubieran podido apoyarlo. También intentamos que el Ayuntamiento asumiera el proyecto de dejar exenta la catedral,  comprando y derribando los edificios de la acera derecha del coso y de hecho se llegó a comprar el primero, pero ahí quedó la cosa. 

Ahora dicen que fuiste poeta, cocinero y no sé cuántas cosas más. Es posible pero, sobre todo, fuiste un hombre con amigos, tenaz con tus ideas y tolerante con las ajenas. Capaz de entusiasmarte con un proyecto y de abandonarlo cuando dejabas de verle futuro. Quizá con poca paciencia con la estupidez y la mediocridad pero incapaz de dedicar más de un minuto a hablar mal de la gente, te hicieran lo que te hicieran, costumbre esta que no dejaba de resultar irritante. Hemos compartido tardes y noches de charla en torno a una botella de vino o una jarra de cerveza, en bares que ya no existen, en ciudades que ya no volveremos a ver juntos y con gentes que ya no están y hemos dedicado tiempo a reflexionar sobre el mundo que se nos venía encima sin llegar, no hemos tenido tiempo, a demasiadas conclusiones. Ahora descansa tranquilo. Ya te contaré.


domingo, 16 de junio de 2019

Olduvai

Resultado de imagen de estrecho de ormuz

Un apagón de gran escala ha dejado sin electricidad, en distintos grados, a Argentina, Uruguay, Brasil y Chile. Aunque las causas exactas aún no se conocen, todo indica que podría tratarse de una consecuencia directa del deterioro progresivo de una red de transmisión eléctrica compleja, descentralizada y envejecida. Mientras tanto, al otro lado del planeta, el estrecho de Ormuz —por donde transita cerca del 30% del petróleo mundial— se ha convertido en un polvorín geopolítico, con Estados Unidos en un extremo y la república islámica de Irán en el otro. No lejos de allí, en el Reino Unido, Boris Johnson —una especie de Trump con lecturas clásicas— se perfila como nuevo líder del Partido Conservador y, con ello, como el próximo primer ministro encargado de ejecutar un Brexit sin acuerdo.

Todos estos episodios podrían parecer anecdóticos si no estuvieran apuntando, en conjunto, hacia un mismo horizonte: el de una civilización industrial que, tras décadas de expansión y promesas de progreso ilimitado, comienza a mostrar síntomas de fatiga estructural. La energía, la política, la infraestructura, el liderazgo... todo parece al borde de una crisis sistémica. Quizá sea buen momento para volver a considerar la teoría de Olduvai, que postula el colapso inevitable de las sociedades industrializadas como consecuencia de su dependencia energética y de la progresiva disminución de los recursos fósiles.

Frente a este telón de fondo inquietante, sorprende la superficialidad del debate político y mediático en España. Al leer la prensa nacional de las últimas semanas —o incluso de los últimos meses— se diría que nuestra única preocupación real consiste en determinar si Vox participará o no en tal o cual gobierno municipal, o si Sánchez logrará pactar con Ciudadanos, Bildu o los partidos independentistas catalanes. Como si todo el destino de una sociedad se redujera a la aritmética parlamentaria o a la moralidad de los pactos.

No se trata de minimizar la relevancia del debate político interno, sino de señalar su desconexión alarmante con los grandes desafíos del presente. Mientras se multiplica el ruido sobre alianzas tácticas y vetos cruzados, el mundo exterior cruje. Y no solo en términos energéticos o diplomáticos, sino también ecológicos, demográficos, tecnológicos y económicos.

Hay un desfase evidente entre la escala de los problemas y la escala de nuestras conversaciones públicas. No es solo una cuestión de prioridades, sino de perspectiva. Deberíamos preguntarnos si el narcisismo informativo al que nos hemos acostumbrado no es, en el fondo, una forma de evasión. Un modo de no mirar hacia la tormenta que se avecina.



miércoles, 1 de mayo de 2019

Emergencia

El parlamento británico ha declarado una emergencia climática. Se decía, eran otros tiempos, que el parlamento podía hacer cualquier cosa menos convertir a un hombre en una mujer o viceversa (Jean-Louis de Lolme, 1771). Me temo que impedir o mitigar la catástrofe que ya tenemos encima tampoco está entre sus atribuciones pero, al menos, parece que se han dado por enterados de que las cosas, en ese campo, como en tantos otros, están yendo rematadamente mal. Y eso a pesar de lo entretenidos que están con su Brexit.

martes, 2 de abril de 2019

Superpoblación y espacios vacíos

Uno de los muchos problemas con que se enfrenta, al menos en España, esta civilización crepuscular, amenazada por la superpoblación y el acelerado agotamiento de recursos básicos parece ser, paradójicamente, el abandono y la despoblación de una parte del territorio. El domingo pasado tuvo lugar, en Madrid, claro, una concentración de gentes para reclamar unos servicios que han devenido inviables a causa de la despoblación y cuya ausencia causa, a su vez, mayor despoblación. Y ¿a quién reclamaban esos servicios y esa atención de la que dicen carecer las buenas gentes que aún pueblan esa España abandonada? Pues no se sabe muy bien, ya que en el evento- estamos en período electoral y las provincias menos pobladas disponen de seis escaños en el parlamento- participaron hasta cuatro ministros del actual gobierno y representantes de todos los partidos del espectro político, con o sin posibilidades de gobernar, así que sólo cabe suponer que la manifestación responde a la ya antigua y arraigada costumbre de salir a la calle a alborotar con cualquier motivo, en lugar de buscar soluciones prácticas a los problemas o, simplemente, de intentar evitar esos problemas cuando aún hay tiempo. Las fotografías están tomadas en el casco urbano de Barbastro, muy cerca o en el mismo centro comercial. 

domingo, 17 de marzo de 2019

Nos quedamos sin máquina del tiempo

La imagen puede contener: texto que dice "Physicists reverse time using quantum computer March 13, 2019, Moscow Institute Physics and Technology"

Vaya. Ahora resulta que lo de retroceder en el tiempo usando un computador cuántico no va a ser posible, al menos de momento y a pesar de la noticia aparecida hace unos días. Debo decir que me lo temía. No es fácil derogar la segunda ley de la termodinámica. Tampoco tenemos, en realidad, computadores cuánticos, más allá de elucubraciones teóricas y los qubits –quantum bits- que se supone que estos computadores manejarían en lugar de nuestros familiares bits, son también poco más que creaciones intelectuales a pesar de que ya se ha diseñado un algoritmo que, trabajando en tan hipotéticos artefactos, permitiría factorizar rápidamente números muy grandes, rompiendo así el fundamento de todas las claves de seguridad utilizadas hasta la fecha que se basan precisamente en la imposibilidad práctica de hacer eso. A mí me parece que la computación cuántica está, hoy por hoy, tan lejos, al menos, como la fusión fría, ambos dentro de la categoría de problemas fundamentales cuya principal utilidad, en el estado actual de la tecnología, es permitir la inversión de ingentes cantidades de dinero en proyectos sin futuro a la vista, la fusión fría está prevista para dentro de 25 años, independientemente de cuándo se haga la pregunta, pero publicables en Nature y otros guardianes de la ortodoxia científica dominante.

sábado, 5 de enero de 2019

17 años y casi dos meses después del 11 de septiembre...

el fiscal de Estados Unidos para el distrito Sur de Nueva York envió la carta que se reproduce más abajo, en respuesta a una petición de The Lawyers' Committee for 9/11 Inquiry, que ha reunido evidencias de la comisión de delitos federales, no perseguidos hasta la fecha, en el WTC (las torres gemelas) el 11 de septiembre de 2001. Entre estos delitos podría estar la voladura con explosivos de parte de la estructura de ambas torres, lo que explicaría la total ausencia de deceleración una vez iniciado el colapso y la caída libre de la parte de las torres situada por encima del impacto de los aviones. La respuesta supone la convocatoria de un gran jurado federal para evaluar la evidencia presentada y formular, en su caso, las acusaciones pertinentes.

Enlaces

1 Entrada relacionada con este asunto publicada en 2009
Architects & Engineers for 9/11 Truth

La carta

BY MAIL
Mick G. Harrison, Esq.
Executive Director
The Lawyers' Committee for 9/11
 Inquiry, Inc.
426 River Mill Road
Jersey Shore,
Pennsylvania 17740

Dear Mr. Harrison:


We have received and reviewed The Lawyers' Committee for 9/11 Inquiry, Inc.'s submissions of April 10 and July 30, 2018. We will comply with the provisions of 18 U.S.C. § 3332 as they relate to your submissions.




miércoles, 2 de enero de 2019

Una excursión a la montaña (I)


A las tres de la tarde del día de jueves santo de 1973, creo que era el mes de abril, el autobús nos dejó en Siresa, un pequeño pueblo del Valle de Hecho en el que había unas pocas casas de piedra y alguna, más reciente, con revestimientos de madera, ladrillo o mampostería, corrales en las afueras, el ayuntamiento, ya cerrado, un pequeño bar que también era una tienda en la que se vendía de todo y el cuartel de la Guardia Civil, todo ello en torno a una Iglesia que, por aquel entonces aún debía estar atendida por un cura nativo, formado en los seminarios de Barbastro, recientemente cerrado o de Zaragoza. Alguien sugirió que diéramos cuenta, en el cuartelillo, de nuestra intención de aventurarnos en la montaña, por si nos perdíamos o teníamos algún problema con una climatología que, a pesar de que ya habíamos dejado atrás el invierno, aún podía darnos algún susto. El guardia que nos atendió nos preguntó que a dónde íbamos, le respondimos con vaguedades porque no lo sabíamos muy bien, que si teníamos experiencia en la montaña, le dijimos que sí, que solíamos ir a los alrededores de San Juan de la Peña a hacer alguna costillada dominical, cosa que pareció hacerle gracia y que cuándo pensábamos volver, el domingo, le dijimos, porque el lunes había clase y yo, por ejemplo, tenía examen. Me miró con algo de sorna pero tomó nota de todo, examen incluido y de los nombres de los siete. A las chicas se lo hizo repetir dos veces, como si quisiera asegurarse de que se habían unido voluntariamente a aquellos tipos en una expedición a no se sabía dónde y nos dijo que fuéramos con cuidado, que no nos aventuráramos fuera de la carretera o de los caminos o pistas señalizados, que buscáramos un refugio en caso de tormenta y que permaneciéramos allí hasta que escampara y que pasáramos por el cuartelillo a la vuelta o llamáramos si volvíamos de noche o por otro camino.

No debían ser aún las 5 de la tarde cuando, con las mochilas absurdamente cargadas, entre otras cosas, con latas de conserva que traíamos desde Zaragoza, sin bastones ni piolets ni nada parecido pero, al menos, con buenas botas y algunos, no todos, con anoraks de plumas, emprendimos el camino hacia el norte siguiendo el curso del río Aragón Subordán y dejando a la derecha las primeras manchas de la Selva de Oza. Novatos como éramos y algo ofuscados como estábamos por lo que considerábamos una estupenda aventura, a nadie se le ocurrió que no eran horas para emprender una caminata y que hubiera sido mejor buscar en el pueblo algún sitio para pasar la noche. Apenas habíamos recorrido un par de kilómetros cuando empezó a ponerse de manifiesto lo desacertado de aquella decisión. En cuanto el Sol desapareció tras las estribaciones montañosas del oeste la temperatura bajó bruscamente y empezó a caer una llovizna helada, ligera y persistente que iba haciendo el camino, ascendente, cada vez más penoso. Alguno había traído gafas de Sol, inútiles ya a aquellas horas, pero nadie tenía nada  eficiente para proteger los ojos de la ventisca que, naturalmente, soplaba de frente y los que, por miopía u otro problema de visión usábamos gafas normales teníamos el problema adicional de tener que limpiarlas constantemente con un pañuelo cada vez más mojado. Al cabo de una hora u hora y media más de camino ya estaba claro que no íbamos a llegar muy lejos y nos paramos al borde de la carretera dejando las mochilas en el suelo. Un par de caminantes, algo mayores y mucho mejor equipados que nosotros, nos alcanzaron al poco y se detuvieron un momento mirándonos con un aire que tanto podía ser de incredulidad como de lástima. Nos dijeron que pensaban dormir en un refugio que había un poco más adelante, un poco, para ellos, era un par de horas de marcha y a su ‘marcha’ pero que había que darse prisa porque se llenaría pronto. Les agradecimos la información y cargamos de nuevo con las mochilas con poco entusiasmo. Al fin y al cabo, dijo alguien, para eso hemos venido aquí. Pero la columna que formábamos pronto empezó a alargarse, tanto que la cabeza y la cola perdieron el contacto visual, ya era casi noche cerrada y sólo llevábamos un par de linternas de escasa potencia así que fue preciso detenerse de nuevo.

A estas alturas ya resultaba evidente que la expedición adolecía de la más mínima organización, pero aun así nadie se decidía a decir lo que más de uno pensaba. Que lo mejor sería volver a Siresa o pasar la noche en cualquier borda de las que habíamos dejado por el camino. Las dos chicas, que se habían apuntado a la expedición por razones que entonces ya no debían tener nada claras, creyendo que se trataba de una versión algo más sofisticada de nuestras excursiones en el canfranero, ya se habían dado cuenta, como el resto de nosotros, de que allí nadie había previsto lo que íbamos a encontrarnos y de que en realidad toda nuestra experiencia en la montaña se reducía a aquellas divertidas excursiones domingueras. Además, los problemas, en un descampado tan inhóspito, eran mayores para ellas que para nosotros así que, por una vez, intentamos utilizar la cabeza para algo más que para llevar los gorros de lana que sí habíamos traído, que empezaban a empaparse y que con las barbas que entonces estaban de moda nos daban un aspecto poco tranquilizador. Seguir avanzando, con buena pendiente, para llegar a un refugio, del que sólo sabíamos que estaba a unas dos horas de camino a buen ritmo, con la llovizna que se había transformado en aguanieve y en la oscuridad no era una opción. Volver al pueblo parecía algo más razonable, era cuesta abajo, pero ya eran casi las 9 y teníamos otras dos horas de camino, también a oscuras, por delante, así que propuse y se aceptó con algo de entusiasmo, que retrocediéramos hasta una casa que había entrevisto en la penumbra poco antes de parar y que intentáramos conseguir allí algún refugio para pasar la noche.

El problema era encontrarla ya que, incluso con las linternas, apenas se veía lo suficiente para mantenernos en la carretera, agarrados cada uno a la mochila del que iba delante pero, al cabo de un buen rato, dimos con un portal de madera que daba acceso a un camino relativamente ancho, flanqueado por árboles de gran tamaño y empedrado, apto para el paso de vehículos. No se veía ninguna luz, pero el camino parecía llevar a alguna parte así que, tras una breve deliberación, nos metimos por allí conservando el orden y las precauciones de marcha. Al cabo de poco más de cinco minutos llegamos a un caserón que parecía deshabitado pero no abandonado y que resultó ser, según el cartel clavado en el dintel de la puerta, un cuartel, presumiblemente utilizado en verano, de la Guardia Civil. Ahora no sé, pero en 1973 no parecía buena idea que un grupo de estudiantes, que por el aspecto podían ser también cualquier otra cosa, merodeara en torno a un cuartel, por muy deshabitado que pareciera. Julián, que desde la visita a la Guardia Civil de Siresa no había abierto la boca y que militaba en uno de aquellos pequeños y ruidosos partidos de izquierda que proliferaban en los primeros y mediados 70 y de los que tan pocos quedaron después de  1979, dijo en tono nervioso y algo apremiante que lo mejor que podíamos hacer era volver a la carretera y buscar algo menos problemático. Los demás ya habíamos descargado las mochilas cerca de la puerta, aprovechando la protección de un pequeño tejadillo y algunos estábamos ya sentados con la espalda apoyada en la pared. Rosa, la más decidida de las dos chicas y la que había empujado a Susana a participar en aquella descabellada aventura, dijo alto y claro que ella no pensaba moverse de allí y que más nos valía hacer algo para que pudiéramos pasar la noche a cubierto o no volvería a dirigirnos la palabra en la vida. Susana no dijo nada pero se acercó a Rosa para dejar claro que pensaba exactamente lo mismo. Aquella era una de esas situaciones en las que uno está dispuesto a hacer cualquier cosa menos el ridículo y pasar por un cobarde o un inútil no entraba en los planes de ninguno de nosotros. Además, estábamos empapados y congelados así que, casi sin mediar palabra, nos pusimos a buscar por los alrededores algún hueco donde cobijarnos, una búsqueda seriamente limitada por nuestro desconocimiento del terreno, por la oscuridad absoluta y por la deficiente iluminación de nuestras dos únicas linternas, una de las cuales empezaba ya a dar señales de agotamiento. Eso tampoco lo habíamos previsto y nadie llevaba pilas nuevas.
(Continuará)

lunes, 10 de diciembre de 2018

La marca hispánica (penúltimo capítulo)


La cuestión es ¿Hasta dónde va a llegar Torra y por extensión el conflicto catalán? ¿Hay alguna línea roja, a partir de la cual la intervención violenta del Estado sea inevitable? Es obvio que la respuesta a esta última pregunta es que sí y es de suponer que Torra tiene una idea, aunque sólo sea aproximada, de dónde está esa línea, de manera que la cuestión puede reformularse así ¿Están dispuestos Torra y un número significativo de los que le siguen y o sostienen, a cruzar la línea roja? La invocación por Torra y Puigdemont, un hombre con una inesperada e inexplicable capacidad de movilización, de antecedentes en Europa que se saldaron con algo parecido a una guerra civil parece indicar que así es. Es verdad que, a estas alturas del SXXI, no es fácil imaginarse una guerra civil en España, al menos si se mantiene la actual diferencia de potencial, con permiso de Volta, entre los dos posibles contendientes. También lo es que Pedro Sánchez ya se ha sacado, en otros escenarios, algún conejo de la chistera, pero la sensación de que las cosas han llegado ya demasiado lejos y de que los acontecimientos estarán pronto, si no lo están ya, totalmente fuera de control es cada vez más fuerte. Y eso incluso en el supuesto, a todas luces descartable, de que los que tienen, sobre el papel, la posibilidad de controlarlo tuvieran además la voluntad y la inteligencia necesarias para ello.