Me disponía a escribir, con algo de retraso, por cierto, mi
artículo mensual para el Cruzado cuando he oído la última noticia sobre el
coronavirus. Según parece, ya tenemos un afectado en España, bueno, en Cataluña
que, por el momento y a pesar de las idas y venidas de los sucesivos gobiernos,
sigue siendo parte de España. Yo no sé qué es exactamente lo que hay detrás de
esta epidemia o lo que sea, pero, sea lo que sea lo que hay, es casi seguro que
no nos enteraremos. No voy a poner en cuestión la reacción de la OMS y de los distintos
gobiernos porque, a pesar de las limitaciones que tiene cualquier opinión sobre
acontecimientos contra factuales, cabe suponer o al menos resulta arriesgado
negar, que una reacción más medida, con menos cuarentenas y menos efectos
negativos sobre la economía, hubiera dado lugar a una situación mucho peor que
la actual. Sin embargo, 80 mil afectados, menos de 3.000 muertos, un índice de
recuperación del 37% y una brusca caída del número de nuevos casos a partir del
13 de febrero permiten, comparando esta epidemia con cualquier gripe normal y
sin necesidad de llegar a la de 1918 que se llevó por delante a cincuenta
millones de personas, aventurar la posibilidad, siempre presente cuando uno se
relaciona con administraciones de cualquier tipo, de que no nos estén contando
las cosas como son y ni siquiera como creen que son. La reacción, no ahora sino
cuando los muertos se contaban sólo por decenas en una población de mil
millones, fue a todas luces excesiva. Que en un país que no se distingue
precisamente por su transparencia informativa, su gobierno haya puesto en jaque
su economía y la de todo el mundo por algo que no alcanza ni de lejos la
morbilidad de una gripe ordinaria, con unas medidas tan espectaculares como
construir un hospital en una semana, paralizar fábricas, restringir el
transporte de personas y mercancías y concentrar en un espacio limitado a una
población en riesgo de millones de personas, es, por no decir otra cosa y por
comparación con situaciones similares, algo extraordinario. Supongo, mejor
dicho, espero, que en un par de semanas o como mucho de meses, ya nadie se
acordará de esto, a no ser, claro, que haya alguien o algo interesado en que no
sea así o no tengamos ninguna noticia de interés con la que sustituir a esta.
Publicado en ECA 28/02/2020