domingo, 12 de diciembre de 2010

Epílogo (Эпилог)

Esta es la última entrada de este blog. La fotografía recoge el momento, hacia las 14:30 del viernes, hora local de Kiev,  en que los pasaportes de las chicas provistos de los correspondientes visados, salen por la ventanilla de la sección consular en la Embajada de España en Ucrania y a Mila y S comprobando que todo está en orden. Por la noche cenamos con Mila y Nicolai, ahora dos buenos amigos a los que difícilmente olvidaremos y el sábado, camino del aeropuerto, hicimos una parada en su casa, con Tania, para despedirnos y tomar un pedazo de tarta ucraniana cuyo nombre no recuerdo pero que era estupenda, un poco de caviar rojo y unas copas de champán, también ucraniano, para los mayores y zumo para las pequeñas. El viaje se ha desarrollado sin ninguna incidencia, bueno, casi, porque nos olvidamos en el avión uno de los dos álbumes de fotos que les dieron a las chicas en el orfanato, concretamente el de E. A las 18:38 aterrizábamos en Barcelona y a las 10 de la noche llegábamos a casa después de casi un mes y medio de idas, venidas e incertidumbres que ahora ya no parecen tan terribles y mañana, o dentro de unos pocos días, serán sólo un recuerdo difuso.

Muchas gracias a todos los que hayáis tenido la paciencia de acompañarnos siguiendo esta historia a través de Internet. Escribirla y recibir vuestros mensajes por correo o a través de los comentarios del blog ha sido, quizá, la parte más gratificante de la experiencia.



Hasta siempre.

sábado, 11 de diciembre de 2010

La fiesta de despedida y la embajada (S)

Ayer jueves todo tenía que terminar: los pasaportes habían salido hacia aquí el miércoles por la tarde y teníamos hora a las nueve de la mañana en la Embajada Española para los visados. Estábamos ya pensando que el viernes sería día de asueto, el único en todo este tiempo, cuando llamó Mila para decir que los pasaportes no habían llegado y que nadie sabía dónde  estaban. Había cogido yo el teléfono y reconozco que esto ya no me lo esperaba. No sé por qué, siempre he estado pensando que iba a pasar algo, algo que finalmente  pasaba aunque se solucionaba luego, pero ahora ya, en la recta final…Pasamos la mañana esperando noticias de los pasaportes, nerviosos y con una fuerte sensación de impotencia. Al final de la mañana, después de llamar a la embajada para cancelar la cita del jueves y pedir, sin muchas esperanzas,  otra para el viernes, ha vuelto a llamar Mila:  no se sabe qué demonios ha pasado con los dichosos pasaportes, pero parece que van a hacer otros y los van a mandar  esta misma tarde para que el viernes  podamos ir a la Embajada.

Llega Tania a buscarnos con casi media hora de retraso: hay atasco. Ella dice que pequeño. Nunca había estado en tantos atascos como aquí. Casi cada día he sufrido un atasco, pero el de hoy es de órdago. Un poco antes de que llegara, cuando estábamos ya desesperados pensando que tendríamos que cambiar los billetes y que, además, no podíamos saber para cuándo, le decía yo a Carlos que habría que cambiar el título de este Blog y llamarlo “atrapados en Kiev”, pero parece tarde para cámbialo y, además, quiero espantar el mal fario. Pero volvemos a estar atrapados. En el atasco. La Directora va llamando porque nos esperan y no llegamos. Llueve con fuerza y Tania va sorteando charcos inmensos. Cuando llegamos, nos salen a recibir todos los niños que van vestidos con los trajes de la función que van a representar para despedir a las niñas. La pequeñita Alina se me agarra a las piernas, Daria vuelve a decirme hola y abiós  y todos nos rodean y empiezan a correr hacia el escenario. Han colgado globos y serpentinas y hay un Arca como decorado. Kovcheg  significa Arca, nos ha explicado la Directora: como la de Noé, allí llegan los niños, como a un refugio, y luego salen,  si tienen suerte,  con sus nuevos padres. A la pequeña le colocan un gorrito rojo y una chaquetita roja también porque ella hace de Caperucita: por eso no ha protestado y se ha puesto hoy el vestido rojo.  La mayor también: va a cantar una canción y se ha puesto vestido y una flor de adorno. Empieza la función. Yo llevo el teléfono en la mano porque esperamos noticias de Mila y estamos nerviosos. Pero los niños están graciosos aunque no entendemos gran cosa. La pequeña casi no se equivoca y la mayor canta muy bien, cogiendo el micrófono con estilo de artista. A mitad de función, Mila envía un mensaje: parece que los pasaportes están ya en camino, como ayer que también estaban, y que ya nos avisará, ella sigue allí y son ya las seis de la tarde. Los niños están cantando una especie de Himno que suena muy bien y casi se me saltan las lágrimas aunque me las trago porque la pequeña se me está mirando desde el escenario y casi me olvido de los pasaportes y, no sé por qué, recuerdo el verso aquel “ es tiempo de regresar al anciano vocabulario/ de llamar corazón al corazón” y  tengo que mirar hacia el techo para atrapar la lágrima…Ahora  van a hacer el número del Arca, esto es, que las niñas se meten dentro del barco y luego nosotros salimos hacia el escenario y ellas vienes con nosotros. Antes, unos marineros introducen en el arca, agarrando desde el interior, como si fueran náufragos, a los dos niños más pequeñitos: por un momento el rescate parece imposible porque se rompe la cuerda con la que los arrastraban desde el mar-suelo, pero, al final logran meterlos entre las risas y aplausos de los presentes.  No acabo de saber cual es nuestro papel, si el de Noé o cuál, pero da igual, la figura es lo suficientemente simbólica  y las niñas están encantadas de ser las protagonistas de la fiesta.  La función termina, pero ahora viene el tiempo de las fotos y de los lloros, la mayor está con sus amigas dale que te pego al llanto y Daria, la mejor amiga de la pequeña, que ha hecho de Cenicienta y ha llevado dos trajes: uno de fregona, escoba incluida, y otro blanco “ como princesa” según dice la pequeña, no para de hipar y agarrarla. Esto parece ya “Sonrisas y lágrimas” así que empezamos a despedirnos para que  no sean demasiadas  lágrimas. La Directora y el resto del personal nos desean suerte y sabiduría y nos dicen que rogarán a Dios por nosotros. La Directora nos abraza y nos besa y repite los besos y os abrazos otra vez. La pequeña está ya repartiendo los bombones que hemos llevado entre los niños, para pasar mejor el trago. Decimos ya adiós: Daría tiene los ojos hinchaditos, la Directora la está consolando, pero aún me contesta “abiós” con la manita una y otra vez.   

Al salir, llama Mila: ya tiene  en sus manos  los pasaportes. Aleluya. Ahora vamos hacia el atasco. El monumental atasco. Atrapados otra vez, es nuestro sino. Tanto es hoy que hemos estado más de una hora sin movernos y decidimos ir al metro cuando el marido de Tania llama por teléfono y le informa de que acaba de ver en internet que hay dieciocho grandes atascos en el centro de  Kiev.  Yo odio el metro, lo reconozco. Sola no voy nunca. Y este metro es especialmente agobiante. Bajamos  una escalera larguísima, no había visto una igual y he estado ya en muchos. Los trenes y los pasillos están atestados. Esta ciudad es una ratonera: las calles llenas de vehículos, el metro lleno de gente…La vida aquí es dura, dura. Llegamos a casa agotados, pero más animados: tenemos pasaportes y ya creemos que lo tenemos todo. El viernes, , amanece lluvioso y frío, pero vamos eufóricos a nuestra Embajada – nuestra casa, como dice Nicolai”. Cogemos el funicular, como quería la pequeña y llegamos cerca. Nos viene a esperar Nicolai todo contento porque este es el final, o así parece. Presentamos los documentos, nos atiende la misma chica a la que ya conozco y ante la que ya formulamos dos protestas al principio de nuestro viaje.  Es amable. Nos devuelve los certificados de matrimonio. Nos dice que todo está bien y que volvamos a las dos a recogerlos. Vamos con Nicolai a tomar algo a un bar cercano y , cuando terminamos, vamos al metro porque va a acompañarnos a un mercado a comprar algo de icra rojo que no os digo lo que es porque luego todos queréis. A la entrada del metro, la mayor se encarga de coger los billetes y la taquillera le da mal el cambio. La niña protesta. Nosotros le decimos que da igual, que no vamos a discutir ni perder tiempo, que es poco, pero ella insiste y Nicolai dice que es cosa de dignidad…esperamos allí porque la señora tiene que recontar todo el dinero para ver si es o no verdad lo que dice la niña, que aguanta delante de la ventanilla con decisión. Tenía razón, la taquillera se disculpa y le da bien el cambio. Vamos hacia el andén y llaman de la Embajada: tenemos que volver porque ahora nos piden uno de los certificados que acaban de devolvernos certificado de matrimonio…El colmo. Volvemos con Nicolai pensando que se trata tan sólo de entregar el documento de nuevo. Pues no.  Más complicaciones. Según los funcionarios de la embajada los ucranianos han redactado mal la sentencia de adopción y tendremos problemas en España. En todo caso se trata de una cuestión menor y sujeta a interpretación así que,  finalmente y tras discutir el tema con un ayudante del cónsul, convenimos en que, si hay problemas en España ya los solucionaremos allí. Y punto.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Atrapados en Kiev.

Esta mañana, justo después de la llamada de Mila, me decía S. que habría que cambiar el nombre del blog y llamarlo Atrapados en Kiev, en lugar de Otoño en Kiev. Cuando estábamos esperando la llamada para ir a la embajada, para lo que suponíamos que iba a ser la última gestión,  obtener el visado, nos ha dicho Mila que los pasaportes de las chicas que, supuestamente, salieron ayer de la fábrica, no habían llegado. El tiempo que llevamos con Mila nos ha enseñado a relativizar estas cosas un poco pero, la verdad es que la noticia era, objetivamente, el anuncio de una calamidad. Sin apartamento, tenemos que dejarlo a las 12 del sábado, con billetes para el mismo día y el avión del miércoles próximo ya lleno, con los niños de la asociación que hacen el viaje de navidad, la cosa no podía pintar peor. Mila, que también parecía haber perdido parte de su temple habitual, ha hecho algunas gestiones con sus contactos, que le han vuelto a asegurar que los pasaportes habían salido de fábrica y con la agencia de mensajería pero, a mediodía los pasaportes seguían sin aparecer  y a la embajada había que ir, en todo caso, antes del viernes a las 13 horas, con lo que ya podíamos irnos olvidando de volver el sábado. Si los pasaportes se habían perdido, lo que a esas alturas ya estaba claro, parecía evidente que entre denunciar la desaparición, volverlos a imprimir y toda la parafernalia que suele llevar la emisión de ese tipo de documentos, podríamos darnos con un canto en los dientes si los teníamos en una o dos semanas.  Bueno, pues no ha sido así. A las 13 horas Mila nos ha dicho que los pasaportes aparecerían y a las 7 de la tarde, justo cuando salíamos de la fiesta de despedida que les habían montado a las chicas en el orfanato y cuya descripción hará S mucho mejor que yo, nos ha llamado para decirnos que ya estaban en su poder. La verdad es que en la fiesta hemos estado más  pendientes del teléfono que de otra cosa y que a pesar de la buena voluntad de Tania, que iba traduciendo algo de lo que decían, no nos hemos enterado de gran cosa. Eso sí, hemos hecho y nos han hecho un montón de fotos,  que supongo que en algún momento le harán gracia a alguien y hemos recibido múltiples muestras de buena voluntad y promesa de oraciones por parte de las presbiterianas a cargo del orfanato. También nos hemos llevado un par de álbumes, enormes con fotos de las niñas y otros recuerdos que no sé dónde vamos a meter porque la verdad es que entre ropa de E, muñecos de N y todos los libros que les hemos ido dando estos años para que leyeran en español y que, naturalmente, vuelven sin haber sido abiertos, llevamos un equipaje demencial.

La tarde ha sido muy  lluviosa lo que ha complicado el viaje de ida al orfanato. La vuelta en coche ha sido, sencillamente,  imposible. El atasco era de tal envergadura que, después de una hora y media jugando al Veo Veo –hay que adivinar el nombre de un objeto, dentro del campo visual, sin más información que la letra inicial- sin avanzar más allá de unos treinta metros,  hemos dejado a Tania  en su Skoda y nos hemos metido en una boca de metro. Una vez dentro me he dado cuenta de que, quizá, había sobrevalorado mi reconocida capacidad para moverme por los metros de medio mundo. No había mapas por ninguna parte y las indicaciones, escasas y en caracteres cirílicos,  eran totalmente indescifrables. La organización del metro me recordaba algo a la del de Moscú, aunque este es mucho menos pretencioso: un pasillo central y dos vías a los lados que no necesariamente siguen trayectos paralelos. Desde luego no tenía nada que ver con los de Madrid, Barcelona, París o Londres.  Afortunadamente ha resultado que E ya había estado por allí alguna vez, conque preguntando un poco y con sólo un par de equivocaciones llevadas, dadas las circunstancias,  con bastante buen humor hemos aparecido finalmente en la Plaza de la Independencia.

Mañana iremos a la embajada y el sábado… quién sabe. 

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Preparando la vuelta a casa

Ayer cambiamos los billetes para volver el sábado, y lo hicimos antes incluso de que las cosas estuvieran tan claras como están hoy, con los documentos ya apostillados y los pasaportes impresos y de camino hacia Kiev desde el lugar donde los hacen que cualquiera sabe dónde está. En estos momentos casi lo único que puede salir mal es que en la embajada española nos salgan con alguna cosa rara y nos digan que no pueden o no quieren darnos los visados hasta el lunes. Es una hipótesis que Mila dice que no es totalmente descabellada, parece que hay algún precedente, pero que yo no contemplo.

Como aquí es casi imposible pasar un día sin un problema u otro, ayer nos llamó Mila, a la que habían llamado los del apartamento para decirle que teníamos que irnos el viernes a otro, de cuatro habitaciones -sic- en la quinta puñeta porque el nuestro lo tenían alquilado a otros a partir del día 10. Un par de empleados del dueño han estado, efectivamente, esta tarde en el apartamento con esa pretensión en un momento en que estábamos solos N y yo. Aunque la cosa ha empezado bastante mal y tanto ellos como yo hemos levantado algo la voz, finalmente hemos llegado a una solución de compromiso que consiste en que nos quedamos hasta el 11 a las 12. En realidad a ellos les ha parecido un compromiso pero esa era precisamente la fecha y hora en que teníamos pensado marcharnos, así que todos contentos. Parte del éxito de la negociación hay que atribuírselo a N que ha dejado en su diario esta versión del incidente:


Hoy me he levantado, me he vestido, me he puesto unos pantalones grises y un jersey gris y una camisa rosa. Mi hermana me ha hecho una coleta con cuatro gomas de colores , luego he ido a pasear, luego he ido a un restaurante, hemos comido muy bien. Estaba yo con papá y han venido un señor y una señora y han dicho que teníamos que irnos del apartamento a otro sitio y he ayudado a papá y ya nos podemos quedar y papá me ha dejado ver la tele y ahora estoy escribiendo en mi diario, pero no me ayuda mamá.  

Apostillando. Martes 7 de diciembre (S)

Hoy tenemos que volver  al Ministerio de Justicia para apostillar la Sentencia y los certificados de nacimiento. Parece un trámite sencillo, pero, claro, no lo es. El cielo está gris aunque llueve poco. Las calles están casi ya limpias de nieve. En nuestro balcón, el suelo  y el banco de madera están cubiertos de una delgada capa de hielo. Carlos se queda en el apartamento porque en el coche casi no cabemos y además tiene trabajo. Llegamos al edificio, horroroso, que alberga el Ministerio de Justicia con tiempo de sobras. Tania ha aparcado a la puerta, como si llevara el coche del ministro, y allí lo deja, y allí estará cuando salgamos: ni multas ni grúas, aquí cada cual se las apaña como puede y eso, aunque no lo parezca, le da cierta fluidez al tráfico.  Cuando llegamos ya está Mila esperando con su eterna sonrisa. Sonríe siempre, hasta cuando te da una mala noticia cosa que hace de cuando en cuando aunque sus malas noticias no siempre se confirman. Normalmente tiene un plan B que suele funcionar.  La sala de espera del departamento de apostillas es una sala siniestra con un montón de gente haciendo cola y entre ellos una señora a la que Mila ha encargado hacerla por nosotros y que supongo que también la hace por algún otro.  Le he dado el pasaporte a la señora  que me ha introducido en la cola, a mí y a un italiano desgarbado y con cara de susto, a fuerza de codazos. Si alguien le decía algo ella decía dos palabras y, simplemente, giraba su cara ante el que le preguntaba y ya estaba todo dicho: cualquiera le tose. Después de un rato de apreturas, hemos entrado de la mano de la señora el italiano y yo. La oficina es pequeña, pero casi no me ha dado tiempo de verla porque estoy pendiente de mis papeles y del pasaporte, que la señora lleva de un lado para otro. Mila no ha podido entrar y me horroriza pensar que mi pasaporte pueda perderse. Allí han mirado mis documentos, han comprobado las firmas con otros libros que tenían en un armario y me han devuelto el pasaporte  y dos de las copias. La señora me ha hecho salir con un gesto y he salido zumbando.  Lo único,  como dice Mila cuando falta algo por hacer, que hay que volver por la tarde a buscar los documentos apostillados.  El cuento de nunca acabar. De aquí vamos a la oficina en la que hacen los pasaportes. Hay que cruzar el río. Está lejos. El barrio en el que se encuentra es muy parecido a otros, casi pienso que estoy otra vez en el Registro Civil. Entramos en otra oficina algo sosa, con guardia de uniforme azul a la entrada. Pero aquí no hay colas. La encargada es una señora amable y sonriente, que hasta arregla el pelo a las niñas para que la foto salga mejor. El trámite es bastante rápido y, además, para ellas de lo mejor, que para eso se han vestido bien y se habían peinado despacio en casa, aunque se notaba ya poco. Al terminar la sesión fotográfica, vamos a un cuarto con Mila y la encargada en el que hay una zona en la pared con papeles clavados a un corcho. Entre ellos, unos cuantos anuncios de hombres a los que se busca. La pequeña me pide bolígrafo y papel, se lo doy y, cuando salimos de allí, me da el papel en el que ha apuntado unos cuantos números y me dice que los guarde, que no los pierda, que hay llamar si vemos a alguno de los tipos de los retratos. No es mala idea, así recuperaremos algo de lo que nos está costando todo esto, le digo. Pero parece que no hay recompensa, así que me olvido de los teléfonos. Después de comer, otra vez en el Borsch, tengo que volver a la oficina de apostillas y en esta ocasión me acompaña, en autobús, Nicolai, el marido de Mila.  Llegamos algo antes de la hora en que habíamos quedado con la señora de cara de pocos amigos y entramos a un café bastante elegante. Tomamos un té y me va contando que todo va saliendo bien, está entusiasmado: es un hombre optimista aunque tiene razón en que hemos superado ya muchos baches, pero él mismo reconoce que en este país suyo todo es imprevisible. Cuando llegamos al Ministerio  hay una cola apretujada ya y todavía no han abierto. La señora está ya esperando y me coge el pasaporte. Lleva varios papelitos blancos en la mano, los resguardos de mis documentos, parece, porque los mete en mi pasaporte y luego empieza a recoger otros papeles y a meter cada cosa en plásticos en una especie de juego de prestidigitación que me pone algo nerviosa. Nicolai me dice que no me separe de ella y así lo hago, pero de pronto se va hacia atrás y me hace señal de que espere allí mientras llega el italiano desgarbado de por la mañana con cara de haber corrido. Nos saludamos y se pone detrás de mí mientras me dice en italiano que aquí todo va piano, piano. Vuelve la señora y nos agarra a los dos y vamos avanzando hasta el comienzo de la cola. Estamos como sardinas en lata, todos enfocados al quicio de la puerta y todos bastante nerviosos. Entra la señora, de repente y yo la sigo, pero me hace gesto de que pare y dice “Stop” ella y otra vieja que lleva ya rato en primera fila. Nicolai desde lo lejos le pregunta cuando sale, casi enseguida, que qué pasa y resulta que no están preparados nuestros documentos. A seguir esperando. Apostillar es estampar un sello en un documento y poner una ficha y una firma, pero aquí parece la obra del Pilar. Seguimos en la misma posición: yo pegada a la señora y el italiano pegado a mí.  En la cola hay de todo, casi todos ucranianos. El silencio se va rompiendo poco a poco. Una señora de cara redonda y gorra como de plato me mira un poco como sin verme porque hay poco que hacer aquí, como no sea mirar a los que tenemos al lado. Va pasando el tiempo. Entra alguno y sale con el papel en la mano y cada uno que sale tiene que levantar más el brazo para evitar que se estropee de tantas manos que hay y tantos cuerpos apretados. Por un momento creo que me voy a marear: llevo demasiada ropa y hace un calor asfixiante. Una joven muy guapa de melena negrísima que le llega  a la cintura se pone a hablar con mi guía mientras le enseña un documento. Un señor con bigote canoso, alto y flaco me da un codazo. Poco más. De pronto, un tipo enorme, con un abrigo azul descolorido se abalanza sobre todos nosotros y se pone justo a mi izquierda. Se arma la de San Quintín: empieza todo el mundo a gritar y, justo, el tipo que está a mi derecha, pegado a mí, levanta los brazos e intenta agarrarlo, tanto que acabo separando mis brazos de la mujer y me quedo en medio, con el hombre del abrigo azul levantando también las manos y todo el mundo gritando. Nicolai reacciona, viene hacia nosotros  e intenta, o eso parece por el tono, hacerlos razonar.  Lo peor, pienso yo, no es que me pueda caer un puñetazo en cualquier momento, sino que venga la policía y me quede, por hoy, sin mis apostillas. Nicolai vuelve a hablar en tono suave aunque con decisión y también interviene una señora que lleva una larga lista en la mano.  Al final la cosa se calma aunque el tipo de mi derecha sigue rezongando mientras el del abrigo azul se calla, pero sin moverse del sitio que ha ganado a empujones. Cuando se calma algo la cosa, la señora de la lista – la lista, me ha explicado Mila por la mañana, es un simple papel en el que la gente se va apuntando cuando llega, pero no la controla nadie de manera oficial sino que alguno, de la misma cola, se encarga de organizarla para que no pasen estas cosas- la señora de la lista, digo, nos intenta explicar al italiano y a mí en una especie de italo-español que eso no suele ocurrir y que es “ una vergoña”. Aún seguimos en esa posición bastante tiempo porque la de la lista organiza algo la situación y se nos adelanta bastante gente, para que no nos lapiden al final, entiendo. Cuando entramos estoy ya con el sudor frío y bastante mal cuerpo y el italiano saca una cara blanca y algo desencajada. Buscan nuestros documentos rápido y firmo. Cojo mi pasaporte y espero a que acaben ellos. Salimos entre la masa, la señora con los documentos en ristre y nosotros detrás. Nicolai espera y se adelanta hasta la señora que le da mis documentos. Le digo adiós al italiano, nos damos la mano y me dice “chao”. Nicolai está muy contento: parece que no estaba nada claro que pudiéramos tener esto hoy y lo repasa despacio, para ver que está todo y todo está bien. Cuando salimos y me da el aire en la cara empiezo a sentirme algo mejor. Cogemos el trolebús de vuelta y podemos sentarnos.  Allí me confiesa Nicolai que hemos estado a punto de caramelo, si sigue la pelea, como pasó ya otra vez, y como yo pensaba, viene la policía y a saber cuándo tenemos la apostilla del infierno. Eso es lo que él les explicaba: que todos queríamos salir de allí con los papeles y que como siguieran así no los tendría nadie. Luego me cuenta cosas de este país, cosas que le entristecen con un tono suave mientras mueve la cabeza hacia abajo una y otra vez. Hay ahora un atasco monumental y el trolebús no avanza nada. Nicolai me dice que es mejor bajar y salimos  a la calle. Llueve, pero no estamos lejos. El paso de Nicolai es rápido y tengo que correr un poco para alcanzarlo. Cuando llegamos a Santa Sofía le digo que ya me sitúo, que puedo ir sola a casa, pero me dice que ni hablar, que me tiene que dejar sana y salva en mi apartamento. Después de lo que ha pasado, lo entiendo. Llego justo tres horas después de haber salido. Tres horas, para apostillar tres documentos. Como el día de las fotocopias. Siempre tres horas.

martes, 7 de diciembre de 2010

Empieza la ¿última? semana

Hoy hemos ido al Ministerio de Justicia a apostillar la sentencia que nos dieron el viernes. Apostillar, según el DRAE, es poner apostillas que son, según el mismo diccionario, acotaciones que comentan, interpretan o complementan un texto y que es algo que no necesitábamos para nada porque para nosotros la sentencia se comentaba a sí misma, era fácil de interpretar y no necesitaba ningún complemento. Hay que decir que esto no es un invento ucraniano y que la mayoría, o todos,  no recuerdo bien, de los innumerables documentos que hubo que preparar en España ya debían venir provistos de la correspondiente apostilla. Esto es algo así como una muestra de recíproca cortesía. Los documentos españoles vinieron apostillados y los ucranianos irán apostillados a España pero, naturalmente, el detalle lo pagaremos nosotros y el tiempo también lo perderemos nosotros. En fin, bromas aparte, la apostilla es ¿necesaria? para que en la Embajada Española den por buena la sentencia y lo mismo, apostillarlos, habrá que hacer con otros documentos necesarios para el visado pero claro, habrá que apostillarlos en otro lugar, normalmente al otro extremo de Kiev. Por razones que no vienen al caso, ni hemos apostillado nada ni hemos ido a la oficina de pasaportes como estaba previsto pero dice Mila que esto, en principio, no impedirá que volemos a España el próximo sábado.

A eso de las 11 hemos llegado al orfanato y le hemos entregado oficialmente la sentencia de adopción, una de las diez copias que hicimos el viernes, a la directora que, a su vez, nos ha hecho entrega, es una manera de hablar, formal de las chicas y nos hemos comprometido a asistir a una fiesta de despedida con todos los trabajadores y los niños del orfanato el próximo jueves a las cuatro de la tarde. La verdad es que la mujer es un encanto y no hemos sabido, ni querido, negarnos, así que el jueves haremos, por última vez, el trayecto entre Kiev y Kovcheg (el Arca) que es el nombre que le han puesto al orfanato sus patrocinadores que, según parece,  pertenecen a una iglesia protestante de los Estados Unidos.  

Después hemos ido al colegio en el que estudian las chicas para que se despidieran de sus compañeros de clase, devolver los libros y cumplimentar alguna formalidad en el despacho del director que, en contraste con la amabilidad de la directora del orfanato que nos abraza cada vez que nos ve, ha hecho como si no existiéramos y se ha comunicado con nosotros a través de Mila a la que ha entregado algún cuaderno de trabajo de las chicas. E. ha desaparecido en cuanto ha entrado en el colegio y no la hemos vuelto a ver hasta la salida, así que hemos ido después a la clase de N. dónde, en ausencia de la maestra que había salido a alguna gestión,  hemos pasado un rato con los niños, hemos hecho alguna foto y hemos repartido los caramelos, galletas y alguna bebida que compraron ayer las chicas. 

Alguna lágrima en la despedida, también por parte de la educadora del orfanato, a donde hemos vuelto al salir del colegio para que hicieran las maletas, intercambio de regalos, abrazos y a eso de las cinco hemos vuelto al apartamento y hemos quedado citados con Mila para mañana a las 8 y media para retomar las gestiones que hemos iniciado hoy. La verdad es que aún no me he decidido a cambiar los billetes, que tenemos para el 15, al día 11. Me parece que esperaré a mañana.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Sábado y Domingo (4 y 5 de diciembre)

Supongo que no lo habrán hecho por hacerle un favor al gobierno pero los controladores se lo han puesto a Zapatero como cuentan que se las ponían a Felipe II. Supongo que las perdices que debía cazar sin mesura a pesar de la gota. Una huelga salvaje, organizada por un colectivo cuyos miembros cobran mucho más del doble de lo que cobran los funcionarios mejor pagados de España, presidente del Gobierno incluido y justo antes de empezar un puente como el de la Constitución,  no es algo que un gobierno acosado por la crisis y por las encuestas como el actual pueda dejar pasar como en otras ocasiones. Una demostración de fuerza –y no otra cosa es poner los aeropuertos y a su personal bajo control militar-  en estos momentos puede hacer más por la popularidad del gobierno que una bajada de 100 puntos básicos en el diferencial con el bono alemán, así que han hecho lo que cabía esperar y lo que mucha gente lleva años esperando: poner de una vez por todas, o eso dice ahora el gobierno, a los controladores en su sitio.  A nosotros, por ejemplo, que estamos en Kiev y que nos libramos por los pelos de quedarnos varados en el Aeropuerto de Barcelona, nos parece de perlas cualquier medida, intervención militar incluida, que nos garantice la vuelta a casa, sin problemas, el sábado que viene.

El tiempo de este fin de semana es bastante más apacible que el jueves y el viernes. Aunque las zonas umbrías siguen siendo peligrosas para caminar por las capas de hielo que aparecen de cuando en cuando, el centro de la ciudad tiene, en general, un magnífico aspecto, sobre todo hoy domingo que ha salido el Sol y a pesar de la temperatura que está bastante por debajo de los cero grados. Nos hemos dedicado a pasear, a visitar tiendas, iglesias y algún museo, aquí no cierran ni el sábado ni el domingo y poco más. Tuvimos un pequeño incidente con el Jacuzzi, que las chicas se empeñaron en probar ayer por la tarde y con el que casi provocamos una inundación cuando las toberas empezaron a despedir agua a –mucha- presión por todo el cuarto de baño, sin esperar a que la bañera se llenara y sin hacer el menor caso del interruptor ni del corte de corriente con el diferencial. El portero del edificio, un hombre muy amable, solucionó el problema, una vez que el condenado artefacto tuvo a bien pararse, con una fregona y nos explicó en una mezcla de inglés, ucraniano y ruso que no era la primera vez que pasaba pero no supo darnos las razones por las que eso no nos lo habían advertido. A ver si nos descuentan algo porque el jacuzzi era, según el que nos lo alquiló,  uno de los grandes atractivos del apartamento aunque, afortunadamente, no fue esa la razón por la que lo alquilamos.

Mañana, después de los pasaportes, iremos al orfanato a entregarles la sentencia -el viernes no estaba la directora y aún hicimos los trámites de salida como si no hubiera pasado nada-  y a ver cómo se organiza la despedida de las chicas. La Directora, por lo que parece, tenía pensado que se quedaran allí una semana más pero eso ya no es posible, primero porque puede que podamos irnos el sábado y hay cosas que hacer y segundo porque legalmente están ya bajo nuestra responsabilidad y no tienen por qué seguir en el orfanato. De todas formas es una mujer que se ha portado muy bien, con las chicas y con nosotros, así que si hay  que ir algún otro día a montar una fiestecita y hacernos unas fotos pues iremos, aunque el viajecito, veinte kilómetros de calles saturadas de tráfico a casi todas horas, se las trae.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Segunda y última etapa. Segundo día (S)

 Hoy nos notifican la Sentencia. Salimos del nuevo apartamento, en el número 9 de la misma calle, y esperamos a  T que nos va  a llevar al Juzgado. Ayer nevó y todavía está la nieve. Hace frío, bastante. Aparece el coche de T con pinta de haber dormido al raso. Cuando pasamos el puente sobre el Dnieper, el barrillo que nos lanzan los otros coches se está quedando helado, el agua del limpiaparabrisas también está helada y casi no se ve. Tania para de cuando en cuando y echa un poco de agua de una botella que lleva en el coche, pero lo más emocionante es cuando echa el agua sin parar el coche, en medio del tráfico y con el cristal casi opaco. La verdad es que esta chica conduce muy bien. Recogemos a Mila por el camino y llegamos al Juzgado. Carlos hace algunas fotos. En la entrada, fuera, como un portero más, está el gato que vi hace unos días, gordito y manso. 

Dentro nuestro amigo policía, que tampoco hoy nos pide el pasaporte. Entramos rápido. Hemos llegado a uno de los pasillos de la segunda planta. Son algo más de las ocho y media y ya hay que esperar.  Esperar, pacientemente, como el resto de los abogados, de negro, con chaquetas de cuero o abrigos de piel vuelta y grandes maletines algo anticuados,  como las señoras mayores que llevan gorros de pelo o pañuelos de flores, unos junto a los otros sentados en el duro banco. Carlos se ha traído un libro y empieza a leer mientras yo sigo mirando lo que pasa en el pasillo y meto la nariz en un cuarto abierto, que resulta ser una sala similar a la de nuestro juicio, pero con un detalle tétrico: en uno de los lados hay una especie de jaula  estrecha hecha  de barrotes recios de hierro pintado en un verde azulado. Dentro sólo un banco. Impresiona.  La sala está vacía. Quiero hacer  una foto, pero, de repente, entra un juez con la toga puesta, cierra de un portazo y adiós a la foto. Van pasando funcionarias con sus tacones, tan poco adecuados,  o eso me parece a mí, para andar por la nieve.  Tania se ríe cuando ve que las miro y me aclara que algunas luego se cambian al salir.  Mila lleva ya un rato dentro, ha entrado Tania para ver qué pasa y cuando sale nos dice que están cosiendo la Sentencia para entregárnosla, hay diez copias y aunque hay dos funcionarias cosiendo, la cosa lleva su tiempo. Al poco rato sale  Mila con cara de circunstancias y me hace entrar: no quiere recoger las copias que le entregan porque son totalmente ilegibles:  sobre todo el fallo donde no se ven los apellidos ni los nombres de las niñas, no se ve nada, la verdad. En el Registro Civil van a poner pegas y en los pasaportes y en todo, claro. Ha protestado y la tienen allí mientras deciden qué hacer. Me pide opinión y estoy de acuerdo con ella, eso no nos lo aceptarán en ningún sitio y lo peor es que se han dado cuenta después de coserlo todo. Paciencia. Mientras deliberan espero allí con ella. Es una oficina que parece un botánico en miniatura: en poquísimo espacio, tras el mostrador en el que cabemos apenas cuatro personas, dos mesas con unos pocos expedientes y un montón de macetas por todas partes. Más macetas que expedientes. También hay más espacio para las macetas  que para los que esperamos. Salgo fuera para que Carlos sepa qué pasa y detrás de mí, Mila que va a hablar con la Juez a su despacho en el piso de arriba. Después de un rato baja y nos dice que ha conseguido convencerla de que saque las diez copias de la impresora de dónde salen tan tenues que es inútil intentar fotocopiarlas. Después, claro hay que volver abajo y volver a coser.  Carlos, que no está acostumbrado a la burocracia ucraniana y se pone malo si tiene que esperar, se queda estupefacto, o eso dice al menos su cara, pero yo ya estoy hecha a todo y Mila incluso se ofrece y yo también, a coser para acabar antes. Pero no, lo tiene que hacer, por lo visto directamente, la secretaria personal de la Juez. Así que, cuando Carlos lleva ya casi medio libro leído, a eso de las 11,20 – o sea, casi tres horas después de entrar,  conseguimos salir con las diez copias de la sentencia en la mano.
Ahora tenemos que volver a los Registros. En el primero, el más anodino, hay que esperar, claro porque, además, la Oficial jefe ha indicado que esto, por ser un asunto de adopción internacional,  lo tiene que llevar ella personalmente. Mientras esperamos, va entrando gente. Entra un señor, el primer hombre atractivo que veo en todo este tiempo, alto, bien plantado, de pelo algo canoso, interesante, vamos; lleva  una abrigo negro y debajo lo que parece un uniforme militar. Se queda cerca de la puerta de la jefa y, aunque no entiendo lo que le dicen, se nota que lo conocen. Espera paciente. Lleva y eso me resulta extraño, una bolsita de un azul chillón, con un dibujito que parece un Papá Noel o algo así, de lejos no lo distingo bien. No le pega nada. Al poco le hacen entrar. Está poco y sale sonriente. Ya no lleva  la bolsa. La Jefa nos llama y entra Mila. Por supuesto, hay que hacer más copias. Tenemos que salir y vamos preguntando. Cogemos el coche porque las calles no están como para ir mucho rato andando. Al final  Tania va sola mientras esperamos en el coche, así que me quedo sin poder añadir una más  a mi lista de fotocopiadoras de Kiev. 

Entramos en la oficina de la Jefa, una señora de edad madura vestida de negro y blanco. En la oficina, que tiene un gran ventanal, hay también varias plantas y un oso vestido de colorines sentado en una de las  butacas que parecen art deco. Mila traduce y hay que firmar. La señora es amable. Cuando nos levantamos y damos las gracias nos desea suerte. Cuando comentaba Mila la mala calidad de las copias, la jefa dice que hay que entenderlo, que tampoco ellos tienen dinero para tinta. Ni para papel, parece, porque al salir nos traduce Tania un letrero que hay a la entrada según el cual las parejas que pretendan casarse tendrán que llevar diez folios blancos para su expediente.  Pero, eso sí, luego podrán casarse en una sala especial, casi un altar, vestido de tules rosas, que he descubierto entrando en una  sala de la que salía una parejita joven con cara ilusionada. Hasta Carlos, que se pone nervioso cuando me ve meter la cabeza donde nadie me llama, me ha seguido y ha hecho una foto. Otra cosa hecha.

Es ya la una y no hemos comido nada así que vamos a un lugar que parece un pequeñito salón de té y tomamos unos bollitos rellenos de patata y tocino, e arroz y carne y un té. Hay varias tartas de colores divertidos y brazos de gitano glaseados  con rodajas de kiwi de adorno. No está mal, sobre todo porque desde las 7,30 no habíamos comido nada. También hay un catálogo de tartas, por si a alguien no le gustan las que están expuestas que no tienen mal aspecto.



Falta el segundo Registro, el grande, el de las bodas. Aquí también investigo mientras esperamos. Son más amables que en el otro y hasta nos enseñan el salón de bodas que están preparando para un evento y en el que me he metido yo ya un poco antes. Lástima que no hemos podido hacer fotos porque en éste, que  era enorme con un altar mucho más grande y una especie de arco de flores a modo de puerta, rodeada de lucecitas de colores, había gente. Todo un hallazgo.  Mientras esperamos, van pasando funcionarias de un lado para otro trajinando con nuestro expediente. Una de ellas nos viene con una cuestión más bien chusca. Dice que en lugar de España a secas hay que poner Reino de España y que, en consecuencia, no puede poner que somos ciudadanos sino algo que, entre todos, traducimos como .súbditos. Carlos, que no cree mucho en la democracia, dice que eso está muy puesto en razón pero, finalmente, la convencemos de que ponga España y ciudadanos y se dejen de florituras.  Al final hay que volver a firmar en otro libro en el que dejan poquísimo espacio y nos vamos corriendo para intentar llegar a otra oficina dónde tramitan el imprescindible código –una especie de NIF- para el pasaporte.


Antes de eso intentamos encontrar una fotocopiadora para hacer las consabidas fotocopias de los documentos del último registro –que acreditan los nuevos apellidos de las chicas- pero no lo conseguimos hasta llegar a la oficina del fisco, con el tiempo justo para entrar antes de que cierren, dónde muy amablemente le indican a Tania una fotocopiadora próxima. Conseguimos los códigos sin problemas y ya sólo queda obtener una copia notarial de los documentos para la oficina del pasaporte. Aquí no hay problema en encontrar un Notario. La oficina en la que entramos es parecida a la de las tartas, nuestra notaria de siempre, pero algo más grande, con la entrada común del edificio mucho más destartalada  y con dos notarias en vez de una. La que nos toca hace todo el trabajo ella sola  y lo resuelve todo, como de costumbre, en veinte minutos, incluida la minuta por la que, también como siempre, no dan factura. Es España eso mismo serían cuatro días y pidiendo hora con antelación. La oficina está muy bien pero la entrada desmerece bastante, como pasa en muchos de los edificios de Kiev.

Son las cinco y media y ya sólo queda recoger a las niñas en el orfanato y volver al apartamento, ahora somos seis, en el pequeño Skoda de Tania con N muy divertida encima de todos nosotros.


Cuando llegamos al apartamento nos encontramos con los pasaportes que nos envió Marcos ayer.  A las chicas les gusta también mucho más este. Sobre todo el jacuzzi, enorme y el televisor, también de tamaño familiar. Charlamos un rato, vemos una película, cenamos y mañana será otro día. Dice Carlos que el domingo saldrá el Sol.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Segunda y última etapa. Primer día

La mañana de este segundo día de la segunda etapa en Kiev ha amanecido fría y con nieve. A las 9 la parte no pisoteada de las calles y las aceras está ya completamente blanca.

A primera hora y con la inestimable ayuda de M&B  hemos resuelto el primer problemilla. El martes antes de marchar a España le dieron a Sol, aparentemente como recuerdo, los documentos de viaje, no eran exactamente unos pasaportes pero servían para ese fin, que N y E utilizaron  la última vez que vinieron  a España, junto con unas fotos. Todo eso se quedó en casa sobre una mesa y claro, ayer resultó que los viejos pasaportes eran imprescindibles para obtener los nuevos. Afortunadamente lo de que en este globalizado mundo ya no hay distancias es bastante cierto y estarán en Kiev mañana por la mañana.  Si el tiempo no lo impide, claro.

Por la tarde nada porque las calles estaban imposibles. La gente de por aquí se mueve con sorprendente agilidad caminando sobre la nieve helada, incluso con tacones, que dice Tania que se agarran mejor al hielo,  pero nosotros, después de comprar algo para la nevera y de comer en Ле Борщ,  -borsch, el nombre de la sopa-  un restaurante de cocina ucraniana donde se come estupendamente por  50 grivnas (menos de cinco euros), nos hemos refugiado en el apartamento, que es bastante cómodo y a eso de las 5 hemos recibido la visita de Mila. Hemos quedado mañana en el Juzgado para recoger la sentencia y después iremos al registro y a por el código-de identificación fiscal-  que parece lo más problemático.  Si lo de mañana sale todo bien el lunes pediremos los pasaportes. De momento a las ocho menos cuarto nos esperan en la puerta para empezar la peregrinación burocrática. S, que ya ha disfrutado de una primera versión, me ha prometido que no me aburriré. A última hora de la tarde recogeremos a las chicas en el orfanato.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Alguna foto

Desde el balconcillo del apartamento, en el número 9 de Михайловской ул, donde, por unos días, tenéis vuestra casa, aunque a partir del viernes la actual sensación de amplitud se verá bastante reducida con la incorporación de dos nuevas residentes.




miércoles, 1 de diciembre de 2010

Llegada a Ucrania

Pues ni ciclones, ni tormenta de nieve, ni vientos de Siberia, ni nada que destacar. Lo de los 14 bajo cero si que parecía cierto pero como el viento, que, según Tania, fue ayer bastante fuerte, se había parado la sensación no era excesivamente desagradable. En el viaje hemos conocido a un argentino muy simpático que venía a visitar a su hijo y a su nuera ucraniana, que se ha enfrentado, verbalmente, con un grupito de listos que pretendían ignorar la cola de embarque y a los que ha hecho desistir de su propósito. Con mi apoyo moral, eso sí. Hemos compartido los dulces de una ucraniana en el avión que, a pesar de los pronósticos, no se ha movido más que lo necesario para hacer el trayecto y ha llegado antes de la hora prevista. El nuevo apartamento es casi perfecto: limpio, silencioso, amplio, a 20 metros de la plaza de la Independencia y con todos los cachivaches necesarios y algunos innecesarios o cuya utilidad, por el momento, desconocemos. Eso sí, sólo hay una mesa alta así que tengo que dejar esto, hasta mañana,  porque vamos a cenar y a dormir que el día ha sido largo.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Preparando la vuelta (a Ucrania)

Parece que vamos a tener buen tiempo. Un par de ciclones de nada, alguna tormenta de nieve, las carreteras congeladas y embarradas y viento helado de Siberia de 15 a 22 metros por segundo (unos 80 km por hora) a 22º bajo cero. La temperatura prevista para el día 1 no bajará de 13 grados bajo cero ni subirá de cinco, también bajo cero. Como en Canarias, vamos. Y esto parece sólo el principio. En esta ocasión, sin embargo, el viaje no tiene demasiadas incertidumbres y se supone que todo irá sobre ruedas, aunque a veces parezcan cuadradas. Hay que recoger la sentencia, hacer partidas de nacimiento con los nombres nuevos, ir al registro, o registros, civil, pedir los pasaportes, recoger un código de identificación fiscal de las chicas (igual lo he entendido mal, pero no creo), recoger los pasaportes al cabo de no menos de cuatro días, pedir visados en la embajada de España y creo que eso es todo... Con mucha suerte el día 11 de diciembre volveremos pero, por si acaso, tenemos billetes para el 15.

The Emergency Situations Ministry has warned that weather conditions in Ukraine will deteriorate significantly during the period of November 29-30 because of the movement of an active cyclone.
In Kyiv and the Kyiv region, heavy precipitation in the form of snow, wet snow (wet snow with rain on November 29), icy conditions, slush buildup, icy roads, winds of up to 15-22 meters, and snowstorms are expected.





martes, 23 de noviembre de 2010

Desde Kiev: Vigésimo día (S)

Último día, de momento. Llueve bastante. Hay poco que hacer: recoger, cambiar dinero para pagar el apartamento y comer con Mila y la traductora de la asociación para concretar lo que hay que hacer a la vuelta, el 1 de diciembre, que no es poco.  Aunque no he repasado  estas crónicas, narradas en tono periodístico rápido, sin revisar ni pulir, creo que me he detenido en lo negativo y, acaso, he podido dar una visión excesivamente gris de este pedazo de Kiev que he recorrido.  Me dice N, por ejemplo, que la Primavera es preciosa, que hay muchos castaños de indias, ahora desnudos, que se cuajan de flores de un blanco rosado y las avenidas tienen entonces un encanto especial.  Dando una vuelta el pasado fin de semana por los alrededores de la catedral de Santa Sofía también percibí un espacio más cálido y acogedor. Y es que  esta ciudad enorme tiene muchos contrastes: hay barrios y más barrios deprimidos y  zonas exclusivas y hoteles de lujo y cochazos y limusinas a cada paso. Yo, que no suelo fijarme en los coches, aquí giro la vista a veces porque me sorprende ver tantos todoterrenos negros, enormes, de cristales tintados.Lo de las limusinas es también increíble, las hay negras, rosas, blancas, las más, algunas tienen ruedas casi como de tractor. Por nuestra calle pasan a menudo, camino de la iglesia, porque los novios las alquilan para su boda: la pequeña corría como loca tras ellas para fotografiarlas, este fin de semana era reportera.  La avenida Kresatik está llena de comercios de lujo, de marcas exclusivas, tiendas enormes muy europeas, nada que ver con los mercados al aire libre, claro está, Son tiendas caras con productos de importación. Bajo tierra hay también tiendas y más tiendas, algo muy apropiado en este país frío, algunas, según las zonas, también  son de lujo, otras sencillas, muy de mercadillo, a buen precio. Hay Macdonalds por todas partes, más que pizzerías, lo que me llama algo la atención y algunos restaurantes chinos. Por la calle se ven pocos moros, pocos negros, pocos chinos, ningún sudamericano.  

El marido de Mila me contaba un día que este país necesita un cambio total. Es un hombre sencillo y bondadoso que abomina de la injusticia y ve que su país no levanta cabeza. No sabe si están mejor ahora, desde que desintegró la Unión Soviética, porque la corrupción está presente en cualquier ámbito de la administración, o eso cree él.  Estos días hay manifestaciones en la Plaza de la Independencia. Anoche salimos y nos acercamos un poco: protestaban por la subida  de impuestos y protestaban también por la corrupción. Había gente, todos con la bandera de Ucrania. Se pasaron todo el día porque por la mañana cuando íbamos al Juzgado ya había un grupo grande en el mismo lugar. Pero incluso estas manifestaciones son  silenciosas: hay uno que, altavoz en mano, explica porqué están allí, pero el resto están parados, en silencio, como mucho, mueven sus banderas de un lado a otro… Escribo estas líneas últimas, después de contratar un apartamento para la vuelta. Nada que ver con éste en el que, de todos modos, al final, me he sentido a gusto. El portero nos lo enseña después de ir cuatro veces, siempre estaba ocupado, ahora también, pero ha salido el inquilino y accede, mientras se queda su compañero abajo, por si vuelve, cuando ha comprendido  que lo de ver la foto en internet no me convence y quiero verlo con mis propios ojos, que lo virtual puede resultar engañoso. Está bien. Limpio, bien aislado, muebles bastante nuevos, cortinas limpias. Pago la fianza  ya. Me despido de las dos traductoras con las que hemos comido, N y yo, en el restaurante de siempre. La dueña nos ha deseado suerte porque se entera de que nos vamos, aunque le digo que aún volveremos y vendremos, que me han atendido muy bien. Hoy como una especie de ensalada hecha con patata, huevo, cebolla, mucha remolacha   y pescado marinado, todo a capas, terminado con remolacha mezclada con mahonesa. Se pone en molde a enfriar y se corta como un pastel. Es delicioso. Lo veía y no me atrevía a probarlo. El otro día lo comieron aquí las niñas y lo probé. Lo haré en casa, seguro..  

Al volver al apartamento  llega la casera a cobrar. Dice siempre “no problem” mientras cuenta el dinero.  Aquí, ya me lo advirtió Mila, no dan recibo por nada aunque le exigí uno de la parte que le pagué antes y se extrañó mucho.  Aquí se fían, dice Mila, pero la que pago soy yo. Nos quedamos solas. Llueve, no vamos a salir ya.   Antes de cerrar esta crónica quiero hacer balance de las gentes que he conocido aquí y es un muy buen balance. A pesar de todas las dificultades, me voy con buen sabor de boca. Mila y su marido, la Directora, la Inspectora, la gente del internado, la ayudante de Mila, la juez, hasta la dueña del restaurante y una empleada del supermercado me han parecido, todos ellos, gente afectuosa y de buen corazón. No me he sentido extranjera en ningún momento. Todos hacían lo posible por hacerse entender y sus gestos eran afables y cariñosos.  Resulta curioso cómo, cuando no se habla una misma lengua, los gestos son tan importantes y acabas entendiendo sin entender y hasta sabiendo cómo es cada cual guiándote por su mirada…. N está acabando de arreglar la maleta. Duda si dejar aquí una camiseta que, al lavarla, igual que  ha pasado con mi camisón, ha adquirido el famoso color “ala de mosca”. .  Yo le digo que yo me lo llevo como recuerdo, pero a ella estos recuerdos no le hacen gracia. Cierro ya el ordenador, que tengo que meterlo en la maleta.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Desde Kiev: El Juicio. Lunes 22 (S)

Hemos dormido poco. La pequeña dice que está preocupada. Tiene miedo, dice, de que la Juez no la deje ir a España. La mayor tampoco podía dormir. Salimos para el Juzgado. N no viene porque el Juicio es a puerta cerrada. Llegamos al Juzgado y esperamos abajo hasta que llega la Directora del Internado porque las niñas tienen que entrar con ella. En el pasillo color ala de mosca nos encontramos todos: los dos miembros del Jurado popular, la Directora, Mila y su ayudante,  la Inspectora, las niñas y yo. Faltan los representantes de los dos registros civiles y del Departamento de adopción, que han excusado su asistencia y el Procurador,  equivalente al Fiscal, que va a tardar un poco. Apretados en el estrecho pasillo vamos cruzando miradas y sonrisas. La Inspectora, Sofía Loren, -ya la llama así hasta Mila- se levanta y nos hace sitio en el banco. Lleva un modelo sofisticado, un vestido negro con una guirnalda de flores que termina en un cuello discreto, aunque algo escotado, de un azul clarito. No le falta detalle: el pelo cardado, el rostro maquilladísimo, las uñas afiladas…Tiene una mirada cálida y afectuosa, a pesar de los ojos felinos. A su lado las representantes del Jurado popular  se ven aún más rancias: vestidas de rojo y negro, gorditas, una de ellas lleva un pañuelo blanco finito ribeteado de unas flores, como de velo de beata, a modo de chal, sobre los hombros. La directora está en el término medio; correcta, de negro y blanco.  Me coge la mano mientras esperamos dándome ánimos. Se ríe con ganas cuando le cuenta la pequeña que ayer, cuando fuimos a la catedral de San Miguel repleta de gente, por error, cogí la mano de una anciana en lugar de la suya y la abuela me miraba con cara extrañada mientras ella se partía de risa detrás. Ha llegado el Procurador, que resulta ser también una mujer – todo somos mujeres- y pasa rápido hacia adentro y ya entramos todas en fila. Entra también Tania, la ayudante de Mila porque Mila va a traducir y Tania  va a hacer de representante mía. 

La sala es pequeñísima: una mesa enfrente de madera barata, sin adorno ninguno, otra algo más pequeña a cada lado y un atril frente a la mesa principal. Tras las mesas bancos de madera  como los de los pasillos. Junto a la ventana que hay detrás de la mesa de la Juez una Bandera de Ucrania y un escudo colgado de la pared. Un  ordenador anticuado en la mesa de la Juez y un micrófono en cada mesa. Nada más. Como hay algo de luz natural y el día no es gris del todo, el conjunto no es triste. Entramos todas menos la juez y todas nos levantamos cuando entra. Sólo ella lleva toga negra, más ancha que la que utilizamos en España,  parece un blusón de los antiguos ganaderos españoles, sólo que más  larga. Me siento junto a Mila en el lugar en que se sienta el Abogado. Como en casa, vamos. La Juez tiene un rostro apacible. El conjunto es amable. Tengo enfrente a Sofía Loren que me mira y sonríe constantemente. Me interroga la Juez al principio y me levanto. Siempre que se dirige la Juez a alguien debe levantarse para contestar. Me pide los datos y Mila va traduciendo. Hablo lo justo, muy tranquila, como hay que hacer en estos trances y como yo aconsejo siempre a mis clientes. Luego lee parte del expediente explicando las circunstancias del caso y tengo que levantarme otra vez por si creo que se ha dejado algo o hay algo que quiera concretar. Hablo brevemente y parece que se me quiere quebrar la voz, ya al final, cuando explico que, además de todo y sobre todo, las queremos mucho. Mila me había prevenido de todo lo que me podían preguntar e insistía en que preguntan mucho, pero ni el Jurado popular ni la Inspectora quieren hacer más preguntas y sí me pide la Procuradora que diga cuánto tiempo han estado ya las niñas con nosotros. Lo aclaro y ya se da por satisfecha.  Luego habla la Inspectora, la Directora y la Procuradora y finalmente les pregunta la Juez a las niñas. La mayor contesta, habla bastante, muy formal y segura. Cuando le toca a la pequeña, se agarra a mi brazo y esconde la carita un poco. Sólo contesta que quiere venir a España y, para ayudarle, le digo que le enseñe las fotos que he dejado encima de la mesa y la Juez  la permite acercarse hasta su mesa y allí le va explicando cada foto: ésta en la biblioteca de casa, con papá y mamá en casa, en el despacho de mamá...Esto ha cortado el hielo y la Juez le va preguntando cariñosa y sonriente. Vuelve a su sitio y vuelve a agarrarse de mi brazo y, por si caso, ya no me suelta. A las niñas les ha hecho alguna pregunta la Procuradora y las del Jurado, pero nada dos cositas. La Juez sigue ahora con la Lectura de todo el resto del expediente. Aquí se leen, resumidos, todos los documentos que hemos  aportado, uno a uno, con lo que se hace todo un poco largo. La pequeña bosteza. 

He de levantarme otra vez: aquí la petición, el SUPLICO, lo hace directamente el interesado y tiene que concretar, punto por punto, todo lo que pide. Así lo hago. Mila va traduciendo. Nos volvemos a sentar. Luego vuelven a intervenir todas las partes para mostrar su conformidad con la solicitud y decir que no hay nada que oponer. La que más habla es Sofía Loren que pone énfasis en su argumentación y ve muy positiva esta petición. Después de ella la Procurador ya habla poco, ratifica lo que dijo antes y el resto lo mismo. Cuando terminan todos la Jueza se levanta y sale con el Jurado Popular para deliberar.  Nos hemos puesto en pie: la Procuradora recoge ya sus cosas y se despide, en general, pero la Inspectora se acerca a mi mesa y me da la mano y me desea mucha suerte, se pone el abrigo y un pañuelo brillante al cuello y sale haciendo sonar sus tacones con fuerza. Entra de nuevo la Juez y nos lee la resolución: está de acuerdo con lo solicitado y el viernes de la Próxima semana nos notificará formalmente la Sentencia. Sale con el Jurado y la Secretaria. 

Hemos terminado. La Directora me da un fuerte abrazo y  me llama ‘mamma’ . Mila aún tiene que entrar en el despacho de la Juez y vamos bajando. Mientras esperamos las niñas llaman a papá, que ya tenían ganas. Todo normal, estaba intranquilo porque no esperaba, yo tampoco, que fuera tan largo. Ha durado dos largas horas. Cuando salimos el guardia de la puerta, que tampoco nos había pedido hoy la documentación, nos despide amablemente. Hacemos un par de fotos a la entrada y nos vamos camino del internado.  Otra vez nos tenemos que despedir, pero estamos todas ya más tranquilas. Tienen unos días, les explico, para hacer las maletas y despedirse de sus amigas. Ni se van a enterar. La Directora les dice que estos días que quedan también tienen que obedecer, claro dicen y, en efecto, se  ponen  los abrigos sin rechistar, me dan bastantes besos y se van diciendo adiós con las manos. Salimos de allí y  el viaje de vuelta ya no se me hace tan largo ni los pinares me parecen tan oscuros. Parece que esto empieza a enderezarse, pero aún queda un trecho. Mi padre, el viernes se cumplieron veinte años de su muerte, me decía siempre que no aflojara. Todos estos días lo he tenido muy presente.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Desde Kiev: jueves 18 (S.)

Hoy también hay niebla,  quizá algo más tenue que la de ayer.  Al otro lado de la calle me esperan para ir, otra vez, a los registros y al Juzgado hasta donde hay un buen trecho. Cruzamos el puente sobre el Dnieper, que parece no acabar nunca, aunque vamos por el lado bueno. En dirección contraria,  hacia el centro de Kiev hay, como siempre, un atasco monumental. Ya he dicho que Kiev es una ciudad muy grande. Cuando parece que se acaba surgen de entre los árboles bloques y más bloques, muy parecidos unos a otros, mal conservados casi todos, las barandillas de los balcones oxidadas, comidos por la humedad y el frío los cerramientos de madera de las galerías, podridos los pequeños maceteros de algunas ventanas…Todo es de color gris. 

Llegamos a nuestro primer  destino; el Registro Civil “de las bodas”. El otro día era ya de noche y casi no me fijé en el entorno: está en un barrio de bloques no demasiado altos que rodean un espacio interior mal asfaltado, en el que una tropieza constantemente y en el que hay unos cuantos columpios oxidados y llenos de mugre. Ni un espacio verde, nada de flores. Y es que en todo lo que llevo aquí sólo he visto unos rosales frente a un hotel, caro y muy moderno, entre Santa Sofía y San Miguel, o sea, en la zona monumental y más exclusiva y también en un pequeño parterre dentro del recinto de San Miguel.  La pequeña vio el otro día unos tajetes, yo los llamo claveles moros, cerca de nuestra casa y gritó, ‘mamá una flor’ ¡Tan extraño es ver alguna!. Sin embargo hay muchos puestos de venta de flores y son preciosos, también se ve a muchos chicos llevando una rosa de tallo largo en la mano y con ramos de flores se recibe a amigos, o novios o hijos o padres en el aeropuerto. Pero volvamos al Registro. Hoy hay varias parejas esperando en el salón. Esperamos nosotras también. Una de esas funcionarias de altos y ruidosos tacones, vestida con un jersey rojo espantoso y escotado que termina luego en una especie de cuello bufanda de la misma lana roja, va y viene con nuestro expediente, que reconocemos por la carpeta de las cintas blancas. Como diría el poeta amarrada al duro banco… observo a la gente que va y viene. En la oficina de enfrente entran y salen funcionarias, cerrando siempre la puerta con llave. En la pared hay un interruptor y escrito como con tiza roja encima 220V. Será para que la gente sepa lo a lo que se expone si mete el dedo, en vez de la bombilla, en el portalámparas o quizá para que no utilicen bombillas de 125, como pasaba antes en España. Al poco nos llama la chica del atuendo rojo y le da todo hecho a Mila, incluidas algunas explicaciones. Dice Mila que es muy amable. Mientras la esperamos en la sala de bodas, oscura, a pesar de que es de día y tiene ventanales en una de las paredes, porque la mitad de las lámparas del techo están apagadas o fundidas como es normal en todos los edificios públicos que hemos visitado, veo un cartel con una pareja  que parece que está bailando y una flecha que señala en dirección a un pasillo. Pregunto si es que también hay un salón de baile pero Tania me dice que no, que es que aquí alquilan trajes de ceremonia. Muy práctico, sí señor.  

Nos vamos al otro registro en el que ya no perdemos tiempo. A pesar de que hay una cola muy larga, está ya todo preparado e, incluso parece que nos dejarán presentar los papeles el mismo día de la notificación de la Sentencia, a pesar de que ese día, viernes 3 de diciembre, no se hacen estos trámites en este Registro -la llamada de Sofía Loren ha sido, parece, mano de santo-. 

De aquí nos vamos al Juzgado con todo lo que tenemos. A la entrada Mila que está adquiriendo un cierto sentido del humor recuerda lo de Río de Janeiro y dice que podía ser nuestra , no le sale la palabra en español, al final entre las tres decimos “contraseña”. Al entrar está el mismo guardia y Mila me sorprende cuando en lugar de enseñar el pasaporte dice “Río de Janeiro” y el guardia sonríe y nos deja pasar. Aquí también va todo bien y casi no tenemos que esperar. La juez ve que somos rápidas y que va a estar todo a punto. Seguimos ruta. Iremos primero al internado. Hay que entregar la notificación, hacer todo lo que hemos hecho en los Registros, recoger ya la contestación y, también, una declaración de las niñas que ha pedido la Juez y tiene que escribir ellas. Por el camino hablo por teléfono con la mayor para saber si le dan hoy el alta. Mila está intentando que me pueda llevar hoy a las niñas para no tener que hacer mañana otro viaje de una hora por los suburbios de Kiev. Tras unas pocas llamadas parece que podrá ser. En ruta, pasamos por uno de esos mercados callejeros en el que venden frutas y verduras en unos puestos al aire libre, las cajas apiladas en el suelo a modo de mostrador y encima la mercancía que pesan en una de aquellas viejas balanzas triangulares con un plato estrecho para el peso y otro más ancho para la mercancía. Un poco más allá unas cuantas abuelas vestidas con abrigos largos y recios y con pañuelos de flores a la cabeza, sentadas en unos cajones o bancos pequeños de madera, venden algún producto casero que exhiben en otra caja de madera puesta en pie.  Nuestro coche para en un semáforo, cerca de ellas y puedo verlas mejor: una vende grandes ramilletes de perejil y un par de racimos de grosellas; otra está pelando castañas y llenando con ellas unos vasos de plástico; la de al lado tiene otros vasitos llenos de nueces troceadas; la de más allá vende ramos de crisantemos, algo mustios ya y, junto a ella, una de aspecto muy cansado, sentada casi en el suelo, unas botellas de leche. Pasamos también cerca de un cementerio. Rodeándolo hay montones de vendedores de flores, todas de plástico, muchas de ellas formando  extrañas coronas que más parecen esas guirnaldas que se colocan al cuello del  caballo cuando gana una  carrera. Da algo de grima, la verdad. Pero no tanta como el hospital en el que ha estado la mayor casi un mes. Es la tercera vez que voy, pero no gana nada con el tiempo. En medio de un pinar, con esos pinos altísimos que se dan por aquí que sólo tiene verde la copa y huérfano de sol, está este edifico destartalado, antiguo con desconchados por todas partes y pintado de un blanco grisáceo. Entramos por la puerta de cristales con cuadraditos de colores y nos hacen esperar en el vestíbulo, sentadas en unos sillones de un marrón descolorido. Mila ha ido a hablar con el médico. Como su ayudante habla poco, me distraigo mirando a mi alrededor. Cerca de nosotros hay lo que parece ser un cajero automático que queda algo extraño, como fuera de lugar pero Tania dice que sí, que es un cajero automático y que está ahí para que cobren los médicos. Bueno. Aparece al poco la mayor, corriendo y con el gesto algo triste que le dura hasta que sube al coche y salimos de allí.  

Nos vamos al orfanato.  La Directora, Ludmila Nicolaevna –aquí utilizan siempre los patronímicos, el nombre del padre terminado en evna para las mujeres o en evich, para los hombres. Lo de Mila, por ejemplo, es una drástica abreviatura de su nombre que sólo utilizan los españoles-, es una mujer afectuosa, muy sonriente,  y me da un fuerte abrazo y un beso. Aquí no es costumbre dar uno en cada mejilla. Me trae una silla, me invita a sentarme y envía a la mayor a recoger a la pequeña a la escuela. Cuando llega me da un abrazo y me presenta a su amiga, una niña, hija de una de las que trabajan allí, con pinta de formalita que viste un traje de chaqueta negro –aquí van de negro al colegio- de persona mayor que le da un aire gracioso.  Las chicas se ponen, muy formalitas, a escribir el texto que nos ha pedido la juez. La mayor escribe deprisa y la pequeña con mucho cuidado, apretando el bolígrafo contra el papel y mordiéndose el labio. Se enfada porque no le sale recto porque lo quiere hacer todo perfecto.  Vamos hasta los dormitorios para que cojan algo de ropa, bastante, porque la Directora las deja quedar hasta el lunes para que las llevemos directamente al Juzgado y no tengan que ir y venir tanto por esas carreteras. Tardan un poco en hacer el equipaje porque tienen que recoger la habitación antes, nos dice la educadora, o cuidadora, a cargo del edificio de niñas.  Esperamos en la sala en la que ven la televisión que, de día, no gana nada. Destartalada, marrón y triste.  Las niñas se despiden de sus amigas y de la Directora, a la que encontramos por el camino con un niño, ya mayorcito, cogido de la mano que llega nuevo, hoy, cabizbajo, con el pelo rapado y ojos apagados.  Por fin salimos. 

Llegamos a Kiev ya de noche y aún vamos a cambiar dinero con Mila porque hoy vienen a cobrar el apartamento y no tengo bastantes Grivnas -гривня-. Luego vamos a ver a nuestra Notaria para intentar adelantar uno de los trámites que hay que hacer una vez que tengamos la sentencia. La notaria sonríe cuando nos ve entrar y lo hace sin problemas. Ya somos clientas.  La pequeña nos ha señalado el anuncio de tartas de la entrada y ha compensado la ausencia de tartas en el interior comiéndose casi todos los caramelos de cortesía que la notaria tenía en una cestita sobre una mesa baja. La mayor me dice después que, cuando me he levantado a firmar, ha aprovechado para meterse unos cuantos en el bolsillo del abrigo. ‘Mamá, sólo han sido cinco o seis’ Me dice. ‘Ya hablaremos en casa’, le digo yo, ‘eso no se hace’. Nos reímos todas, notaria incluida, nos despedimos y nos vamos al apartamento donde, nada más llegar, empiezan una batalla por el mando de la tele que zanjo confiscándolo y amenazándolas con enviarlas de vuelta al internado. Creo que no me creen. Mañana será otro día. 

viernes, 19 de noviembre de 2010

Decimosexto día

En el último día de sesiones de esta semana, el Parlamento de Ucrania, atendiendo a mi sugerencia de hace unos días o por cualquier otra razón de análogo peso, se ha ocupado de los asuntos que, como dirían nuestros políticos, preocupan realmente a los ucranianos. O no, claro, pero en cualquier caso no han entrado a considerar el proyecto de ley que nos ha ocupado y preocupado en los últimos dos meses. Como el juicio es el lunes y no hay sesión prevista en las próximas dos semanas, podemos dar, también, este problema por definitivamente resuelto,  si es que he entendido bien el procedimiento legislativo de este país y al menos, por lo que pueda afectar a nuestro asunto. 

Y no digo más. La crónica de S del miércoles está en el post anterior a este.

Desde Kiev: miércoles 17. (S)

Hoy también ha sido un día ajetreado.  De las notificaciones en el DA -Departamento de Adopción- se ha encargado Mila y después hemos comido con ella en el restaurante que hay debajo de casa al que ya me he referido en alguna ocasión. Es un lugar agradable en el que nos encontramos a veces, hoy por ejemplo, a la notaria, que nos saluda y a la que deseamos buen  apetito, que así se dice aquí, apetit, más o menos. Hay bastantes palabras parecidas. El ucraniano es un idioma suave, sonoro, bastante agradable. Se come rápido. Entre semana es sólo autoservicio, más que aceptable y bastante barato. Comida local, casera y siempre parece recién hecha. Casi todo lo que pruebo me gusta, como por ejemplo una sopa que consiste en un conjunto muy variado de verduras: coliflor, guisantes, patatas, zanahorias, etc y en algunos casos algún trozo de carne. Al servirla le echan una cucharada de perejil fresco. Hay siempre sopa Borsch, que le da nombre al restaurante, hecha a base de remolacha, patata, alubias y trozos de carne y, además, me cuenta N, al final se le echa un sofrito de tomate por encima que es lo que le da el color rojo y el sabor intenso.  He pedido una ‘piba malenka’ o sea, una cerveza pequeña , casi no pruebo el agua, que me sabe malísima. Mila come a una velocidad tremenda, aún tiene que hacer varias cosas y entre bocado y bocado atiende al móvil y va haciendo también un par de llamadas para arreglar cosas mías. Llama otra vez a la que gestiona los apartamentos porque queremos reservar  para cuando vengamos a buscar a las niñas la primera semana de Diciembre. Hay uno en una perpendicular a la calle en la que estamos ahora, algo menos ruidosa que ésta, que no supimos encontrar hace unos días porque la numeración de las casas se complica mucho en las que hacen esquina y nos liamos.  N se va esta tarde a ver a su padre y no vuelve hasta el domingo. Está algo preocupada por dejarme sola, pero le digo que no pasa nada, que están Mila y su ayudante, Tania,  con las que me llevo ya muy bien. Mila asiente y además quedamos ya para mañana que hay trabajo: hay que recoger todas las citaciones y llevarlas al Juzgado, ir a ver a la inspectora y a la directora y todo está en el quinto pino, así que vamos a estar muy ocupadas. Por la tarde cambiamos algo de dinero y compramos algunas cosas para que cuando vengan las niñas, este fin de semana, haya algo en la nevera, que comen, las dos, como lobos. La niebla es densa, empezó esta mañana, y  ahora está baja. Después vamos hasta la Iglesia de San Miguel a dar un paseo. La atmósfera es de película de misterio: al pasar el arco de entrada al recinto – el conjunto  está formado por  una iglesia, unos edificios destinados a alojamiento de seminaristas y sacerdotes , una iglesia pequeña, antigua de tejado de madera y otros edificios más pequeños- se ve, sólo entre la niebla y bajo los árboles desnudos del fondo, a un sacerdote con gorro negro y barba larga. Es un ambiente como el de esas viejas películas de Hitchcock al que contribuye una chica, empujando un carrito de bebé, que aparece, de pronto al lado del cura. Supongo que nosotras también encajamos en la escena. Entramos en el templo con N que ya me aclaró hace unos días que ella no sabe gran cosa de los ritos ortodoxos. En la iglesia hay bastante gente y un monje, hay más pero sólo se ve uno, cantando. En la parte trasera hay un coro de jóvenes seminaristas que dan la réplica, con unas voces preciosas, a los monjes. Al cabo de un rato el que dirige los oficios es sustituido, tras un intercambio de saludos e inclinaciones de cabeza,  por otro con gafas de culo de vaso, enormes y aspecto de psicópata, que continúa con rezos y canciones a las que responden los seminaristas con nuevos cánticos. Hay una abuela en medio y un grupo de gente más alejado. Yo también me alejo un poco porque me había quedado en medio. N me dice que debía ser una misa de funeral y la abuela algún familiar del difunto.

Al salir, las dos abuelas que piden limosna a la entrada, siempre las mismas, parecen algo encogidas de frío pero se estiran un poco para acercarnos el vaso de plástico, en el que echamos unas monedas y nos dicen spasiba –gracias- una y otra vez, inclinando la cabeza. Hace rato que es noche cerrada.  En la plaza, delante de las iglesias, hay varios coches parados de los que están sacando cámaras cinematográficas y montando trípodes: noche de cine de misterio, como yo suponía. Volvemos a casa. N insiste en que no se va tranquila y yo le digo que no se apure, que hoy está de guardia el más pesado de los guardaespaldas del mafioso. Una especie de armario parlante que también saluda muy amablemente. Se va ya tarde. Cierro la puerta con cerrojo pero me acompaña el ruido del tráfico que sólo decae un poco los fines de semana y entre las tres y las siete de la mañana. Llamo a mi madre. Me llama Carlos. Contesto al correo, escribo esto  y veo una vieja película de Agatha Christie en el ordenador. Me voy a dormir.

Decimoquinto día

Hoy ha sido un día ajetreado para S. -N ha ido a Odessa a ver a su familia y no volverá a Kiev hasta el sábado- Ha ido con Mila al registro civil y al orfanato para terminar con el papeleo previo al juicio y después a ver a la notaria para adelantar algo los trámites posteriores a la notificación de la sentencia. El parlamento ha debatido el nuevo código tributario y algunas cuestiones reglamentarias y por la tarde n y E han ido con S al apartamento y se quedarán con ella hasta el martes, después del juicio. S está cansada de tanto trajín y yo, en la distancia y aunque con mucha menos justificación, también. Pero el tiempo pasa y los pasos necesarios para la adopción, de manera lenta pero segura, se van dando uno detrás de otro. Si el juicio se resuelve favorablemente el lunes y tenemos la sentencia el día 2 de diciembre, podemos esperar estar en casa, los cuatro, hacia el día 8 o 11 de ese mes. Creo que está siendo una suerte contar con Mila. Y con N, con Tania, con la directora del orfanato, con la inspectora que se parece a Sofía Loren y con la que no se parece tanto, con las funcionarias del DA, con la notaria, con la jueza, las camareras -dievushkas- del Borsch y hasta con las chicas de las fotocopiadoras. Creo que ya lo dije en otra ocasión pero, por si acaso, lo repito: en este asunto, al menos por la parte ucraniana,  sólo han intervenido mujeres. Los únicos hombres con los que hemos hablado y sólo para intercambiar algún saludo, son los porteros del apartamento, los que vigilan a no sabemos quién y el segurata del juzgado.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Desde Kiev: lunes 14 y martes 15. (S)

La mañana del lunes es algo gris. Hoy toca Juzgado. Cuando me estoy poniendo el vestido que me he traído para estas ocasiones, discreto, sobrio, recuerdo a Pepe Isbert  en la película de   Berlanga, cuando arreglaba la corbata de su yerno, que iba a pedir plaza de verdugo, y le explicaba que a los edificios administrativos hay que ir siempre correctos y aseados. Hemos quedado con Mila a las diez en la Notaría. Llegamos antes que ella y subimos a esperarla arriba, pero todavía no han abierto. En la puerta de entrada, bajo el letrero de Notario y el horario de atención al público hay un cartel plastificado con un dibujo de una tarta de varios pisos.  N intenta buscar explicación a semejante  despropósito y lee el anuncio y me traduce que allí sólo habla de tartas y que debe de ser que anuncian que se hacen tartas. A mí me parece algo raro, hasta para Ucrania, que hagan tartas en una Notaría y ella me dice que igual solo es que le pagan por poner el anuncio. Puede que sea eso, a estas alturas ya todo me parece normal y a ella esa  explicación le parece satisfactoria. Cuando viene Mila nos explica que la puerta cerrada da paso a un pequeño recibidor común para la notaría y un establecimiento de venta de tartas y que no huele a tartas porque allí solo se encargan. Luego te las llevan a casa o hay que ir a buscarlas a otro sitio.  Aclarado finalmente el misterio de las tartas notariales, llega la notaria a la que ya conozco. Es menudita de pelo casi blanco, piel blanca muy agradable y ojos de un azul clarísimo. Lleva una diadema de Burberrys y un pañuelito atado al cuello, también de marca. Su despacho tiene dos mesas sencillas un par de ordenadores y una fotocopiadora pequeña. Sólo hay un pequeño mueble para archivo y dentro seis archivadores, dos rojos, dos azules y dos verdes. Ella misma redacta los documentos, los imprime, hace las copias y cobra, todo en menos de media hora. Un lujo. No tiene ni empleados. Tuvo, me aclara Mila, una secretaria, pero ahora se lo hace todo ella. Aquí esta es una profesión liberal, hay notarías por todas partes, en el edificio en el que me alojo, el que tiene un mafioso incluido, hay otra.

Bueno, una cosa hecha. Ahora al Juzgado. Está en el quinto pino. Kiev es una ciudad grande, que parece que no se acaba nunca. El Juzgado es un edificio indescriptible: pintado de naranja parece un edificio de apartamentos playero de los años cincuenta – en España, quiero decir- y está rodeado de una verja de hierro con unos motivos decorativos que imitan escudos, o algo así, en un dorado chillón bastante llamativo. Entramos y el guardia de la entrada, un jovencito de mirada picarona, nos reconoce cuando entregamos los pasaportes y al ver el mío dice:  ‘Ah la española, Rio de Janeiro’, - toma geografía- se ríe y nos deja pasar sin copiar nuestros datos en un libro registro, tal como sí hizo el viernes. Subimos arriba y volvemos a explicar nuestro caso, la prisa que corre, que hay reunión del parlamento otra vez mañana día 16, el incidente de la retina, le enseñamos un certificado médico de Carlos junto con algunas fotografías con las niñas en casa y en Ucrania. Parece que se ha sensibilizado algo, pero, de entrada, no le parece bien lo de darnos las citaciones para que las llevemos nosotros a todos los que han de participar en la vista, como le sugerimos para evitar problemas con el correo. Al final no concreta nada, pero se compromete a recibirnos otra vez al día siguiente, martes, a las diez de la mañana. Así que otra vez a casa con las manos medio vacías, pero Mila cree que la ha vito más receptiva  y, también, que si nos hace volver es porque algo va a ceder. Es, dice, una buena mujer. También lo cree la inspectora, que es la que ha conseguido que sea ella la que vea este asunto; lo del Juez predeterminado por la Ley, principio básico del derecho procesal español, no parece aquí tan importante, pero ahora estamos a lo que estamos:  convencerla de que el tiempo apremia y de que vea este asunto cuanto antes.

El martes nos levantamos pronto porque tenemos una hora de viaje hasta el Juzgado. No he dormido. Hoy hay sesión del Parlamento. Cuando ya estamos preparadas para salir N ve una araña menuda en la pared. Me quito la zapatilla para matarla, pero me dice que no se me ocurra, que aquí en Ucrania eso puede traer mala suerte. Así que golpea la pared y la araña sube para arriba. N dice que si sube para arriba trae buena suerte y hay que dejarla vivir, si hubiera bajado para abajo sería una señal de mala suerte y hubiera habido que matarla. La araña sigue subiendo por la pared, supongo que más para tender sus trampas que para darnos buena suerte pero bueno. Llegamos al Juzgado y Mila no sabe si entrar conmigo o no. No quiere presionar demasiado, así que la dejo hacer, pero nos quedamos en la puerta a la vista de la jueza. que hoy tiene mejor cara. Parece que ya lo ha visto todo, se ha situado y dice que le juicio podría ser el próximo lunes, pero hay que ir a hacer seis juegos de copias de todo el expediente. A las tres – son las diez- hay que volver y entonces decidirá.  Lo de los seis juegos de copias les parece algo extemporáneo a Mila y a su ayudante, la que nos lleva y nos trae en el coche. Pero le parece buena señal que nos haya dejado sacar el original, medio escondido,  para hacer las dichosas copias que nunca, según Mila, le habían pedido antes.  No saben ni a dónde podemos ir. Veo yo enfrente un cartel que anuncia algo de Abogados y les digo que allí puede haber. Es un edificio cochambroso, en el que me alojo parece un palacio al lado de éste. Entramos y ‘voilá’,  en el estrecho patio de entrada hay una  especie de cuchitril y dentro una  fotocopiadora que maneja una chica que también vende cuadernos, carpetas y bolígrafos y  hace café en una cafetera que hay en el suelo. Cuando le decimos que queremos seis copias pone cara de susto, pero accede: no debe tener con frecuencia encargos tan importantes. La ayudante de Mila dice a la vista de la fotocopiadora, que es posible que estemos esperando más de una hora y yo le digo que no exagere. Nos acomodamos como podemos en el estrecho patio y esperamos, De pie. Llama mi marido y me dice que la moratoria no se va a debatir, al menos en la sesión de hoy y eso nos relaja a todas un poco. La chica de la fotocopiadora tiene dificultades para hacer fotocopias y atender los otros compromisos de su negocio ya que hay bastante movimiento. La gente le pide impresos, cuadernos, bolígrafos y hasta un café que aparece de pronto sobre el mostrador sin que hayamos podido ver de dónde ha salido el vaso y el azúcar.  La escalera de acceso, por la que subimos para ver que hay arriba,  está tan destartalada y abandonada como la del edificio donde tenemos el apartamento. Esto parece ser un problema derivado de la propiedad pública de los edificios que hace que nadie se haga responsable del exterior ni de las zonas comunes. El despacho de abogados que hay arriba consiste exclusivamente en tres mesas y cuatro sillas. Al bajar la chica dice que hay que dejar descansar un rato a la fotocopiadora porque se ha calentado demasiado. Y aquí seguimos las cuatro, dobladas ya de tanto estar de pie.  Va pasando el tiempo, una hora, una hora y media, nuestras caras resultan cadavéricas a causa de la iluminación…Hay que volver a descansar , dice la chica. N va a investigar y dice que no ha hecho aún ni la mitad. Creo que me va a dar algo. Cuando la juez nos ha citado para las tres me ha parecido algo tarde. Ahora lo entiendo.  Les cuento a las que ya son mis amigas que cuando vamos de viaje  y la niña pregunta, cada dos minutos,  que cuánto tiempo falta para llegar, mi marido le dice siempre, tras consultar al enanito que va dentro del GPS, que tres horas. Y aquí, les digo, también estaremos tres horas. Pero no, la fotocopiadora chirría y se estropea cuando aún queda un tercio del trabajo por hacer. La chica nos envía a otro establecimiento,  en otro despacho de abogados de mucho mejor aspecto. En la entrada una chica atiende otrafotocopiadora y, aunque tuerce un poco el gesto cuando ve lo que le pedimos y la hora que es, al final lo se pone a hacerlo y, tras agotar el papel y mandar a un compañero a comprar más, lo termina a la una y cuarto de la tarde.  Así que finalmente han sido, desde las diez y cuarto, las tres horas de rigor. Metemos las fotocopias en unas carpetas que ha comprado Mila, con una cinta blanca para cerrarlas y nos vamos a comer. Cuando terminamos son ya las dos y media, hora de volver al Juzgado. El tiempo estaba bien calculado.

Como llegamos algo pronto, tenemos que esperar. Si el exterior del Juzgado es notable,  el interior tampoco tiene desperdicio: un pasillo larguísimo de paredes forradas de una especie de láminas de plástico de color gris ala de mosca y, cada poco, un banco estrecho de madera pegado a la pared incomodísimo.   Al poco aparece la Juez y sólo deja entrar a Mila,  pero me mira y sonríe lo que supongo que es una buena señal. Después de un tiempo sale Mila y dice que finalmente el juicio será el lunes 22 y que la sentencia la notificará el jueves día 2 lo que, en general, no está mal. Tenemos que hacer nosotras las notificaciones, así que, a las cuatro y media de la tarde, nos encontramos convertidas en agentes de la justicia ucraniana encargadas de las notificaciones judiciales. Después de haber pasado la mañana como auxiliares  a cargo de las fotocopias. Y que no decaiga. A las siete y media, después de haber pasado por un par de registros civiles y otras dependencias con nuestros fajos de papeles, emprendemos el regreso a casa y llegamos a nuestro pintoresco apartamento, rendidas pero, dentro de lo que cabe, contentas.

Bueno ya tenemos fecha para el Juicio. Algún día volveré a casa y dentro de unos años, cuando lea estas líneas, puede que recuerde esta aventura con nostalgia. Que así sea


S.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Decimocuarto día.


Parece que los que gestionan la Web del Parlamento de Ucrania leen este blog y no quieren dejar preguntas sin respuesta. Ayer mismo decía yo que no sabíamos si habría, o no, segunda lectura del proyecto de Ley que, cuando se apruebe, impondrá una moratoria en la adopción de menores por ciudadanos de determinados países, España entre ellos. Pues bien, en la página correspondiente al proyecto de ley han sustituido, hoy mismo, el texto en el que se decía que el estado del proyecto era 'Aprobado como una base' por otro que dice preparado para una segunda lectura -destacado en fosforito en la imagen. Habrá, por tanto, segunda lectura del proyecto y la cuestión sigue siendo la de siempre: ¿se aprobará antes o después de que tengamos una sentencia firme en nuestro proceso?. Parece que se va a mantener el suspense hasta el final. Este mes quedan dos sesiones en las que la segunda lectura aún se puede incluir en el orden del día, la de mañana día 18 y la del viernes 19. Si no se incluye en ninguna de las dos, lo más probable es que cuando se apruebe, que se aprobará, ya que en la primera lectura pasó sin un solo voto en contra, ya estemos todos en casa. 

Mañana intentarán adelantar algunos de los trámites a realizar después de la sentencia o por lo menos, organizar con detalle los pasos a dar para que cuando vengamos a buscarlas estemos aquí lo menos posible. Por lo demás no queda sino esperar al juicio y confiar en que los diputados del pueblo de Ucrania encuentren asuntos de más enjundia a los que dedicar su valioso tiempo. Amén.

S me ha dicho que esta tarde, que andará algo más sobrada de tiempo, me enviará su versión de los acontecimientos de estos últimos días. La publicaré esta noche o mañana.


Decimotercer día

Ayer volví a ver en TVE algún fragmento de ‘La pequeña Lola’, una película de Bertrand Tavernier rodada en 2004, que cuenta la odisea de una pareja de franceses que quieren adoptar un niño y lo buscan desesperadamente por los orfanatos de Camboya. El tedioso e interminable proceso que allí se describe podría, desde luego, tener alguna similitud con lo que estamos pasando, pero hay importantes matices. Ucrania no es Camboya, las diferencias culturales y políticas con España no son tan grandes y además nosotros no hemos ido allí en busca de un niño cualquiera. Nosotros estamos dispuestos a adoptar, mejor dicho, queremos adoptar a n, que ha pasado ya cinco veranos con nosotros y a su hermana E, que viene a casa desde hace un año. Cuando n vino por primera vez, en el verano de 2006, la adopción no entraba en nuestros planes ni remotos ni inmediatos. Venía con un programa de acogida por vacaciones -organizado por una asociación privada aragonesa y destinado a alejar por algún tiempo a los niños de la zona, al norte de Kiev, afectada por la radiación provocada por el incendio del  reactor nuclear de Chernobil, hace ahora 24 años- pero, aunque ya estaba en un orfanato, tenía familia. Las condiciones que han hecho posible, inevitable, el intento de adopción han sobrevenido en los dos últimos años. En cuanto al procedimiento, el ucraniano es, desde luego, farragoso, tanto o más que el que se describe en la película, aunque se pueda intentar justificar con  la necesidad, evidente, de verificar la idoneidad de los adoptantes y de limitar el riesgo de que los menores sufran posteriormente cualquier tipo de maltrato o sean sometidos a alguna forma de explotación.

En cuanto a lo que ha pasado hoy en el juzgado,  pues ha sido una especie de ni para tí ni para mí. El juicio de adopción tendrá lugar el lunes, día 22, a las 10 de la mañana, un día antes de lo señalado el jueves y  seis días después de lo que nosotros habíamos previsto. Por supuesto, la convocatoria a las partes implicadas la tendrán que entregar N, S y Mila en mano, después de pasar media mañana haciendo juegos de fotocopias. Nos hubiera venido mucho mejor que fuera antes pero la postura de la jueza hay que entenderla en el contexto de una cuestión tan delicada como es la de la adopción internacional. Para ella el plazo que nos ha dado es razonable y cualquier intento de presión para acelerar el proceso, además de inútil o contraproducente,  puede ser mal entendido, por ella o, si ella cediera,  por las muchas personas que en este país, a veces en defensa, más o menos sincera, del  interés de los menores pero también por razones de orgullo nacional, están en contra de la adopción por ciudadanos extranjeros.

Por otra parte, la moratoria no será debatida en segunda lectura -no sabemos si tiene que haber, o no, segunda lectura- en la sesión de hoy ni en la de mañana. Veremos lo que pasa el jueves y el viernes. La verdad es que empezamos a estar cansados.