sábado, 4 de diciembre de 2010

Segunda y última etapa. Segundo día (S)

 Hoy nos notifican la Sentencia. Salimos del nuevo apartamento, en el número 9 de la misma calle, y esperamos a  T que nos va  a llevar al Juzgado. Ayer nevó y todavía está la nieve. Hace frío, bastante. Aparece el coche de T con pinta de haber dormido al raso. Cuando pasamos el puente sobre el Dnieper, el barrillo que nos lanzan los otros coches se está quedando helado, el agua del limpiaparabrisas también está helada y casi no se ve. Tania para de cuando en cuando y echa un poco de agua de una botella que lleva en el coche, pero lo más emocionante es cuando echa el agua sin parar el coche, en medio del tráfico y con el cristal casi opaco. La verdad es que esta chica conduce muy bien. Recogemos a Mila por el camino y llegamos al Juzgado. Carlos hace algunas fotos. En la entrada, fuera, como un portero más, está el gato que vi hace unos días, gordito y manso. 

Dentro nuestro amigo policía, que tampoco hoy nos pide el pasaporte. Entramos rápido. Hemos llegado a uno de los pasillos de la segunda planta. Son algo más de las ocho y media y ya hay que esperar.  Esperar, pacientemente, como el resto de los abogados, de negro, con chaquetas de cuero o abrigos de piel vuelta y grandes maletines algo anticuados,  como las señoras mayores que llevan gorros de pelo o pañuelos de flores, unos junto a los otros sentados en el duro banco. Carlos se ha traído un libro y empieza a leer mientras yo sigo mirando lo que pasa en el pasillo y meto la nariz en un cuarto abierto, que resulta ser una sala similar a la de nuestro juicio, pero con un detalle tétrico: en uno de los lados hay una especie de jaula  estrecha hecha  de barrotes recios de hierro pintado en un verde azulado. Dentro sólo un banco. Impresiona.  La sala está vacía. Quiero hacer  una foto, pero, de repente, entra un juez con la toga puesta, cierra de un portazo y adiós a la foto. Van pasando funcionarias con sus tacones, tan poco adecuados,  o eso me parece a mí, para andar por la nieve.  Tania se ríe cuando ve que las miro y me aclara que algunas luego se cambian al salir.  Mila lleva ya un rato dentro, ha entrado Tania para ver qué pasa y cuando sale nos dice que están cosiendo la Sentencia para entregárnosla, hay diez copias y aunque hay dos funcionarias cosiendo, la cosa lleva su tiempo. Al poco rato sale  Mila con cara de circunstancias y me hace entrar: no quiere recoger las copias que le entregan porque son totalmente ilegibles:  sobre todo el fallo donde no se ven los apellidos ni los nombres de las niñas, no se ve nada, la verdad. En el Registro Civil van a poner pegas y en los pasaportes y en todo, claro. Ha protestado y la tienen allí mientras deciden qué hacer. Me pide opinión y estoy de acuerdo con ella, eso no nos lo aceptarán en ningún sitio y lo peor es que se han dado cuenta después de coserlo todo. Paciencia. Mientras deliberan espero allí con ella. Es una oficina que parece un botánico en miniatura: en poquísimo espacio, tras el mostrador en el que cabemos apenas cuatro personas, dos mesas con unos pocos expedientes y un montón de macetas por todas partes. Más macetas que expedientes. También hay más espacio para las macetas  que para los que esperamos. Salgo fuera para que Carlos sepa qué pasa y detrás de mí, Mila que va a hablar con la Juez a su despacho en el piso de arriba. Después de un rato baja y nos dice que ha conseguido convencerla de que saque las diez copias de la impresora de dónde salen tan tenues que es inútil intentar fotocopiarlas. Después, claro hay que volver abajo y volver a coser.  Carlos, que no está acostumbrado a la burocracia ucraniana y se pone malo si tiene que esperar, se queda estupefacto, o eso dice al menos su cara, pero yo ya estoy hecha a todo y Mila incluso se ofrece y yo también, a coser para acabar antes. Pero no, lo tiene que hacer, por lo visto directamente, la secretaria personal de la Juez. Así que, cuando Carlos lleva ya casi medio libro leído, a eso de las 11,20 – o sea, casi tres horas después de entrar,  conseguimos salir con las diez copias de la sentencia en la mano.
Ahora tenemos que volver a los Registros. En el primero, el más anodino, hay que esperar, claro porque, además, la Oficial jefe ha indicado que esto, por ser un asunto de adopción internacional,  lo tiene que llevar ella personalmente. Mientras esperamos, va entrando gente. Entra un señor, el primer hombre atractivo que veo en todo este tiempo, alto, bien plantado, de pelo algo canoso, interesante, vamos; lleva  una abrigo negro y debajo lo que parece un uniforme militar. Se queda cerca de la puerta de la jefa y, aunque no entiendo lo que le dicen, se nota que lo conocen. Espera paciente. Lleva y eso me resulta extraño, una bolsita de un azul chillón, con un dibujito que parece un Papá Noel o algo así, de lejos no lo distingo bien. No le pega nada. Al poco le hacen entrar. Está poco y sale sonriente. Ya no lleva  la bolsa. La Jefa nos llama y entra Mila. Por supuesto, hay que hacer más copias. Tenemos que salir y vamos preguntando. Cogemos el coche porque las calles no están como para ir mucho rato andando. Al final  Tania va sola mientras esperamos en el coche, así que me quedo sin poder añadir una más  a mi lista de fotocopiadoras de Kiev. 

Entramos en la oficina de la Jefa, una señora de edad madura vestida de negro y blanco. En la oficina, que tiene un gran ventanal, hay también varias plantas y un oso vestido de colorines sentado en una de las  butacas que parecen art deco. Mila traduce y hay que firmar. La señora es amable. Cuando nos levantamos y damos las gracias nos desea suerte. Cuando comentaba Mila la mala calidad de las copias, la jefa dice que hay que entenderlo, que tampoco ellos tienen dinero para tinta. Ni para papel, parece, porque al salir nos traduce Tania un letrero que hay a la entrada según el cual las parejas que pretendan casarse tendrán que llevar diez folios blancos para su expediente.  Pero, eso sí, luego podrán casarse en una sala especial, casi un altar, vestido de tules rosas, que he descubierto entrando en una  sala de la que salía una parejita joven con cara ilusionada. Hasta Carlos, que se pone nervioso cuando me ve meter la cabeza donde nadie me llama, me ha seguido y ha hecho una foto. Otra cosa hecha.

Es ya la una y no hemos comido nada así que vamos a un lugar que parece un pequeñito salón de té y tomamos unos bollitos rellenos de patata y tocino, e arroz y carne y un té. Hay varias tartas de colores divertidos y brazos de gitano glaseados  con rodajas de kiwi de adorno. No está mal, sobre todo porque desde las 7,30 no habíamos comido nada. También hay un catálogo de tartas, por si a alguien no le gustan las que están expuestas que no tienen mal aspecto.



Falta el segundo Registro, el grande, el de las bodas. Aquí también investigo mientras esperamos. Son más amables que en el otro y hasta nos enseñan el salón de bodas que están preparando para un evento y en el que me he metido yo ya un poco antes. Lástima que no hemos podido hacer fotos porque en éste, que  era enorme con un altar mucho más grande y una especie de arco de flores a modo de puerta, rodeada de lucecitas de colores, había gente. Todo un hallazgo.  Mientras esperamos, van pasando funcionarias de un lado para otro trajinando con nuestro expediente. Una de ellas nos viene con una cuestión más bien chusca. Dice que en lugar de España a secas hay que poner Reino de España y que, en consecuencia, no puede poner que somos ciudadanos sino algo que, entre todos, traducimos como .súbditos. Carlos, que no cree mucho en la democracia, dice que eso está muy puesto en razón pero, finalmente, la convencemos de que ponga España y ciudadanos y se dejen de florituras.  Al final hay que volver a firmar en otro libro en el que dejan poquísimo espacio y nos vamos corriendo para intentar llegar a otra oficina dónde tramitan el imprescindible código –una especie de NIF- para el pasaporte.


Antes de eso intentamos encontrar una fotocopiadora para hacer las consabidas fotocopias de los documentos del último registro –que acreditan los nuevos apellidos de las chicas- pero no lo conseguimos hasta llegar a la oficina del fisco, con el tiempo justo para entrar antes de que cierren, dónde muy amablemente le indican a Tania una fotocopiadora próxima. Conseguimos los códigos sin problemas y ya sólo queda obtener una copia notarial de los documentos para la oficina del pasaporte. Aquí no hay problema en encontrar un Notario. La oficina en la que entramos es parecida a la de las tartas, nuestra notaria de siempre, pero algo más grande, con la entrada común del edificio mucho más destartalada  y con dos notarias en vez de una. La que nos toca hace todo el trabajo ella sola  y lo resuelve todo, como de costumbre, en veinte minutos, incluida la minuta por la que, también como siempre, no dan factura. Es España eso mismo serían cuatro días y pidiendo hora con antelación. La oficina está muy bien pero la entrada desmerece bastante, como pasa en muchos de los edificios de Kiev.

Son las cinco y media y ya sólo queda recoger a las niñas en el orfanato y volver al apartamento, ahora somos seis, en el pequeño Skoda de Tania con N muy divertida encima de todos nosotros.


Cuando llegamos al apartamento nos encontramos con los pasaportes que nos envió Marcos ayer.  A las chicas les gusta también mucho más este. Sobre todo el jacuzzi, enorme y el televisor, también de tamaño familiar. Charlamos un rato, vemos una película, cenamos y mañana será otro día. Dice Carlos que el domingo saldrá el Sol.