miércoles, 21 de septiembre de 2022

Amigos


  

El plan de contingencia

La ministra Ribera, con competencias sobre la transición ecológica y el reto demográfico, propuso hace unos días, meses ya, elaborar, contando con los autoproclamados agentes sociales, empresas eléctricas y gasistas, etc., lo que con toda propiedad llamó un plan de contingencia en el que, es de suponer, se discutirían las posibles acciones a emprender en el caso, parece que probable, de que el acceso a la energía se encarezca o se complique algo, bastante o mucho.

En la nota de prensa publicada por el MITECO, a propósito de la primera de las reuniones que la ministra ha mantenido con este propósito, se aseguraba que España no afronta problemas de seguridad de suministro, pero que debe prepararse para un posible escenario de escasez de gas en la UE durante los próximos meses y, a continuación, delimitaba los objetivos del plan: “El Plan de Contingencia girará sobre tres ejes: uso inteligente de la energía, sustitución de gas por electricidad y otros combustibles y medidas de solidaridad con los socios europeos” o leyendo entre líneas, que el problema lo van a tener otros, pero aquí estamos nosotros para ayudar a quien lo necesite.

Dejando aparte la dificultad técnica de diseñar algo que gire sobre tres ejes, el problema de los redactores de este tipo de notas es que deben decir lo menos posible, o mejor aún nada, con la mayor cantidad de palabras y eso, precisamente, es lo que no ha conseguido el autor de ésta. El plan de contingencia parece estar centrado en el gas, para seguir la estela de las sanciones y contra sanciones a y de Rusia, que podrá ser sustituido, dice, por electricidad y otros combustibles (sic). Lo de los otros combustibles no lo acabo de entender: ¿petróleo, carbón, madera …? y lo de la electricidad tendrá que ver, supongo, con que la Comisión Europea, en un alarde de posibilismo haya declarado verde a la energía nuclear y, de paso, también al gas. En fin, ya veremos en qué se traduce, si es que finalmente el plan llega a ver la luz, lo del uso inteligente de la energía y las medidas de solidaridad con los socios europeos. El optimismo que no falte.

En cualquier caso, los planes de contingencia que pueda elaborar este gobierno no me tranquilizan demasiado, la verdad. La última noticia sobre este asunto, publicada en la Web de la Moncloa en torno al 7 de septiembre, se parece mucho a la primera, publicada a mediados de julio: la ministra se reunirá, otra vez y con el mismo objeto, con consumidores, sindicatos y empresas del ramo. Si el otoño va a ser durísimo, como nos adelantó otra ministra, la de defensa en este caso, que, al menos en teoría, debería estar entre las personas mejor informadas del país, entonces el plan de contingencia debería encontrarse en una fase algo más avanzada, habida cuenta de que, cuando tengan este semanario en sus manos, el verano habrá terminado o le quedarán unas pocas horas (a las 3:04 del viernes 23, la distancia al Sol será la misma para los dos polos terrestres y empezará el otoño astronómico en el hemisferio norte).

Me parece más interesante e incluso más realista, un plan de contingencia local, pero aquí somos bastante reacios a elaborar planes a largo o incluso a medio plazo. Además, son ya muchos años de anunciar la llegada del lobo, sin que el lobo llegue y nuestras autoridades están ya curadas de espanto, sobre todo una vez que han comprobado que festivales, ferias y fiestas han vuelto con renovados bríos, muy a pesar de los agoreros que las daban por desaparecidas.

Curadas de espanto, carentes de imaginación -en España la imaginación no cotiza en política- y con las próximas elecciones como único horizonte, bastante han hecho, los que lo hayan hecho, con elaborar un plan estratégico por el ingenioso, sencillo, barato y hasta agradecido procedimiento de recoger y compilar las sugerencias de la gente. El riesgo es que la gente se pregunte que para qué sirve tener un gobierno, de cualquier nivel, si al final las ideas tienen que ponerlas ellos. Conviene, sin embargo, tranquilizarlos en ese aspecto. El gobierno puede parecer, a veces, innecesario, pero, desde luego, es inevitable[1].

Un hipotético plan de contingencia estaría orientado a prever y, a ser posible, minimizar, los efectos de una crisis coyuntural grave, el durísimo otoño que anunció Margarita Robles, y que puede derivar en una aceleración incontrolada de la pérdida de complejidad del sistema, con la consiguiente destrucción de los enlaces y conexiones que lo mantienen en funcionamiento y que, al menos en parte, ya ha comenzado. No hay más que mirar a nuestro alrededor para constatar que muchas cosas que, hace sólo unos pocos años, funcionaban razonablemente bien o al menos estaban ahí, y no me refiero sólo a la cosa pública, han dejado de hacerlo o han desaparecido y no parece que, a corto plazo, vayan a recuperarse.

Bajo ciertas condiciones, una población de tamaño medio, como Barbastro, podría disponer, en una emergencia, de una importante ventaja comparativa respecto a las grandes ciudades siempre y cuando, claro, dispusiera de un plan auspiciado por el Ayuntamiento, con o sin la colaboración de otras administraciones públicas o entidades privadas como la Cruz Roja, la Iglesia o colectivos ciudadanos sin afiliación. Se puede elucubrar todo lo que se quiera sobre el contenido ese plan, pero no hay mucho tiempo ni tampoco necesidad de inventar nada. Hay ciudades, sobre todo en el mundo anglófono, que cuentan desde hace tiempo con documentos muy elaborados y actualizados. No hay más que copiarlos o utilizarlos como plantilla y adaptarlos, pero, básicamente, habría que intentar garantizar un reparto equitativo de los alimentos y el combustible disponible, la atención a los niños, los enfermos, los mayores y los discapacitados, el acceso a los hospitales y centros de salud, el funcionamiento de los servicios de policía, el mantenimiento del orden y unas pocas cosas más.

También es posible que la guerra en Ucrania acabe pronto y bien, aunque no consigo imaginar cómo; que el gas y el petróleo vuelvan a fluir a precios razonables como consecuencia de lo anterior; que la inflación se estanque o remita; que no aparezcan más pandemias; que Europa no se rompa del todo y que la economía real consiga reparar, aunque sea temporalmente y sólo en parte, las conexiones rotas, que el gobierno deje de anunciar el apocalipsis y la solución en el mismo día y que salgamos del otoño con la cartera todavía en el bolsillo. Si fuera así, la sorprendente resiliencia del sistema nos habría dado otra prórroga que podríamos aprovechar para estar preparados cuando el cielo caiga sobre nuestras cabezas. O para organizar las fiestas del año que viene. Pero en realidad, a estas alturas la única actividad verdaderamente necesaria, aunque en modo alguno suficiente, para evitar el colapso sería incrementar, hasta donde fuera posible, el nivel de sapiencia, que no es lo mismo que de conocimiento o inteligencia, de la mayoría. Feliz comienzo del otoño.

[1] Government: Unnecessary but Inevitable, Randall G. Holcombe, DeVoe Moore Professor of Economics at Florida State University.

jueves, 18 de agosto de 2022

El baile

Me decía un amigo que tenía la desagradable impresión, cada vez más difícil de ignorar, de que todo se estaba descomponiendo a su alrededor. Como ejemplo no citaba la seguridad social, seriamente tocada por la inefable gestión de la pandemia, ni el desastre ferroviario provocado por el robo de unos metros de cable. Todo eso y algunas cosas más, como la guerra, la sequía, la subida de precios, la vuelta de las fiestas patronales o la crisis energética, le parecía importante y desde luego, muy preocupante, pero, según él, el síntoma más evidente de que todo se va a…, es el baile del alcalde de Vigo.

El baile en cuestión, que insistió en enseñarme en su móvil, no es ni más ni menos extravagante o extemporáneo que los concursos de bombillitas de navidad que este hombre organiza cada año, la entrevista del alcalde de Madrid con dos bromistas rusos o, por apuntar algo más alto, las gansadas de varios presidentes de Estados Unidos, antes, durante y después de ejercer como tales, pero sirve para plantearse alguna cuestión interesante sobre el modelo de gobierno que tenemos y que, grosso modo, se conoce como democracia representativa. A mi amigo le parecía dudoso, por ejemplo, que comportarse en público como un imbécil, y más de manera reiterada, fuera compatible con la capacidad de llevar a cabo una gestión medianamente responsable de la pequeña isla de baja entropía, mantenida cada vez con más dificultad y a base de quemar primero árboles y después carbón y petróleo, en la que habitamos.

Desde luego, no lo parece, que sea compatible, quiero decir, pero es igual porque nadie plantea la cuestión en esos términos y, además, también podríamos preguntarnos, aunque sea de manera retórica, si exhibir en público un comportamiento que mi amigo y seguramente alguno más, considera propio de imbéciles, es compatible con ganar, por mayoría absoluta y reiteradamente, unas elecciones. La respuesta, evidentemente, es que sí y por tanto la pregunta anterior carece de interés y la opinión de mi amigo sobre lo que es o deja de ser propio de imbéciles también.

A mí me parece más interesante, puestos a divagar, establecer hasta qué punto el comportamiento de un sistema termodinámico, esta civilización, sujeto a unas leyes fundamentales que hemos enunciado, pero no establecido y que no podemos modificar, puede verse afectado por decisiones tomadas en Washington, Madrid o Vigo o por un discurso económico o político contingente, cuyo contenido es generalmente ajeno a esas leyes. La respuesta es, seguramente, ambigua. El sistema camina, como nosotros, hacia un final que podemos acelerar, que quizá estemos acelerando, pero que no podemos retrasar ni, por supuesto, evitar.

Mientras tanto, que el alcalde de Vigo baile o deje de bailar es, comparado con lo que dicen que se nos viene encima este otoño, algo insignificante. 


Publicado en ECA 19082022

jueves, 28 de julio de 2022

Diálogos para besugos V

- Hola.
- Hola, me alegro de verle.
- Bueno, yo estaba alegre cuando lo he visto.
- Estupendo. Pues ya estamos los dos alegres.
- No, yo no. He dicho que estaba alegre cuando lo he visto. Ahora ya no lo estoy.
- Caramba. ¿Quiere decir que verme a mí le ha quitado la alegría?
- Pues sí, exactamente así ha sido.
- Bueno, si usted lo dice. En todo caso eso tiene fácil solución. No parece que llevemos el mismo camino así que dejaremos de vernos en un momento.
- Sí. Lo estoy deseando.
- Pues nada, adiós.
- Ya que me ha quitado la alegría podría, al menos, disculparse.
- ¿Usted cree? No hay problema, me disculpo.
- Así, ¿sin más? ¿le parece suficiente?
- Me ha pedido una disculpa y, aunque no acabo de ver por qué, me disculpo. Debería, efectivamente, ser suficiente.
- Extraordinario. Le ha quitado a un hombre la alegría y no ve por qué tendría que disculparse. Me está pareciendo usted bastante canalla, la verdad.
- ¿Canalla? Creo que ahora es usted el que tendría que disculparse. Yo no le he insultado a usted.
- Ni yo a usted tampoco. Llamarle canalla es sólo una definición, no un insulto.
- Bueno, ya está bien. No voy a disculparme ni a seguir hablando con usted. Qué tenga un buen día y... Oiga… ¿Qué hace con esa pistola? ¿Por qué me apunta? ¡Socorro, policía!
- …
- Se encuentra uno con todo tipo de gente en estos lugares. Bueno, por lo menos ese canalla ya no le quitará la alegría a nadie más.


viernes, 3 de junio de 2022

Los Algoritmos

El Heraldo publicó hace unos días la ¿noticia? de que un grupo de expertos, reunidos en la Sala de la Corona de la sede del gobierno de Aragón, habían convenido en la urgencia de retomar el proyecto de la Travesía Central Pirenaica —TCP para los iniciados—. Un túnel de baja cota a través del Pirineo central capaz de soportar el tráfico a alta velocidad de trenes de gran capacidad —de viajeros y mercancías— y de servir de alternativa a los pasos naturales existentes a ambos lados de la cordillera. No es la primera vez, desde luego, que la Sala de la Corona acoge un evento de esta naturaleza. El 13 de septiembre de 2011, día más, día menos, el mismo periódico, creo, publicaba la, vamos a llamarla otra vez noticia, de que el ejecutivo aragonés se proponía apoyar o impulsar, seguramente ambas cosas, a un lobby internacional (sic) en favor de la travesía en cuestión. En la foto que acompañaba a la noticia se veían unas cincuenta personas, casi todas de por aquí, así que no sé a qué venía lo de internacional ni, si a eso vamos, lo de lobby, reunidas en la gafada Sala de la Corona. Probablemente, con la misma sensación de estar asistiendo a un acontecimiento histórico que tuvieron en la presentación, con un formato bastante más escandaloso, pocos años antes, de Gran Scala, curioso asunto este último, por cierto, sobre el que quizá valiera la pena volver alguna vez. El lobby iba a recabar, a base de eventos a celebrar en varias ciudades de España y la Unión Europea, los apoyos necesarios para sacar adelante el proyecto, pero, que yo sepa, la cosa se limitó a una moción para apoyar la travesía, que no sé si estaba relacionada con el lobby, presentada por un senador del PAR que, por aquel entonces, iba en las listas del PP. Si la moción se aprobó, o no, supongo que sí, es algo que interesa, acaso, al que la presentó y poco más. Supongo que tampoco ahora va a ir la cosa mucho más allá de las declaraciones de destacados miembros del actual gobierno, declaraciones que, al menos por lo que a este asunto respecta, tampoco tienen demasiado interés si no se traducen, y no parece que vayan a hacerlo, en algo más efectivo. La TCP se hará, si se hace, cuando la tecnología para perforar montañas, ya muy avanzada, permita tunelar 60 o 70 km bajo el Pirineo en un tiempo y a un costo asumibles. Razones, tanto para construir este túnel, como para completar la red ferroviaria de Huesca con una línea de Huesca a Lérida por Barbastro, Monzón y Binéfar, me parece a mí que sobran; pero está claro que en estos momentos no hay ni un clamor popular, que tampoco hubo cuando perdimos el enlace ferroviario con la línea Zaragoza Lérida, ni voluntad política. Eso llegará, creo yo, pero puede que, para entonces, la energía y los materiales necesarios para perforar el túnel y construir las plataformas, las estaciones, las vías y el resto de la infraestructura necesaria ya no estén disponibles. En esto de la construcción de túneles para permeabilizar entornos montañosos hay dos ejemplos, en realidad muchos más, en los que podríamos fijarnos. Uno de ellos está en los Alpes y sobre todo en el último túnel inaugurado, el San Gotardo, de algo más de 50 km, ejemplo desechable, probablemente, con el argumento de que la población y el nivel económico de la zona no admiten comparación con nuestro depauperado territorio. O con el, aún más peregrino, de que para eso ya está, o estará, el corredor mediterráneo. El otro en las islas Feroe, territorio autónomo, muy autónomo, de la corona danesa en el Atlántico Norte, poblado por unas 50.000 personas y formado por 19 islas, cuya población oscila entre los 140 y los 20.000 habitantes. Muchas de esas islas, incluida la de 140 habitantes, están unidas por túneles carreteros construidos bajo el mar, uno de ellos con la única rotonda submarina del mundo. Como curiosidad, la oficina del primer ministro, donde no parecían trabajar más allá de 15 personas, y otros ministerios ocupan pequeñas casitas de madera de color rojo, algunas con tejado de hierba como aislante y ventanas sin cortinas, indistinguibles del resto y ubicadas en una calle cualquiera de Törshavn, la capital. Aquí gastamos bastante dinero en sostener una administración pública hipertrofiada, cuya utilidad no siempre resulta tan evidente como su ubicuidad. Pero bueno, dirán ustedes antes de que me pierda por estos vericuetos, y, a nosotros ¿qué nos importa lo que hagan por ahí? Y, además, ¿esto no iba de algoritmos? Ah, sí, los algoritmos… He leído esta mañana que Yolanda Díaz anuncia un algoritmo para fiscalizar las horas extras que no se pagan y me ha parecido que el asunto daba para escribir, como mínimo, un artículo. A ver si encuentro tiempo. De momento ahí queda el título. 

Publicado en ECA 3/6/2022

viernes, 29 de abril de 2022

Tormentas de primavera

Tenemos una guerra en suelo Europeo, una guerra todavía limitada al territorio de Ucrania pero que puede derivar en casi cualquier otra cosa, incluyendo un intercambio de misiles con carga nuclear entre Rusia y los Estados Unidos. Europa tiene, también, otros problemas por si acaso lo de la guerra nuclear no acaba de cuajar, como la debilidad de la Unión Europea, la crisis energética cuyo final (infeliz), tantas veces aplazado, parece estar ahora más cerca que nunca, la inflación que afecta a su moneda, una vez que las estrictas condiciones iniciales impuestas a los países que adoptaron el euro han pasado a mejor vida. Y eso por no mencionar la fusión de la nieve en los glaciares alpinos de donde procede un cuarto del agua que llevan los grandes ríos europeos, el final del permafrost siberiano y la destrucción por incendios de enormes masas de árboles en la Taiga. Hace ya años que Europa no es el centro del mundo, ni económica ni militarmente, pero, al menos tampoco era el campo de batalla que fue durante 20 siglos, ni estaba ya dividida en los dos bloques que se enfrentaron en la guerra fría (1945-1991). La invasión de Ucrania por tropas rusas ha terminado bruscamente con ese sueño y ha obligado a la mayoría de los países europeos a tomar partido por el país agredido y a aplicar, siguiendo la estela norteamericana, sanciones económicas al agresor que admiten muchas similitudes con la patada, a Rusia, en nuestro culo. Yo no sé cómo terminará esto, pero no parece que haya una salida fácil. Hay muchos muertos, muchos territorios en disputa y el papel de Rusia, como la gran potencia que quiere ser, está definitivamente en entredicho. El apoyo que ahora parece tener Putin entre sus conciudadanos no resistiría una derrota, así que tiene que seguir vendiendo que todo va según el plan previsto y buscar una victoria, aunque sea por la mínima. Quizá conservando Crimea y ocupando, al menos, un pequeño corredor en el este de Ucrania. Para Zelenski tampoco hay una salida fácil. Una victoria militar sobre Rusia parece, a pesar de la aparente incompetencia del mando militar ruso, algo impensable con la actual relación de fuerzas, al menos sin la intervención de tropas de la OTAN, es decir, del ejército de Estados Unidos, pero eso llevaría, con toda seguridad, al empleo de armas nucleares y quizá a una guerra mundial. Una derrota del ejército ucraniano también es impensable. Biden y algunos líderes europeos han dejado claro que no contemplan ese escenario lo que también nos lleva a una intervención militar de Estados Unidos y la OTAN. En casa las cosas no están mucho mejor. La clase política española ha encontrado la fórmula, para estar en misa y repicando, con una parte del gobierno a favor de enviar armas a Ucrania y otra en contra, una parte a favor de la OTAN, que va a reunirse en Madrid un día de estos y otra a favor de convocar, alternativamente, una conferencia pacifista. Dicen que han conseguido o están a punto de conseguir una bajada del precio de la electricidad por el procedimiento de topar (sic) el precio del gas utilizado para producirla. Ya veremos como lo gestionan y lo que dura. Pero Europa, que ha cedido en esta y otras cuestiones, quiere, a cambio, que el gobierno resuelva el déficit de las pensiones por el procedimiento, supongo, de reducirlas, y eso supongo que no entrará en los planes, al menos en los explícitos, del gobierno a menos de un año de las elecciones generales. El efecto conjunto de todo esto es, casi inevitablemente, el colapso. Todas las sociedades y civilizaciones que nos precedieron acabaron colapsando, desde los mayas hasta los romanos pasando por Mesopotamia y Egipto. Una crisis energética, la pérdida de suelo fértil, la consolidación de las fronteras y el fin de la expansión, la dificultad para extraer más oro y finalmente y como consecuencia de todo esto, la manipulación y pérdida de valor de la moneda acabaron, tras doce siglos de dominio del mundo conocido, con el imperio romano de occidente. El de oriente, conocido como imperio bizantino, que conservó y protegió su moneda, duró 1000 años más. Como consecuencia del colapso, muchos ciudadanos romanos se vieron de la noche a la mañana convertidos en siervos, las grandes ciudades del imperio destruidas y abandonadas, las legiones dispersadas, el Latín recluido, poco a poco, en iglesias y monasterios y todos los enlaces necesarios para mantener la complejidad de la sociedad definitivamente rotos y 1000 años de oscuridad por delante. Nada de eso ha pasado aquí todavía, pero el BCE parece incapaz de garantizar la estabilidad de precios, que es una de las pocas cosas que tendría que hacer, la gestión de la pandemia por la OMS, muy mejorable en mi opinión, ha debilitado o roto muchos de los enlaces existentes, tenemos una guerra en el patio trasero y la Unión Europea, ya gravemente tocada por el Brexit, va a tener que enfrentarse a la eclosión de múltiples movimientos antieuropeos en varios países. Una situación muy complicada y sin solución aparente. Incluso con otro gobierno. Publicado en ECA 29042022

viernes, 18 de marzo de 2022

¿Primavera?

Me decían esta mañana que el polvo del desierto, que ha teñido de amarillo Madrid y media España, no es sino la última, por ahora, de las plagas que nos están cayendo encima en este año III de la Pandemia Interminable, junto a la guerra, la crisis energética y climática, la inflación, las matemáticas con perspectiva de género, los políticos y sus políticas y la tontería felizmente reinante. Es posible, pero las plagas en Egipto terminaron cuando el Faraón cedió y dejó salir a los judíos. Nada de lo que está pasando hoy, y son muchas cosas, parece tener remedio. Algunos edificios públicos, no sé si todos, han cerrado la calefacción 15 días antes de lo previsto y Ana Patricia Botín ha bajado a 17 grados la calefacción de su casa, siguiendo las directrices del superministro Borrell y con objeto de tocarle las narices a Putin. Puede parecer una tontería, pero sólo porque, efectivamente, es una tontería. La guerra en Ucrania, una guerra no declarada, ha despertado de su letargo a la Unión Europea y ha abierto de par en par sus fronteras a millones de refugiados ucranianos, agraviando, comparativamente, a los que, desde Siria, Afganistán y otros lugares llevan años esperando a la puerta sin demasiado éxito. Nuestro problema es que vivimos al día y vivimos al día porque no podemos, o no sabemos, vivir de otra manera, no entendemos un carajo de todo lo que pasa y aunque lo entendiéramos daría igual. Ayer, aprovechando la coincidencia de la fecha en formato anglosajón: 3, 14 con los tres primeros dígitos del número Pi, se celebraba por resolución de la UNESCO, el día de las matemáticas. Lo celebramos, pero seguimos creyendo que es posible hacer sostenible el crecimiento exponencial simplemente cambiándole el nombre. La Reserva Federal, el FMI o el Banco Central Europeo han sido, durante algún tiempo los garantes de una estabilidad de precios tan fantástica como todo lo demás, Hubo un tiempo en el que la inflación se creaba a base de imprimir billetes sin el debido respaldo, ya fuera oro, derechos de giro del FMI o lo que fuera. Hoy eso ya es innecesario porque el 95% del dinero en circulación son depósitos a la vista o a corto y medio plazo y el dinero lo crean de la nada los bancos comerciales cada vez que conceden un préstamo, un proceso inflacionario donde los haya, me parece a mí, pero se nos ha hecho creer que la política monetaria, a veces restrictiva, a veces lo contrario, es suficiente para hacer compatible la pérdida de valor del dinero con el mantenimiento de su poder adquisitivo. Y puede que lo haya sido, pero parece que se acabó. Durante años se han ignorado las señales de alarma que nos envía el planeta que nos acoge, cada vez con más desgana, aunque sólo seamos un pequeño interludio en sus 4.500 millones de años de historia geológica. Hace 10.000 años el homo sapiens, sapiens a ratos y porque lo decimos nosotros, eran poco más de 1.000.000 de individuos, en 1953 ya éramos dos mil millones y hoy somos más de siete mil millones. No sé dónde estará el límite, pero esté donde esté, está claro que lo alcanzaremos en poco tiempo. Este es, precisamente, el pequeño secreto que hay detrás del crecimiento exponencial. Ayer leí de una sentada el libro póstumo de Fernando Marías, al que conocí en Barbastro hace muchos años, en el que cuenta la terrible historia de días de vino y rosas trasplantada al Madrid de finales del siglo XX y, ya por la noche, hice una llamada desde el teléfono fijo. La relación entre ambos hechos y lo que he escrito más arriba me ha tenido desvelado desde las cinco de la mañana. Otro día me extenderé sobre esto, que hoy ya llego tarde. Publicado en ECA. 18/03/2022

sábado, 19 de febrero de 2022

El ¿final? del invierno.

Parece que el Ayuntamiento o el gobierno de Aragón o ambos se proponen construir un número indeterminado de viviendas en el antiguo acuartelamiento militar. En algún sitio, siento no recordar dónde, he oído que la respuesta municipal a las objeciones planteadas en distintos ámbitos ha sido algo así como ‘a caballo regalado no le mires…’, lo que supongo que significa que hay dinero para eso, pero no para otra cosa. Bueno, pues, aun así, la decisión me parece un lamentable error, error que ya estuvo a punto de cometer, por lo que parece, el anterior ayuntamiento pero que paralizó la crisis económica de 2008. Construir viviendas en las afueras es, supongo, mucho más sencillo y barato que hacerlo en el centro, pero también supone obviar el proceso de degradación del casco urbano y convertirlo, en la práctica, en imparable. Barbastro es, todavía, una ciudad bastante vivible aunque no demasiado atractiva, y que cuenta con algunos servicios de calidad, hospital, centros educativos, UNED, establecimientos comerciales de solera…, pero que para muchos profesionales de la educación, la medicina, la banca, la administración… se está consolidando como ciudad de paso o en la que iniciar trayectorias laborales con la vista puesta en el traslado a Zaragoza, Madrid o cualquier otra ciudad. En estas condiciones, habría que preguntarse si existe realmente una tendencia marcada hacia la irrelevancia y en ese caso, si esa tendencia podría revertirse bajo ciertas condiciones hasta el extremo de hacer de la ciudad un lugar deseable para iniciar y consolidar un proyecto de vida. Mi confianza en la iniciativa pública es más bien poca. La política ha devenido un sainete que ni siquiera es divertido y la probable buena voluntad de nuestros políticos locales queda oscurecida por la falta de recursos y de planificación y también por la injerencia de las cúpulas de sus partidos. Queda la iniciativa ciudadana, imprescindible en todo caso, y el foro B21 ha demostrado, en alguna ocasión, que es posible movilizar a la gente cuando el objetivo, es el caso del centro de salud, lo merece. Barbastro perdió hace ya años su acuartelamiento, el último número de este periódico da cuenta de las consecuencias que esa pérdida tuvo, tanto social como económicamente, para la ciudad. Años antes había desaparecido la estación de ferrocarril, situada al final de una vía sin salida que venía de Selgua y sometida a una competencia imposible con el automóvil y el bajo precio de los combustibles. Ni uno ni otra han dejado rastro y los terrenos de ambos parecen estar abocados al mismo destino residencial. En todo caso la estación, si en algún momento se revisara la sorprendente decisión de dejar a Huesca y Barbastro al margen de la línea Zaragoza Lérida, necesitaría una nueva ubicación. Reivindicar ahora el tren, ya lo hicimos hace unos años con el éxito que cabía esperar, puede parecer una fantasía sin ninguna posibilidad de materializarse, pero el escenario, a medio e incluso a corto plazo, puede cambiar lo suficiente como para que un desplazamiento hacia el noroeste de la línea actual, e incluso su conexión con un tren que enlazara Zaragoza con Toulouse y las líneas europeas de alta velocidad, no fueran una idea tan descabellada. Un gobierno y una oposición que no estuvieran dedicados a tiempo completo a sus batallitas y a mirarse el ombligo, podrían considerar interesante diversificar las salidas hacia Europa y abrir una travesía por el pirineo central y por Barbastro. Si yo fuera el alcalde ya estaría buscando terrenos para la estación (si me pisan la idea no pasa nada) Y en todo caso, Barbastro necesita un plan de ciudad a medio plazo y teniendo en cuenta lo que el futuro puede deparar. Un plan de transición de una economía basada en el carbón a otra donde los combustibles fósiles sean un recuerdo. Ese plan debería ser el objetivo prioritario de este Ayuntamiento para lo que queda de legislatura. Publicado en ECA el 18/02/2022

martes, 18 de enero de 2022

La historia se repite (a veces)

En los primeros años de este siglo XXI están ocurriendo, para dar la razón a los que dicen que la historia se repite, a veces como comedia y otras como tragedia, una serie de acontecimientos que recuerdan lo que pasó en los mismos años del siglo XX. Simplificando mucho, por supuesto, ahí van algunos ejemplos. Entre 1918 y 1920 tuvo lugar una pandemia global, conocida como gripe española por razones que nada tienen que ver con el origen del virus, localizado en los campamentos militares estadounidenses donde concentraban las tropas que iban a combatir a Europa y de donde, de hecho, salieron a pesar de que el gobierno norteamericano era perfectamente consciente del riesgo de expansión de la enfermedad. El número de muertos, con todas las reservas porque los sistemas de recuento tampoco entonces afinaban mucho, pudo estar entre 50 y 100 millones. En febrero de 2020 se detectó en China lo que ha terminado siendo otra pandemia, también de alcance global y aparentemente mucho menos letal que la de 1918, aunque disfruta de una atención mediática que la primera, debido a la censura de guerra, no tuvo y de unas vacunas que entonces no había y que, por lo visto, sólo funcionan como es debido cuando se ha vacunado todo el mundo. En 1917, el cuarto año de la Gran Guerra, estalló en Rusia una revolución seguida de una guerra civil y de la victoria, en 1923, de los bolcheviques, que implantaron el primer régimen comunista del mundo y crearon, junto con otras cuatro repúblicas, la Unión Soviética. Tras más de 70 años de discutible gestión económica y social, el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) se descompuso a finales del siglo XX dando lugar a la desmembración de la Unión. En 2020 el presidente de Rusia, Vladimir Putin, antiguo miembro del aparato comunista y de su policía política, ha iniciado una serie de movimientos, diplomáticos y militares que, visto el precedente de la desmembración de Ucrania con la anexión de Crimea y sus propias declaraciones, parecen dirigidos a restaurar, a cualquier precio, incluso por las buenas si no hubiera más remedio, el antiguo espacio soviético. Entre 1921 y 1923 se produjo en Alemania, entonces una república democrática, un fenómeno monetario conocido como hiperinflación que arruinó a su clase media, dio al traste con las pocas posibilidades de supervivencia que tenía la república de Weimar y la arrojó de hecho en manos de Adolfo Hitler, un insensato que condujo a Europa y al mundo a la segunda y más destructiva de las guerras habidas hasta entonces. En 2020 y 2021 la subida del precio de la energía amenaza con elevar la inflación más allá de lo deseable. Inflación hasta ahora contenida con las políticas contracíclicas del BCE, formal y estatutariamente comprometido con la ortodoxia monetaria y la estabilidad de precios. De momento España, con un 6,5% a final de año, es uno de los países de Europa con una mayor tasa de inflación anual. Esperemos que ministra de Hacienda, que lleva tiempo organizando una reforma fiscal cuyo objetivo declarado es aumentar la recaudación, nos explique qué política monetaria cabe aplicar, en un entorno de interés cero o negativo, aparte de tenernos a todos trabajando hasta los 90 para sostener un estado insostenible. Además, y puesto que no tiene competencias en política monetaria, las tonterías que diga también le saldrán gratis. En 1914 y 1939 estallaron las dos primeras guerras mundiales y en 1936 un golpe militar fracasado, precedido en 1934 por la declaración del Estado Catalán, llevó a España a una guerra civil que liquidó la 2ªrepública y la democracia durante cuarenta años. Afortunadamente aún no hay contrapartida para eso en este siglo, pero los exportadores de carbón, petróleo, gas natural, uranio o materiales para la fabricación de coches eléctricos están cerrando el grifo al exterior y dedicando sus reservas a atender sus propias necesidades, lo que junto a las veleidades expansionistas de Rusia y la voracidad china puede derivar fácilmente hacia un casus belli de manual. Seguimos, en todo caso, al borde del inevitable colapso sistémico, pero puede que la extraordinaria resiliencia del sistema y los planes de los que saben lo que pasa y por qué, que no parece que tengan mucho que ver con los que salen por televisión exhibiendo sus trifulcas de patio de colegio, nos sorprenden con una nueva prórroga. Enviado a ECA (21012022)

sábado, 1 de enero de 2022

El invierno de la energía

La crisis energética, discretamente omnipresente desde hace años, era, sobre todo, la crisis del petróleo. Es verdad que había y hay otras fuentes de energía primaria, incluso algunas parcialmente renovables, pero el petróleo tiene unas ventajas que lo hacen, en la práctica insustituible. En cualquier caso, la gente, en general, no habla demasiado de crisis energética por la sencilla razón de que aún no la percibe como amenaza. Es verdad que el precio de la energía eléctrica lleva un tiempo descontrolado, pero eso ya ha pasado otras veces y no sólo con la energía eléctrica sino también con el petróleo, que en el 2008 llegó a alcanzar los 180$ por barril para caer hasta los 30 y permanecer en ese entorno por largas temporadas. Ahora el precio del Brent está cerca de los 80 dólares por barril, pero la gente, harta ya de que le anuncien la inminente llegada del lobo y con el gobierno prometiendo un día sí y otro también reducir la factura de la luz a niveles aceptables, no parece preocuparse demasiado. O al menos, no lo suficiente como para expresar ruidosamente y en la calle su preocupación y descontento. Sin embargo, hay sobrados motivos para preocuparse. Entre 1950 y 2020 la población mundial ha pasado de 2,54 a 7,79 miles de millones de personas, es decir, prácticamente se ha triplicado, y, en la parte del mundo que nos ha tocado vivir, se han alcanzado cotas de bienestar que ninguna generación había conseguido hasta la fecha y que pueden atribuirse, sin ningún problema al descubrimiento y explotación, en poco más de 200 años, de enormes cantidades de energía solar almacenada en el interior de la Tierra en tiempos geológicos remotos y durante cientos de años. Una energía que no se puede reponer ni sustituir en la mayor parte de los usos que ahora tiene y sobre todo en el transporte. Es verdad que ya hay coches eléctricos e incluso están proliferando los puntos de recarga rápida, pero no son muchos y no está claro que los materiales necesarios para la fabricación de estos vehículos vayan a estar disponibles para toda la flota en un futuro previsible. Y, en todo caso, la energía eléctrica que ha de mover la nueva y ¿sostenible? flota habrá de salir de algún sitio y no parece que la obtenida de fuentes renovables vaya a ser suficiente, si el tamaño de la flota ha de acercarse al de la que actualmente se mueve con combustibles fósiles. Ni mucho menos. La Civilización industrial, ésta, es un sistema complejo que funciona mediante la transformación de un flujo constante y esto es muy importante, creciente, de energía de baja entropía en otra de alta entropía, es decir, en calor disipado en la atmósfera. Hasta los años 70 del pasado siglo el ritmo de descubrimientos de nuevos yacimientos y el petróleo obtenido permitían alimentar ese ritmo creciente, pero a partir de ese momento el petróleo alcanzó su pico de producción en los Estados Unidos, ante el general desconcierto y tal como Hubbert había predicho. La primera consecuencia fue que los Estados Unidos pasaron en poco tiempo de exportador a importador neto, salvando así una situación que resultará imposible de manejar cuando el pico sea global. La forma, casi desesperada, de resolver el problema, en este último caso, ha sido recurrir a la extracción de petróleo en formación mediante la utilización de técnicas de fracturación de rocas, obteniendo un resultado insuficiente, escasamente rentable y muy costoso en términos ambientales, por lo que muchas de las empresas que lo iniciaron están en estos momentos próximas a la quiebra o han abandonado directamente el mercado. El comportamiento de sistemas complejos suele presentar un período largo de estabilidad, pero la mayoría alcanza en algún momento puntos de inflexión o umbrales críticos en los que el sistema pasa de un estado a otro de una manera abrupta, con la consiguiente pérdida de complejidad. La mayor parte de la población, al menos la del, hasta hace poco, conocido como primer mundo, no ha experimentado el tipo de sociedad que resultaría de un colapso del sistema, pero la búsqueda de espacio y recursos ya han provocado enfrentamientos más o menos extendidos e incluso guerras globales. Digamos que la disponibilidad de energía abundante y barata y una relativamente homogénea distribución de la riqueza resultante, al menos entre los que hubieran estado, en su caso, en condiciones de manifestar violentamente su disgusto, ha mantenido el sistema, durante un período asombrosamente largo de tiempo, en la situación que los europeos de la primera mitad del Siglo XX denominaban Paz Armada o Belle Époque y que terminó, dicho sea en términos coloquiales, como el rosario de la aurora. Ahora parece haber otras formas y otras herramientas más sofisticadas para hacerse con el poder real y gestionarlo, formas que se están experimentando constantemente y a plena luz, y que implícita o explícitamente, están terminando con otro de los experimentos de los Siglos 19 y 20, la democracia representativa que los griegos también experimentaron y que quedó después relegada al olvido durante mucho tiempo. ECA, 30 de diciembre de 2021

viernes, 24 de diciembre de 2021

Otoño (aún)

Alguien ha puesto la televisión, o el móvil, y me llega el sonido de la trasmisión en directo de la sesión de control al gobierno, en el Congreso, mientras empiezo, tarde como siempre, a escribir mi pequeña colaboración mensual. Supongo que, en las circunstancias actuales, inflación, COVID… algo así debería tener cierto interés para la gente, pero, después de unos minutos ya resulta evidente que las preguntas no se formulan porque los que preguntan tengan algún interés en las respuestas y que las respuestas no tienen como objeto sacar de dudas a los que preguntan. Se trata, simplemente, de ponerse a caldo unos a otros o de lanzarse flores, según el color del que pregunta, con más o menos, casi siempre menos, gracia o ingenio. Nada de lo que dicen tiene demasiado interés ni parece tener relación con lo que está pasando, pero como no lo he oído todo no voy a entrar en eso. El gobierno no hará ni dirá nada que pueda incomodar a los partidos que lo sostienen así que las concesiones a partidos nacionalistas, conflicto lingüístico catalán incluido, seguirán condicionando la actividad gubernamental al menos hasta las próximas elecciones. Después ya veremos, porque no son los socialistas los primeros y seguramente no serán los últimos en tragarse entera la retórica nacionalista para llegar al gobierno. Una vez controlados los resortes del estado, lo de la separación de poderes es pura filfa, toda la acción gubernamental irá encaminada a mantenerse y la de la oposición a intentar desalojarlo. Todo ello sin tocar, por supuesto, lo que no hay que tocar ni molestar a los que parecen detentar el poder real, por ejemplo, las compañías eléctricas y farmacéuticas, en cuyos consejos de administración tantos de nuestros eximios representantes, de todos los colores, han venido asentando sus ilustres posaderas en los últimos decenios. Metafóricamente hablando, claro, porque es de suponer que la jugosa remuneración que perciben es a cambio de no aparecer por allí. Todavía recuerdo a una de las ministras hablando de lo importante que era que su marido, del que bien podría decirse aquello de caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada, llegara al poder para pararles los pies a las eléctricas. O al actual ministro de consumo, dedicado a fomentar una huelga de juguetes, en una interminable batalla por ver quién hace o dice la estupidez más grande. La gestión de la pandemia, supongo que saben de qué pandemia les hablo, es otro de los asuntos en los que parece haber un consenso generalizado, a pesar de las evidentes inconsistencias y contradicciones de toda la historia. Consenso centrado, precisamente, en las vacunas, fabricadas en un tiempo récord y al socaire de una tecnología que llevaba años sin que se le encontrara ninguna utilidad y que no se sabe muy bien que es lo que hacen pero que gobierno, oposición y grandes medios, aquí y en el resto del mundo, coinciden en que hay que ponérselas no sólo para protegerse uno mismo, como pasaba hasta ahora con las vacunas, sino para proteger a los demás. Bueno, esto daría para mucho más, pero no tengo más espacio ni ganas de meterme en jardines de los que luego uno no sabe cómo salir.

domingo, 24 de octubre de 2021

Otoño (ahora sí)

En la portada de un periódico nacional, generalmente alineado en contra de la política del actual gobierno, aparecía esta mañana, resumido, un barómetro con la posición de los entrevistados sobre cuestiones clave de la actualidad. Parece ser que los españoles están a favor de la extradición de Puigdemont, bastante disgustados con el aumento del precio de la energía eléctrica, eufemísticamente conocida como ‘la luz’, preocupados por la aparente deriva comunista del gobierno y por la situación política y económica que consideran malas sin paliativos. Por otra parte, parece ser que una mayoría bastante significativa, el 81%, está en contra de eliminar las mascarillas en los interiores y eventualmente dispuesta a asumir nuevas restricciones si el número de contagiados, es decir, de PCR’s realizados, volviera a aumentar. A mí este gobierno, la verdad, no me entusiasma demasiado y las protestas socialdemócratas del presidente en una especie de simposio de cargos de su partido que ha habido este fin de semana, me parecen, aun suponiendo que la socialdemocracia fuera todavía un valor en alza, poco más que un brindis al Sol. Su permanencia en el poder, objetivo final de este y de casi cualquier gobierno, parece depender en este caso de su capacidad para contemporizar con sus aliados asumiendo algunas de sus propuestas más descabelladas y a los que, por supuesto, la ruptura les interesa muy poco, de mantener contentos sin darles lo que no puede darles, a los pseudo independentistas de ERC y a los de Bildu, que dicen, ahora, que lo que pasó hubiera sido mejor que no pasara y por supuesto, de mantener tranquilos a sus propios barones cuya reelección puede depender de que el gobierno central no se exceda en sus concesiones a vascos y catalanes. En fin, un carajal del demonio en el que no resulta fácil saber dónde está cada uno, pero en el que nuestro presidente se mueve como pez en el agua. Mientras tanto los problemillas habituales siguen donde estaban o empeorando poco a poco, y no me refiero, o no sólo, a la artrosis de mi tobillo que de momento es mi mayor problema, sino al encarecimiento y escasez de materias primas, al negro, por muchas razones, futuro de la energía, al anormal comportamiento del clima que ya provoca sequías en el norte de Europa y destruye el permafrost siberiano, a la falta de profesionales cualificados en muchos campos de la actividad económica, al deterioro casi imparable de la sanidad pública, a la inflación todavía no galopante pero ya veremos y al insoportable aumento de la pobreza, por citar sólo algunos de los más evidentes. Pero bueno, igual no es para tanto porque el presidente, en la televisión, parecía muy contento y nadie, en su sano juicio, estaría contento con este panorama. Publicado en ECA el 22 de octubre de 2022

viernes, 20 de agosto de 2021

Diálogos para besugos IV

  • Buenos días
  • Espere, aún es pronto.
  • Venía a pedir hora para una consulta.
  • ¿A pedir hora? Aquí hay que venir con la hora pedida.
  • Pero…
  • Si no tiene hora no puedo atenderla. Lea, lea las instrucciones en aquel panel.
  • Precisamente quiero pedir hora para que me atiendan.
  • Ya, pero eso es después. ¿Tiene usted hora?
  • Las diez y cuarto.
  • Me refiero a si le han dado a usted hora para ser atendida en esta oficina.
  • No, aún no. Ya le he dicho que he venido a pedirla
  • Hay que tener hora para venir aquí a pedir hora. Pero la gente hace lo que le da la gana y así va este país. Tiene usted a su disposición un número de teléfono y una página web, aunque hoy, por lo visto, la página no funciona.
  • Ya, pero, aunque funcione, yo no sé dónde está esa página y en el teléfono sale una señorita muy amable que me asegura cada minuto o dos que me atenderán enseguida. Desde las nueve, llevo esperando. Y como tenía que pasar cerca de aquí…
  • Claro, Ha pensado usted que aquí estamos para cuando a usted le venga bien aparecer. Usted tenía que haber esperado a que le atendieran y en lugar de eso viene aquí sin tener hora.
  • Sí, para pedir hora, precisamente.
  • Y usted cree que yo puedo desatender a otros que tengan hora para atenderla a usted, que no la tiene.
  • Pero… Si aquí no hay nadie.
  • No hay nadie, desde luego. Y ¿por qué no hay nadie, según usted?
  • Pues por…
  • Porque estarán pidiendo hora por teléfono o por Internet, como debería estar haciendo usted. Y dentro de nada se presentarán aquí y se encontrarán con que estoy atendiéndola a usted que no tiene hora. Está usted poniendo en riesgo la seriedad de esta oficina y mi puesto de trabajo.
  • Oiga, mire, la verdad es que había olvidado que ayer mi hija me pidió hora en la página esa. Me dijo que le habían dicho que viniera a las diez y veinte.
  • Eso es otra cosa. Precisamente son ahora. Usted dirá.
  • Venía a pedir hora para una consulta.
  • Ah, muy bien. Hoy está todo cogido, pero mañana tenemos disponibles las 9, las 11, las 12 y la una.
  • Cuanto antes mejor. A las 9.
  • A las 9 pues. Aquí estamos para atenderla.

Como recuerdo y homenaje a los diálogos para besugos de Editorial Bruguera.

Publicado en ECA el 20/08/2021

jueves, 8 de abril de 2021

Pues pasa que

el consejo interterritorial de salud acaba de decidir que la mascarilla en la playa si, pero si se está sentado boca abajo y con la cara en la arena no, pero si no hay distancia si pero solo si a la gente le parece bien porque si no no se la ponen y quedamos mal. La vacuna que ahora están poniendo por aquí puede estar relacionada con los trombos que han aparecido por allí, pero solo un poco y es mejor ponérsela porque ya está pagada y si no no llegamos a salvar el verano y los de Vox se han manifestado en Vallecas y los de Podemos no han ido a manifestarse a Serrano porque son mucho más responsables que los de Vox y además es buena, la vacuna, pero es mejor la Janssen porque solo hay que ponerse una dosis por el mismo precio o quizá sea más barata y no hay noticias del dinero alemán desde que su TC puso alguna objeción a soltarlo por las buenas pero el gobierno cree que no es necesario ampliar el estado de alarma aunque quizá si pero después del verano o antes que hay mucho irresponsable que cree que las mascarillas son un colgante para la oreja y además da igual porque esta noche o mañana hay otra reunión aunque el gobierno ha descartado cambiar nada a no ser que las condiciones lo exijan pero lo que no parece que vaya a cambiar de momento es el cierre perimetral por comunidades autónomas, municipios o lo que se les ocurra en la próxima reunión que requerirá, para saltárselo un pasaporte extranjero que sólo podrá ser utilizado por cuatro personas al aire libre y por seis en el interior. Bueno, más o menos.

miércoles, 7 de abril de 2021

Wirtschaftlichkeit, Versorgungssicherheit und Umweltverträglichkeit (2)


Hace 10 años, coincidiendo con la catástrofe de Fukushima y todavía bajo la aprensión y desconfianza hacia las centrales nucleares provocada por la explosión, en 1986, del reactor número 4 de la central de Chernóbil en la antigua Unión Soviética, la entonces, y ahora, canciller federal de Alemania anunció, para dentro de 10 años, es decir, para este año 2021, el cierre de todas las centrales nucleares alemanas que por entonces eran 17. A mí el anuncio me pareció un tanto aventurado y, de hecho, escribí un artículo en ese sentido, con el mismo título que este que están leyendo, tomado de la página Web en la que el ministerio de economía y energía presentaba la medida, al que añadí 
y tres huevos duros, en homenaje a los hermanos Marx, en un periódico digital de circulación restringida en el que colaborábamos David Lafarga responsable, casi hasta el mismo día de su fallecimiento, de la Web que la UNED dedicó a la crisis energética, y yo. El artículo, que no fue mal acogido, lo leyeron 25 personas y a tres de ellas les gustó, ponía en duda el anuncio, hecho en un país sin demasiada exposición al Sol y con un considerable consumo energético para fines industriales. Un país, venía a decir, empeñado, en una transición energética que perseguía la descarbonización progresiva y la sustitución de los combustibles fósiles por energía procedente de fuentes renovables, sobre todo del Sol y del viento, no se podía permitir prescindir de la noche a la mañana, y eso es lo que son 10 años en términos de adaptación a nuevas fuentes de energía, de una que representaba, entonces, el 25% del mix energético nacional.

Por otra parte, la experiencia japonesa, que tras el accidente nuclear de Fukushima cerró de modo inmediato, aunque no definitivo, todas sus centrales nucleares, con la consiguiente caída de la energía disponible y un número considerable de muertos de frío en lo que quedaba de invierno, tampoco abonaba la idea de que la medida fuera algo más que un brindis, nunca mejor dicho, al Sol, cosa que, por otra parte, hubiera estado dentro de lo que en política se considera normal. Bien es verdad que, en esto de mentir al electorado, los alemanes y en general los habitantes de los países protestantes del norte de Europa, son algo menos tolerantes que nosotros, que ya nos tomamos, sin escandalizarnos, cualquier promesa de cualquier político a beneficio de inventario.

Lo curioso, pues, es que a pesar de todo lo que se pueda argumentar en contra, Frau Merkel, que este año deja el poder sin haberse mudado en 16 años del apartamento que comparte con su marido, ha mantenido su palabra y de las 17 centrales nucleares ya sólo quedan 6, que el gobierno tiene previsto cerrar el año que viene con una planificación lo suficientemente avanzada como para que no queden muchas posibilidades de marcha atrás. La conclusión, una de ellas, podría ser que Alemania dispone, hoy por hoy, de políticos capaces de mantener sus compromisos en un asunto tan serio como este. Y claro, el compromiso es cerrar las centrales nucleares de fisión, supongo que siguen buscando la forma de construir centrales de fusión, manteniendo la indiscutible potencia industrial del país y reduciendo el consumo de combustibles fósiles, propósitos muy loables, amparados en una estrategia que incluye la importación de hidrógeno verde, obtenido con energías renovables en los países en desarrollo, la construcción de edificios, vehículos y procesos industriales energéticamente eficientes, etc. El punto fuerte es que se trata de una política coherente, sostenida en el tiempo y con un propósito firme de integración europea. El punto débil es que no parecen estar buscando ninguna alternativa al crecimiento de la economía. Nuestra civilización colapsará por algo tan simple como ignorar que no hay ninguna tasa de crecimiento exponencial, sostenible en entornos finitos. 

Publicado en ECA el 9 de abril de 2021

lunes, 23 de noviembre de 2020

Y llegó la vacuna... ¿o no?

 Muchos de los que se aventuraron a opinar sobre la evolución del COVID-19, a la vista de sus primeras manifestaciones, han tenido que rectificar y acomodarse, de mejor o peor grado, a las directrices de la OMS que, hay que reconocerlo, no han variado mucho desde que decidieron que nos enfrentábamos a una pandemia global que requería medidas excepcionales. Aunque esté feo citarse uno mismo, no tengo más remedio que reconocer que mi primera impresión, publicada aquí mismo en el mes de marzo o abril, fue que esto iba a durar poco, salvo que hubiera alguien interesado en mantenerlo, añadía para curarme en salud. Evidentemente no estuve muy acertado. 
Treinta y cinco semanas después seguimos con el virus bastante activo y a merced de sucesivas ocurrencias gubernamentales, recibidas, por el momento y con pocas excepciones, con singular estoicismo, que no parecen estar solucionando gran cosa, más allá de permitir a la epidemia seguir su curso apartando, de cuando en cuando, de la circulación los huéspedes necesarios para intentar evitar la saturación de un sistema sanitario cuyas deficiencias, a duras penas paliadas por el esfuerzo de sus profesionales, no resultan menos evidentes por haber reducido a una sola casi todas las patologías posibles, incluyendo aquellas, como el cáncer, que en 2019 mataron en España a más de cien mil personas y que, probablemente, están matando a muchas más en 2020.


Pero no todo son malas noticias. Ya tenemos, dicen, una vacuna a la que se atribuye un 90% de eficacia, lo que supongo que significa que 9 de cada 10 inoculados quedarán, temporalmente, al menos, inmunizados contra el COVID-19. Una vacuna basada en una tecnología relativamente nueva, es decir, que lleva ya unos años produciendo beneficios especulativos a dos empresas de biotecnología, Moderna (2010), en Estados Unidos y BioNTech (2008) en Alemania, asociada esta última a la norteamericana Pfizer, pero no, hasta ahora, un solo resultado tangible. Lo que he entendido, a partir de las explicaciones de una cualquiera de esas dos empresas, Moderna, y BioNTech es que no se trata, como en la vacunación clásica, de inocular una versión atontada del virus para estimular, sin riesgo de contraer la enfermedad, el sistema inmune del organismo, sino de construir, a partir de una cadena doble de DNA, lo que se conoce como un mensajero RNA, de aquí viene el nombre de una de las empresas moderna. Este mensajero, m RNA, contiene las instrucciones necesarias para que los ribosomas celulares construyan o activen las proteínas necesarias para combatir con éxito una determinada enfermedad. De hecho, en las páginas de estas empresas aparece el cáncer, entre otras, como objetivo a batir, por el momento sin éxito, aunque en el caso del COVID lo hayan conseguido, aparentemente, en un tiempo asombrosa y afortunadamente corto.


No es, sin embargo, demasiado tranquilizador que los directores financiero y médico de moderna y el director general de Pfizer vendieran casi todas sus acciones en esas empresas al socaire de la subida provocada por los anuncios de la vacuna, sin esperar a los mucho mayores beneficios que, sin duda, cabría esperar de su comercialización, cuando tal cosa ocurra. Que probablemente ocurrirá, aunque yo, y que el comité de la verdad recientemente constituido no me lo tenga en cuenta, sigo siendo escéptico. No creo que esto, por sí solo, acabe con la civilización y mucho menos con la especie humana, que seguramente ha superado crisis mayores, pero sí que la enfermedad y sobre todo su errática gestión nos complicará y mucho, la vida antes de que esto acabe, sobre todo a los que por edad u otras patologías ya la teníamos complicada de antemano.

Publicado en ECA el 19/11/2020

viernes, 18 de septiembre de 2020

He aprovechado la primera quincena del mes de agosto para releer algunos libros y entre ellos, como no, Los Cañones de Agosto, de Barbara W. Tuchman, una apasionante historia de los 31 días del mes de agosto de 1914 que desataron una tormenta de fuego y muerte en la Europa de la  segunda década del siglo XX, una tormenta que se llevó por delante a toda una generación, acabó con los grandes imperios europeos, elevó a Estados Unidos a la categoría de potencia hegemónica que aún mantiene y preparó las condiciones que, junto con la crisis de 1929, hicieron posible y en la práctica inevitable la segunda y hasta ahora última, guerra mundial. Por el libro, que ganó el premio Pulitzer de no ficción de 1963, desfila una curiosa galería de personajes como el Kaiser Guillermo, el presidente francés Poincaré, el general inglés y ministro de la Guerra, Kitchener, el Rey Alberto de Bélgica, generales alemanes, belgas, franceses e ingleses, personajes que se mueven como los que describía Benavente en el prólogo de Los Intereses Creados, pendientes de hilos que creen invisibles y que fatalmente los conducen a ellos, a sus coetáneos y a la tierra que pisan a la ruina, la muerte y la destrucción. Una guerra que no tenía que haber empezado y que una vez empezada tenía que haberse resuelto en un par de meses, duró cuatro largos años en los cuales la acumulación de dislates, decisiones estúpidas o directamente criminales y desprecio por la vida humana pudieron atribuirse a ambos bandos por igual, poniendo una vez más de manifiesto que el hombre carece, sobre todo en tiempos de crisis, de la inteligencia necesaria para sobreponerse a su instinto de supervivencia propia y destrucción, ya sea física o política, de sus oponentes. Para el ciudadano medio, que en la Europa de principios del Siglo XX ya no era un campesino atrasado y sometido a los caprichos de los señores feudales sino, en países como Inglaterra y Francia, miembro de una sociedad democrática que elegía, en teoría, a sus líderes, entre los miembros más capacitados de su clase política, solo cabía marchar, entonando canciones de guerra, hacia las trincheras para volver, si volvía, muerto o mutilado por la metralla y el gas mostaza o marcado para siempre por unas condiciones de vida que pocos estaban en condiciones de soportar. No cabe responsabilizar a unos más que a otros. Europa quería la guerra en 1914 y la tuvo. En 1939 ya no la quería tanto, pero también la tuvo. No todos los que tomaron decisiones en aquellos tiempos eran unos criminales o unos necios, pero muy pocos entendían realmente lo que estaba pasando o eran capaces de prever las consecuencias de sus actos. Entre todos, también los que cantaban camino del frente o los que participaban en los pelotones de fusilamiento de los que no cantaban con suficiente entusiasmo, llevaron al mundo a un desastre sin precedentes. Uno quiere creer que estas cosas no pueden pasar ahora, pero, con cada telediario, le cuesta más.

sábado, 11 de abril de 2020

Más sobre la pandemia


Se ha puesto de moda, en determinados sectores, atacar a Fernando Simón y por extensión al actual gobierno de España,  por haber dicho, en los primeros días del mes de marzo, que la pandemia, según la denominación actual de la OMS, afectaría poco o nada a España. A mí estos ataques me parecen fuera de lugar y ello sin perjuicio de que Fernando Simón me caiga bien y también sin perjuicio de que cualquier gobierno me parezca, de entrada, sospechoso de intentar darme gato por liebre. Y me parece injusto y fuera de lugar porque lo que ningún gobierno y por reducción el director de la oficina de coordinación de alertas, puede hacer en un caso como ese es decir que no tiene ni la menor idea de lo que va a pasar de manera que, entre las dos opciones posibles, que no iba a pasar nada o que esto iba a ser una catástrofe sanitaria, optaron por la primera, que entonces les pareció más probable. Otros, pocos, optaron por la otra con el mismo fundamento, esto es, ninguno y acertaron. Mala suerte para el gobierno y también para Fernando Simón que, a pesar de todo, ha seguido dando la cara para que se la partieran, hasta que la enfermedad lo ha retirado, esperemos que temporalmente, de la circulación. A mediados de marzo el gobierno se quedó sin opciones. Su errónea valoración de la situación inicial y la escalada, magnificada por la OMS, de contagios y fallecimientos, no le dejó otra alternativa, a pesar de su evidente reluctancia inicial, que seguir las indicaciones del organismo, invocar el estado de alarma y declarar un confinamiento más o menos generalizado cuyas consecuencias presumían, parece que acertadamente en este caso,  desagradables como poco, pero que tiene una marcha atrás muy difícil, o en la práctica imposible, hasta que se encuentre una vacuna o un antiviral eficaz.

viernes, 28 de febrero de 2020

Vamos a morir todos


Me disponía a escribir, con algo de retraso, por cierto, mi artículo mensual para el Cruzado cuando he oído la última noticia sobre el coronavirus. Según parece, ya tenemos un afectado en España, bueno, en Cataluña que, por el momento y a pesar de las idas y venidas de los sucesivos gobiernos, sigue siendo parte de España. Yo no sé qué es exactamente lo que hay detrás de esta epidemia o lo que sea, pero, sea lo que sea lo que hay, es casi seguro que no nos enteraremos. No voy a poner en cuestión la reacción de la OMS y de los distintos gobiernos porque, a pesar de las limitaciones que tiene cualquier opinión sobre acontecimientos contra factuales, cabe suponer o al menos resulta arriesgado negar, que una reacción más medida, con menos cuarentenas y menos efectos negativos sobre la economía, hubiera dado lugar a una situación mucho peor que la actual. Sin embargo, 80 mil afectados, menos de 3.000 muertos, un índice de recuperación del 37% y una brusca caída del número de nuevos casos a partir del 13 de febrero permiten, comparando esta epidemia con cualquier gripe normal y sin necesidad de llegar a la de 1918 que se llevó por delante a cincuenta millones de personas, aventurar la posibilidad, siempre presente cuando uno se relaciona con administraciones de cualquier tipo, de que no nos estén contando las cosas como son y ni siquiera como creen que son. La reacción, no ahora sino cuando los muertos se contaban sólo por decenas en una población de mil millones, fue a todas luces excesiva. Que en un país que no se distingue precisamente por su transparencia informativa, su gobierno haya puesto en jaque su economía y la de todo el mundo por algo que no alcanza ni de lejos la morbilidad de una gripe ordinaria, con unas medidas tan espectaculares como construir un hospital en una semana, paralizar fábricas, restringir el transporte de personas y mercancías y concentrar en un espacio limitado a una población en riesgo de millones de personas, es, por no decir otra cosa y por comparación con situaciones similares, algo extraordinario. Supongo, mejor dicho, espero, que en un par de semanas o como mucho de meses, ya nadie se acordará de esto, a no ser, claro, que haya alguien o algo interesado en que no sea así o no tengamos ninguna noticia de interés con la que sustituir a esta.

Publicado en ECA 28/02/2020

lunes, 27 de enero de 2020

El pin parental


Hace unos días tuve ocasión de ver en un cine, que es, por cierto, donde mejor se ve el cine,  una película de 2019 que ha pasado casi desapercibida por las carteleras españolas. De hecho en el cine dónde la vi -uno de esos multicines de Zaragoza que ocupan, con veinte o treinta salas pequeñas y casi inaccesibles para personas con problemas de movilidad, el espacio de aquellos impresionantes y magníficos cines de dos mil butacas, como el Palafox o el Cervantes-la ponían en una sala pequeña y acudió un número muy reducido de espectadores. La película en cuestión es Dark Waters, -aguas oscuras-, del director, para mí desconocido hasta ahora, Todd Haynes. La trama, por demás previsible, es el conflicto, real, iniciado a finales de los años 90 del pasado siglo, por un ganadero de Virginia Occidental, que ve como sus vacas enloquecen y mueren tras la ubicación, en las proximidades de su granja, del vertedero de una gran empresa química. La película permite entender, entre otras cosas, por qué es imposible, o extraordinariamente difícil, que el sistema, constituido por el gobierno y las grandes empresas, se autorregule, por iniciativa propia, para detener o mitigar el deterioro del ecosistema terrestre, abocado a una brusca y presumiblemente desastrosa pérdida de complejidad en un futuro no muy lejano. El caso es, y perdón por el spoiler, que los vecinos del granjero afectado le retiran la palabra y acosan a su familia, que acaba contrayendo cáncer, por haber sacado a la luz las prácticas, a todas luces criminales, de la empresa Dupont de Nemours, que había envenenado las aguas fluviales y subterráneas y lanzado a la atmósfera cantidades ingentes de materias peligrosas y altamente contaminantes durante años. Y eso porque preferían, con mucho, correr el riesgo, incierto, de contraer cáncer u otra enfermedad que el más seguro de quedarse sin trabajo, o perder ventajas y privilegios que dependían, en buena medida, de que la empresa, el mayor empleador de la zona, pudiera seguir obteniendo beneficios llenando el planeta de mierda. Para terminar y sólo después de haber perdido algunos pleitos individuales, la compañía accedió, hacia el año 2008, a llegar a un acuerdo colectivo por unos 300 millones de dólares, aproximadamente la tercera parte del beneficio que obtenía en un año de la comercialización del producto en litigio, conocido como PFOA o C8.  Por cierto que, nada sorprendentemente, el mismo producto se sigue utilizando hoy y por la misma empresa, en la fabricación de bienes de consumo como el politetrafluoroetileno, más conocido como Teflón, que se utiliza, entre otras cosas, como antideslizante para las sartenes. Su eventual prohibición o incluso su regulación dependen de decisiones que el actual gobierno de Estados Unidos no ha tomado ni es previsible que tome, a pesar de que el PFOA se ha relacionado directamente con más de 6 tipos de cáncer. Y ¿qué relación tiene esto con el pin parental?, se preguntarán. Pues, probablemente ninguna, pero, como ha sido el tema estrella de la semana pasada, me ha parecido oportuno traerlo a colación, aunque fuera en el título y utilizarlo para atraer lectores. No lo haré más.

ECA 31/01/2020

viernes, 20 de diciembre de 2019

El tiempo que viene


En relación con los efectos del cambio climático, en nombre del cual ha perdido un montón de días un montón de gente, en una reciente conferencia en Madrid, que finalmente se ha saldado con el acuerdo de tomarse la cosa más en serio a partir del año que viene, hay, como en tantas otras cosas, una notable disparidad de criterios entre la izquierda y la derecha del espectro político, si es que esos términos significan actualmente algo más que la disposición a votar cualquier cosa que lleve la etiqueta correspondiente. La izquierda cree, o parece creer, que el calentamiento global está causado por la actividad humana, mientras que la derecha sostiene, a veces con excesivo entusiasmo como ha ocurrido con las descalificaciones a la joven activista sueca Greta Thunberg, que el calentamiento no es sino una manifestación del comportamiento caótico del clima y que, si es imposible saber el tiempo que hará para navidad, mucho menos se puede predecir el que hará dentro de 10, 20 o treinta años. Eso es verdad. No se pueden construir modelos matemáticos deterministas para predecir el tiempo pero, personalmente y en este caso, prefiero el punto de vista de la izquierda, porque, si tenemos algo que ver con lo que está pasando, puede que tengamos también alguna oportunidad de rectificar antes de que sea demasiado tarde. Si se trata, como parece creer la derecha, simplemente de lo que toca, más que de una manifestación del disgusto de Gaia con los más sucios y ruidosos de entre sus inquilinos actuales, la cosa pinta bastante peor. Que el clima está cambiando y que las temperaturas están subiendo es algo que cualquiera, que no haya nacido en los últimos diez años, puede apreciar directamente. Y que, por otra parte, a estas alturas ya nadie discute, salvo un popular locutor turolense que saca a colación todas las mañanas las temperaturas de su pueblo y las de Soria y, coincidiendo con la presidenta de la comunidad de Madrid, la presunta conspiración izquierdista, oculta tras la declaración de emergencias climáticas, de cuyos verdaderos objetivos, dice la Sra. Ayuso, ya nos iremos enterando. En mi opinión y aunque es verdad que el clima ya ha cambiado en otras ocasiones y por otras razones, en esta ocasión hay evidencias suficientes para sostener que el incremento actual de  la concentración de CO en la atmósfera, parcialmente responsable del efecto invernadero y peligroso por encima y por debajo de cierto nivel, es directamente atribuible a la actividad humana y en particular al consumo de combustibles fósiles y otros derivados del petróleo, a la deforestación salvaje y a la  práctica de la ganadería intensiva, entre otras. También pienso que son razones económicas, más que políticas, las que impiden que se haga nada al respecto y que, como ha quedado claro en la cumbre de Madrid, probablemente no se hará nada significativo hasta que ya no haya nada que hacer. Pero, mientras tanto, estamos en Navidad, encendamos todas las luces y salgamos a comprar de todo, como si no hubiera un mañana. Que vaya usted a saber.

Publicado en ECA 20/12/2019

viernes, 22 de noviembre de 2019

Barcelona


Barcelona es una de las ciudades fetiche de mi infancia. Estuve varias veces en el Hospital infantil de San Juan de Dios de la Diagonal y mis padres tenían allí familia y amigos, así que íbamos con cierta frecuencia. También pasé algunas vacaciones en una vieja fábrica de cartón, entonces casi la única industria de San Juan Despí, en la carretera que unía esta ciudad con San Felíu de Llobregat y que debía ser de los pocos sitios en España donde se podían encontrar, listas para convertirse en pulpa, las revistas y periódicos franceses o alemanes que en los quioscos de las Ramblas estaban prohibidos. Porque entonces y no ahora como pretenden algunos, España era, técnicamente, una dictadura en la que no había elecciones libres, ni separación de poderes, ni libertad de prensa o manifestación, ni sindicatos horizontales y si, en cambio, jurisdicciones de excepción ya fueran tribunales militares, que emitieron sentencias de muerte en fecha tan tardía como 1975, o el tribunal de orden público que emitió largas condenas de prisión por delitos de asociación ilícita o de opinión. Pero en todas las casas en las que estuve y también en el hospital, en la calle, en las tiendas o en el transporte público se hablaba en catalán, el que lo sabía o en español sin que, en todo caso, eso pareciera ser un problema para nadie. Si Franco, que efectivamente era un dictador, visitaba Barcelona, no sólo no tenía que esconderse sino que las calles se llenaban de gente aclamándole, mientras que el Rey hace unos días ha tenido que refugiarse casi clandestinamente en Pedralbes después de haber sido declarado persona non grata en Gerona. Y eso que, según un politólogo madrileño España es hoy un estado fascista, colonial y opresor que somete a todo tipo de arbitrariedades al sufrido pueblo catalán. En fin, una interminable cadena de despropósitos que empezó, quizá, con la lamentable gestión de la reforma del estatuto o mucho antes y cuyo final no se ve por ninguna parte porque, como ocurre con el cambio climático, con la crisis de gobierno en España, con el Brexit o con tantas otras cosas, el signo de los tiempos es ignorar los problemas hasta que no tienen solución. El fascismo, como dijo un diputado en una de las últimas sesiones de las cortes de la república, no es una acción, es una reacción. Y una reacción, añado yo, que rara vez se limita a restaurar el statu quo. Ya ha pasado. Después, que no se quejen.

Publicado en ECA

lunes, 14 de octubre de 2019

Fundido en gris


La generación que está saliendo ahora del escenario, la mía, estaba en la universidad o empezando a trabajar cuando murió Franco y había crecido sin Internet, teléfonos móviles o cualquier cosa remotamente parecida a un computador. En 1975 ya había computadores grandes y prácticamente inútiles, en la escala de la tecnología actual, pero aún faltaba algún tiempo para que IBM presentara su computador personal (PC) en 1981 y mucho más para el primer teléfono inteligente (IPhone 2007). Ahora parece que nunca llegaremos a las estrellas, al menos con el actual formato de la especie humana, pero entonces, siete años después del estreno de la película de Stanley Kubrick, con guion del propio Kubrick y de Arthur Clarke, 2001, una odisea en el espacio, aún creíamos que el progreso iba a consistir en desafiar la ley de la gravedad y la teoría de la relatividad y no en llevar un computador en el bolsillo con mil y una posibilidades de aprovechar y de perder el tiempo o en convertir el dinero en mercancía. Entonces, en 1975, el progreso parecía una función lineal del tiempo, en abril de 1976 ya se podía ver El Gran Dictador (Chaplin, 1940) en las pantallas españolas y las posibilidades de la humanidad y de la tan esperada democracia española parecían ilimitadas. Así, en 1978 se estrenó en España el Último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972), película que mucha gente, incluso algunos que no entendían una palabra de francés, ya habían visto en Francia pero que, aun así, provocó enormes colas en los cines y algunas reacciones violentas por parte de los forofos del régimen saliente. El progreso, en su sentido físico más amplio, estaba ligado, sin embargo, a un factor, el crecimiento, cuyos límites, cada vez más evidentes, se presentaron en público por primera vez en un informe elaborado por encargo del Club de Roma en 1972 y aunque pisamos (los americanos, no nosotros) la Luna en 1969 y en alguna otra ocasión, la cosa quedó ahí y parece que la tecnología disponible nos lleva más hacia 1984 (Michael Radford, 1984), basada en la novela homónima de Orwell, que al 2001 de Kubrick. Y la política española, enredada en bucles sin salida, tampoco parece dar mucho más de sí. La película que ponen ahora ya la hemos visto.

Enviado a ECA.

lunes, 15 de julio de 2019

A Joaquín Coll

El jueves por la tarde estuvimos en la Catedral de Barbastro, el único lugar, según uno de los asistentes, dónde el calor de este tórrido verano era soportable. Solíamos coincidir los viernes y a veces, hartos de buscar un hueco para tomar una cerveza, recurríamos a la vieja broma y alguien decía ‘seguro que las iglesias estarán vacías’. Esta vez no. La Catedral estaba llena de gente y tú eras el protagonista. Pero no porque fueras a dar una charla sobre cocina, literatura o cualquier otro tema que te hubieran encargado. La gente estaba allí, estábamos allí, para decirte adiós en tu último viaje. El miércoles me enteré de que habías muerto y poco después me llamó Enrique para asegurarse de que los amigos encargábamos un centro de flores. La corona, me dijo, le parecía demasiado fúnebre. Llamé a la floristería para encargar una docena de rosas rojas pero, antes, tuve la precaución de preguntar qué era lo normal en estos casos y me dijeron que 50. Bueno, pues 50 rosas rojas y 125€. Nuestra última ronda que, como de costumbre,  pagaremos a escote 

Estaba pensando, mientras miraba tu caja en la nave central de la Catedral, en que no has sido un hombre de iglesia, a pesar de que tienes, como yo, buenos amigos entre los curas de Barbastro que son, como nosotros, una especie en peligro de extinción. Tampoco fuiste un hombre de partido aunque hiciste tus pinitos en los primeros años de la transición en lo que ahora se llamaría izquierda radical y ya en los años 80, ahí coincidimos algunos años, en el PSOE en una época de crisis, que se resolvió con el final del amateurismo y la improvisación que nos tocó representar, para dar lugar a la consolidación de una clase política totalmente profesional y a unos liderazgos agotadores.

Los 80 fueron, en Barbastro, una suerte de década prodigiosa. El hospital, tantas veces reivindicado desde la Asociación Cultural del Somontano, más conocida como ACUSO, que presidiste, la UNED, la primera variante de Barbastro que sacó del centro de la ciudad el tráfico pesado de la 240 y por supuesto, los primeros ayuntamientos democráticos que convirtieron en alcaldes y concejales a gentes de todo tipo y condición.  También llegaron las primeras señales de crisis en el polígono industrial, creado durante el desarrollismo tardo franquista y en el comercio local que empezaba a padecer las consecuencias del abandono del casco antiguo y de la instalación de grandes superficies.

Por aquel tiempo o algo después, ya no recuerdo bien, se nos ocurrió reivindicar, a través de una nueva asociación, que también presidiste, una rectificación de la línea ferroviaria que no dejara de lado a Barbastro. Incluso llegamos a redactar un anteproyecto del tramo Huesca Barbastro, pero el proyecto era, por lo visto, demasiado ambicioso, mucho más que los políticos que hubieran podido apoyarlo. También intentamos que el Ayuntamiento asumiera el proyecto de dejar exenta la catedral,  comprando y derribando los edificios de la acera derecha del coso y de hecho se llegó a comprar el primero, pero ahí quedó la cosa. 

Ahora dicen que fuiste poeta, cocinero y no sé cuántas cosas más. Es posible pero, sobre todo, fuiste un hombre con amigos, tenaz con tus ideas y tolerante con las ajenas. Capaz de entusiasmarte con un proyecto y de abandonarlo cuando dejabas de verle futuro. Quizá con poca paciencia con la estupidez y la mediocridad pero incapaz de dedicar más de un minuto a hablar mal de la gente, te hicieran lo que te hicieran, costumbre esta que no dejaba de resultar irritante. Hemos compartido tardes y noches de charla en torno a una botella de vino o una jarra de cerveza, en bares que ya no existen, en ciudades que ya no volveremos a ver juntos y con gentes que ya no están y hemos dedicado tiempo a reflexionar sobre el mundo que se nos venía encima sin llegar, no hemos tenido tiempo, a demasiadas conclusiones. Ahora descansa tranquilo. Ya te contaré.