miércoles, 16 de julio de 2025

Financiación

 Una característica de esta sociedad es la práctica imposibilidad de llegar a conclusiones generalmente aceptadas sobre un número cada vez mayor de cuestiones.

Consideremos, por ejemplo, el caso de la financiación de la autonomía catalana, de acuerdo con el nuevo sistema acordado por representantes del gobierno y del partido ERC. Estos últimos sostienen, porque así conviene a sus intereses electorales, que se trata de una singularidad que beneficiará a Cataluña y acabará con el crónico déficit de ingresos de su hacienda. Una situación popularizada con la consigna ‘España ens roba’, empleada frecuentemente en el discurso independentista catalán para denunciar el déficit fiscal percibido.

Los representantes del gobierno, en cambio, admiten que el cambio recaudatorio beneficiará a Cataluña, pero sostienen que no se trata de una singularidad sino de un nuevo y beneficioso modelo de cálculo, extensible a cualquier otra autonomía que lo solicite sin que nadie resulte perjudicado y todos, se acojan a él o no, vean mejorada su financiación.

Para los partidos de la oposición, PP y Vox, y para la mayoría de las autonomías, exceptuadas Navarra y el País Vasco que ya gozan de sistemas similares al que ahora se pretende extender a Cataluña, el nuevo sistema perjudicará a la hacienda general y a la mayoría de las haciendas autonómicas, generando una diferencia importante en relación con la cantidad que perciben con el sistema actual.

Pero se trata, en principio, de una cuestión computable. No debería ser difícil hacer números, cuantificar la situación actual y evaluar la resultante de la aplicación del método propuesto, algo que no parece que haya nadie interesado en hacer. No, al menos, de manera consensuada. Cada cual exhibe sus números, que son los que le conviene exhibir para sostener su particular visión. Una visión más política que económica ya que la cuestión se genera a partir de la necesidad gubernamental de contar con el apoyo de los sectores independentistas catalanes.

lunes, 7 de julio de 2025

Doce sillas.

Doce jugadores. Doce sillas. Empieza la música y los jugadores comienzan a moverse en torno a las sillas. Cada vez más rápido. Alguien retira una silla. Son ahora doce jugadores y solo once sillas. La música sigue sonando con una cadencia cada vez más lenta. Cuando pare, los jugadores deberán localizar una silla en la que sentarse. El que no lo consiga quedará excluido del juego.

La música ha parado. Los once jugadores que se han sentado sonríen satisfechos y relajados. Pero la orquesta está tocando en la cubierta del Titanic. 

sábado, 21 de junio de 2025

Cuando la política tenía gracia


Hace no tanto —aunque parezca que han pasado siglos— hubo un programa de televisión en el que los políticos aparecían convertidos en muñecos de guiñol. Literalmente. Marionetas de látex, con rasgos grotescos, voces impostadas y guiones afilados, que decían verdades como puños mientras uno reía sin parar. Me refiero a 'las noticias del guiñol' que emitía Canal+, en una época, finales de los 90, en que pagar por ver la tele aún parecía una excentricidad de urbanitas.

Recuerdo con cierta nostalgia aquellos programas. Por lo que decían, y por cómo lo decían. Allí estaban Aznar, González, Anguita, Pujol, incluso Jesulín y algún futbolista despistado, todos pasados por el tamiz de una sátira que conseguía lo más difícil: hacernos reír con ellos y de ellos al mismo tiempo. Y nadie —o casi nadie— se sentía insultado. La caricatura no era sinónimo de odio, sino una forma de representación de la realidad.

Aquello se acabó. Los guiñoles desaparecieron, y con ellos se fue también una forma de ver la política. Ya no se puede hacer humor de ese tipo. O, mejor dicho, ya no se puede emitir. La televisión es ahora otra cosa. Canal+ dejó de existir, se convirtió en Cuatro, y las marionetas fueron arrinconadas por realities, talent shows y tertulias donde el guiñol es el invitado de turno.

La culpa no es solo de la televisión. La política también ha cambiado. Se ha vuelto tan grotesca, tan escandalosamente teatral, que resulta difícil parodiarla sin caer en lo obvio. ¿Cómo se hace una sátira de un ministro que ya habla como si estuviera en una comedia bufa? ¿Qué se puede exagerar cuando los protagonistas hacen el ridículo sin que nadie les obligue? La política se volvió imparodiable, y eso fue el principio del fin del humor político.

Además ahora vivimos rodeados de prejuicios morales, de colectivos hipersensibles y de censores a tiempo completo. Todo se analiza, todo se fiscaliza. Cualquier chiste puede ser ofensivo y cualquier ironía tomada como una agresión. La sátira, que consiste en provocar, en rozar el límite y en  incomodar, ya no tiene espacio. Nadie quiere ofender. Nadie quiere meterse en líos. Y así, uno a uno, van cayendo todos los reductos donde el humor político aún resistía.

Alguien dirá que ahora está Twitter, TikTok o los memes de WhatsApp y ahí hay sátira para rato. Y es verdad: en Internet no parece que falte el ingenio. Pero es otra cosa. Es un humor tribal, rápido, sin poso. Se ríe uno con los suyos, pero no se construye ninguna mirada común. Cada bando tiene su propia risa, y ninguna sirve para comprender mejor al otro. Es un humor de barricada, no de salón.

Quizá el problema de fondo sea que ya no tenemos ganas de reírnos. Estamos demasiado cansados, enfadados, y un poco resignados. Y la resignación es el estado ideal para que las cosas no cambien.

Echo de menos aquellos guiñoles. Un poco por nostalgia, pero sobre todo por lo que representaban: una sociedad que aún creía en la inteligencia, en la crítica y en la risa compartida. Una sociedad que no había perdido del todo la capacidad de tomarse en serio lo importante… sin dejar de tomarse a broma lo ridículo.

Es posible que recuperemos algún día la capacidad de reírnos sin miedo, incluso de nosotros mismos, pero, de momento, seguimos en esta tragicomedia sin guion reconocible donde los títeres no tienen hilos. Tienen cargos que están decididos a mantener.

viernes, 6 de junio de 2025

La Lealtad Política en España.

El caso PSOE: Un Análisis Teórico

La persistente fidelidad electoral que ciertos sectores de la sociedad española mantienen hacia el Partido Socialista Obrero Español constituye un fenómeno complejo que trasciende el mero cálculo electoral. Para comprender esta lealtad aparentemente inquebrantable, resulta necesario examinar las diferentes perspectivas teóricas sobre la fidelidad política y su aplicación al contexto español contemporáneo.

Desde una perspectiva maquiavélica, la lealtad política se concibe como un contrato tácito basado en la utilidad mutua. Nicolás Maquiavelo sostenía que esta fidelidad perdura mientras resulte ventajosa para ambas partes. En el caso del PSOE, sectores de los trabajadores industriales, empleados públicos y colectivos sindicales mantienen su apoyo porque creen que el partido defiende eficazmente sus intereses económicos y sociales.

Esta dimensión utilitaria se complementa con la visión hobbesiana del pacto social. Thomas Hobbes entendía la lealtad como el cumplimiento de un acuerdo mediante el cual los individuos ceden ciertas libertades a cambio de seguridad y orden. Para muchos votantes tradicionales del PSOE, existe la convicción profunda de que este partido garantiza la estabilidad política y un marco socioeconómico que previene la precariedad laboral y los retrocesos en el Estado de bienestar. La idea de que "peor sería dejar el poder a la derecha" refuerza esta lealtad incluso en momentos de dificultad.

Sin embargo, la fidelidad hacia el PSOE no se explica únicamente por consideraciones pragmáticas. Siguiendo la tradición aristotélica, existe también una dimensión identitaria y moral en esta lealtad. Aristóteles concebía la amistad virtuosa como aquella basada en la admiración mutua por los valores compartidos. Para muchos electores, el vínculo con el PSOE trasciende el análisis coste-beneficio y se fundamenta en la identificación con los valores que tradicionalmente ha defendido el partido: la igualdad, la justicia social y la lucha contra la exclusión. Esta afiliación se convierte en parte integral de su visión de la sociedad.

La perspectiva de Edmund Burke sobre la continuidad histórica aporta otra clave interpretativa fundamental. Burke enfatizaba la importancia de la lealtad a las tradiciones políticas construidas a lo largo del tiempo. En España, la Transición democrática y la consolidación del sistema constitucional estuvieron, para una parte de la población, íntimamente vinculadas al PSOE. Las primeras leyes de modernización social, el impulso de la seguridad social y la integración europea consolidaron una narrativa histórica de progreso asociada a este partido. Para la generación que vivió aquellas transformaciones, votar al PSOE representa un modo de preservar la memoria democrática y el legado de modernización del país.

Jean-Jacques Rousseau ofrece una tercera dimensión explicativa a través de su concepto de "voluntad general". Según el filósofo ginebrino, la verdadera lealtad política consiste en cumplir las leyes que los ciudadanos han decidido como voluntad común. Cuando un grupo de electores percibe que el PSOE representa la voluntad general de su entorno —especialmente en comunidades autónomas con fuerte presencia socialista—, surge una fidelidad que trasciende el carisma de líderes individuales. Este voto se interpreta como la materialización de un contrato social comunitario que, no obstante y como se ha visto en Andalucía, no es inamovible.

El contexto sociológico español añade factores específicos a este fenómeno. Los vínculos históricos entre el PSOE y sindicatos como Comisiones Obreras y UGT han consolidado en determinados sectores la ecuación "votar PSOE equivale a defender derechos laborales". Aunque el clientelismo tradicional ha disminuido, persisten formas de clientelismo simbólico basadas en narrativas de defensa de la clase trabajadora. Asimismo, la transmisión generacional de la identificación política ha convertido el voto socialista en parte de la identidad cívica familiar, adquiriendo rasgos tanto de amistad virtuosa aristotélica como de costumbre en el sentido de Burke.

Para el electorado que valora la intervención estatal en la economía y mantiene expectativas de movilidad social, la promesa de reformas progresistas sigue siendo atractiva. Aunque se critique la gestión concreta, muchos votantes permanecen fieles porque creen que las alternativas conservadoras ofrecerían menos garantías para las políticas sociales. Así, pueden ocasionalmente ignorar, o incluso valorar positivamente, aspectos polémicos como la amnistía a los sediciosos catalanes, la creación y mantenimiento de mayorías afines en órganos como el CGPJ o el control político de instituciones como el Banco de España, Red eléctrica y otras.

No obstante, esta lealtad no es inmutable. Las últimas elecciones autonómicas y en parte también las generales han evidenciado que la fidelidad electoral se tambalea cuando los votantes perciben incoherencias que lesionan la idea de proyecto común. Cuando sectores del electorado creen que el partido ya no defiende sus intereses o que actúa más por cálculo que por convicción, la lealtad instrumental puede volverse efímera.

En conclusión, la persistente fidelidad hacia el PSOE resulta de la confluencia de tres dimensiones complementarias: el interés pragmático por las políticas sociales, los vínculos identitarios y culturales forjados históricamente, y la percepción de representar una voluntad general legítima. Un quiebro en estas tres dimensiones, junto con el relevo generacional del electorado, podría registrar un desgaste significativo de esta lealtad multifactorial, que combina raíces tanto pragmáticas como emocionales e históricas.

La lealtad militante: estabilidad, cálculo y ruptura

La lealtad de los militantes hacia un líder partidario constituye una dimensión específica del fenómeno más amplio de la fidelidad política. A diferencia del voto, acto episódico, individual y relativamente volátil, la militancia se articula en torno a estructuras organizativas, rutinas internas y vínculos personales o simbólicos de mayor densidad. En ese contexto, la lealtad hacia el líder no responde únicamente a la identificación ideológica, sino que incorpora elementos de estrategia interna, cálculo de oportunidades y adaptación al poder vigente.

La legitimidad de un líder coyuntural dentro del partido se sostiene mientras converjan tres factores: la percepción de que su liderazgo garantiza el acceso o mantenimiento del poder institucional; la idea de que representa, de forma más o menos genuina, el ideario compartido por la mayoría de la organización; y la ausencia de una alternativa viable que pueda concentrar descontento sin generar un riesgo de fractura interna. Mientras estas condiciones se mantengan, la militancia tiende a cerrar filas en torno a la dirección, incluso en contextos de desgaste externo.

Sin embargo, la lealtad militante es condicional. Cuando se debilita alguna de estas tres columnas —especialmente la percepción de eficacia o la coherencia con el ideario— pueden activarse mecanismos de desafección que, aunque discretos en su origen, se vuelven rápidamente acumulativos. El malestar comienza en sectores periféricos, donde los costes de la disidencia son menores, pero se extiende si el liderazgo muestra señales de desconexión con la organización o si las decisiones tomadas se perciben como lesivas para el conjunto. A diferencia del votante, cuya retirada es silenciosa, el militante puede canalizar su desafección en forma de abstención orgánica, oposición interna o incluso ruptura programática.

Este tipo de procesos suele requerir un elemento catalizador: una figura —no necesariamente de primer nivel— que actúe como “iniciador” y articule, con lenguaje político interno, lo que hasta entonces eran inquietudes dispersas. Es entonces cuando se pasa del malestar pasivo al cuestionamiento activo, y se produce una redistribución del poder interno. En contextos de alta centralización, la reacción de la dirección ante estos movimientos puede ser determinante: una respuesta torpe o excesivamente autoritaria no solo no detiene la erosión, sino que puede acelerarla y dotarla de una legitimidad reactiva.

La historia reciente del PSOE, como la de otros partidos europeos consolidados, muestra que la lealtad militante no es incondicional, sino adaptativa. Está mediada por la historia orgánica de cada agrupación, por las promesas explícitas o implícitas del liderazgo, y por el horizonte de poder que se vislumbra en cada coyuntura. Entender esta lealtad no como una constante moral, sino como un fenómeno político estructurado y revocable, es clave para anticipar posibles crisis de liderazgo en partidos que, como el PSOE, mantienen una densa base organizativa, pero enfrentan crecientes tensiones entre aparato y bases.

Dinámicas recientes del liderazgo socialista

La situación actual —tras la intervención en agrupaciones territoriales como Aragón o Madrid, donde las mayorías preexistentes han sido sustituidas por otras más afines a la dirección federal— constituye un ejemplo paradigmático de liderazgo aparentemente incontestable, pero en el que empiezan a aparecer ciertas grietas. Los casos de corrupción que afectan a personas próximas al secretario general y una política subordinada a los intereses de minorías regionales identitarias como Junts, ERC o Bildu, podrían poner en riesgo el futuro electoral del partido y en consecuencia el estatus político de muchos de sus militantes y amenazar seriamente la continuidad de la dirección actual.

De momento no hay, o no parece haber, ninguna alternativa con posibilidades reales de hacerse con el control del partido, pero eso es algo que se construye rápidamente si las circunstancias son favorables. No conviene olvidar que buena parte de los apoyos del actual secretario general, incluyendo algunos  ministros y altos cargos del partido, estuvieron anteriormente alineados en su contra y solo cambiaron de bando cuando el viento empezó a soplar a su favor. Estos fenómenos necesitan, como ciertas reacciones químicas, un iniciador. Alguien que empiece a pedir cuentas y a sembrar la alarma sobre las consecuencias de seguir sin presentarlas. Eso es todo.

lunes, 2 de junio de 2025

¿Soy de los nuestros?


Hay distintas formas de analizar la realidad. Y también, claro, de contarla. La gente, sobre todo en el tercer
[1] grupo, tiene una acusada tendencia gregaria. Necesita ser parte de algo. Especialmente durante la adolescencia y en la vida laboral, etapas en las que la sensación de pertenencia puede llegar a ser una necesidad existencial. Pero eso no es fácil. Ni gratis. Es posible que haya que comulgar con un catecismo cuyos postulados varían con el tiempo. En función de quién los enuncie en cada momento. Y puede que no sea suficiente hacerlo con alguno de esos postulados. Ni siquiera con la mayoría. Puede que haya que comulgar con todos.

Por concretar un poco y bajar de los cerros de Úbeda, supongamos que estamos hablando de un individuo, hombre o mujer, que, por razones personales, familiares o de trabajo, está obligado a relacionarse en el entorno político vigente en la tercera década del siglo XXI. En teoría esta persona podría observar la realidad y callarse, u opinar sobre lo que ve en el sentido que en cada ocasión le pareciera más conveniente. Ambas posturas le conducirían, probablemente, al ostracismo y al aislamiento social. Pero también podría aspirar a formar parte de algún colectivo o partido existente y, para hacer méritos rápidamente, podría manifestarse en contra de las corridas de toros o, incluso, a favor de la independencia judicial.

La primera de esas dos posibilidades es inocua. Apta, quizá, para obtener una cierta pátina progresista pero irrelevante a la hora de asegurarse la bienvenida en un partido. Estar a favor de la independencia judicial es más prometedor, pero hay que evitar peligrosas generalizaciones. Separar cuidadosamente a los jueces cuya independencia es defendible de aquellos que utilizan su poder para perjudicar al gobierno de turno. La independencia de estos últimos debe ser cuidadosamente supervisada. Pero en todo caso, son posturas que, en el mejor de los casos, sólo servirían para señalar una peligrosa tendencia a tener ideas propias.

Así que nada de esto es significativo a la hora de asegurar su pedigrí como miembro, o incluso como reconocible simpatizante a tiempo completo, de uno u otro colectivo. Lo que, como ya he dicho, no es cosa sencilla. Para eso hay que prestar atención al discurso actual del partido o asociación que elija -mejor si se puede acceder a una actualización diaria-, y atenerse estrictamente a su contenido en cualquier actividad o conversación. Y para ello hace falta, y eso es lo que se pide, fe. Y poca memoria. Y fuertes convicciones, como diría alguno de los más carismáticos líderes actuales. O al menos lo suficientemente fuertes como para comprender que, si lo que dicen ahora es distinto de lo que decían antes, por algo será.

Una vez alcanzado este estado de pertenencia, que hay que cuidar y actualizar día a día, se puede acceder a una realidad que hasta ahora ha permanecido oculta. Historias antes inverosímiles adquieren para nuestro personaje, desde una nueva y más amplia perspectiva, las características de una verdad revelada, quizá contrafactual pero que los hechos ya no pueden desvirtuar. Y así, como Winston Smith, a fuerza de repetir el discurso del Gran Hermano, terminará creyéndoselo. Y amándole.

Enviado a ECA 13 junio 2025

[1] No leer más allá de la línea 11. Publicado el 11 de abril.

martes, 27 de mayo de 2025

A Joaquín Ferrer. En memoria

Conocí a Joaquín hace muchos años, cuando llegó como profesor al instituto Hermanos Argensola, donde yo era alumno de cuarto de bachillerato. Con su muerte en Zaragoza, el 26 de mayo de 2025, se apaga la luz de un hombre íntegro que, con su capacidad de trabajo y su sólida formación, deja tras de sí una huella imborrable para cuantos tuvimos el privilegio de conocerle.

Al frente de la Secretaría y, posteriormente, como subdirector del Centro de la UNED puso su energía y su afán de trabajo al servicio de la cultura, lo que se tradujo en innumerables iniciativas. Coordinador del área de Lengua y Literatura, atrajo proyectos, conferencias y jornadas que enriquecieron el panorama educativo local, siempre con una mirada rigurosa y una pasión contagiosa por el conocimiento.

Durante décadas ejerció como profesor de Lengua y Literatura, Latín, Arte…, entregándose con entusiasmo al desarrollo intelectual de sus estudiantes. Su voz, su erudición y su respeto por la dimensión humana de la enseñanza, convertían cada clase en un espacio de diálogo y descubrimiento, en el que no faltaba nunca el sentido del humor.

Era también, quizá él hubiera dicho que, sobre todo, un cura. Y eso en Barbastro no era, no es, poca cosa. Los curas que yo he conocido fueron, son, los que quedan, una parte fundamental de la élite intelectual de la ciudad, sobre todo en una época en que la fe y la cultura se entrelazaban para impulsar el progreso social y el enriquecimiento colectivo.

Joaquín encarnó la figura del humanista clásico: un hombre que supo compaginar la vocación cultural, la docencia y la fe con un esfuerzo constante, sin buscar protagonismo, con la única meta de servir. Su legado —hecho de rigor intelectual, generosidad y compromiso social— continuará inspirándonos para valorar el poder transformador de la educación y del trabajo bien hecho.

Descansa en paz, viejo amigo, maestro y compañero. Tu memoria seguirá viva en el recuerdo de los que seguimos creyendo en la fuerza del humanismo. 


Enviado a ECA 30/5/2025

lunes, 26 de mayo de 2025

Experimento o imprudencia

Según un artículo de The Telegraph del 23 de mayo de 2025, el apagón del 28 de abril en España, calificado como "incidente" por la REE, podría haber sido causado por un experimento del gobierno para evaluar la capacidad del sistema eléctrico de integrar energías renovables. Este supuesto experimento estaría relacionado con la preparación para el cierre progresivo de centrales nucleares a partir de 2027. Sin embargo, el gobierno español ha negado rotundamente estas afirmaciones, calificándolas de "bulo" y asegurando que las causas del apagón aún están bajo investigación y se esclarecerán en los próximos meses.

A pesar de la falta de confirmación oficial, hay indicios que sugieren que, en el momento del apagón, la red eléctrica pudo llevar un exceso de energía procedente de fuentes renovables, que no aportan de forma directa la frecuencia ni la inercia necesarias para estabilizar el sistema frente a desviaciones. La presencia de la ministra de Transición Ecológica en la sede de Red Eléctrica de España (REE) media hora antes del incidente podría respaldar la hipótesis de un experimento controlado, aunque también podría tratarse de una coincidencia o de una gestión imprudente por parte del operador.

Un "experimento" implicaría una acción deliberada, lo cual sería grave si se descontroló y causó el apagón, pero podría considerarse un paso necesario para garantizar la estabilidad de la red ante la creciente integración de renovables. La alternativa, introducir renovables sin pruebas previas y esperar que "no pase nada", es aún más grave. Sea como fuere, la falta de transparencia sobre las causas reales del apagón alimenta la especulación y subraya la importancia de esclarecer si fue un experimento fallido o una imprudencia operativa.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Inteligencia artificial, sociedad y empleo.

La inteligencia artificial afectará al 40% de los empleos en todo el mundo, según un informe publicado por el Fondo Monetario Internacional en enero de 2024. Ese proceso ya ha empezado y no va a detenerse, mientras la mayoría sigue sin tener la menor idea de cómo funciona esta tecnología. Es cierto que algo similar ha ocurrido, aunque en menor medida, con muchas otras herramientas que usamos a diario: su funcionamiento es opaco para casi todos, y su adopción ha supuesto en más de una ocasión la transformación y también la desaparición— de empleos existentes. Sin embargo, esta vez el impacto será más profundo y acelerado.

Una parte significativa del trabajo hoy disponible puede ser automatizado mediante modelos de inteligencia artificial. Y esa capacidad no hará sino ampliarse a medida que esos modelos evolucionen, lo que implicará transformaciones laborales con una velocidad que probablemente supere la capacidad de adaptación de los mercados de trabajo. Esto, como advierte el FMI, agravará la desigualdad: entre quienes entienden lo que está ocurriendo —o al menos lo intentan— y quienes se conforman con intuir que algo está pasando.

¿Es esta una tecnología accesible? Para ingenieros informáticos y sobre el papel, construir desde cero un modelo "pequeño" puede parecer una tarea abordable. Bastaría, en teoría, con leer y comprender —entre otros fundamentales— el texto seminal Attention is All You Need de Vaswani, Shazeer y otros; dominar herramientas como PyTorch o TensorFlow y tener experiencia en la programación de redes neuronales; contar con un corpus de datos adecuado y asumir los costes de entrenamiento del modelo, tanto en tiempo como en dinero. Todo ello serviría, en el mejor de los casos, para obtener un producto limitado cuya utilidad, incluso dentro de un campo específico y en comparación con los desarrollos comerciales de gigantes como OpenAI, DeepSeek o Google, sería prácticamente nula.

Más allá del resultado final, el proceso de creación ofrece, por supuesto, un valioso aprendizaje. También es posible explorar modelos ya entrenados, como los disponibles en la plataforma Hugging Face Transformers, para aproximarse al funcionamiento de la IA generativa sin necesidad de programar. O bien se puede ignorar todo esto y esperar a ver qué pasa. Es lo que hace mi gata, que no parece creer que su ración diaria de comida y su caja de arena vayan a depender, algún día, de su relación con esta tecnología. Y tiene razón. Por ahora.

Pero este no es, claro, un problema individual. Cada cual gestiona su currículo como quiere o como puede. Afecta directamente a gobiernos de cualquier nivel, a las universidades y organizaciones empresariales o a España como país. Incorporar los modelos actuales a tareas rutinarias, utilizarlos como atajos para pensar aún menos o resignarse a enviar a los mejores cerebros del país a los grandes centros de desarrollo en Estados Unidos no es, ni de lejos, suficiente. La tan traída y llevada “digitalización”, que aparece en boca de responsables políticos de toda laya a la menor ocasión, no puede reducirse a eso. La tecnología que hay detrás de lo que en este artículo hemos venido en llamar inteligencia artificial, tiene un alcance y unas consecuencias que superan, probablemente con creces, lo que hasta ahora hemos podido intuir.

Por otra parte, somos, o vamos camino de ser, un referente, como se dice ahora, en el alojamiento de los centros de datos fundamentales para el desarrollo de la IA en su estado actual. Unas instalaciones que nos permitirán dar salida a nuestros ¿excedentes? y, en pocos años, montar prometedoras empresas de reciclaje de chatarra informática. 

La instalación de estos centros se considera en Aragón una buena noticia. Y, al menos a corto y medio plazo, seguro que lo es. Pero no deberíamos conformarnos con alojar la infraestructura, poner el terreno, el agua y la energía y quedarnos con la basura mientras otros, desde fuera, desarrollan la tecnología y controlan el futuro. En fin... A ver si a alguien se le ocurre algo después del verano. Cuando no haga tanto calor.

Enviado a ECA 18 julio 2025

viernes, 16 de mayo de 2025

Ideología y energía

 La política energética española lleva años atrapada entre eslóganes ideológicos y decisiones incompletas. Hoy, que da la impresión de que el mundo se reorganiza para garantizar una transición lo más segura posible, seguimos paralizados por el coste político de las decisiones. Ni el Sol es suficiente, ni la energía nuclear sobra. La madurez política podría empezar por asumir eso.

El apagón del 28 de abril, que dejó a oscuras a toda España, fue más que un fallo técnico: fue una señal de alarma. Un síntoma de que la seguridad y coherencia de nuestro sistema eléctrico no puede sostenerse indefinidamente sobre promesas genéricas. Mientras muchos países combinan pragmatismo tecnológico con visión estratégica, aquí seguimos encerrados en un falso dilema: ¿renovables o nuclear?

La apuesta del gobierno por las renovables es acertada, pero insuficiente. El sol y el viento son abundantes en España, pero no constantes ni gestionables. La intermitencia, la falta de respaldo firme y la vulnerabilidad de la red no se solucionan con entusiasmo y fe tecnológica. Insistir en un modelo 100% renovable sin rediseñar el sistema de base es una temeridad.

La energía nuclear tiene riesgos, residuos y altos costes iniciales. Pero también es estable, proporciona inercia mecánica a la red, no emite CO₂ en operación, y puede ayudar a reducir nuestra dependencia energética. Francia, Finlandia o Corea del Sur la han reactivado o no la han abandonado y no por nostalgia. Lo hacen porque la descarbonización, inevitable a medio plazo, necesita redundancia, estabilidad y firmeza.

Pero mientras tanto, se cierran centrales que funcionan, se prohíbe la explotación de uranio sin debate, y fingimos creer que todo se solucionará con fotovoltaica y retórica. Esa estrategia, por llamarla de alguna manera, ya está mostrando sus límites: precios elevados, importaciones crecientes y una red vulnerable a cualquier incidente.

Es cierto que no se puede prever todo. Pero eso no puede servir de excusa para no prever nada. No tomar decisiones es también una forma de decidir: perpetuar el desorden, externalizar el coste y aplazar el problema. Necesitamos una política energética seria, que combine la visión a largo plazo con medidas inmediatas.

Algunas son obvias: revisar la ley que impide explotar uranio en suelo español, con criterios técnicos y ambientales; aprobar una moratoria nuclear revisable, vinculada a objetivos de estabilidad y descarbonización y definir un mix realista que incluya renovables, hidráulica, almacenamiento y energía nuclear. Y, sobre todo, impulsar un pacto de Estado que proteja la transición energética de las sacudidas parlamentarias de cada legislatura. Desgraciadamente el nivel de consenso político necesario, en un contexto de fragmentación parlamentaria y polarización extrema, no parece fácil de alcanzar.

Esa transición tiene que ser eficaz, socialmente justa, y gestionada con responsabilidad. No hay solución limpia sin decisiones difíciles. Y no hay progreso sin asumir que, en energía como en democracia, el idealismo sin pragmatismo está condenado al fracaso

Enviado a ECA 16/5/2025

lunes, 5 de mayo de 2025

Algo de luz sobre el apagón del 28 de abril.

 El apagón ocurrido el pasado lunes, atribuido por Red Eléctrica Española a la desconexión repentina de dos plantas fotovoltaicas en Extremadura y la subsiguiente pérdida de 15 GW de potencia, ha vuelto a poner de manifiesto las dificultades de gestión que, casi inevitablemente, acompañan a las situaciones críticas. Aunque el origen técnico del incidente parece relativamente fácil de explicar, su trasfondo tiene que ver con la complejidad del sistema eléctrico y las implicaciones, también políticas, de la transición energética.

La energía eléctrica que llega a nuestras casas procede de diversas fuentes: centrales nucleares, térmicas de carbón o gas (ciclo combinado), hidroeléctricas, así como instalaciones eólicas y fotovoltaicas. En cada momento, el operador del sistema, Red Eléctrica Española (REE), decide cuál es la contribución de cada fuente al sistema, teniendo en cuenta su disponibilidad, el coste de generación y otros factores estratégicos o técnicos.

La política energética del gobierno español está orientada a reducir la dependencia de fuentes fósiles y nucleares, favoreciendo el desarrollo de las energías renovables, especialmente la eólica, la solar y la hidroeléctrica. Se trata de una estrategia razonable desde el punto de vista ambiental y económico, pero siempre que se tengan en cuenta las limitaciones técnicas inherentes a estas formas de generación.

La electricidad generada por estas fuentes circula en forma de corriente alterna a través de la red de transporte de alta tensión, gestionada por REE. Esta red opera normalmente a tensiones de hasta 400 kV y con una frecuencia estándar de 50 Hz, que debe mantenerse de forma extremadamente precisa. Las centrales convencionales (nucleares, térmicas, hidroeléctricas) utilizan grandes generadores rotatorios sincronizados con la red, que giran típicamente a unas 3.000 revoluciones por minuto, produciendo de forma natural corriente alterna con la frecuencia requerida. Estos generadores también aportan inercia mecánica al sistema, lo que permite amortiguar de manera automática pequeñas variaciones de demanda o generación.

En cambio, la energía fotovoltaica produce corriente continua, que debe transformarse en corriente alterna con la frecuencia, fase y forma de onda adecuadas. Por su parte, los aerogeneradores modernos producen corriente alterna, pero a una frecuencia variable, determinada por la velocidad del viento. Ambos sistemas necesitan inversores electrónicos que adapten la energía a las condiciones de la red. Este proceso, aunque tecnológicamente resuelto, introduce costes adicionales y no proporciona inercia natural, lo que reduce la capacidad del sistema para reaccionar de forma inmediata ante desequilibrios.

Por este motivo, la estabilidad del sistema requiere mecanismos adicionales, como almacenamiento, control de frecuencia avanzado o inercia sintética. Si el sistema cuenta con una proporción muy alta de energía renovable y carece de suficiente respaldo convencional o mecanismos de compensación, puede volverse más vulnerable a perturbaciones. Esta vulnerabilidad está, casi con toda seguridad, entre las principales sino la principal, causas del apagón.

Dicho esto, y considerando el compromiso del gobierno y de REE con el despliegue de energías renovables y el progresivo cierre de las centrales nucleares, es lógico preguntarse si el mix eléctrico actual garantiza siempre la robustez necesaria para evitar caídas de frecuencia o apagones ante imprevistos. La transición energética es inevitable y deseable, pero exige una gestión técnica rigurosa y realista de sus desafíos.

jueves, 24 de abril de 2025

¿No era para tanto?

Hace tiempo que escribo sobre energía. Una cuestión en la que, en pocos años, los observadores desapasionados y medianamente informados pasamos de una relativa seguridad a una profunda desorientación. Aquella “seguridad” consistía en la, por entonces, aparente inevitabilidad del desastre: un colapso económico y social tras la llegada —que parecía inminente— del pico en la producción mundial de petróleo.

Al abrigo de esa convicción se organizaron congresos —dos de ellos los organizamos David Lafarga (†) y yo en la UNED de Barbastro—, se crearon y mantuvieron páginas web de referencia, como The Oil Drum, y se celebraron debates universitarios sobre extracción de petróleo, límites físicos, ecología o economía. Se construyeron gráficos y se elaboraron estudios, algunos muy elaborados y convincentes. Yo mismo escribí artículos que pretendían dejar claro que el crecimiento económico, impulsado por una política monetaria asentada en la expansión del crédito, sólo era posible gracias a un aporte creciente de energía; aporte que, a su vez, sólo un suministro también creciente de petróleo podía garantizar.

Hoy, aquella certeza se ha difuminado. Muchos dirán que, afortunadamente; otros, que en realidad nunca existió más allá de las teorías alarmistas de unos pocos. Lo cierto es que el pico del petróleo convencional, predicho por M. King Hubbert en 1956, se alcanzó efectivamente en Estados Unidos en 1970 y, a escala global, hacia 2008. Sin embargo, el impacto fue amortiguado por varias vías: el desarrollo de fuentes no convencionales como el fracking, la expansión de las energías renovables, mejoras de eficiencia y una reducción del consumo asociada, en parte, a contracciones económicas. En volumen total de “todos los líquidos” —incluyendo no convencionales y biocombustibles— la producción mundial incluso continuó creciendo, aunque con un rendimiento energético decreciente (menor EROEI), lo que implica costes y vulnerabilidades adicionales.

La economía global sigue dependiendo de un crecimiento que hoy resulta problemático, debido a su anclaje en un sistema monetario basado en deuda e interés compuesto. Sin embargo, está perdiendo parte del carácter global que tuvo no hace tanto, en favor de un enfoque más localista y proteccionista. Esto se refleja en políticas industriales estratégicas, en controles de exportación de tecnología crítica y en la configuración de cadenas de suministro “seguras” o friend-shoring.

No hace tanto creíamos, sobre la base de los datos y proyecciones de entonces, enfrentarnos a una catástrofe inminente y de alcance planetario. Incluso pensamos que todos éramos parte del problema y también de la solución. Pero, una vez constatado el aplazamiento del colapso, aquel incipiente orden global ha dado paso a un escenario de bloques autárquicos, más preocupados por la resiliencia —asegurar el suministro propio— que por la eficiencia global. El resultado es un retorno a la competencia, especialmente entre grandes potencias, por unos recursos que siguen siendo finitos: los últimos yacimientos rentables de combustibles fósiles, las cadenas de producción de alta tecnología y, no menos importante, la inteligencia —humana y artificial— necesaria para controlarlos.

Cronología resumida del “pico” y su contexto

AñoHitoRelevancia
1956M. King Hubbert publica su modelo de producción de petróleo.Predice el pico de producción en EE. UU. hacia 1970 y, más adelante, un pico global.
1970Pico del petróleo convencional en EE. UU.Inicio de dependencia creciente de importaciones y exploración fuera del país.
1973–1979Crisis del petróleo (OPEP, Irán).Primera señal de vulnerabilidad energética global.
2005–2008Estancamiento y posterior pico del petróleo convencional a escala global.Coincide con precios récord (Brent >140 $/barril en 2008) y debate sobre “peak oil” en foros académicos y especializados (The Oil Drum).
2008Crisis financiera global.Contracción económica reduce demanda; precios caen abruptamente.
2010–2014Auge del fracking en EE. UU.Expansión de producción no convencional; nuevo récord en “todos los líquidos”.
2014–2016Caída de precios del crudo.Afecta inversión upstream; evidencia la volatilidad del nuevo paradigma.
2018–2020Expansión de renovables y tensiones comerciales EE. UU.–China.Energía y geopolítica empiezan a entrelazarse de forma visible.
2022–2024Crisis energética en Europa (guerra en Ucrania, cortes de gas ruso).Retorno de estrategias de seguridad energética nacional y reconfiguración de mercados.

Continuará.

jueves, 3 de abril de 2025

No leer después de la línea 11


Últimamente he visto dos películas sobre teoría de números —en particular, los números primos—, la criptografía de clave pública y la seguridad de la información. Temas densos, sí, pero más fascinantes de lo que parece: todo ese aparato matemático invisible permite, entre otras cosas, que funcionen las criptomonedas, que se guarden secretos de Estado y que los misiles nucleares no se disparen por error. 

Hablábamos de esto en el viejo Café de Levante. Con cervezas sobre la mesa y servilletas convertidas en pizarras improvisadas, surgió la idea: ¿cómo introducir un mensaje secreto en un texto, al alcance de cualquiera, para que pase totalmente desapercibido? Eso, dije entonces, es fácil: basta con escribir un artículo cualquiera, sobre cualquier asunto, que tenga más de quince líneas. El mensaje, en español corriente, debe ir a partir de la línea once. Nadie lo notaría. En estos tiempos de consumo ansioso y lectura hipnótica de titulares, nadie lee más allá de unas pocas líneas. 

Este experimento trivial, nada más que una broma, esconde una idea preocupante: vivimos en una época donde la forma importa más que el fondo, donde lo visible eclipsa lo estructural, y donde el conocimiento está distribuido de forma profundamente desigual. Eso me llevó a recordar una vieja clasificación social que quizá convenga actualizar. Es la siguiente:

En el mundo hay tres tipos de personas. Que no son, como en el chiste, los que saben contar y los que no. La división, aunque algo más sutil, no es menos cortante. Hay un primer grupo, pequeño, discreto, que sabe cómo funciona su mundo y como gestionarlo. No necesitan aparecer en portadas, convocar ruedas de prensa, o hacer giras promocionales. No se dejan ver en Davos, ni en Cannes, ni en Twitter. Son los arquitectos del sistema, los que toman las decisiones estratégicas y diseñan el marco dentro del cual los demás se mueven.

Luego está el segundo grupo, algo más amplio, compuesto por personas que intentan entender el funcionamiento de su mundo. A veces lo logran, pero no tienen capacidad de decisión. Son observadores rigurosos, científicos sociales, lectores insaciables, ciudadanos atentos. Viven en tensión: saben lo suficiente como para inquietarse, pero no tienen las herramientas para transformar esa inquietud en poder.

Y, finalmente, el tercer grupo, el más numeroso: no entienden nada y tampoco les preocupa, pero son los que toman las decisiones tácticas que condicionan la vida política, económica y cultural del conjunto. Votan, consumen y opinan, aunque no suelen escribir; tampoco leen mucho. Participan en las redes, se exhiben en platós y ante micrófonos encendidos. Su ignorancia no es impostada: es natural, orgánica, y en muchos casos celebrada como forma de identidad colectiva. No obstante, de este grupo pueden salir líderes políticos y también las mayorías que los lleven al poder.

Puede parecer un esquema distópico, y tal vez lo sea. Pero no es nuevo. Esta clasificación remite a la sociología de las élites de Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca, quienes describieron una minoría dirigente que concentra el poder, así como a la triada del Inner Party, Outer Party y Proles en 1984 de George Orwell, que ilustra jerarquías de conocimiento y control. Y resuena con la 'jaula de hierro' de Max Weber, metáfora de las estructuras burocráticas que constriñen la agencia individual. Lo novedoso es la forma en que los límites entre estos grupos se han vuelto más borrosos, más resbaladizos y, a la vez, más impermeables.

Existe una relación simbiótica entre ellos. El primer grupo necesita al tercero para ejecutar sus decisiones, para legitimar el espectáculo democrático, para absorber la tensión de las crisis. Y necesita al segundo para analizar, predecir, amortiguar. Pero ninguno de estos dos puede —o quiere— hacer visibles las estructuras reales del poder. Se puede pasar del tercer grupo al segundo leyendo. El resto de las transiciones son muy raras.

Volvamos a los números primos. Esos entes abstractos, estudiados desde hace siglos sin aparente utilidad práctica, hoy son el núcleo de la criptografía moderna. Gracias a ellos podemos comunicarnos de forma segura, almacenar datos, mover dinero y proteger secretos. Sin ellos, todo colapsaría: desde los sistemas bancarios hasta los misiles balísticos.

A eso se suma otro instrumento aún menos comprendido por la mayoría: la reserva fraccionaria. Este mecanismo, con el que los bancos prestan un dinero que no tienen, es una de las piezas centrales del capitalismo financiero. Su existencia, sin embargo, pasa desapercibida para casi todos. ¿Por qué? Porque comprenderla exige tiempo, esfuerzo, y una voluntad de mirar detrás del decorado que pocos cultivan.

Ambos instrumentos —los números primos y la reserva fraccionaria— pertenecen simbólicamente al primer grupo. Son una parte, quizá pequeña pero no insignificante, de su caja de herramientas. El segundo grupo los estudia, los explica, los cuestiona. El tercero ni siquiera sabe que existen. Y, sin embargo, su vida entera depende de ellos.

Pero no hay un “club secreto” que dirija el mundo desde un sótano lleno de pantallas. Lo que hay es una estructura de poder que opera bajo lógicas técnicas, financieras y algorítmicas que no requieren aplausos ni votos. Basta con que funcionen. Y funcionan.

Hay un mensaje en este texto y no está cifrado. Está a plena vista, como los números primos, como los contratos bancarios o las líneas que pocos llegan a leer. Está a partir de la línea once, si uno quiere. Pero, sobre todo, está en la invitación a leer críticamente, cuestionar las estructuras de poder y reconocer el valor (y la desigual distribución) del conocimiento.

Publicado en ECA 11 de abril de 2025


Aranceles

Lo único nuevo de la política proteccionista anunciada ayer por Mr. Trump, es el aparente desequilibrio de su promotor. No es la primera vez que un presidente de Estados Unidos busca en los aranceles la solución a los problemas reales o imaginarios de su economía.

La Ley Smoot-Hawley, oficialmente conocida como la Tariff Act of 1930, fue aprobada por el Congreso de Estados Unidos el 17 de junio de 1930, durante la presidencia de Herbert Hoover. Su objetivo principal era proteger a los agricultores y las industrias estadounidenses de la competencia extranjera, que se percibía como una amenaza tras la caída de los precios agrícolas y el inicio de la Gran Depresión. La ley lleva el nombre de sus impulsores: el senador Reed Smoot de Utah y el representante Willis C. Hawley de Oregón, ambos republicanos.

En concreto, la ley aumentó los aranceles sobre más de 20,000 productos importados, elevando las tasas promedio del 38% (establecido por la Tariff Act de 1922) a cerca del 60%. Algunos ejemplos incluyen incrementos drásticos como el arancel sobre el trigo, que pasó de 42 centavos a 60 centavos por bushel, o el de la mantequilla, que casi se duplicó. La idea era incentivar el consumo de bienes nacionales y dar un respiro a los productores locales, especialmente en un momento de desempleo creciente y colapso económico.

Sin embargo, el resultado fue desastroso. Otros países respondieron con aranceles retaliatorios contra productos estadounidenses, lo que hundió las exportaciones de EE.UU. en más de un 60% entre 1929 y 1933. El comercio global, que ya estaba tambaleándose, se desplomó: según datos históricos, el valor del comercio internacional cayó de $36 mil millones en 1929 a $12 mil millones en 1932. Economistas como Irving Fisher y, más tarde, Milton Friedman, argumentaron que Smoot-Hawley no solo empeoró la Depresión en EE.UU., sino que la extendió globalmente al fracturar los mercados.


jueves, 20 de marzo de 2025

Rearmarnos... ¿para qué?

 La cuestión del gasto militar requiere un cuidadoso examen para evitar, en lo posible, planteamientos excesivamente simplistas. La historia, tal como nos la cuentan, es la siguiente: La financiación de la OTAN depende, en un 75% de los Estados Unidos, que aporta, además la mayor parte del armamento y de las tropas de combate. Como consecuencia de esto, los miembros europeos de la alianza disfrutan de la protección de la organización a un coste muy inferior al real. El actual gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, cree que esta situación es insostenible y que los países europeos deben incrementar el gasto militar y asumir más responsabilidad en su propia defensa.

Defendernos esta muy bien, pero ¿de quién? Pues, aparentemente, de los rusos. La OTAN fue diseñada originalmente como un contrapeso contra la extinta Unión Soviética y tras el colapso de esta se mantuvo, y se mantiene, a Rusia como principal adversario. En todo caso, no hay otro enemigo a la vista contra el que sostener una guerra convencional. Al menos una que requiera un incremento del gasto militar tan elevado como el que Estados Unidos exige a Europa.

Veamos los números. Según el IISS, en 2024 el gasto en defensa de Rusia ascendió a 145mM de dólares y el de los miembros europeos de la OTAN a 460mM. Rusia es un país tres veces más extenso que la suma de todos los países de la OTAN, excluidos los Estados Unidos, pero con una población cuatro veces inferior. Con estas cifras parece claro que, en una guerra convencional, la superioridad militar de los países europeos encuadrados en la OTAN sería abrumadora y Rusia, simplemente, no podría ganarla.

Pero, y esta cuestión ha estado presente desde la invasión de Ucrania en febrero de 2022, tampoco parece que Rusia esté dispuesta a perder una guerra. Dispone del mayor arsenal de ojivas nucleares del mundo, y de un inmenso territorio desde el que lanzarlas. Su doctrina militar, modificada por Putin en noviembre de 2024, contempla varios supuestos bajo los cuales las armas nucleares pueden ser utilizadas y entre ellos está la amenaza a la integridad y seguridad de la federación o sus aliados. 

¿Tiene sentido, en estas condiciones, seguir aumentando el gasto militar de la OTAN, que ya es tres veces superior al de Rusia? Pues no lo sé, pero llevar mucho más lejos, como las cifras propuestas apuntan, esa superioridad en armamento convencional parece algo tan innecesario como arriesgado. Rusia, que ha pasado, o ha hecho como si pasara, por alto la evidente implicación en su contra de la OTAN en la guerra de Ucrania, podría considerar un rearme sobredimensionado y ostensiblemente dirigido contra ella, entre los supuestos que su doctrina militar contempla para justificar el empleo de armas atómicas. Objetivos es lo que sobra y seguro que tenemos alguno cerca.

El presidente Sánchez ha rechazado en Bruselas que se hable de rearme frente a Rusia. Prefiere hacerlo de fortalecer nuestras capacidades para luchar contra el terrorismo o para luchar contra ataques cibernéticos y ataques híbridos. Esto no va más allá de un guiño eufemístico a sus socios de gobierno más reacios al lenguaje militarista, pero podría tomarse también como la señal de una cierta preocupación por la deriva que están tomando los acontecimientos en este campo.



lunes, 17 de marzo de 2025

López, el ministro (para la transformación digital).

En una entrevista concedida al diario La Vanguardia y reproducida en el número del pasado domingo, el ministro Oscar López dedica dos páginas a trasladar a los lectores las excelencias de su política al frente del departamento de Transformación Digital y Función Pública. Durante la entrevista, que contiene algunas novedades, el ministro evita meterse en jardines de los que pueda resultarle difícil salir. O, mejor dicho, lo intenta.

El tema escogido por el periódico, aprovechando que se desarrolla en Barcelona el Mobile World Congress, es la inteligencia artificial. Lo que no es óbice para que las entrevistadoras formulen todo tipo de preguntas sobre la política ministerial, el futuro, la ciberseguridad, la incursión gubernamental en telefónica, los bulos, la comunidad de Madrid y su presidenta o el problema, aparentemente ya resuelto, de MUFACE. Dos páginas dan para mucho y el multifacético y locuaz ministro entrevistado no rehúye casi ninguna pregunta.

La entrevista no consigue, ni creo que lo intente, ponerle en aprietos. Una de las primeras preguntas es: ‘Estos días ha habido quien defiende que España tiene la sociedad más avanzada en digitalización ¿Está de acuerdo?’ El ministro reconoce, modestamente, que queda mucho por hacer, pero asegura que España, en ese campo, es mucho más que el cuarto país de la Unión Europea. Y que es el único país de la Unión con un modelo propio de IA, un observatorio y una carta de derechos digitales. Cuestiones estas últimas que, junto con el control de los medios de comunicación para la erradicación de la ‘desinformación’, parecen estar entre las de mayor interés para él.

Sigue diciendo el ministro que el gobierno, ‘a través de la Sociedad Española para la Transformación Tecnológica, va a invertir, o ha invertido ya, 67 millones de euros, de los fondos europeos, en la empresa Multiverse Computing, de Gipuzkoa’ que ‘hace cuatro o cinco años empezó con la computación cuántica y que ha desarrollado un modelo de comprensión de la IA que reduce la comprensión de los modelos de lenguaje en más del 90%, lo cual supone un ahorro energético del 50%’. La primera aparición de la palabra comprensión habrá que sustituirla, supongo, por compresión y la segunda por tamaño. Estos datos, ciertamente muy ambiciosos, de confirmarse, constituirían efectivamente un hito muy importante, por cuanto el costo energético de la IA es uno de sus principales puntos débiles. 

He buscado Multiverse Computing en la Web y he encontrado una página, en inglés, en la que aparecen referencias, acompañadas de alguna métrica ilustrativa del ahorro ofrecido, al algoritmo de compresión de modelos de IA y también, muy breves, a la utilización de la computación cuántica para el desarrollo de sofisticados algoritmos. En realidad, no se refieren exactamente a computación cuántica, una tecnología que aún está en mantillas, sino a combinarla con la ‘inspirada’ en ella. Todo puede ser, pero se echa de menos algo más de detalle en el tratamiento de esos temas, quizá porque el objetivo de la página es más comercial y publicitario, que técnico o informativo. 

El ministro dice también, remontándose a ‘otras revoluciones tecnológicas’ en las que Europa ha llevado la delantera, que se puede ganar la segunda carrera de la IA. Supongo que se refiere a las dos primeras revoluciones industriales, claramente europeas y más concretamente británicas. Pero ganar, aquí, supone pasar por delante de Estados Unidos y de China, que entonces no estaban en la competición ni, desde luego, llevaban la delantera que ahora llevan. Después Europa perdió por incomparecencia la revolución informática y ha perdido claramente la de la IA, así que ese hipotético primer puesto, aunque sea en una segunda carrera, no está, ni mucho menos, garantizado. 

Enviado a ECA 14032025

 

viernes, 14 de febrero de 2025

Transparencia

La costumbre de retransmitir los plenos del Ayuntamiento, y también los de otras instituciones, es ya vieja y no necesariamente mala. Pero tampoco es, como sostenía un exconcejal con el que comentábamos el último pleno, una panacea o la sublimación de la democracia. Así, me decía, los ciudadanos pueden ver lo que hacemos. Creo que no se dio cuenta de las implicaciones de la frase hasta que terminó de hablar. Y no está mal que la gente preste atención a la forma en la que sus representantes desarrollan sus funciones. Porque las formas tienen importancia, desde luego, pero en la gestión de los asuntos públicos, importan sobre todo los resultados.

Yo no suelo ver esas retransmisiones, pero he visto, porque me ha llegado varias veces al móvil, un fragmento del último pleno municipal. Concretamente la parte en la que el alcalde expulsó a una concejala del pleno porque, según él, no se atenía al contenido del punto del orden del día que se estaba tratando. Las formas, en este caso, resultan chocantes por lo llamativas. Si se expulsara, o simplemente se retirara la palabra, a un político cada vez que se va por los cerros de Úbeda, los plenos, y no sólo los del Ayuntamiento, serían incomparablemente más cortos. Y menos aburridos. Aparte de que la ubicación de los mencionados cerros, por lo que respecta al discurso político, es algo opinable. Dicho esto, expulsar a una concejala durante el tiempo que tiene estipulado para intervenir y con la peregrina justificación de que no se atiene al orden del día, es una decisión… arriesgada, que sienta un precedente difícil de gestionar en el futuro.

Por lo que respecta a los resultados de la gestión, la más consolidada de nuestras tradiciones políticas, permítaseme la perogrullada, exige que al gobierno le parezcan óptimos y a la oposición inexistentes o desastrosos. Eso no es una novedad ni tampoco un problema, porque los resultados en la gestión de un Ayuntamiento no deberían ser difíciles de evaluar. Al menos una vez establecidos los requisitos básicos como, por ejemplo, ¿para qué sirve un Ayuntamiento? A priori esta puede parecer una pregunta sencilla, pero no lo es. Hágansela a un ciudadano desprevenido y ya me contarán lo que les contesta. Si es que les contesta.

El estado actual de la ciudad y su comparación con ciudades próximas y de tamaño parecido, puesto de manifiesto la semana pasada en un artículo del foro B21 sobre el presupuesto municipal, permiten abrigar ciertas reservas acerca de la utilidad inmediata de la institución. El ayuntamiento debería servir para proporcionar determinados servicios, para dar facilidades a las empresas que quieran instalarse en la ciudad, para preocuparse del aspecto general, tanto del centro como de la periferia, y para que la ciudad resulte atractiva para vivir y trabajar. Y también para planificar un futuro que será más o menos problemático en función de cómo lleguemos hasta él.

Pero los políticos, incluso los competentes, no suelen prestar atención a nada que vaya a ocurrir después de las próximas elecciones, y los ciudadanos tampoco ven mucho más allá de sus problemas particulares o de sus simpatías y antipatías personales. Todo ello claro con honrosas, pero no demasiadas, excepciones. Esto, una burocracia que se justifica a sí misma y la falta de mecanismos de evaluación y rendición de cuentas distintos del mero espectáculo televisado, hacen que la gestión de la cosa pública sea ahora tan imprevisible como el tiempo atmosférico. Y casi igual de preocupante.

Enviado a ECA 14 de febrero de 2025


 

jueves, 6 de febrero de 2025

Agosto de 1936.

 

El convento en los años 60. A la izquierda la casa de Carmen y José
Hace casi un mes del fracasado golpe de estado y del comienzo de la guerra civil. La guarnición no ha secundado el golpe y la ciudad se mantiene, por el momento, leal al régimen republicano. Decir que dentro de la legalidad es mucho decir. La legalidad republicana dejó de existir en gran parte del territorio a raíz del golpe de estado. El poder real está en manos de un comité revolucionario que pronto empieza a tomar medidas contra los que considera, en algunos casos con razón, partidarios de los militares golpistas. Uno de los estamentos más afectados es el clero. Los curas de los pueblos son perseguidos y, en muchos casos asesinados en las carreteras. Los pertenecientes a órdenes religiosas presentes en la ciudad, como los claretianos o los escolapios, están encerrados en el salón de actos de estos últimos. El obispo está encarcelado en el Ayuntamiento y muchos ciudadanos, considerados simpatizantes de los rebeldes, en el convento de las Capuchinas.

En la margen izquierda del río, cerca de la extensa huerta de la ciudad, hay un pequeño convento de monjas que se ganan la vida atendiendo enfermos y prestando pequeños servicios a la comunidad. El convento pasa, en los primeros momentos, desapercibido. Los vecinos de la calle llevan años conviviendo con las monjas que no tienen, ni han tenido, otra actividad que la asistencial, de la que viven. En la planta baja del convento hay una pequeña iglesia en la que dice, decía, misa todos los días un cura de los escolapios o de la vecina parroquia de San Francisco.

Unas puertas más abajo viven José y Carmen, en un caserón grande, destartalado y, visto desde la calle, algo inhóspito. La puerta y todos los balcones, ventanas y ventanucos de la parte delantera dan al rio Vero que, en verano, baja prácticamente seco y cuyo cauce está al otro lado de la calle, más allá de las dos fuentes que hay frente a la casa. Un portalón de madera que ajusta mal, dos balcones, uno por piso, en los dos primeros y dos pequeñas ventanas en el tercero. El balcón del primer piso es algo más grande que el del segundo y la barandilla algo más elaborada. Ninguno de los balcones tiene persianas, pero en el primero hay una tela blanca para proteger el interior del Sol que da allí prácticamente todo el día, gracias a la orientación Sur de las casas de este lado de la calle. El patio, nada más cruzar el portón, es grande, con suelo de tierra compactada y en él hay un pesebre para las caballerías, que ocupa toda la pared a la izquierda de la entrada, y dos puertas en el lado opuesto, que dan acceso a una cuadra y a una bodega, además del arranque de la escalera que da acceso a los pisos superiores. 

Subiendo la escalera y antes de llegar al primer piso, que sirve de dormitorio, hay un espacio dedicado a pisar la uva y, un poco más arriba, un pasillo a la derecha que conduce a la parte trasera de la casa donde hay una cocina, con fuego bajo de leña, bastante grande, un comedor, una antecocina y una serie de cuartos utilizados para guardar la parte de la cosecha dedicada al consumo familiar. A la entrada del comedor está el único váter de la casa y justo enfrente otra escalera que conduce a un piso algo más pequeño y a un tendedor, el terrado, que da a las huertas y al campo. El primer piso es grande, con habitaciones de techos altos. Sin posibilidad de calentarlas en invierno, y que sólo se utilizan para dormir. Son muy calurosas en verano las de la parte frontal, la que da al Sur, y más frescas, en los tres pisos, las que dan al norte, a las huertas. No hay agua corriente, pero la fuente está casi enfrente de la casa y da agua todo el año, siempre a la temperatura justa. José, que ya tiene cerca de los 60 años, baja a lavarse a la fuente como el resto de los hombres de la calle. Las mujeres se lavan en casa.

José es un pequeño agricultor. Combatió en Cuba y perdió. Con la gripe del 18 volvió a perder, esta vez a los dos hijos de su primer matrimonio. Esta guerra de ahora, él aún no lo sabe, también la va a perder sin necesidad de combatir. Ni él ni Carmen, su segunda mujer, tienen ninguna razón para simpatizar con el golpe militar, pero tampoco les entusiasman los revolucionarios que están alterando su, hasta entonces, pacífica vida de arrabal. Los hermanos de Carmen, que están afiliados a la UGT y que van por la casa de cuando en cuando, son claramente beligerantes contra los militares rebeldes. José asiente distraído cuando alguno de ellos, sobre todo Félix, le coloca alguna larga perorata revolucionaria. Alguna vez, después del golpe, les ha dicho que, probablemente, la guerra la ganarían antes en el frente que hostigando a civiles desarmados en la retaguardia, pero las cosas no han ido más lejos. En el fondo se quieren, o, al menos, se respetan. Carmen no interviene en las discusiones, pero cree, y así se lo dice a su marido alguna vez, que sus hermanos acabarán mal. Las noticias que llegan de la zona ocupada, donde la represión contra la gente de izquierdas o contra meros simpatizantes de la república está siendo durísima, y lo que están viendo todos los días en su propia zona no permiten albergar muchas esperanzas.

Entre tanto y procedentes de Barcelona, llegan a la ciudad grupos heterogéneos de gente armada, entre ellos anarquistas y otros militantes de partidos de izquierda, junto con gente sin adscripción política, muchos recién salidos de las cárceles catalanas gracias a una suerte de amnistía decretada allí por las autoridades de facto. La presión de estos grupos termina con la relativa moderación del comité local que se ha impuesto a las autoridades republicanas y fuerza el inicio de las detenciones arbitrarias y las ejecuciones sumarias. Un grupo de milicianos anarquistas ha tomado nota de la existencia del convento y ha amenazado a sus ya aterrorizadas ocupantes pero, de momento, las cosas no han pasado de ahí. Félix ha advertido a su hermana de que las cosas pueden ponerse muy feas para las monjas y que no estaría de más que abandonaran el convento y si pueden la ciudad, antes de la noche.

Pero la noche cae y las monjas siguen allí. El tumulto en el pueblo aumenta al oscurecer y los partidarios, reales o supuestos, del golpe militar se esfuerzan por pasar desapercibidos. Algunos se van de sus casas y se esconden en las de los vecinos o amigos menos sospechosos de connivencia con los rebeldes. Por la tarde se asalta un convento de claretianos y se detiene a los presentes, algunos curas y varios seminaristas muy jóvenes, que son conducidos al colegio de los escolapios donde van a pasar la noche. El coronel Villalba, al mando de la guarnición, que no ha secundado la rebelión, intenta calmar los ánimos, pero poco puede hacer. Algunos derechistas significados, que no han tenido la ‘suerte, de ir a parar a la prisión de las capuchinas, han sido asesinados in situ por elementos descontrolados.

En la casa de Carmen y José nadie duerme. Las tres hijas del matrimonio están aterrorizadas y José intenta evaluar la situación. No cree que él y su familia tengan nada que temer de los revoltosos, pero sabe que en una guerra a los civiles puede pasarles cualquier cosa sin necesidad de que haya ninguna razón para ello. En su calle, habitada sobre todo por pequeños agricultores, no hay nadie, que él sepa, que pueda atraer la atención de los revolucionarios, aunque por la mañana ha oído hablar de varios casos de detenciones arbitrarias sin otra razón que la inquina de algún miembro del comité. Por otra parte está el convento de las monjas, a cuatro puertas de su casa, y, después de lo que ha ocurrido con los claretianos, no sería de extrañar que intentaran algo contra ellas. Por la calle no se ve a nadie. Alguna sombra furtiva se mueve de una casa a otra, pero nada más. De momento parece que todo el alboroto tiene lugar al otro lado del río, sobre todo en las proximidades del ayuntamiento.

Pasada la medianoche José, que estaba sentado con la luz apagada en una silla de la sala que daba acceso a las dos alcobas del primer piso, oye abrirse la puerta del patio que no se cerraba nunca con llave, pero cuyas bisagras, faltas de aceite, delataban y más en el silencio de la noche y con la ventana abierta, cualquier intento de apertura. Se levantó y se dirigió hacia la escalera, no sin antes advertir a su mujer y sus hijas, que estaban en las alcobas sin decir palabra, que guardaran silencio. Antes de llegar se hizo con una gruesa rama de olivera que tenía en cuarto situado al final del largo pasillo que llevaba desde las alcobas al rellano. Allí se detuvo un momento, intentando ver u oír algo en la oscuridad. Al cabo de unos minutos advirtió que quienquiera que hubiera entrado en la casa intentaba cerrar la puerta haciendo menos ruido que al abrirla, pero sin poder evitar el chirrido de las viejas bisagras. Después de eso y tras unos momentos de silencio, oyó a alguien que se movía sigilosamente en el patio y una voz de mujer con acento apagado, posiblemente angustiado. 

- ¡Carmen! ¡Carmen!

José, algo más tranquilo, baja las escaleras hasta el primer rellano y, todavía sin ver de quien se trataba, pregunta.

- ¿Quién es? ¿Qué pasa?

- Soy Sor María, la superiora del convento, vengo con tres hermanas. Ha venido el sacristán de la parroquia y nos ha dicho que es mejor que no nos quedemos allí esta noche.

- ¿Sor María? ¿Y qué quiere que hagamos nosotros? Pero suban, suban…

Les hace pasar al lagar donde se pisa la uva y cierra la puerta tras ellas. En una repisa hay una palmatoria con un cabo de vela y unas cerillas con las que consigue algo de luz. Las cuatro monjas, vestidas aún con sus hábitos, están temblando a pesar del calor. El sacristán les ha dicho lo que está pasando con los escolapios y los claretianos y las monjas están aterrorizadas. José no sabe que decir. Él mismo está muy asustado. Su mujer y sus hijas están en la casa y no sabe, aunque puede intuirlo, las consecuencias que puede tener el acoger a las monjas.

La puerta del lagar se abre y entra Carmen que rápidamente pone las cosas en su sitio y despeja las dudas de su marido. Que tampoco eran muchas. Las monjas se quedan en casa esa noche y hasta que puedan marcharse a un lugar seguro. El pequeño piso de la parte de atrás, la que da a las huertas, en el que hay un par de alcobas y un conejar y desde el que se accede a un terrado que bien podría servir como vía de escape, será su refugio provisional.

Después de darles algo de ropa de cama, deja descansar a las monjas y vuelve con su marido a la sala del piso principal de la casa, donde siguen sus hijas ya sin ninguna posibilidad de conciliar el sueño. José sigue preocupado.

- Si vienen a por ellas y no las encuentran en el convento, las buscarán por la calle. No tardarán en venir aquí.

- Bueno, pues nosotros no sabemos nada. Aquí no están.

- Puede que se lo crean y puede que no. Puede que registren la casa. Puede que algún vecino las haya visto entrar y nos delate.

- No lo creo. Seguro que también hay monjas en alguna otra casa. Eran más de diez y aquí sólo han venido cuatro.

Son casi las tres de la mañana cuando se oye un fuerte alboroto en la calle. El ruido proviene del convento, dónde un grupo de hombres muy alterados parece haber irrumpido violentamente. Algunos de ellos deben estar ya dentro y fuera hay un grupo, unos cinco o seis, gesticulando y gritando. Parecen estar borrachos. Los que estaban dentro gritan algo a través de las ventanas de uno de los pisos y los que estaban abajo entran en la iglesia. Sacan algunas imágenes a la calle donde ya hay una hoguera encendida y las echan al fuego. Después preguntan, a voz en grito, que dónde están las monjas. Por el momento no se atreven a entrar en ninguna casa, pero aporrean puertas con las culatas de sus fusiles. Algunos vecinos, también José, se asoman a los balcones. Las casas más próximas al convento son objeto pronto de una atención especial. Los alborotadores se dirigen a sus habitantes y les conminan a entregar a las monjas bajo la amenaza de quemar el convento y toda la calle si es necesario.

Un grupo de vecinos ha bajado a la calle y se concentra en la calzada que separa la calle del cauce del río. Son bastantes y por un momento parecen suficientes para que el griterío de los asaltantes del convente se amortigüe un poco. Pero estos últimos van armados, y los vecinos que están con las manos vacías, son conminados a volver a sus casas bajo la amenaza de los fusiles. Los gritos se recrudecen y un grupo entra en una casa vecina al convento. Tras una tensa conversación con sus ocupantes, tiene lugar un registro infructuoso. En la casa no hay ninguna monja o no la han sabido encontrar. Empiezan entonces un registro sistemático, casa por casa, empezando por la parte de la calle más próxima a la parroquia.

Mientras tanto, las imágenes y los bancos de la pequeña iglesia del convento siguen ardiendo en la calle, en una hoguera alimentada por dos individuos armados que, de vez en cuando, hacen disparos al aire para amedrentar a los que se atreven a asomarse, impidiendo cualquier posibilidad de resistencia coordinada por parte de los vecinos. Pero el ruido está atrayendo a gente de la ciudad, no mucha, a los puentes sobre el río, sobre todo al de San Francisco, el más próximo al convento y a la iglesia del mismo nombre. El que parece ser el cabecilla de los asaltantes se dirige a los nuevos testigos para informarles de lo que está pasando allí y de lo que, según él, están haciendo los militares y los curas en los lugares en los que el golpe ha triunfado. Alguien pregunta que qué tienen que ver las monjas y los vecinos de la calle, una calle de obreros y campesinos, según el interpelante, con los militares y los curas rebeldes, pero no obtiene respuesta. No obstante, los asaltantes no parecen tan seguros, ante la pequeña concentración, y, después de proferir algunos gritos a favor de la república, de la anarquía y de la FAI, contra los militares, los banqueros, los terratenientes y los curas, y de amenazar a cualquiera que se confabule con los que ellos llaman enemigos del pueblo, deciden dejar las cosas como están y retirarse. Son más de las seis de la mañana y el Sol naciente ya ilumina la torre de la iglesia.

Con el nuevo día, las cosas parecen algo más calmadas, aunque circula el rumor de que por la noche se han producido algunas detenciones e incluso asesinatos de religiosos de los que estaban en los escolapios y también de las parroquias de los alrededores. Por otra parte la prensa republicana y sobre todo los pasquines de partido, destaca la brutalidad con que los militares rebeldes extirpaban el ‘cáncer rojo’ de las zonas que cayeron inicialmente y van cayendo en su poder. En la ciudad de Huesca, sin ir más lejos, son numerosas las ejecuciones por simples sospechas de falta de entusiasmo con la sublevación. Algunos vecinos de la calle son llamados a declarar ante el comité local a propósito de los acontecimientos de la noche anterior y aunque algunos se quejan del asalto al convento y las amenazas proferidas por los asaltantes, el comité parece más interesado en el paradero de las monjas que en mantener el orden. No obstante, se abstiene de presionar ni de amenazar y los vecinos vuelven a sus casas relativamente tranquilos.

En la casa de Carmen y José, la mañana es también tranquila. Aprovechan para dormir un poco y también para comer. Las cuatro monjas lo hacen en su refugio provisional y parecen haber recobrado un poco de serenidad. Le dicen a Carmen que creen que algunas hermanas salieron al campo por la parte de atrás y otras fueron a refugiarse en la ciudad. Ellas salieron las últimas y no se atrevieron a ir más lejos. José dice que la calle está vigilada y que es posible que esta noche vuelvan a reproducirse los alborotos y que ser ellos los únicos que han acogido a las monjas fugitivas, no les va a ayudar si las encuentran.

Con la noche llega de nuevo la oscuridad. La calle, que ya está mal iluminada en condiciones normales, no tiene ahora ningún punto de luz. En la casa nadie duerme. Carmen y sus hijas han subido por la tarde al terrado de la parte de atrás con algo de ropa para las monjas, incluyendo unos pañuelos improvisados para la cabeza. Después han quemado los hábitos en el fuego de la cocina y se han sentado a esperar. Por el momento parece demasiado arriesgado que abandonen la casa. Unas voces destempladas rompen el silencio de la calle y unos fuertes golpes en la puerta sobresaltan a los aterrorizados habitantes de la casa. José se asoma al balcón del primer piso.

- ¿Quién es? ¿qué pasa?

- Obre la porta. Sabem que amagueu feixistes a la casa..

- ¿Fascistas?, ¿Qué fascistas? Sólo estamos mi familia y yo.

- I les monges del convent. No et molestis a negar-ho. Val més que surtin per les bones o entrarem a per elles.

- Esta es mi casa. Aquí no podéis entrar.

Desde abajo le amenazan con los fusiles y un disparo impacta en la pared de la casa, por encima pero no a mucha distancia de su cabeza. José retrocede y corre por el pasillo hacia la puerta del piso y la escalera. Cuando llega al rellano oye las voces de los milicianos, ya dentro del patio y subiendo por la escalera. Algunos de ellos están bajo los efectos del alcohol, y el que parece ser el cabecilla se dirige a él en tono destemplado y agresivo.

- On son?

- ¿Qué vais a hacer? ¿Qué os han hecho esas mujeres?

- Això a tu no et fa res. Els capellans i les monges són enemics del poble i estan a favor dels militars que han traït la república 

- Estas monjas no están a favor ni en contra de nada. No han hecho mal a nadie. Id a combatir a los fascistas al frente y dejadnos en paz.

Estas palabras están a punto de costarle muy caro. Dos de los milicianos, a un gesto del cabecilla suben hacia José con los fusiles empuñados. José retrocede, dispuesto a defender como pueda el acceso al resto de la casa, pero en ese momento se oyen fuertes voces y algunos disparos en la calle. Tras un breve tumulto en el patio se ve subir por la escalera a un nuevo grupo de hombres armados y con una escarapela de la UGT en el brazo, que apuntan con sus fusiles a los que ya estaban dentro. Estos a su vez se encaran con los recién llegados sin saber muy bien a qué atenerse. Detrás sube Félix, el hermano de Carmen, que empuña una pistola, flanqueado por dos hombres con fusiles. 

Con la escalera abarrotada de hombres armados, la situación deviene potencialmente explosiva. En el piso donde están refugiadas las monjas y la familia de José están todas aterrorizadas por los gritos. Aunque han descartado una posible huida por el terrado, por estar demasiado alto, las monjas parecen dispuestas a cualquier cosa antes que caer en manos de los revolucionarios. 

Félix se dirige al jefe de los que han asaltado la casa

- ¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes sois vosotros y qué queréis?

- Salud compañero. Hem de fer un registre. En esta casa hay enemigos del pueblo.

- Salud. Esta casa está bajo la protección de la UGT y no vais a hacer ningún registro. Y te repito la pregunta ¿quiénes sois?

- Somos de las milicias de retaguardia. Hemos venido desde Barcelona para combatir al fascismo. Y yo te repito que aquí hay fascistas escondidos.

Félix amartilla su pistola y los que vienen con el bajan los cañones de sus fusiles, apuntando a los asaltantes.

- Aquí no hay ningún fascista. Marchaos de una vez y ya resolveremos esto mañana en el comité. Abajo hay gente suficiente para solucionar esto por las malas.

-  Esto no acaba aquí. Nos veremos en el comité.

- Puedes estar seguro. Pero si volvemos a encontraros en esta calle lo resolveremos a tiros. Salud.

- Vés-te'n a l'infern. Demà arreglarem comptes.

Epílogo: Los alborotadores se retiraron, los milicianos de UGT bajaron a la calle y se acomodaron a fumar o mascar tabaco en silencio, en un pretil de mampostería que hay enfrente de la casa, sobre las escaleras de acceso a una de las fuentes. Félix intentó tranquilizar a su cuñado, pero lo consiguió sólo a medias. A partir de entonces ni siquiera la salida de las monjas sería una garantía para los habitantes de la casa, pero no obstante convinieron en que había que llevarlas a algún lugar seguro o pasarlas a la zona controlada por los rebeldes. Aunque esto último a Félix le pareció una herejía. Creía que bastaría con que fueran hacia Cataluña, con ropas civiles, y buscaran ayuda en alguna población grande. Ellos no podían hacer nada más, aunque seguirían vigilando la casa durante unos días. La presión de los milicianos sobre la ciudad fue disminuyendo como consecuendia de las demandas de la guerra de verdad. La que se libraba en los frentes. Las monjas salieron de la casa y pasaron a territorio controlado por los militares rebeldes. Allí también se fusilaba sin demasiadas formalidades, pero no a las monjas.

Las monjas, algunas de ellas, volvieron al convento una vez acabada la guerra. José y su familia también salieron de la ciudad cuando se anunció la llegada de las tropas sublevadas, ante el temor de que vinieran encabezadas por regulares africanos. Félix sobrevivió a la guerra y murió en Barbastro en los años 90. Uno de sus hermanos, Ángel, murió fusilado en Zaragoza en 1942. La familia siguió viviendo en la vieja casa hasta mediados de los años 60. Carmen murió en 1971 y José había muerto de cáncer en 1957.