‘En cuanto pasen estos días…’, me decía ayer un esforzado
profesional al que conseguí localizar en su teléfono móvil, ‘resolveremos ese
asunto’. ‘Estos días’ es un intervalo de tiempo que, en España, puede incluir
prácticamente todo el mes de diciembre y casi la mitad de enero, la semana
anterior a la llamada Semana Santa, esta misma y parte de la siguiente, las fiestas del pueblo, las pre fiestas y la resaca, las de todos y cada uno de los barrios, los
puentes y acueductos de variado pelaje como el del Pilar o el uno de mayo, festejos
populares, festivales y zafarranchos de toda índole y por supuesto todo o casi
todo el período estival, desde finales de mayo a mitad de septiembre. Durante estos días la vida del país se paraliza,
con la notable excepción, claro está, de la hostelería y la restauración y la
denominada ‘industria del ocio’. Para todo lo demás hay que armarse de
paciencia y sobre todo, de suerte para conseguir que la persona o personas que
puedas necesitar para algo urgente o para completar cualquier expediente, no
hayan decidido tomarse unos días de asueto precisamente en ‘esos días’. Que, aun
así, este país siguiera funcionando, a la española, pero funcionando, era, hasta
no hace mucho, un portento que uno no sabía muy bien a qué especie de divino patronazgo atribuir pero que, tal como están las cosas, sigan en plena vigencia estas costumbres, me parece una muestra indudable de la confianza que seguimos
teniendo en la providencia. Y de la escasa capacidad de raciocinio del pueblo llano y de los sucesivos gobiernos. Y no lo digo porque crea que estas cosas, o la corrupción,
por ejemplo, estén en el origen de esta o cualquier otra crisis, cosa que, evidentemente, hay que
buscar en causas estructurales más profundas, sino porque estoy harto de tanta
juerga, tanta tontería, tanto ruido, tanta gente por todas partes y tanta
porquería por las calles, cosas, todas ellas, que creía, erróneamente, que la situación económica contribuiría a aminorar. Dicen, en mi familia, que eso es porque me estoy
haciendo viejo. Y me temo que tienen toda la razón.