domingo, 7 de marzo de 2010

Si bebes, no conduzcas.

He tenido ocasión de ver, cosas del zapeo, un par de intervenciones de dirigentes del partido popular, concretamente su presidente, el Sr. Rajoy y su secretaria general, la Sra. Cospedal, en un acto organizado con motivo del 30 aniversario de las juventudes de ese partido. En ambos casos se han sentido en la necesidad de manifestar su apoyo, incondicional, al presidente saliente, un tal Uriarte, famoso por haber sido sorprendido, tras un accidente de automóvil, con una tasa de alcohol en sangre más elevada que la permitida por la legislación vigente. A raíz de esto el amigo Uriarte, que compatibilizaba su cargo de presidente de las nuevas generaciones populares con el de miembro electo del congreso de los diputados y, en calidad de tal, de la comisión de seguridad vial, pidió perdón y dimitió como miembro de la citada comisión en la que, por otra parte, no constaba, según su presidente, que hubiera desarrollado una actividad especialmente llamativa, pero mantuvo su puesto de diputado. La verdad es que el asunto no tiene mayor importancia y en un país como este, donde la corrupción se está convirtiendo en algo, no solo generalizado sino tolerado y hasta jaleado por algunos sectores de la opinión pública, que se pille conduciendo bebido, y no mucho, a un diputado, aunque sea miembro de la comisión parlamentaria que estudia,entre otras cosas, cómo prevenir el consumo de alcohol al volante, tampoco es como para rasgarse las vestiduras como, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, han hecho algunos, pero también parece un tanto excesivo que Rajoy, y antes Cospedal, se dirijan, en los actos citados, a su desinhibido y juerguista conmilitón al grito de ¡estamos contigo, Nacho!, como si el pobre hombre estuviera siendo víctima de la más desaforada de las persecuciones. Uriarte no será, seguramente, ni más ni menos irresponsable o cantamañanas que la mayoría del censo electoral, pero, aunque no sea más que por razones pedagógicas, jalear su conducta y solidarizarse con ella porque ha asumido su responsabilidad está, o debería estar, fuera de lugar. La única razón por la que ha reconocido su pequeña fechoría es que tuvo un accidente y fue pillado por la policía, con las manos al volante, lo que le dejó sin más opciones que aceptar una sanción mínima, dejar la comisión y pedir perdón. Nada que justifique el papel de mártir y de modelo para todos los demás, que parece dispuesto a asumir ahora, con la anuente benevolencia de todo el partido popular. Pero la cuestión no es si Uriarte debe, o no, dimitir de algo más, algo completamente irrelevante, sino la de si este país puede permitirse, durante mucho más tiempo, mantener a una clase política tan insoportablemente mediocre, tan irresponsable y, en definitiva, tan parecida a la mayoría de nosotros.

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