Lo más singular y a la vez característico de lo que está
pasando en Europa y en el mundo con el dinero y con la energía, las dos únicas
cosas que realmente importan a corto plazo por su capacidad para modificar
drásticamente la evolución de los acontecimientos, es la falta total de
planificación. Se responde a los acontecimientos a medida que se van produciendo
y nuevas respuestas se improvisan para responder al fracaso de las anteriores. Que
la bolsa suba o baje no tiene más importancia que, o tiene tanta importancia como, las bajadas y subidas del
petróleo que parecen acompañarla, aunque con un tempo más moderado y menos
margen de variación, como corresponde a un recurso cada vez más escaso. Todos
estos movimientos responden únicamente a la acuciante necesidad de los llamados
inversores, o de los gestores de
fondos de inversión por cuenta ajena, de sacar un rendimiento lo más rápido y lo
más alto posible a su dinero o al que gestionan. Esto, los beneficios de los
jugadores, es lo único que cuenta en esta economía de casino que hace tiempo
que ha perdido todo contacto con una realidad que, sin embargo, está reclamando con urgencia
un poco de atención. Para asegurar esos beneficios y no irritar a los inversores
los llamados líderes europeos, los
americanos van a lo suyo y hacen bien, de cuando en cuando ponen sobre la mesa
cantidades cada vez más absurdas que recuerdan a un viejo programa de humor en
la televisión de los años 80 del pasado siglo: ¡700.000 millones! ¡800.000! ¡un
billón!, destinadas aparentemente a garantizar el pago de la deuda pública y los beneficios
de la banca. Y para asegurar los
beneficios de gentes cuyos ingresos anuales equivalen a miles de veces los de
un trabajador ordinario imponen a los nacionales de los países con menos
capacidad de reacción rebajas salariales, reducción o eliminación de servicios
sociales y condiciones laborales cada vez más precarias. Pero lo peor de todo
esto es que finalmente no servirá para nada y que la imposibilidad de resolver
con más deuda el problema de la deuda y de sostener un crecimiento exponencial con
recursos finitos se llevará por delante un modelo absurdo e insostenible y con
él a todos nosotros y, espero, también a inversores, especuladores, banqueros y
líderes de toda laya.
Los dos titulares corresponden al mismo día.
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