Geschichte, Wirtschaft, Politik, Wissenschaft und Energie aus einer persönlichen und undogmatischen Perspektive.
domingo, 27 de diciembre de 2009
Reforma monetaria (I)
Dejando aparte la improbable solución, a medio plazo, de la cuestión energética, lo más urgente desde el punto de vista económico es, sin duda, acometer una profunda reforma del sistema monetario, reforma que la moneda única ha hecho más complicada aún de lo que era antes, al sustraer a los estados nacionales la capacidad de modificar la cantidad de dinero en circulación. La esencia de la reforma es sencilla. Se trata, ni más ni menos, que de hacer igual a 100 el coeficiente de caja, que es la fracción del dinero que prestan, que los bancos deben tener realmente en su caja de efectivo y de impulsar la legislación necesaria para evitar que los bancos hagan caso omiso de esa limitación o, en otras palabras, de impedir que los bancos presten dinero que no tienen, creándolo de la nada en el momento de prestarlo y de que el privilegio de emitir moneda vuelva a estar en manos del estado de dónde, de hecho, nunca ha salido legalmente. Si el estado necesita dinero que lo fabrique y lo ponga en circulación, libre de cargas, gastándolo en obras públicas, en pagar a sus funcionarios o en lo que sea. Eso mismo, crear dinero de la nada, es lo que hacen los bancos, pero cargándole un interés que es el que hace imposible plantearse la posibilidad del estado estacionario y nos obliga a mantener la insosteníble hipótesis de que los recursos del planeta son inagotables. El presidente Lincoln fué asesinado cuando se disponía a promover una reforma monetaria inspirada en los Greenbacks, la moneda, libre de deuda, que su gobierno puso en circulación para financiar el esfuerzo de guerra de la Unión en la Guerra Civil americana de 1861/1865. Los planes de J. F. Kennedy para limitar el poder de los bancos de la Reseva Federal tampoco pudieron llevarse a cabo y la gente ha sido inducida a creer, durante mucho tiempo, que la creación de dinero por el gobierno llevaba inevitablemente a la inflación y a la ruina mientras que lo normal era que, si el gobierno, o cualquier particular, necesitaba dinero para financiar su actividad, tuviera que pedírselo prestado a un banco que, literalmente, se lo inventaba mediante una simple anotación en un registro informático.
sábado, 26 de diciembre de 2009
Drôle d'hiver
lunes, 21 de diciembre de 2009
Nieva, pero poco.
domingo, 20 de diciembre de 2009
Copenhague 2009
Como era de esperar, la cumbre de Copenhague no ha resuelto nada. La economía se ha globalizado pero el mundo carece de recursos globales para enfrentarse a la madre de todas las crisis: somos demasiados y estamos agotando nuestro crédito. El calentamiento del planeta, cualquiera que sea su causa, es, seguramente, un hecho, aunque -8º al otro lado de la ventana, a las 9 de la mañana del 20 de diciembre, a 42º de latitud norte, puedan hacer pensar otra cosa a los más jóvenes o desmemoriados, pero no es el principal problema ni el más acuciante. Cada vez está más claro, son datos de la IEA, al alcance de cualquiera, que el pico de petróleo ya ha llegado, que estamos en el principio del fin de la era de los combustibles fósiles, abundantes y baratos, en la que se basa nuestro modo de vida y que no tenemos con qué reemplazarlos. Los llamados cornucopianos, por su confianza en el cuerno de la abundancia, que tienen bastante audiencia entre los llamados líderes mundiales, en la actualidad poco más que politiquillos de tres al cuarto, con una capacidad de maniobra prácticamente nula, siguen contabilizando como petróleo extraíble el que, suponen, está en el fondo del Atlántico o en cualquier pedrusco más o menos grasiento, encontrado o por encontrar, en los bosques de Canadá, sin la menor consideración hacia los costes de extracción, que cuentan sólo en dinero y no en energía, agua y otros recursos finitos. Se podría mitigar, no eliminar, el problema reduciendo, drásticamente, el consumo, lo que al mismo tiempo frenaría el deterioro atmosférico, terrestre y marítimo del planeta, pero en Copenhague han dejado claro que eso, por las buenas, no va a ocurrir. El crecimiento, con renovados bríos, está, dicen, a la vuelta de la esquina y no lo van a comprometer con medidas impopulares, cuyo principal y probablemente único resultado, sería apearlos a ellos del coche oficial.
lunes, 14 de diciembre de 2009
Optimistas que somos.
El gobierno y la banca creen, o fingen creer, que lo que hace falta es encarar la crisis y los problemas en general, con renovadas dosis de optimismo. Porque, evidentemente, un empresario optimista será mucho más proclive a contratar trabajadores que otro, al que un, seguramente injustificado, pesimismo le lleve a no ver ningún futuro a su empresa. La economía depende, y mucho, de la capacidad del gobierno para inducir optimismo en los empresarios, para que contraten trabajadores y en los mismos trabajadores, para que abandonen prácticas de ahorro y austeridad, muy meritorias a nivel individual pero totalmente indeseables desde el punto de vista general, y se dediquen a consumir las cosas que producen o venden o transportan los empresarios.
El optimismo es, pues, la clave, la solución, de todo este embrollo de las crisis. Si los empresarios son optimistas, en cuanto a la acogida que van a tener sus productos, contratarán trabajadores o mantendrán en sus puestos a los que ya tienen. Estos trabajadores, con el optimismo acrecentado con su nuevo puesto de trabajo o con la seguridad de conservar el viejo, consumirán lo que se les ofrezca y pedirán más, dando así lugar a un círculo virtuoso que nos alejará, por algún tiempo, al menos, de los fantasmas de la crisis, la recesión y la depresión para seguir transitando, con renovado optimismo, por la senda del crecimiento. Desgraciadamente, no es suficiente con comprar y vender para que todo marche. Como la mayor parte del dinero en circulación se ha creado como deuda, que hay que pagar con los correspondientes intereses, será necesario comprar y vender, sí, pero hoy más que ayer y menos que mañana porque, si no, quizá pudiéramos pagar el principal pero no los intereses de esa deuda.
Claro que eso no es problema porque los chinos, que son un montón, sólo tienen 10 coches por cada mil habitantes, en lugar de los 1000 que ya tienen los estadounidenses, así que nada más fácil, ni más necesario, que seguir fabricando coches para los 990 chinos que aún no tienen y que están deseando tenerlos. Los fabricantes de coches, que han pasado por una mala racha provocada, sin duda, por un déficit temporal de optimismo, pueden, deben, contratar ya a nuevos trabajadores para hacer frente a la previsible y muy elevada demanda que se avecina. De hecho una parte muy importante de la población mundial carece de casi todo lo que a nosotros nos sobra así que habrá que suministrárselo. ¿El dinero? Ningún problema: No tienen más que hacer lo que hemos hecho nosotros y encontrar a quién pedirle prestado todo lo que necesiten o crearlo de la nada, como nosotros aunque, para esto último, hay que ser bastante optimista. ¿La energía necesaria para fabricar y mover tantas cosas? Tampoco será problema: de momento tenemos petróleo suficiente para treinta o cuarenta años y después vendrá el hidrógeno, hay que ser muy pesimista para preguntarse de dónde lo sacaremos, la energía solar, el viento o algo que está por inventar pero que, sin duda, se inventará en cuanto haga falta.
Y el que diga que todo esto son tonterías es un pesimista.
sábado, 12 de diciembre de 2009
Un poco de niebla sobre el río.
Democracia (III)
Etimológicamente, democracia es el gobierno del pueblo. El diccionario de la Real Academia es algo más prudente y define la democracia como la Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno, en primera acepción o como el Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado en la segunda. Pero la intervención del pueblo en el gobierno es algo que debe manejarse con muchísimo cuidado. Como la intervención de los trabajadores en la gestión de las empresas donde trabajan, o la de los estudiantes en la elaboración de las preguntas de examen. Son cosas que sólo pueden conducir a problemas. Porque los trabajadores pueden llegar a jefes y los estudiantes a catedráticos, pero mientras sean trabajadores o estudiantes deben dedicar su esfuerzo a y concentrar su atención en el trabajo y el estudio. El pueblo puede intentar gobernar pero, cuando lo consigue, cosa no demasiado frecuente, deja de ser pueblo y pasa a ser gobierno, que es una cosa muy diferente como no tardan en comprobar los que creen que todo se arregla con un cambio de caras entre los que mandan. El gobierno gobierna y el pueblo, que desconoce las sutilezas del arte de gobernar, es gobernado, así han sido siempre las cosas y así seguirán siendo. Lo que pasa es que el pueblo, anarquista en el fondo, es reacio a dejarse gobernar, por lo que es necesario, para evitar males mayores, en forma de revoluciones, o menores, en forma de algaradas callejeras, hacerle creer que, en realidad, es él mismo el que gobierna. Afortunadamente, el pueblo es crédulo por naturaleza y, también en el fondo, prefiere que le digan lo que tiene que hacer, pero y esto es importante, sin que se note demasiado. Un buen gobierno debe, por tanto, esforzarse en llevar al pueblo al convencimiento de que ni su intervención directa en cuestiones de gobierno ni su opinión son, en realidad, convenientes y mucho menos necesarias y de que el pueblo gobierna, sí, pero lo hace indirectamente, escogiendo a sus gobernantes una vez cada cierto número de años, entre unas pocas opciones cuidadosamente seleccionadas, normalmente por cooptación entre las élites políticas del país. Cualquier otro intento, por parte del pueblo, de intervenir en cuestiones políticas o de gobierno, sólo puede achacarse a su falta de educación cívica y de verdadero espíritu democrático. Todo ello, claro, sin perjuicio de que, a modo de desahogo, se permita, al pueblo, expresar, de cuando en cuando, su opinión en las barras de los bares, tertulias, blogs y otros foros previamente autorizados y debidamente controlados.
jueves, 10 de diciembre de 2009
Pico de Petróleo (II)
En Inglaterra, en los últimos años del siglo XIX, tuvo lugar una conjunción de factores, que entonces se manifestaron a nivel local, parecida a la que actualmente amenaza con complicarnos la vida: Por una parte, la utilización masiva de carbón, tanto en la industria y la calefacción como en el transporte por ferrocarril, había hecho irrespirables las ciudades industriales, incluso Londres, sobre la que flotaba un smog que se confundía y se superponía a la niebla tradicional. Por otra, la mayor parte de los grandes yacimientos habían pasado ya su pico de producción y encaraban una irreversible decadencia. Ahora, a nivel global, nos enfrentamos a la amenaza del cambio climático, supuestamente provocado o acelerado por las emisiones de dióxido de carbono, procedentes, en su mayoría, de la combustión de destilados del petróleo y, al mismo tiempo, a la madurez y en algunos casos al agotamiento, de los grandes yacimientos de este recurso, no renovable, de los que depende el 90% de la producción actual.
Junto con las coincidencias hay algunas diferencias bastante obvias. La primera y más evidente es que la caída de producción de las minas inglesas y escocesas podía ser compensada, con relativa facilidad, con carbón procedente de las colonias o comprado en lugares donde aún fuera un recurso abundante. Esta solución, evidentemente, está fuera de cuestión para solucionar una carestía a nivel global. La segunda es que, a finales del Siglo XIX, ya se vislumbraba un sustituto evidente para el carbón, más eficiente, más limpio y con un contenido energético mucho más elevado: el petróleo, mientras que ahora no hay ninguna alternativa, viable a corto y medio plazo, para la mayoría de los usos de sus derivados.
La transición del carbón al petróleo no fue, además, completa porque el carbón sigue siendo, junto con el gas natural, una fuente de energía fundamental para, por ejemplo, producir electricidad en las centrales térmicas, el petróleo y sus derivados, sobre todo la gasolina, tuvieron una aplicación inmediata en los motores de combustión interna para los que el carbón resultaba inútil y, por otra parte, en el siglo XIX, la dependencia del carbón, que era alta, no era total como lo es ahora la del petróleo debido a una pretendidamente beneficiosa globalización, que hace imprescindible el transporte a bajo precio, al enorme incremento de población, gracias la disponibilidad de energía abundante y barata, que el petróleo ha propiciado, población que habrá que seguir alimentando incluso cuando no haya petróleo y a la ineludible necesidad, por razones monetarias, de mantener un crecimiento sostenido.
continuará...
Junto con las coincidencias hay algunas diferencias bastante obvias. La primera y más evidente es que la caída de producción de las minas inglesas y escocesas podía ser compensada, con relativa facilidad, con carbón procedente de las colonias o comprado en lugares donde aún fuera un recurso abundante. Esta solución, evidentemente, está fuera de cuestión para solucionar una carestía a nivel global. La segunda es que, a finales del Siglo XIX, ya se vislumbraba un sustituto evidente para el carbón, más eficiente, más limpio y con un contenido energético mucho más elevado: el petróleo, mientras que ahora no hay ninguna alternativa, viable a corto y medio plazo, para la mayoría de los usos de sus derivados.
La transición del carbón al petróleo no fue, además, completa porque el carbón sigue siendo, junto con el gas natural, una fuente de energía fundamental para, por ejemplo, producir electricidad en las centrales térmicas, el petróleo y sus derivados, sobre todo la gasolina, tuvieron una aplicación inmediata en los motores de combustión interna para los que el carbón resultaba inútil y, por otra parte, en el siglo XIX, la dependencia del carbón, que era alta, no era total como lo es ahora la del petróleo debido a una pretendidamente beneficiosa globalización, que hace imprescindible el transporte a bajo precio, al enorme incremento de población, gracias la disponibilidad de energía abundante y barata, que el petróleo ha propiciado, población que habrá que seguir alimentando incluso cuando no haya petróleo y a la ineludible necesidad, por razones monetarias, de mantener un crecimiento sostenido.
continuará...
martes, 8 de diciembre de 2009
Cambio climático y Peak Oil
Un níspero en flor a primeros de diciembre, la foto es de esta tarde, no es, o no era, algo habitual porque, a estas alturas del otoño, debería estar haciendo bastante frío y lo normal es que los árboles no florezcan cuando hace frío. Esto de ahora es un síntoma, junto con la elevación del nivel del mar y otras fruslerías, de lo que llamamos cambio climático, ahora identificado como una amenaza, una más, para la complicada relación entre Gaia y sus inquilinos más sucios y ruidosos. Creo que ya queda poca gente que niegue la evidencia: el clima está cambiando y el planeta se está desertizando a buen ritmo, comprometiendo su capacidad para alimentar a seis mil quinientos millones de personas. Las discrepancias, que las hay, están en identificar el origen de esta perturbación. Hay quién cree que hay que atribuirla a la acción del hombre y quién cree que tiene que ver con el comportamiento cíclico del clima. El asunto no es baladí: sólo si admitimos que tenemos algo que ver podremos, podrán los que se han reunido en Copenhague, acordar alguna medida para limitar en lo posible las actividades que supuestamente contribuyen a acelerar el cambio. Y si no, no hay ninguna razón para modificar nuestro comportamiento o, al menos, ninguna inducida por este problema. Parece, supongo que afortunadamente, que la corriente mayoritaria se inclina por considerar que el riesgo es lo suficientemente grande como para llegar a algunos acuerdos relativos, por ejemplo, a la reducción de la emisión a la atmósfera de los denominados gases de efecto invernadero. Claro que su cumplimiento no será, probablemente, cosa sencilla. Emitir menos gases, en la industria o en el transporte, es un objetivo que puede alcanzarse por la vía de mejorar los motores de combustión interna o por la de reducir su uso. La primera medida tropezará con la paradoja de Jevons: las mejoras en la eficiencia provocan, siempre, un aumento del consumo y la segunda con una economía que no se plantea alternativas al crecimiento. Puede que el Peak Oil nos obligue, por la vía de hecho, a reducir el consumo de petróleo pero, durante algún tiempo al menos, eso supondrá un aumento del consumo de carbón, mucho más contaminante y además, el final del petróleo barato, será un acontecimiento que, desgraciadamente, no podrá considerarse una solución a ningún problema sino el inicio de uno bastante serio a cuyo lado el cambio climático, o al menos sus primeras manifestaciones, podría parecer un juego de niños.
sábado, 5 de diciembre de 2009
Un cuento, contado por un idiota
Tomorrow, and tomorrow, and tomorrow,
Creeps in this petty pace from day to day…
Life's but a walking shadow, a poor player,
That struts and frets his hour upon a stage,
And then is heard no more. It is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.
William Shakespeare (Macbeth)
Creeps in this petty pace from day to day…
Life's but a walking shadow, a poor player,
That struts and frets his hour upon a stage,
And then is heard no more. It is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.
William Shakespeare (Macbeth)
viernes, 4 de diciembre de 2009
Pico de Petróleo (I)
Vivir es poco más que consumir energía. El petróleo es una fuente de energía concentrada, fácil de utilizar, de trasportar y de almacenar. Es abundante, hasta ahora, al menos y es, o ha sido, relativamente barato. Y crea adicción. Esta es una sociedad de adictos al petróleo. Viajamos, nos calentamos o nos enfriamos, nos vestimos, comemos… con petróleo o gracias al petróleo, que nos proporciona la energía necesaria para todo eso y un sinnúmero de subproductos que hacen la vida más sencilla, o más agradable, o más barata. El petróleo debería ser la primera de nuestras preocupaciones, pero no lo es. O al menos no explícitamente. Nos preocupamos por la economía, por el paro, por los alimentos y también por el cambio climático y por las emisiones de CO2 a la atmósfera. No mencionamos el petróleo pero el petróleo forma parte de todo eso. Sin petróleo no habría economía global, si el acceso al petróleo abundante y barato se interrumpiera, de repente, el paro sería un problema general, no sólo del 10%, en España del 20%, de la población. El cambio climático y las emisiones de CO2 que, supuestamente, contribuyen a agravarlo, tienen mucho que ver con la combustión del petróleo, el carbón y otros combustibles fósiles. El petróleo ha hecho posible, durante algún tiempo, el mantenimiento de una ficción, alimentada por un sistema monetario basado en la deuda y en el interés compuesto: que lo que hoy vale dos, mañana valdrá cuatro y así sucesivamente, que el crecimiento indefinido es posible. Mejor dicho, esta ilusión no se la debemos al petróleo, sino a la posibilidad de disponer hoy de más petróleo que ayer y mañana de más que hoy. Crecer es, en términos económicos, producir más, comprar más y vender más… consumir más… energía: más petróleo. Para que lleguen los problemas, los problemas de verdad, no hace falta que se acabe el petróleo, ese no es el verdadero problema y probablemente jamás llegaremos a extraer todo el que hay en el interior de la Tierra. El problema se presentará, más pronto o más tarde, cuando alcancemos el Pico de Petróleo (Peak Oil) que es como se denomina, en la literatura especializada, al momento en el que la producción global de petróleo alcanza su máximo absoluto, a partir del cual comienza a declinar de manera irreversible. Para entonces mejor será que tengamos, o que tengan los que estén, alguna alternativa viable.
continuará...
continuará...
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