Se ha puesto de moda, en determinados sectores, atacar a
Fernando Simón y por extensión al actual gobierno de España, por haber dicho, en los primeros días del mes
de marzo, que la pandemia, según la denominación actual de la OMS, afectaría
poco o nada a España. A mí estos ataques me parecen fuera de lugar y ello sin
perjuicio de que Fernando Simón me caiga bien y también sin perjuicio de que
cualquier gobierno me parezca, de entrada, sospechoso de intentar darme gato
por liebre. Y me parece injusto y fuera de lugar porque lo que ningún gobierno
y por reducción el director de la oficina de coordinación de alertas, puede
hacer en un caso como ese es decir que no tiene ni la menor idea de lo que va a
pasar de manera que, entre las dos opciones posibles, que no iba a pasar nada
o que esto iba a ser una catástrofe sanitaria, optaron por la primera, que
entonces les pareció más probable. Otros, pocos, optaron por la otra con el
mismo fundamento, esto es, ninguno y acertaron. Mala suerte para el gobierno y
también para Fernando Simón que, a pesar de todo, ha seguido dando la cara para
que se la partieran, hasta que la enfermedad lo ha retirado, esperemos que
temporalmente, de la circulación. A mediados de marzo el gobierno se quedó sin
opciones. Su errónea valoración de la situación inicial y la escalada,
magnificada por la OMS, de contagios y fallecimientos, no le dejó otra
alternativa, a pesar de su evidente reluctancia inicial, que seguir las
indicaciones del organismo, invocar el estado de alarma y declarar un confinamiento
más o menos generalizado cuyas consecuencias presumían, parece que
acertadamente en este caso, desagradables
como poco, pero que tiene una marcha atrás muy difícil, o en la práctica
imposible, hasta que se encuentre una vacuna o un antiviral eficaz.