sábado, 22 de febrero de 2025

Cambios

Por aquí pasó un tren hasta los años 60 del siglo pasado. Ahora no están ni las vías. Foto Antonio Clavero.

Con el tiempo, todo cambia. Esto es inevitable. Cambiamos nosotros en un proceso que nos saca del polvo y nos devuelve al polvo (Génesis 3:19). Un proceso que afecta también a los artefactos que construimos, que con los años terminarán convertidos en chatarra. Y a las instituciones que creamos y destruimos. La naturaleza a nuestro alrededor aún parece plegarse a nuestros caprichos, pero con algún zarpazo ocasional, a modo de advertencia, que nos recuerda que estamos aquí de paso, que somos demasiados y que ya no podemos hacer todo lo que se nos antoje. 

Pero, dejando de lado estas consideraciones de orden general, que poco aportan al devenir cotidiano de nuestra civilización, me ha parecido que podría resultar interesante analizar, sin ánimo de ser exhaustivo, algunos de los fenómenos que están teniendo lugar en los últimos años y que bien podrían marcar tendencia hacia un cambio más profundo... y preocupante.

  1. El aumento de la desigualdad económica, reflejado en la creciente concentración de riqueza en un pequeño porcentaje de la población, el debilitamiento de la clase media y la dificultad cada vez mayor de los salarios para cubrir necesidades básicas como la vivienda o la alimentación.

  2. La transformación del empleo, con una progresiva precarización de las condiciones laborales, la desaparición de trabajos tradicionales y su sustitución por empleos más inestables y peor pagados. La automatización y el avance de la inteligencia artificial están acelerando estos cambios, afectando a sectores que hasta hace poco parecían seguros.

  3. El deterioro de algunos servicios esenciales, como la sanidad pública, con problemas de saturación y escasez de profesionales, o la educación, donde las opciones de mayor calidad tienden a ser cada vez más costosas. Infraestructuras clave, como el transporte ferroviario, muestran signos de desgaste por falta de inversión suficiente para su mantenimiento.

  4. La crisis energética y la transición ecológica, un proceso necesario pero complejo, en el que los combustibles fósiles aún sostienen gran parte de la economía mientras las energías renovables avanzan sin la velocidad, y quizá también sin la la capacidad, suficiente para reemplazarlos completamente. Una transición que requiere cambios estructurales profundos que, por el momento, no parecen haberse emprendido.

  5. La creciente inestabilidad política y la pérdida de confianza en las instituciones, en un contexto de conflictos internacionales no resueltos y una rivalidad cada vez más marcada entre las grandes potencias. Esto ha provocado tensiones comerciales, tecnológicas e incluso militares. A nivel interno la ciudadanía muestra una desconfianza creciente hacia la clase política y las instituciones democráticas.

  6. El debilitamiento del tejido social y el aumento del malestar psicológico, con un incremento de la ansiedad y otros problemas de salud mental (datos de la OMS). La polarización política, la fragmentación social y el aislamiento digital contribuyen a que muchas personas perciban su entorno como algo cada vez menos seguro y cohesionado.

  7. La digitalización y automatización omnipresentes, que nos ha llevado a depender de sistemas digitales y de inteligencia artificial cuyo funcionamiento solo unos pocos comprenden en profundidad. Estos avances han mejorado aspectos de la vida cotidiana, aunque con problemas de marginación para una parte de la población, pero también generan vulnerabilidades ante posibles fallos o ataques que podrían afectar a sectores clave de la economía y la sociedad.

  8. El impacto del cambio climático y los fenómenos atmosféricos extremos, con un aumento en la frecuencia e intensidad de inundaciones, incendios, olas de calor y huracanes. Problemas que llevan décadas anunciándose, pero que hace sólo una parecían excepcionales y  ahora ocurren con inquietante regularidad. Habrá que pensar, parece, en nuevas estrategias de adaptación al cambio y mitigación de sus consecuencias.

Cada uno de estos factores, por sí solo, ya representa un desafío. Juntos, configuran un entorno cada vez más complejo y difícil de gestionar. Si bien algunas de estas tendencias pueden ser revertidas o mitigadas con las políticas adecuadas, en otras aún no se observan cambios significativos que sugieran una corrección del rumbo. En cualquier caso, el futuro dependerá de nuestra capacidad de adaptación y respuesta a estos desafíos.

 

viernes, 14 de febrero de 2025

Transparencia

La costumbre de retransmitir los plenos del Ayuntamiento, y también los de otras instituciones, es ya vieja y no necesariamente mala. Pero tampoco es, como sostenía un exconcejal con el que comentábamos el último pleno, una panacea o la sublimación de la democracia. Así, me decía, los ciudadanos pueden ver lo que hacemos. Creo que no se dio cuenta de las implicaciones de la frase hasta que terminó de hablar. Y no está mal que la gente preste atención a la forma en la que sus representantes desarrollan sus funciones. Porque las formas tienen importancia, desde luego, pero en la gestión de los asuntos públicos, importan sobre todo los resultados.

Yo no suelo ver esas retransmisiones, pero he visto, porque me ha llegado varias veces al móvil, un fragmento del último pleno municipal. Concretamente la parte en la que el alcalde expulsó a una concejala del pleno porque, según él, no se atenía al contenido del punto del orden del día que se estaba tratando. Las formas, en este caso, resultan chocantes por lo llamativas. Si se expulsara, o simplemente se retirara la palabra, a un político cada vez que se va por los cerros de Úbeda, los plenos, y no sólo los del Ayuntamiento, serían incomparablemente más cortos. Y menos aburridos. Aparte de que la ubicación de los mencionados cerros, por lo que respecta al discurso político, es algo opinable. Dicho esto, expulsar a una concejala durante el tiempo que tiene estipulado para intervenir y con la peregrina justificación de que no se atiene al orden del día, es una decisión… arriesgada, que sienta un precedente difícil de gestionar en el futuro.

Por lo que respecta a los resultados de la gestión, la más consolidada de nuestras tradiciones políticas, permítaseme la perogrullada, exige que al gobierno le parezcan óptimos y a la oposición inexistentes o desastrosos. Eso no es una novedad ni tampoco un problema, porque los resultados en la gestión de un Ayuntamiento no deberían ser difíciles de evaluar. Al menos una vez establecidos los requisitos básicos como, por ejemplo, ¿para qué sirve un Ayuntamiento? A priori esta puede parecer una pregunta sencilla, pero no lo es. Hágansela a un ciudadano desprevenido y ya me contarán lo que les contesta. Si es que les contesta.

El estado actual de la ciudad y su comparación con ciudades próximas y de tamaño parecido, puesto de manifiesto la semana pasada en un artículo del foro B21 sobre el presupuesto municipal, permiten abrigar ciertas reservas acerca de la utilidad inmediata de la institución. El ayuntamiento debería servir para proporcionar determinados servicios, para dar facilidades a las empresas que quieran instalarse en la ciudad, para preocuparse del aspecto general, tanto del centro como de la periferia, y para que la ciudad resulte atractiva para vivir y trabajar. Y también para planificar un futuro que será más o menos problemático en función de cómo lleguemos hasta él.

Pero los políticos, incluso los competentes, no suelen prestar atención a nada que vaya a ocurrir después de las próximas elecciones, y los ciudadanos tampoco ven mucho más allá de sus problemas particulares o de sus simpatías y antipatías personales. Todo ello claro con honrosas, pero no demasiadas, excepciones. Esto, una burocracia que se justifica a sí misma y la falta de mecanismos de evaluación y rendición de cuentas distintos del mero espectáculo televisado, hacen que la gestión de la cosa pública sea ahora tan imprevisible como el tiempo atmosférico. Y casi igual de preocupante.

Enviado a ECA 14 de febrero de 2025


 

jueves, 6 de febrero de 2025

Agosto de 1936.

 


Hace casi un mes del fracasado golpe de estado y del comienzo de la guerra civil. La guarnición no ha secundado el golpe y la ciudad se mantiene, por el momento, leal al régimen republicano. Decir que dentro de la legalidad es mucho decir. La legalidad republicana dejó de existir en gran parte del territorio a raíz del golpe de estado. El poder real está en manos de un comité revolucionario que pronto empieza a tomar medidas contra los que considera, en algunos casos con razón, partidarios de los militares golpistas. Uno de los estamentos más afectados es el clero. Los curas de los pueblos son perseguidos y, en muchos casos asesinados en las carreteras. Los pertenecientes a órdenes religiosas presentes en la ciudad, como los claretianos o los escolapios, están encerrados en el salón de actos de estos últimos. El obispo está encarcelado en el Ayuntamiento y muchos ciudadanos, considerados simpatizantes de los rebeldes, en el convento de las Capuchinas.

En la margen izquierda del río, cerca de la extensa huerta de la ciudad, hay un pequeño convento de monjas que se ganan la vida atendiendo enfermos y prestando pequeños servicios a la comunidad. El convento pasa, en los primeros momentos, desapercibido. Los vecinos de la calle llevan años conviviendo con las monjas que no tienen, ni han tenido, otra actividad que la asistencial, de la que viven. En la planta baja del convento hay una pequeña iglesia en la que dice, decía, misa todos los días un cura de los escolapios o de la vecina parroquia de San Francisco.

Unas puertas más abajo viven José y Carmen, en un caserón grande, destartalado y, visto desde la calle, algo inhóspito. La puerta y todos los balcones, ventanas y ventanucos de la parte delantera dan al rio Vero que, en verano, baja prácticamente seco y cuyo cauce está al otro lado de la calle, más allá de las dos fuentes que hay frente a la casa. Un portalón de madera que ajusta mal, dos balcones, uno por piso, en los dos primeros y dos pequeñas ventanas en el tercero. El balcón del primer piso es algo más grande que el del segundo y la barandilla algo más elaborada. Ninguno de los balcones tiene persianas, pero en el primero hay una tela blanca para proteger el interior del Sol que da allí prácticamente todo el día, gracias a la orientación Sur de las casas de este lado de la calle. El patio, nada más cruzar el portón, es grande, con suelo de tierra compactada y en él hay un pesebre para las caballerías, que ocupa toda la pared a la izquierda de la entrada, y dos puertas en el lado opuesto, que dan acceso a una cuadra y a una bodega, además del arranque de la escalera que da acceso a los pisos superiores. 

Subiendo la escalera y antes de llegar al primer piso, que sirve de dormitorio, hay un espacio dedicado a pisar la uva y, un poco más arriba, un pasillo a la derecha que conduce a la parte trasera de la casa donde hay una cocina, con fuego bajo de leña, bastante grande, un comedor, una antecocina y una serie de cuartos utilizados para guardar la parte de la cosecha dedicada al consumo familiar. A la entrada del comedor está el único váter de la casa y justo enfrente otra escalera que conduce a un piso algo más pequeño y a un tendedor, el terrado, que da a las huertas y al campo. El primer piso es grande, con habitaciones de techos altos. Sin posibilidad de calentarlas en invierno, y que sólo se utilizan para dormir. Son muy calurosas en verano las de la parte frontal, la que da al Sur, y más frescas, en los tres pisos, las que dan al norte, a las huertas. No hay agua corriente, pero la fuente está casi enfrente de la casa y da agua todo el año, siempre a la temperatura justa. José, que ya tiene cerca de los 60 años, baja a lavarse a la fuente como el resto de los hombres de la calle. Las mujeres se lavan en casa.

José es un pequeño agricultor. Combatió en Cuba y perdió. Con la gripe del 18 volvió a perder, esta vez a los dos hijos de su primer matrimonio. Esta guerra de ahora, él aún no lo sabe, también la va a perder sin necesidad de combatir. Ni él ni Carmen, su segunda mujer, tienen ninguna razón para simpatizar con el golpe militar, pero tampoco les entusiasman los revolucionarios que están alterando su, hasta entonces, pacífica vida de arrabal. Los dos hermanos mayores de Carmen, que están afiliados a la UGT y que van por la casa de cuando en cuando, son claramente beligerantes contra los militares rebeldes. José asiente distraído cuando alguno de ellos, sobre todo Félix, le coloca alguna larga perorata revolucionaria. Alguna vez, después del golpe, les ha dicho que, probablemente, la guerra la ganarían antes en el frente que hostigando a civiles desarmados en la retaguardia, pero las cosas no han ido más lejos. En el fondo se quieren, o, al menos, se respetan. Carmen no interviene en las discusiones, pero cree, y así se lo dice a su marido alguna vez, que sus hermanos acabarán mal. Las noticias que llegan de la zona ocupada, donde la represión contra la gente de izquierdas o contra meros simpatizantes de la república está siendo durísima, y lo que están viendo todos los días en su propia zona no permiten albergar muchas esperanzas.

Entre tanto y procedentes de Barcelona, llegan a la ciudad grupos heterogéneos de gente armada, entre ellos anarquistas y otros militantes de partidos de izquierda, junto con gente sin adscripción política, muchos recién salidos de las cárceles catalanas gracias a una suerte de amnistía decretada allí por las autoridades de facto. La presión de estos grupos termina con la relativa moderación del comité local que se ha impuesto o a las autoridades republicanas y fuerza el inicio de las detenciones masivas y ejecuciones sin juicio. Un grupo de milicianos anarquistas ha tomado nota de la existencia del convento y ha amenazado a sus ya aterrorizadas ocupantes pero, de momento, las cosas no han pasado de ahí. Félix ha advertido a su hermana de que las cosas pueden ponerse muy feas para las monjas y que no estaría de más que abandonaran el convento y si pueden la ciudad, antes de la noche.

Pero la noche cae y las monjas siguen allí. El tumulto en el pueblo aumenta al oscurecer y los partidarios, reales o supuestos, del golpe militar se esfuerzan por pasar desapercibidos. Algunos se van de sus casas y se esconden en las de los vecinos o amigos menos sospechosos de connivencia con los rebeldes. Por la tarde se asalta un convento de claretianos y se detiene a los presentes, algunos curas y varios seminaristas muy jóvenes, que son conducidos al colegio de los escolapios donde van a pasar la noche. El el coronel Villalba, al mando de la guarnición, que no ha secundado la rebelión, intenta calmar los ánimos, pero poco puede hacer. Algunos derechistas significados, que no han tenido la ‘suerte, de ir a parar a la prisión de las capuchinas, han sido asesinados in situ por elementos descontrolados.

En la casa de Carmen y José nadie duerme. Las tres hijas del matrimonio están aterrorizadas y José intenta evaluar la situación. No cree que él y su familia tengan nada que temer de los revoltosos, pero sabe que en una guerra a los civiles puede pasarles cualquier cosa sin necesidad de que haya ninguna razón para ello. En su calle, habitada sobre todo por pequeños agricultores, no hay nadie, que él sepa, que pueda atraer la atención de los revolucionarios, aunque por la mañana ha oído hablar de varios casos de detenciones arbitrarias sin otra razón que la inquina de algún miembro del comité. Por otra parte, está el convento de las monjas, a cuatro puertas de su casa, y, después de lo que ha ocurrido con los claretianos, no sería de extrañar que intentaran algo contra ellas. Por la calle no se ve a nadie. Alguna sombra furtiva se mueve de una casa a otra, pero nada más. De momento parece que todo el alboroto tiene lugar al otro lado del río, sobre todo en las proximidades del ayuntamiento.

Pasada la medianoche José, que estaba sentado con la luz apagada en una silla de la sala que daba acceso a las dos alcobas del primer piso, oye abrirse la puerta del patio, que no se cerraba nunca con llave, pero cuyas bisagras, faltas de aceite, delataban y más en el silencio de la noche y con la ventana abierta, cualquier intento de apertura. Se levantó y se dirigió hacia la escalera, no sin antes advertir a su mujer y sus hijas, que estaban en las alcobas sin decir palabra, que guardaran silencio. Antes de llegar se hizo con una gruesa rama de olivera que tenía en cuarto situado al final del largo pasillo que llevaba desde las alcobas al rellano. Allí se detuvo un momento, intentando ver u oír algo en la oscuridad. Al cabo de unos minutos advirtió que quienquiera que hubiera entrado en la casa intentaba cerrar la puerta haciendo menos ruido que al abrirla, pero sin poder evitar el chirrido de las viejas bisagras. Después de eso y tras unos momentos de silencio, oyó a alguien que se movía sigilosamente en el patio y una voz de mujer con acento apagado, posiblemente angustiado. 

- ¡Carmen! ¡Carmen!

José, algo más tranquilo, baja las escaleras hasta el primer rellano y, todavía sin ver de quien se trataba, pregunta.

- ¿Quién es? ¿Qué pasa?

- Soy Sor María, la superiora del convento, vengo con tres hermanas. Ha venido el sacristán de la parroquia y nos ha dicho que es mejor que no nos quedemos allí esta noche.

- ¿Sor María? ¿Y qué quiere que hagamos nosotros? Pero suban, suban…

Les hace pasar al lagar donde se pisa la uva y cierra la puerta tras ellas. En una repisa hay una palmatoria con un cabo de vela y unas cerillas con las que consigue algo de luz. Las cuatro monjas, vestidas aún con sus hábitos, están temblando a pesar del calor. El sacristán les ha dicho lo que está pasando con los escolapios y los claretianos y las monjas están aterrorizadas. José no sabe que decir. Él mismo está muy asustado. Su mujer y sus hijas están en la casa y no sabe, aunque puede intuirlo, las consecuencias que puede tener el acoger a las monjas.

La puerta del lagar se abre y entra Carmen que rápidamente pone las cosas en su sitio y despeja las dudas de su marido. Que tampoco eran muchas. Las monjas se quedan en casa esa noche y hasta que puedan marcharse a un lugar seguro. El pequeño piso de la parte de atrás, la que da a las huertas, en el que hay un par de alcobas y un conejar y desde el que se accede a un terrado que bien podría servir como vía de escape, será su refugio provisional.

Después de darles algo de ropa de cama, deja descansar a las monjas y vuelve con su marido a la sala del piso principal de la casa, donde siguen sus hijas ya sin ninguna posibilidad de conciliar el sueño. José sigue preocupado.

- Si vienen a por ellas y no las encuentran en el convento, las buscarán por la calle. No tardarán en venir aquí.

- Bueno, pues nosotros no sabemos nada. Aquí no están.

- Puede que se lo crean y puede que no. Puede que registren la casa. Puede que algún vecino las haya visto entrar y nos delate.

- No lo creo. Seguro que también hay monjas en alguna otra casa. Eran más de diez y aquí sólo han venido cuatro.

Son casi las tres de la mañana cuando se oye un fuerte alboroto en la calle. El ruido proviene del convento, dónde un grupo de hombres muy alterados parece haber irrumpido violentamente. Algunos de ellos deben estar ya dentro y fuera hay un grupo, unos cinco o seis, gesticulando y gritando. Parecen estar borrachos. Los que estaban dentro gritan algo a través de las ventanas de uno de los pisos y los que estaban abajo entran en la iglesia. Sacan algunas imágenes a la calle donde ya hay una hoguera encendida y las echan al fuego. Después preguntan, a voz en grito, que dónde están las monjas. Por el momento no se atreven a entrar en ninguna casa, pero aporrean puertas con las culatas de sus fusiles. Algunos vecinos, también José, se asoman a los balcones. Las casas más próximas al convento son objeto pronto de una atención especial. Los alborotadores se dirigen a sus habitantes y les conminan a entregar a las monjas bajo la amenaza de quemar el convento y toda la calle si es necesario.

Un grupo de vecinos ha bajado a la calle y se concentra en la calzada que separa la calle del cauce del río. Son bastantes y por un momento parecen suficientes para que el griterío de los asaltantes del convente se amortigüe un poco. Pero estos últimos van armados, y los vecinos que están con las manos vacías, son conminados a volver a sus casas bajo la amenaza de los fusiles. Los gritos se recrudecen y un grupo entra en una casa vecina al convento. Tras una tensa conversación con sus ocupantes, tiene lugar un registro infructuoso. En la casa no hay ninguna monja o no la han sabido encontrar. Empiezan entonces un registro sistemático, casa por casa, empezando por la parte de la calle más próxima a la parroquia.

Mientras tanto, las imágenes y los bancos de la pequeña iglesia del convento siguen ardiendo en la calle, en una hoguera alimentada por dos individuos armados que, de vez en cuando, hacen disparos al aire para amedrentar a los que se atreven a asomarse, impidiendo cualquier posibilidad de resistencia coordinada por parte de los vecinos. Pero el ruido está atrayendo a gente de la ciudad, no mucha, a los puentes sobre el río, sobre todo al de San Francisco, el más próximo al convento y a la iglesia del mismo nombre. El que parece ser el cabecilla de los asaltantes se dirige a los nuevos testigos para informarles de lo que está pasando allí y de lo que, según él, están haciendo los militares y los curas en los lugares en los que el golpe ha triunfado. Alguien pregunta que qué tienen que ver las monjas y los vecinos de la calle, una calle de obreros y campesinos, según el interpelante, con los militares y los curas rebeldes, pero no obtiene respuesta. No obstante, los asaltantes no parecen tan seguros, ante la pequeña concentración, y, después de proferir algunos gritos a favor de la república, de la anarquía y de la FAI, contra los militares, los banqueros, los terratenientes y los curas, y de amenazar a cualquiera que se confabule con los que ellos llaman enemigos del pueblo, deciden dejar las cosas como están y retirarse. Son más de las seis de la mañana y el Sol naciente ya ilumina la torre de la iglesia.

Con el nuevo día, las cosas parecen algo más calmadas, aunque circula el rumor de que por la noche se han producido algunas detenciones e incluso asesinatos de religiosos de los que estaban en los escolapios y también de las parroquias de los alrededores. Por otra parte, la prensa republicana y sobre todo los pasquines de partido destacan la brutalidad con que los militares rebeldes extirpaban el ‘cáncer rojo’ de las zonas que cayeron inicialmente y van cayendo en su poder. En la ciudad de Huesca, sin ir más lejos, son numerosas las ejecuciones por simples sospechas de falta de entusiasmo con la sublevación. Algunos vecinos de la calle son llamados a declarar ante el comité local a propósito de los acontecimientos de la noche anterior y aunque algunos se quejan del asalto al convento y las amenazas proferidas por los asaltantes, el comité parece más interesado en el paradero de las monjas que en mantener el orden. No obstante, el comité se abstiene de presionar ni de amenazar y los vecinos vuelven a sus casas relativamente tranquilos.

En la casa de Carmen y José, la mañana es también tranquila. Aprovechan para dormir un poco y también para comer. Las cuatro monjas lo hacen en su refugio provisional y parecen haber recobrado un poco de serenidad. Le dicen a Carmen que creen que algunas hermanas salieron al campo por la parte de atrás y otras fueron a refugiarse en la ciudad. Ellas salieron las últimas y no se atrevieron a ir más lejos. José dice que la calle está vigilada y que es posible que esta noche vuelvan a reproducirse los alborotos y que ser ellos los únicos que han acogido a las monjas fugitivas, no les va a ayudar si las encuentran.

Con la noche llega de nuevo la oscuridad. La calle, que ya está mal iluminada en condiciones normales, no tiene ahora ningún punto de luz. En la casa nadie duerme. Carmen y sus hijas han subido por la tarde al terrado de la parte de atrás con algo de ropa para las monjas, incluyendo unos pañuelos improvisados para la cabeza. Después han quemado los hábitos en el fuego de la cocina y se han sentado a esperar. Por el momento parece demasiado arriesgado que abandonen la casa. Unas voces destempladas rompen el silencio de la calle y unos fuertes golpes en la puerta sobresaltan a los aterrorizados habitantes de la casa. José se asoma al balcón del primer piso.

- ¿Quién es? ¿qué pasa?

- Obre la porta. Sabem que amagueu feixistes a la casa..

- ¿Fascistas?, ¿Qué fascistas? Sólo estamos mi familia y yo.

- I les monges del convent. No et molestis a negar-ho. Val més que surtin per les bones o entrarem a per elles.

- Esta es mi casa. Aquí no podéis entrar.

Desde abajo le amenazan con los fusiles y un disparo impacta en la pared de la casa, por encima pero no a mucha distancia de su cabeza. José retrocede y corre por el pasillo hacia la puerta del piso y la escalera. Cuando llega al rellano oye las voces de los milicianos, ya dentro del patio y subiendo por la escalera. Algunos de ellos están bajo los efectos del alcohol, y el que parece ser el cabecilla se dirige a él en tono destemplado y agresivo.

- On son?

- ¿Qué vais a hacer? ¿Qué os han hecho esas mujeres?

- Això a tu no et fa res. Els capellans i les monges són enemics del poble i estan a favor dels militars que han traït la república 

- Estás monjas no está a favor ni en contra de nada. No han hecho mal a nadie. Id a combatir a los fascistas al frente y dejadnos en paz.

Estas palabras están a punto de costarle muy caro. Dos de los milicianos, a un gesto del cabecilla suben hacia José con los fusiles empuñados. José retrocede, dispuesto a defender como pueda el acceso al resto de la casa, pero en ese momento se oyen fuertes voces y algunos disparos en la calle. Tras un breve tumulto en el patio se ve subir por la escalera a un nuevo grupo de hombres armados y con una escarapela de la UGT en el brazo, que apuntan con sus fusiles a los que ya estaban dentro. Estos a su vez se encaran con los recién llegados sin saber muy bien a qué atenerse. Detrás sube Félix, el hermano de Carmen, que empuña una pistola, flanqueado por dos hombres con fusiles. 

Con la escalera abarrotada de hombres armados, la situación deviene potencialmente explosiva. En el piso donde están refugiadas las monjas y la familia de José están todas aterrorizadas por los gritos. Aunque han descartado una posible huida por el terrado, por estar demasiado alto, las monjas parecen dispuestas a cualquier cosa antes que caer en manos de los revolucionarios. 

Félix se dirige al jefe de los que han asaltado la casa

- ¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes sois vosotros y qué queréis?

- Salud camarada. Hem de fer un registre. En esta casa hay enemigos del pueblo.

- Salud. Esta casa está bajo la protección de la UGT y no vais a hacer ningún registro. Y te repito la pregunta ¿quiénes sois?

- Somos de las milicias de retaguardia. Hemos venido desde Barcelona para combatir al fascismo. Y yo te repito que aquí hay fascistas escondidos.

Félix amartilla su pistola y los que vienen con el bajan los cañones de sus fusiles, apuntando a los milicianos.

- Aquí no hay ningún fascista. Marchaos de una vez y ya resolveremos esto mañana en el comité. Abajo hay gente suficiente para acabar con esta discusión por las malas.

-  Esto no acaba aquí. Nos veremos en el comité.

- Puedes estar seguro. Pero si volvemos a encontraros en esta calle lo resolveremos a tiros. Salud.

- Vés-te'n a l'infern. Demà arreglarem comptes.

Epílogo: Los alborotadores se retiraron, los milicianos de UGT bajaron a la calle y se acomodaron a fumar o mascar tabaco en silencio, en un pretil de mampostería que hay enfrente de la casa, sobre las escaleras de acceso a una de las fuentes. Félix intentó tranquilizar a su cuñado, pero lo consiguió sólo a medias. A partir de entonces ni siquiera la salida de las monjas sería una garantía para los habitantes de la casa, pero no obstante convinieron en que había que llevarlas a algún lugar seguro o pasarlas a la zona controlada por los rebeldes. Aunque esto último a Félix le pareció una herejía. Creía que bastaría con que fueran hacia Cataluña, con ropas civiles, y buscaran ayuda en alguna población grande. Ellos no podían hacer nada más, aunque seguirían vigilando la casa durante unos días. La presión de los milicianos sobre la ciudad fue disminuyendo como consecuendia de las demandas de la guerra de verdad. La que se libraba en los frentes. Las monjas salieron de la casa y pasaron a territorio controlado por los militares rebeldes. Allí también se fusilaba sin demasiadas formalidades, pero no a las monjas.

Las monjas, algunas de ellas, volvieron al convento una vez acabada la guerra. José y su familia también salieron de la ciudad cuando se anunció la llegada de las tropas sublevadas, ante el temor de que vinieran encabezadas por regulares africanos. Félix sobrevivió a la guerra y murió en Estada en los años 70. Uno de sus hermanos, Ángel, murió fusilado en Zaragoza en 1942. La familia siguió viviendo en la vieja casa hasta mediados de los años 60. Carmen murió en 1971 y José había muerto de cáncer en 1957.


lunes, 3 de febrero de 2025

Pesadillas


Imagen generada por Dalle E

No suelo tener demasiadas pesadillas, o no las recuerdo, con una pintoresca excepción que viene repitiéndose con cierta frecuencia en los últimos meses. Estoy metido en algún problema o situación complicada. Me he perdido o he perdido a alguien en alguna ciudad desconocida, el coche me ha dejado tirado en una carretera, tengo que llegar a una cita indeclinable y tengo problemas con el tráfico y cosas por el estilo. Todos esos problemas tienen algo en común: se solucionarían o se atenuarían con una llamada telefónica o consultando el mapa que ahora llevan todos los móviles, o consultando el correo o algún sistema de mensajería. Pero siempre me encuentro con dificultades insalvables para manejar el aparato. O bien no consigo marcar el número, o no encuentro la aplicación que muestra el mapa, o estoy sin batería, o… dificultades que solo se resuelven porque, al final, me despierto con una notable sensación de alivio.

Aún recuerdo cuando compré el primer aparato, en Barreu de Huesca en los primeros años 90. Me costó cinco mil pesetas (30€), y era un teléfono analógico operado por la, entonces única, compañía telefónica bajo la marca MoviLine. Un aparato que servía para efectuar y recibir llamadas y que te informaba, con una lucecita verde, si tenías alguna llamada perdida. Nada más. Era difícil hacerse adicto a semejante trasto que, además, tenía una utilidad relativa porque su cobertura era más bien limitada, probablemente por falta de repetidores suficientes. Tenían además la peculiaridad de que casi cualquiera con el receptor adecuado podía escuchar las conversaciones mantenidas a través de ellos.

A partir de la Expo y del Mundial del 92 se desplegaron los repetidores de telefonía digital, con terminales más compactos, que permitían saber quién te llamaba y mantener una agenda telefónica. Nada espectacular pero que empezó ya a crear usuarios compulsivos a los que se veía por las calles, medios de transporte, bares y casi cualquier sitio público con un terminal en la oreja y manteniendo lo que parecían ser importantísimas conversaciones que, a veces, ni siquiera existían. 

Internet se estaba desarrollando al mismo tiempo y era cuestión de tiempo que ambos desarrollos convergieran, cosa que ocurrió más o menos hacia el año 1994 con los primeros teléfonos inteligentes, también entonces se atribuía inteligencia a cualquier cosa, tendencia que se consolidó con la llegada de los sistemas IOS y Android a partir de 2007. 

Hoy prácticamente todo el mundo tiene uno. Un aparato que ha sustituido, habrá quien diga que con ventaja, al teléfono, al despertador, a la cámara fotográfica, a la guía de carreteras, a la agenda, al mando a distancia, al correo postal, al periódico en papel, al libro en papel, al banco, al comercio local, al mostrador de la seguridad social, al cine, a la televisión, a las reuniones con amigos, a la charla en el bar, al profesor y a muchas otras cosas. Cosas que hace apenas 20 años formaban parte de nuestra vida y a las que ahora accedemos, casi en exclusiva, a través de nuestros teléfonos móviles. Unos aparatos cuyo diseño y funcionalidades, gestionadas por los famosos algoritmos, dependen enteramente de la voluntad de unas pocas grandes compañías que han demostrado, sobradamente, su capacidad para llevarnos a donde quieren y por donde quieren. 




jueves, 23 de enero de 2025

Primarias en el PSOE aragonés.

 Darío Villagrasa es una joven promesa del socialismo aragonés que opta, optaba esta mañana al menos, a la Secretaría General del PSOE en Aragón. Los apoyos con que contaba y que, según sus propias palabras, le animaron a presentarse, parecen estar perdiendo peso y volumen, en un proceso que cuenta con notables antecedentes en Castilla León y Andalucía.

Hay, claro, otro candidato. Candidata, en este caso, que cuenta con el apoyo de la dirección federal del partido y que, además, es ministra de educación y portavoz del gobierno socialista. Una candidata difícil de batir para un candidato local, aún en el supuesto de que las preceptivas, si hay más de un candidato, elecciones primarias se llevaran a cabo con total neutralidad por parte de los órganos del partido y del gobierno.

Pero esa neutralidad en las actuales circunstancias es improbable. El gobierno y la dirección federal del partido, que en la práctica son la misma cosa, están sometidos a una fuerte presión por vía judicial y sufriendo una estresante debilidad parlamentaria, que no admite grietas en la unidad interna. Se podría, quizá, haber dejado vía libre al candidato local pero, una vez que se ha optado por la confrontación con la estructura saliente, que por otra parte ya viene de lejos, no se presenta a una candidata, tan significada como Pilar Alegría, para que pierda. Ni para que corra el riesto de perder.

Es verdad que en Extremadura la candidata supuestamente apoyada por el gobierno perdió las primarias. Pero era una mujer prácticamente desconocida fuera de Extremadura y su oponente era entonces secretario general del partido en la región. Un hombre, además, que había dado la cara en uno de los conflictos judiciales que afectan al presidente. Nada que ver con la situación en Aragón.

Y ¿qué es lo que está pasando ahora? Pues que los apoyos con los que Darío contaba están pasándose a Pilar. Para gente que aspira a tener algo parecido a una carrera política en el PSOE enfrentarse al presidente y secretario federal del partido es algo muy arriesgado. Y para que valga la pena correr el riesgo, no basta con tener un buen candidato. Parece que Darío lo es. O lo era. Ha de ser un candidato con posibilidades reales. Pero basta con que algún apoyo o agrupación considerados firmes se descuelgue, para que empiece la desbandada y todos, o la mayoría, se esfuercen en no llegar los últimos a rendir pleitesía a la ganadora. Y ya se han descolgado varios.

Lo más probable, pues, es que Darío se haga a un lado como consecuencia, desde luego, de una reflexión personal y negociando alguna cuota de poder con Pilar Alegría. Y que Pilar pase a ser la única candidata y, por tanto, la próxima Secretaria General del PSOE en Aragón. Sin el engorro de unas primarias que, como es sabido, las carga el diablo.

Es posible que este proceso, tal como se ha descrito, no contribuya a consolidar la democracia interna dentro del PSOE, pero, a estas alturas, eso no le va a quitar el sueño a nadie. Así son las cosas. O así parecen.


lunes, 13 de enero de 2025

Diálogos para Besugos VII.


- Buenas tardes, yo venía a contarle…
- Es que ahora no puedo atenderle.  
- Pero…
- Y además… ¿Quién es usted?
- Soy el presidente.
- Ah, encantado. Pero no tengo suelto. Vuelva otro día.
- ¿Que no tiene suelto? Va a resultar usted un gracioso. De todas formas, no vengo a recaudar. Eso lo hacen los de hacienda. 
- Ya. Por si acaso. Y ¿A qué ha venido, si puede saberse?
- Como le decía yo vengo a contarle lo mucho que mi gobierno ha hecho y va a seguir haciendo por los más desfavorecidos.
- Pues me alegro de que toque ese tema. Una vez que hayan hecho ustedes por ellos lo que se sea que vayan a hacer, ¿Seguirán siendo los más desfavorecidos? Y, si no, ¿Quiénes serán entonces los más desfavorecidos? A ver si vamos a liarla y favoreciendo, favoreciendo voy a acabar siendo yo el más desfavorecido.
- Bueno, mire, no se preocupe por eso. En realidad, también vamos a trabajar por los más vulnerables.
- Vaya, otros que tienen suerte. Y dígame ¿Qué diferencia hay entre los más vulnerables y los más desfavorecidos?
- Los más vulnerables son los que corren el riesgo de quedarse sin trabajo, sin casa y sin alimentos. Como usted. Los más desfavorecidos son los que ya no tienen casa, ni trabajo ni alimentos. Como ve la diferencia es notable. Los más vulnerables corren el riesgo de ser los más desfavorecidos a no ser que les ayudemos. Por suerte para ustedes estamos aquí.
- Oiga, que yo no corro ningún riesgo de quedarme sin trabajo, sin casa y sin alimentos.
- ¿No? ¿Está seguro?
- Sí. Yo soy un jubilado. Después de muchos años de cotizar recibo una pensión que me he ganado sobradamente. Y tengo mis ahorros. 
- Ah, pero usted no es sólo un jubilado. Usted es un privilegiado, aferrado a un sistema que solo funciona bien con 4 trabajadores activos por jubilado. Ahora no hay ni dos. Lea, lea la prensa. Y dentro de poco habrá uno. Créame, es usted bastante vulnerable y va camino de estar entre los más vulnerables.
Seguro que el sistema de pensiones, en su diseño actual, tiene los días contados. Como tantas otras cosas. Pero yo también, así que estoy preocupado, pero no mucho. Ustedes deberían estarlo más porque para eso cobran, y hasta puede que lo estén, pero tampoco demasiado porque esperan pasarles el problema a los que vengan detrás.  
- Yo he dicho en varias ocasiones que el sistema de pensiones es intocable y que los jubilados actuales pueden estar tranquilos. La última reforma que aprobamos blindó el poder adquisitivo de las pensiones hasta 2050.
- No me diga. Inflación incluida, supongo. Pero entonces, ¿a qué viene eso de que soy vulnerable y llevo camino de serlo más? 
- Pues a que una cosa es lo que hacemos nosotros y otra la que haría la oposición. Ellos recortarían las pensiones, subirían los viajes del Inserso y hasta les quitarían la entrada de cine de los martes. Ya sabe cómo son.
- No. ¿Cómo son?
- Pues…

Enviado a ECA 13 de enero de 2025