Me decía un amigo que tenía la desagradable impresión, cada vez más difícil de ignorar, de que todo se estaba descomponiendo a su alrededor. Como ejemplo no citaba la seguridad social, seriamente tocada por la inefable gestión de la pandemia, ni el desastre ferroviario provocado por el robo de unos metros de cable. Todo eso y algunas cosas más, como la guerra, la sequía, la subida de precios, la vuelta de las fiestas patronales o la crisis energética, le parecía importante y desde luego, muy preocupante, pero, según él, el síntoma más evidente de que todo se va a…, es el baile del alcalde de Vigo.
El baile en cuestión, que insistió en
enseñarme en su móvil, no es ni más ni menos extravagante o extemporáneo que
los concursos de bombillitas de navidad que este hombre organiza cada año, la
entrevista del alcalde de Madrid con dos bromistas rusos o, por apuntar algo
más alto, las gansadas de varios presidentes de Estados Unidos, antes, durante
y después de ejercer como tales, pero sirve para plantearse alguna cuestión
interesante sobre el modelo de gobierno que tenemos y que, grosso modo, se
conoce como democracia representativa. A mi amigo le parecía dudoso, por ejemplo,
que comportarse en público como un imbécil, y más de manera reiterada, fuera
compatible con la capacidad de llevar a cabo una gestión medianamente
responsable de la pequeña isla de baja entropía, mantenida cada vez con más
dificultad y a base de quemar primero árboles y después carbón y petróleo, en
la que habitamos.
Desde luego, no lo parece, que sea
compatible, quiero decir, pero es igual porque nadie plantea la cuestión en
esos términos y, además, también podríamos preguntarnos, aunque sea de manera
retórica, si exhibir en público un comportamiento que mi amigo y seguramente
alguno más, considera propio de imbéciles, es compatible con ganar, por mayoría
absoluta y reiteradamente, unas elecciones. La respuesta, evidentemente, es que
sí y por tanto la pregunta anterior carece de interés y la opinión de mi amigo
sobre lo que es o deja de ser propio de imbéciles también.
A mí me parece más interesante, puestos a
divagar, establecer hasta qué punto el comportamiento de un sistema termodinámico,
esta civilización, sujeto a unas leyes fundamentales que hemos enunciado, pero
no establecido y que no podemos modificar, puede verse afectado por decisiones
tomadas en Washington, Madrid o Vigo o por un discurso económico o político contingente,
cuyo contenido es generalmente ajeno a esas leyes. La respuesta es, seguramente,
ambigua. El sistema camina, como nosotros,
hacia un final que podemos acelerar, que quizá estemos acelerando, pero que no
podemos retrasar ni, por supuesto, evitar.
Mientras tanto, que el alcalde de Vigo baile o deje de bailar es, comparado con lo que dicen que se nos viene encima este otoño, algo insignificante.
Publicado en ECA 19082022