Hace unos días tuve ocasión de ver en un cine, que es, por
cierto, donde mejor se ve el cine, una
película de 2019 que ha pasado casi desapercibida por las carteleras españolas.
De hecho en el cine dónde la vi -uno de esos multicines de Zaragoza que ocupan,
con veinte o treinta salas pequeñas y casi inaccesibles para personas con
problemas de movilidad, el espacio de aquellos impresionantes y magníficos cines
de dos mil butacas, como el Palafox o el Cervantes-la ponían en una sala
pequeña y acudió un número muy reducido de espectadores. La película en
cuestión es Dark Waters, -aguas oscuras-, del director, para mí desconocido
hasta ahora, Todd Haynes. La trama, por demás previsible, es el conflicto, real,
iniciado a finales de los años 90 del pasado siglo, por un ganadero de Virginia
Occidental, que ve como sus vacas enloquecen y mueren tras la ubicación, en las
proximidades de su granja, del vertedero de una gran empresa química. La
película permite entender, entre otras cosas, por qué es imposible, o
extraordinariamente difícil, que el sistema, constituido por el gobierno y las
grandes empresas, se autorregule, por iniciativa propia, para detener o mitigar
el deterioro del ecosistema terrestre, abocado a una brusca y presumiblemente
desastrosa pérdida de complejidad en un futuro no muy lejano. El caso es, y
perdón por el spoiler, que los vecinos del granjero afectado le retiran la
palabra y acosan a su familia, que acaba contrayendo cáncer, por haber sacado a
la luz las prácticas, a todas luces criminales, de la empresa Dupont de
Nemours, que había envenenado las aguas fluviales y subterráneas y lanzado a la
atmósfera cantidades ingentes de materias peligrosas y altamente contaminantes
durante años. Y eso porque preferían, con mucho, correr el riesgo, incierto, de
contraer cáncer u otra enfermedad que el más seguro de quedarse sin trabajo, o
perder ventajas y privilegios que dependían, en buena medida, de que la empresa,
el mayor empleador de la zona, pudiera seguir obteniendo beneficios llenando el
planeta de mierda. Para terminar y sólo después de haber perdido algunos
pleitos individuales, la compañía accedió, hacia el año 2008, a llegar a un
acuerdo colectivo por unos 300 millones de dólares, aproximadamente la tercera
parte del beneficio que obtenía en un año de la comercialización del producto
en litigio, conocido como PFOA o C8. Por
cierto que, nada sorprendentemente, el mismo producto se sigue utilizando hoy y
por la misma empresa, en la fabricación de bienes de consumo como el
politetrafluoroetileno, más conocido como Teflón, que se utiliza, entre otras
cosas, como antideslizante para las sartenes. Su eventual prohibición o incluso
su regulación dependen de decisiones que el actual gobierno de Estados Unidos
no ha tomado ni es previsible que tome, a pesar de que el PFOA se ha
relacionado directamente con más de 6 tipos de cáncer. Y ¿qué relación tiene
esto con el pin parental?, se preguntarán. Pues, probablemente ninguna, pero,
como ha sido el tema estrella de la semana pasada, me ha parecido oportuno
traerlo a colación, aunque fuera en el título y utilizarlo para atraer
lectores. No lo haré más.
ECA 31/01/2020
ECA 31/01/2020