La cuestión es ¿Hasta
dónde va a llegar Torra y por extensión el conflicto catalán? ¿Hay alguna línea
roja, a partir de la cual la intervención violenta del Estado sea inevitable? Es
obvio que la respuesta a esta última pregunta es que sí y es de suponer que Torra tiene una idea,
aunque sólo sea aproximada, de dónde está esa línea, de manera que la cuestión
puede reformularse así ¿Están dispuestos Torra y un número significativo de los
que le siguen y o sostienen, a cruzar la línea roja? La invocación
por Torra y Puigdemont, un hombre con una inesperada e inexplicable capacidad
de movilización, de antecedentes en Europa que se saldaron con algo parecido a
una guerra civil parece indicar que así es. Es verdad que, a estas alturas del
SXXI, no es fácil imaginarse una guerra civil en España, al menos si se
mantiene la actual diferencia de potencial, con permiso de Volta, entre los dos
posibles contendientes. También lo es que Pedro Sánchez ya se ha sacado, en
otros escenarios, algún conejo de la chistera, pero la sensación de que las
cosas han llegado ya demasiado lejos y de que los acontecimientos estarán pronto, si no lo están ya, totalmente fuera de control es cada vez más fuerte. Y eso incluso en el supuesto, a todas luces descartable, de que los que tienen, sobre el papel, la posibilidad de controlarlo tuvieran además la voluntad y la inteligencia necesarias para ello.