
Compré este libro en Zaragoza, a finales de 1972 o principios de 1973, en el quiosco de prensa que
había frente a la vieja facultad de medicina en la plaza de Paraíso, cerca del
edificio de Capitanía y del Colegio Mayor Pignatelli, regentado por los
jesuitas y notable foco de fronda por aquellos años. En Zaragoza había entonces
muchos quioscos de prensa, muchos grises
y una sorprendente vida cultural y sobre todo política que se traducía en fuertes altercados que se iniciaban por la mañana con una asamblea
estudiantil de distrito en el aula magna de la facultad de ciencias y acababan
con la policía repartiendo palos por la ciudad universitaria y complicándoles bastante
la vida a los estudiantes que daban la cara mientras otros, en la sombra y con
más visión de futuro, daban sus primeros pasos en la política real intentando decidir en cuál
de los numerosos partidos en gestación tendrían más posibilidades. Después
resultó que el partido hegemónico a la izquierda fue el PSOE, del que por aquel
entonces casi nadie había oído hablar, mientras el ubicuo, organizado y
disciplinado PCE se difuminaría en una oposición sin futuro. Forges tenía
entonces 31 años y la capacidad de reflejar con sus dibujos el patetismo de un
régimen que ya parecía en repliegue, más por la edad y las limitaciones de su
fundador que por otra cosa, pero que aún contaba con los medios y la voluntad
de soltar algún zarpazo. El libro del Forges, con un estilo que recordaba bastante
a los legendarios humoristas de la Codorniz, llegaba sin embargo mucho más
lejos que ellos, la posguerra había quedado atrás y la todopoderosa censura se
había suavizado bastante, pero utilizaba sus mismas armas: la ironía, la
metáfora, el sobreentendido, el humor y el ridículo. Después de Forges nunca
pudimos volver a ver a nuestros procuradores en cortes, designados por Franco o
elegidos por el tercio familiar o
sindical, con los mismos ojos. Estaban allí para hacer el payaso y gracias a Forges empezaron a parecerlo. Ayer murió de un cáncer de páncreas a la edad de 76 años.
Probablemente le quedaban aún muchas cosas por decir y por hacer pero lo que
dijo y lo que hizo, también cuando no era fácil hacerlo ni decirlo, quedará en
la memoria de los que le sobrevivimos.