Ayer comí con un amigo en Villa Virginia, cerca de
Pirenarium, el frustrado intento de crear un polo de atracción turística a base
de maquetas a las puertas del Pirineo central y hablamos, también, de energía. Mi amigo, que es un hombre con formación y desempeña un puesto de cierta responsabilidad, cree que el
problema energético no es más que algo artificial creado por las compañías
petrolíferas que ocultan, deliberadamente, otras alternativas ya existentes para
salvaguardar su inversión y que es posible obtener tanta energía como haga
falta a partir, por ejemplo, de las pisadas de la gente en un aeropuerto, sobre
un suelo especialmente construido para transformar la energía mecánica en
electricidad y por supuesto de las fuentes habituales, supuestamente renovables,
como la radiación solar, el viento o las mareas, que proporcionarán la energía
necesaria para mover los nuevos coches eléctricos que, también según él, se
construirán, se están construyendo ya, cuando hagan falta. No mencionó la
energía geotérmica ni la de origen nuclear que, en tan optimista escenario, no
parecían necesarias pero, si dejamos de lado lo del aeropuerto que no había oído nunca, el resto es parte de lo que podríamos llamar sabiduría convencional. Mientras tanto el senado de los Estados Unidos cree
necesario o útil, someter a votación la existencia del cambio climático.
Yo no creo que haya ninguna posibilidad de invertir el
proceso catabólico en marcha, cuyo inevitable final es la simplificación, probablemente brusca, del
complejo sistema que llamamos civilización, pero no me importaría que las fuerzas interesadas en mantener el statu quo, que no son pocas ni despreciables, exhibieran algo más de sentido ¿común? y tuvieran éxito durante diez o quince años. O más.